capítulo 1: mally
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Salto.
Salto, salto, salto.
Le gustaba el sonido que sus zapatos hacían contra el suelo de piedra cada vez que saltaba; las campanitas que colgaban amarradas a sus tobillos añadiendo un toque melodioso a su misión de búsqueda por los terrenos de la escuela.
Si había algo que Tea se tomaba en serio eran los favores; si alguien le pedía algo ella haría todo, absolutamente todo, para asegurarse de cumplir, por lo que buscar a la chica por ayuda era una idea tan ambiciosa como peligrosa. Ella no entendía el concepto de límites ni mucho menos el de normalidad, simplemente iría de cabeza a lo que fuese necesario hasta alcanzar su objetivo.
Y si eso significaba tomar prestados los materiales de arte de la clase, ponerlos dentro de una bolsa y correr con ellos, incluso cuando la profesora le gritó que se detuviera, pues lo haría.
O, más bien, ya lo había hecho.
Había dejado de correr cuando los gritos de su profesora no alcanzaban sus oídos, el ruido de los pasillos llenos de estudiantes camino a sus clases ahogándolos como en un pozo lleno de agua.
Suspiró, apoyando su cuerpo contra los casilleros, intentando recuperar el aliento y arreglando el moño que decoraba su cabello en el proceso.
—Esto... ¿Podrías moverte? Necesito mi libro —oyó frente a ella. Levantó la mirada y se encontró con Evie, una de las chicas nuevas. Lo sabía gracias a Ben.
—¡Hola! —exclamó, una enorme sonrisa apoderándose de su rostro— ¡Tu eres Evie! ¡Que hermosa coincidencia! Tu conoces a Mal, y yo necesito encontrar a Mal. ¿Sabes dónde está?
La peliazul, aunque un poco extrañada, asintió, sonriendo— Está en nuestra habitación, si quieres podría...
—¿Llevarme allí? Eso sería sublime —se apresuró a decir, colgándose del brazo de la chica con un saltito— ¡Guía el camino!
—Pero, mi libro...
—¡Esto es de vida o muerte! —añadió, una expresión de terror en su rostro, una sonrisita amenazando con aparecer en sus labios. Hacer bromas era divertido, a veces.
—¿Qué? —se alteró la villana— ¿De qué hablas?
—Si no hablo con Mal pronto me perderé la hora del té, Evie. No puedo perderme la hora del té —explicó, la sonrisa por fin apareciendo en sus labios— ¿Te gusta el té?
La peliazul se limitó a asentir, llevando a la extraña chica a la habitación que ella y su mejor amiga compartían. En el camino hablando sobre el atuendo de cada una, Evie maravillada con la combinación de colores y texturas que la chica, de alguna manera, lograba hacer funcionar.
Al entrar al cuarto Tea pudo ver a la pelivioleta sobre su cama, un libro entre sus manos. Lo leía con rapidez, casi desesperación, y la hija del Sombrerero no pudo evitar la risita que se le escapó al ver la expresión de concentración en su rostro.
Mal levantó la vista enseguida al escucharla, levantándose de un salto y cubriendo el libro con una almohada, inútilmente, claro, considerando que la recién llegada ya lo había visto.
—¿Quién eres? —gruñó, mirando a Tea con sospecha, no la había visto en la bienvenida.
—¡Soy Dorotea Minerva Hightopp! ¡Hija del Sombrerero! Mucho gusto —se presentó dulcemente, señalándose a sí misma mientras hablaba.
La pelivioleta alzó una ceja y miró a Evie, que se encogió de hombros, intentando desligarse de la situación—Bien... ¿Y qué puedo hacer por ti? —preguntó entonces Mal, rodando los ojos disimuladamente.
—Vamos a pintar —anunció Tea, orgullosa.
—¿Disculpa?
