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Capítulo III:
Tercera Lágrima.

La olla cayó al suelo y Jeongin solo pudo quedarse mirándola fijamente. Resoplando, se agachó para recogerla y colocarla sobre la estufa. Sus manos cogieron el borde de la isla y su barbilla chocó contra su pecho.

Estaba realmente triste.

El ultimátum que dio a Chan se agotó y él no había vuelto. Su corazón estaba decepcionado a un punto que desconocía. Bueno, este hecho dejaba en claro que esos tres años de relación no valían absolutamente nada.

Con el pecho encogido, caminó hasta la terraza. La ciudad era hermosa de noche, todas esas luces flotando en la oscuridad. El cielo estaba nublado y la medialuna relucía su belleza a las envidiosas estrellas que la adoraban.

—Vaya mierda de vida que tengo —dijo. En cierto punto, estaba jodidamente enfadado como la mierda con Chan. Era un hijo de puta imbécil. Lo detestaba, pero, además del odio, el amor persistente que sentía por el idiota seguía allí, recordándole el por qué lo odiaba.

Con la frente apoyada en la baranda, apretó los dientes y se odió por ser tan frágil y tonto en creer que Chan quería algo más que pasar un buen rato. Jeongin le proporcionaba lo esencial, es decir, sexo, amor y libertad.

Quizá demasiada libertad.

Con deseos de llorar, soportó el dolor. Su interior ardía en dulce lava y las lágrimas se volvieron cascadas. Que se joda, pensó, pero no se lo creía.

Lo extrañaba demasiado. Dios, su relación había terminado en un pestañeo. No podía evitar sentirse culpable, pero no debía sentirlo. No era su culpa, en absoluto. Pero sentía que lo era y no era correcto sentirlo. Estaba confundido, no exigió demasiado, sólo un poco de responsabilidad. Vivir juntos era un paso pequeño para lo que Jeongin había estado planeando para sus vidas.

Chan lo jodió.

—Hijo de puta... —murmuró sollozando.

Quería llamar a su madre y desahogarse, pero no quería que se enterase que fracaso patéticamente en mantener una relación. Llamar a Félix tampoco era una opción, lo había molestado demasiado y él ya soportó bastante.

Jeongin estuvo muy sorprendido al oír un tintineo de conjuntos de llaves. Girando la cabeza llorosa, buscó el origen del tintineo. Sus ojos se ampliaron al ver a el hombre que odiaba-amaba entrar por la puerta como si nada.

Chan dejó caer la mochila negra que llevaba colgada del hombro, en su otra mano una maleta estaba siendo arrastrada. Jeongin inhaló aire y se quedó estático. Chan lo buscó con la mirada por un momento antes de verlo a través de las cortinas azul cielo.

—Jeongin... —llamó. Verlo, luego de la decepción lo ponía nervioso. Entonces, Jeongin se preguntó a sí mismo cuánto amaba al hombre.

Inconscientemente, era demasiado.

—¿Qué coño haces aquí? —trató de sonar tosco. Las lágrimas recientes en sus mejillas no le daban la apariencia que quería. Se limpió el rostro con el dorso de la mano, empapando el polo gris oscuro que lleva puesto.

Chan frunció el ceño, ladeó la cabeza hacia la derecha con esa sonrisa que hacía temblar su corazón.

—Vivir contigo.

Esa respuesta apretó su caja torácica. Chan se acercó hasta él y tuvo que bajar la cabeza para no ser pillado. Tarde, ya que Chan tomó su barbilla y lo obligó a mirarle.

—¿Por qué lloras?

—No estoy llorando —ladró. Con un manotazo, alejó la mano de su rostro.

—Cierto. Has estado llorando —Chan lo miró fijamente, sabía que era su culpa, pero quería saber la razón del porque Jeongin lloraba. Estaba allí, cumplió con su parte.

—Da igual.

—No da igual, quiero saberlo. Todo de ti es importante para mí.

Por cosas como esas, amaba a Chan. Tanto como lo amaba, también lo odiaba.

—Te di una semana —Jeongin comenzó, apretando los puños a cada lado de su cuerpo—. Han pasado tres semanas Chan. No has llamado, no has mandado si quiera un mensaje, de nuevo. Solo apareces aquí y crees que esto se resolverá sin más... ¿A qué juegas?

—No juego a nada. Solo tarde más de lo previsto, no tuve tiempo para llamar o mandar un mensaje. Los socios y personal tenían que saber que me mudaría y fueron días largos llamándolos a todos.

—Pudiste haberlo hecho aquí —defendió Jeongin.

—Te hubiera distraído de dormir, además el papeleo era largo. Cuando estoy estresado, tiendo a tratar mal a la gente y no quería que conozcas mi lado idiota neandertal —Chan respondió. Con confianza se acercó a Jeongin, tomó cada lado de su rostro. Jeongin miró hacia arriba mientras que Chan hacia abajo, ambos bloqueando sus ojos.

