capítulo 5: medicina
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No había muchas cosas que Dorotea odiara. Odiar, en su opinión, era algo muy feo. Todo y todos tenían su lado bueno y estaba en uno poder o no poder encontrarlo.
Pero, cuando se trataba de las clases de ciencias... Tea las odiaba.
Se sentaba junto a Doug y miraba el pizarrón sin prestar atención realmente. Sus ojos viajaban por el salón distraídos mientras sus oídos captaban el ruido de un lápiz moviéndose frenético contra las hojas de un cuaderno, seguramente del hijo de Tontín, que amaba esta clase tanto como ella amaba la hora del té.
Suspiró, dejando caer su cabeza sobre la mesa, ignorando olímpicamente la mirada incrédula del profesor. Sus párpados pesaban y solo quería salir a respirar aire fresco.
Estar encerrada en un salón la agobiaba y todos lo sabían, si no podía moverse, charlar o expresarse de alguna forma entonces no era lo suyo.
Balanceaba sus pies, los cascabeles de sus calcetas sonando con cada movimiento mas a nadie parecía molestarle, no era nada nuevo.
Cerró los ojos intentando imaginarse fuera de ahí, bebiendo té y comiendo pastel en los jardines pero, cuando la fantasía ya era bonita y la distraía de la voz del profesor, su cabeza se llenó de imágenes de la pesadilla de la noche anterior, haciéndola dar un salto.
Doug y Evie, que hasta ahora habían estado observando y oyendo la clase con atención, dieron un salto también, girándose a mirarla con curiosidad y sorpresa.
La chica tragó saliva, sus manos temblando ligeramente. Más de una docena de pares de ojos estaban sobre ella y eso no le gustó en absoluto. Su pecho se contrajo y se apresuró en recolectar sus cosas y salir corriendo del salón, sus cascabeles haciendo un apresurada melodía por los pasillos.
Corrió a su habitación, buscando el comfort que su muñeca le proporcionaba y lo que en ella ocultaba. Soltó un grito de frustración, estampando la muñeca contra el suelo cuando notó que lo que buscaba se había acabado.
Ya no había nada más que su encendedor y un contenedor vacío.
Su respiración se aceleró y no supo procesarlo. Su boca se abría y cerraba, inhalando y exhalando a una velocidad para nada sana. Se dejó caer al suelo, sus brazos abrazando sus piernas y su cabeza oculta entre sus rodillas, rogando porque sus pulmones dejasen de arder.
Sus ojos estaban cerrados con fuerza. Sentía el sonido forzado de su propia respiración.
Sabía que estaba respirando pero eso no parecía bastarle a su cerebro, que insistía en que no había nada llegando a sus pulmones.
Soltó un grito, sintiendo manos sobre sus muslos. Sabía que no estaban allí pero se sentía sumamente real. Las manos sujetaron y arañaron sus brazos, intentando mantenerla quieta. Sollozó. Sintió un par de labios en sus hombros y las mismas manos de antes sujetando su cuello con fuerza, quitándole energía.
Un golpe la espantó aún más y se llevó las manos a los oídos, intentando ahogar sus propios gritos. Un par de manos se posó sobre sus hombros y esta vez supo que estaban allí en realidad, intentando captar su atención.
—Tranquila... —escuchó a alguien murmurar, su mano acariciando con suavidad su cabello— No estás allí, Tea, nadie puede hacerte daño. Alistair viene en camino. ¿Si?
La voz era dulce y calmada, ayudándola a tranquilizar lo errático de su corazón, sus pulmones recibiendo el aire que con tanta desesperación había estado intentando mantener.
Pasaron unos minutos y decidió abrir los ojos, temiendo estar devuelta en el castillo de su tía, pero no.
Estaba en su habitación en Auradon, el príncipe Ben arrodillado frente a ella, mirándola con una pequeña sonrisa.
—Eso es, inhala, exhala.
Obedeció, sintiendo como lentamente su respiración volvía a la normalidad.
—¿Está bien? —oyó a un par de voces preguntar, Ben asintiendo.
Alzó la vista y se encontró con los mieles de Alis y los marrones de Lonnie, su compañera de cuarto.
No habló, pero logró dedicar una pequeña sonrisa a los recién llegados, intentando mostrarles que, de verdad, estaba bien, pero su expresión y sus ojos llenos de lágrimas la delataban.
Lonnie suspiró, buscando en la gaveta de su mesita de noche una de las paletas de fresa que guardaba allí para la chica. Se la entregó con una sonrisa, revolviendole el cabello después.
Alis se sentó junto a ella, besando su mejilla y entrelazando sus dedos para que dejara de moverlos nerviosa— ¿Fue eso, de nuevo?
Asintió.
—¿Y tu... ya sabes...? —balbuceó Ben, incómodo— ¿Se acabó? ¿Debería conseguir más?
Dorotea asintió nuevamente, señalando con su mano libre la muñeca que había lanzado al suelo antes. La hija de Mulán la tomó— Vacía —comprobó.
—Bien, le avisaré al Hada Madrina. Mientras deberás tomar tus medicinas, ¿no quieres que esto vuelva a pasar, verdad? —habló el príncipe, sabiendo perfectamente que la chica frente a él odiaba sus medicinas para la depresión, ansiedad y ataques de pánico.
—No... —murmuró ella en respuesta, negando levemente.
Sus amigos sonrieron cuando por fin habló y siguió comiendo su paleta como si nada.
—Bien. Lonnie, ¿tu la tienes, no?
—Si —la aludida se apresuró a buscar nuevamente en su gaveta, sacando la medicina de la chica que, por seguridad, guardaba ella— iré por agua.
—¿Puedo saber cómo se acabó tan rápido, corazón? —preguntó entonces Alistair.
—Van a molestarse...
Ben y Alis se miraron— No, Tea, no lo haremos —prometió Ben.
La chica los miró a ambos, buscando alguna señal de que mentian. Cuando no encontró ninguna, habló— Compartí lo que me quedaba con Mal, ella se veía muy ansiosa y no quería que estuviese triste —explicó.
Su mejor amigo suspiró a su lado— Cariño, sabes que no debes darle a nadie. Es medicinal, solo para tí.
—Estoy seguro de que lo hiciste con buena intención, Tea, pero no todos necesitan de eso como tú. Quizás Mal estaba nerviosa, pero eso no amerita que fume. ¿Está bien? —dijo Ben, asegurándose de hablar clara pero no bruscamente.
Tea formó un puchero con los labios, pero asintió— Vale... Entiendo. No más compartir la marihuana medicinal, nope.
Alis sonrió, besando la palma de su mano, haciéndola reír.
Lonnie regresó con un vaso de agua y se lo entregó junto a la pequeña píldora. Tea se la llevó a la boca con una mueca de disgusto, mas la bebió de todas formas, soltando un sonoro ew después.
Sus amigos rieron, Lonnie sentándose a su otro costado, apoyando la cabeza en el hombro de la chica— Ya todo pasará.
Tea sonrió.
Si.
Ya todo pasaría.
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¡Espero que les gustara el capítulo!
Besos,
Connie.
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