—Pintar. Ben dijo que no querías ir a la clase de arte así que decidí... ¡traer la clase de arte a ti! —explicó, sentándose en la cama que asumió era de Evie luego de preguntarle con la mirada, la peliazul sentándose en el escritorio al medio del cuarto— Traje todo lo necesario. Pinturas, acuarelas, lienzos, lápices. ¡Incluso sprays! Podríamos pintar algo en alguna pared de los jardines, el blanco es aburrido. ¡Flores, podríamos pintar las flores! O hacer muchos cuadros y colgarlos en los pasillos, agregar un poco de color. ¿Qué dices?
Mal la miró, el shock evidente en su rostro. No sabía muy bien qué la llevó a hacerlo, pero simplemente asintió. Algo le decía que no importaba lo que dijera, la extraña chica frente a ella, cuyo cabello era de colores pasteles, no aceptaría un no como respuesta.
Dorotea dio un saltito de emoción acompañado de un gritito y comenzó a sacar las cosas de su bolsa, entregándoselas a Mal, que los aceptaba entre aburrida e intrigada.
Acabaron sentadas en el suelo, un lienzo frente a cada una, pintando lo primero que se les vino a la cabeza.
La hija de Maléfica optó por usar las pinturas, trazando la figura de un gran dragón con la delgada punta de su pincel, colores oscuros sobre una base de verde que debía representar el cielo.
Cada tanto le echaba una ojeada a la chica frente a ella que, acostada sobre su estómago, pintaba con los dedos, usando las acuarelas para formar flores de todas las formas y colores imaginables, todas rodeando la silueta de una mujer que parecía brillar.
—¿Quién es ella? —preguntó entonces la villana, la curiosidad ganándole a su terquedad.
—Mi mami —respondió la chica, sus ojos jamás dejando su pintura— es una reina.
—¿Reina? —saltó Evie, apagando su máquina de coser para voltear y mirarlas a ambas— ¿Eres una princesa?
La chica, que parecía una niña con su vestidito y forma de hablar y moverse, asintió, moviendo la mirada de su lienzo a ambas chicas con una sonrisa— Pero no le digan a nadie, es un secreto, shh... —dijo, llevándose un dedo a los labios en señal de silencio.
Las villanas se miraron y asintieron, nunca se habían sentido tan... Perdidas.
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No podía creerlo, pero había pasado dos horas pintando con una chica que apenas conocía y que era el epítome de todo lo que detestaba. Era dulce, demasiado; era básicamente una niña. Hablaba de forma adorable, vestía de forma adorable y actuaba de forma adorable. Todo lo que dejaba su boca era alguna historia lo suficientemente extraña como para confundirla pero no lo suficiente como para preocuparse del estado mental de quien la contaba y, aunque se había hartado un par de veces, no había sido hasta el punto en que quiso echarla a gritos de su habitación.
Ahora sujetaba la puerta del cuarto, despidiéndose de la chica cuyo cabello aún no entendía; ¿negro y pasteles? Era una mezcla extraña y que le daba un aire, y no iba a repetirlo, interesante.
—Fue lindo. ¿Verdad? —le preguntó la chica, sonriendo con su bolsa y lienzo bajo el brazo.
—Lindo. Sí, claro —asintió, echándole una mirada a una enternecida Evie— Nos vemos... Mañana, en el partido.
—¡El partido, sí! —dio un saltito Tea, asintiendo enérgicamente— ¡Nos vemos Mally, nos vemos Evie! —se despidió, marchándose por el pasillo con un paso danzarín que hizo a la peliazul reír por lo bajo.
—Eso fue interesante —comentó Evie en cuanto Mal cerró la puerta y la miró, ceja alzada— ¿El plan para mañana sigue en pie?
La pelivioleta sonrió, prefiriendo ignorar lo primero— Sí. Hoy hornearemos galletas para Benny Boo.
Evie aplaudió, poniéndose de pie, esperando que Mal tomara su libro de hechizos antes de salir por la puerta en búsqueda de Carlos y Jay.
Unas horas pintando no eran suficientes para que Mal, hija de Maléfica, olvidara cuál era su misión en Auradon.
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¡Espero que les gustase!
Besos,
Connie.
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