—Odio tanto quererte —Jeongin maldijo. Chan sonrió y sacudió la cabeza.

—Amas quererme. Como yo amo quererte.

—¿Cuánto me amas? —preguntó Jeongin. La forma en la que Chan acariciaba su rostro y cabello lo hacía suspirar. Frotándose contra la caricia, tuvo que aceptar que ya perdonó al hombre. Era un fracasado enamorado.

—Tanto... demasiado... mucho... inexplicablemente, no existe palabra o cifra para medirlo, Jeongin.

Jeongin cree en sus palabras. En cada jodida palabra que sale de esa envenenada boca.

Jeongin gime al estampar su boca contra el de Chan. Él atrae su cuerpo y lo estrecha. Detalló los musculosos brazos, envolvió su cuello y de repente, dos manos tomaron las partes traseras de sus muslos y lo incitaron a subir. Jeongin se impulsó antes de subir al regazo de Chan.

Jadeó cada vez que las manos amasaban su culo, relamiéndose los labios, Chan los llevó hasta el sofá. Su espalda descansó contra los almohadones carmesí. Su boca no se desprendió de la de Chan, sólo en el momento en que le arrancó la camisa negra holgada.

—Te necesito —gimió, suplicándole. En verdad, lo necesitaba tanto como su siguiente respiro. Chan le sonrió, lamió el costado de su cuello y arremangó el polo de Jeongin hasta la altura de sus axilas. Los capullos rosas aparecieron y estaban erguidos.

La lengua juguetona de Chan se cerró en cada una. Jeongin gimió por la intensa mirada que irradiaba de los hermosos ojos oscuros de Chan, abriendo la boca apretó la cabeza con sus dedos hundidos en su cabello castaño.

—Más... —pidió en un susurro. Elevó las caderas al sentir a Chan estirar la cinturilla de sus jeans. Liberado de la prenda, atrapó de nuevo los labios de Chan, sonrieron entre beso y beso.

De pronto, con la cabeza nublada aún se vio enfrentado a la gloriosa polla izada de Chan. Él mantenía un fuerte agarre en sus caderas, mientras sondeaba su pulsante entrada. Jeongin no fue consciente en qué momento invirtieron posiciones e hicieron el sesenta y nueve.

Distraído con el brillante pene, mordió sus labios tomando el pene tímidamente. Lo masturbó y oyó un pequeño jadeo de Chan. Animado por seguir escuchando, aumentó la presión y masajeó con más rapidez, relamiéndose los labios para deslizarlos por la tierna carne.

Sosteniendo la polla, con los dedos rozando los testículos, Jeongin bajó la boca hasta su objetivo y rodó la lengua por el glande. De nuevo gimió, el sabor almizclado y la lengua de Chan atravesándolo eran placeres distintos, pero lo extasiaban.

Jeongin empujaba las caderas contra el apéndice resbaladizo, auto penetrándose. Sus ojos se cerraron y su pequeña boca abastecía lo que podía del duro eje. Chan preparó a Jeongin lo mejor que pudo sin correrse en el intento, estaba al borde y fue por eso que tomó su muñeca y lo obligó a montarlo.

—Vamos bebé, móntame —Chan dijo. Golpeó una de sus nalgas y recostó la cabeza contra el respaldo. Jeongin sin perder la sonrisa tonta de su rostro, rodeó la polla de Chan y la guio a su agujero ansioso, frotó la punta de arriba abajo sin meterlo.

—Se siente tan bien —comentó casualmente. Chan frunció el ceño y entonces supo que su pequeña venganza estaba dando resultado. Las caderas de Chan subieron para entrar, pero Jeongin también se levantó, sacudiendo el dedo índice frente a su rostro, chasqueó la lengua repetidas veces.

—¿Vas en serio? Amor, entierra ese lindo culo en mi polla o juro que voy a violarte —Jeongin arqueó una ceja.

—¿Cómo puede ser una violación si quiere que me folles? —preguntó con inocencia fingida. Él gruñó, apretó los dientes conteniendo la poca paciencia que manejaba.

Chan envolvió su nuca y besó su oreja antes de susurrar:

—Fóllate, dame ese placer de verte haciéndolo. Mete mi polla en tu hermoso culo pretencioso —la ronca voz recorrió cada rincón de su cuerpo. Besó la punta de su nariz. Jeongin sumiso, extendió sus nalgas, dejando su agujero listo a la vista. Chan apretó su ingle hasta que la punta entró y ambos gimieron.

Su mente se volvió lenta y estaba enfocada en la estrechez del culo de Jeongin. Carne con carne, estaba completamente dentro de su interior. Con los ojos cerrados y la frente descansando contra el hombro de Chan, comenzó a moverse. Descendiendo y elevándose lentamente, disfrutando de pulgada.

Las manos en su cintura lo ayudaban a impulsarse, la boca envuelta en la suya hacia maravillas, su mano atrapó su polla y comenzó a bombearla con el único objetivo de correrse.

—Te quiero —Chan confesó junto a graves pero pequeños gemidos. Jeongin gritó al sentir la punta rozando su próstata, abrazó al cuerpo de Chan al momento de intercambiar posiciones, su cabeza chocaba con el brazo del sofá con una de sus piernas arriba siendo sostenido por Chan. Él se apoyó con una rodilla sobre el sofá y otra plantada en suelo.

Su espalda se arqueaba por las fuertes estocadas, los gruñidos y graznidos de Chan lo excitaban a niveles desconocidos. Su vientre se apretaba placenteramente, con su orgasmo construyéndose.

Tuvo que sostenerse del respaldo o saldría disparado. Fuerte, profundo, salvaje. Le gustaba que Chan fuera duro, con cada azote de pieles, su cabeza perdía la magnitud de la cordura. Chan tiró de su labio inferior, rastrillándolo con sus dientes sin dejar de golpear dentro suyo.

—Ah... —cada grito era más elevado y lleno de desesperación. Chan se enterraba una y otra y otra vez. Su culo se apretó contra la carne dura. La áspera mano masturbó su polla, liberándolo—. Jodeeer —Jeongin gimió con entusiasmo. Su cabeza golpeó repetidas veces el sofá, se corrió sobre su pecho y abdomen. Chan rio entre dientes, tomó sus tobillos y se empujó unas cuantas veces más, liberándose dentro de su canal con chorros calientes de esperma que Jeongin disfrutó más de lo que debería.

—Ah, mierda —Chan salió lentamente, admirando la forma en la que su semen salía derramado por el agujero rosa de Jeongin, siguiendo su recorrido por los lechosos muslos.

—Sí, mierda, Chan. Tú limpiaras toda esta porquería —se quejó Jeongin. Él sonrió y besó suavemente sus labios y asintió.

—Lo que la princesa desee —canturreó ganándose un golpe en su hombro.

(...)

Chan es un hombre feliz. Tiene la vida que quiere, al hombre al que ama y el trabajo que adora. Todo excepto por un pequeño gran problema llamado Yuna.

Y Hyunjin era quien se lo hace recordar siempre.

—Sabes... me gusta que seas feliz y toda esa puñetera estupidez, pero algún día Jeongin sabrá la verdad —comentó bebiendo de su lata de cerveza.

—Sé directo —Chan puso mala cara a su mejor amigo.

—Las mentiras traen consecuencias gigantes, las consecuencias traen problemas y los problemas pueden ser colaterales a lo que voy es que, si Jeongin se entera de la puta estupidez que has montado, no solo sufrirá él, sufrirá Félix y si Kyung sufre yo también —terminó diciendo.

—Ni siquiera sé por qué te preocupas, Jeongin no se enterará —contestó.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? Eres un hombre de negocios y tu esposa también. Por lo que sé salen en revistas y noticias del entretenimiento, que no te sorprenda que Jeongin los vea algún día. Las mentiras no duran por mucho tiempo.

Chan ahogó un jadeo.

—Estás deprimiéndome.

—No, solo soy realista —Hyunjin lo miró por un momento, totalmente curioso—. ¿Qué le has dicho a Yuna? Porque es imposible que ella te deje venir hasta aquí si supiera para que has venido.

—Mentí —se encogió de hombros, observando a Jeongin al otro lado del club pidiendo unos tragos al barman—. Dije que tenía una importante inversión en Tailandia, el contrato dura un año y medio, al ser el director no puede dejar la empresa sin ser controlada.

—Pero ella pudo acompañarte —Hyunjin interrumpió.

Chan asintió, sonriendo a Jeongin que le devolvió el gesto.

—Lo sé, pero ella tiene sus propios asuntos aquí así que manipulé eso a mí favor, diciendo porquerías como 'no puedes abandonar tú trabajo' 'te has sacrificado tanto por ello' 'ni siquiera notarás mis ausencias'.

—Cuanta maldad alberga tú corazón, Bang Chan —bromeó su amigo.

—Cuando se trata de Yuna y los suyos siempre será maldad lo que deberían esperar de mí –contestó con ese característico odio que sentía por los Kang.

La realidad no le agradaba a Chan. Jeongin era su fantasía cumplida y no le dejaría ir. No importa que prohibiera a Jeongin ver la televisión o comprar revistas.

—Maldita sea la hora en la que ese contrato existió —Hyunjin siguió diciendo, pero Chan sacudió la cabeza.

—No... maldita sea el momento en que mis padres fueron ingenuos.

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