❣✩✨♡❝ÁNGEL❞♡✨✩❣
En la escuela de nuevo, Jennie no se ha separado de la azabache, Jisoo no podía estar más feliz.
Jisoo sentía como si todo hubiese mejorado, sentía paz, se sentía iluminada y con más ánimos, consideraba a Jennie como su ángel. Había llegado justo cuando la necesitaba.
Estaban en el patio luego de que Jennie la obligará a acompañarla a la cooperativa, se encontraban en un lugar apartado, sentadas en el césped.
— Anda Soo, tienes que comer algo, estás muy delgada, venga, come conmigo, ¿Si? — Jennie insistía por quinta vez a la chica.
Jisoo sintió de nuevo una calidez inexplicable, Jennie la había llamado delgada, Jennie la miraba delgada, Jisoo comenzó a considerar que tal vez Jennie tenía razón.
— Vale, pero solo un poco.— Contesto, aceptando la propuesta de Jennie.
— ¡Yey! ¿Te gusta el Gimbab? ¡O mandus! — La castaña comenzó a mencionar la comida que tenía, ofreciéndole de todo.
Era la primera vez que Jisoo comía en la escuela, la primera vez que no se sentía gorda al comer, todo por Jennie.
— ¿Cual es tu secreto, Chu?— Dijo la de ojos felinos, viendo a menor con una sonrisa.
— ¿De que hablas?—Confundida, preguntó Jisoo.
— Si ya sabes, tu secreto para ser tan bonita. — Jennie sonríe en grande, observándola.
La de ojos almendrados sintió sus mejillas arder, suponiendo que estaba roja, nadie nunca le había dicho que era bonita, pero ahí estaba Jennie, quien la miraba con ojos brillantes.
Jisoo sintió como le inundaban unas grandes ganas de llorar, de emoción, felicidad, eran tantas emociones, conmocionada solo por aquellas simples palabras.
—Oh Chu, cariño... Venga, ven aquí, déjame abrazarte.— Jennie no dudó en rodear el pequeño cuerpo de la azabache en un abrazo reconfortante.— Está bien, déjalo salir...
Tal y como dijo, Jisoo dejo salir todas las lágrimas que quiso, liberando un poco de su dolor en los brazos de la que consideraba su ángel, su salvación.
Pasaron minutos así, abrazadas, en un cómodo silencio, el mejor silencio que había tenido Jisoo en su vida, el mejor abrazo.
Ahí donde se sentía segura, Jisoo pudo desahogarse y contarle todo a Jennie, le contó todo el dolor que había en su corazón y los causantes de ello, se permitió desahogarse.
— Oh cariño lo lamento tanto... — Jennie la apretó más contra su pecho.— Tranquila, yo voy a protegerte de esa rubia estúpida... Desearía poder ayudarte con tus problemas de casa...
— Tu presencia es suficiente Jennie... Créeme, haces mucho.— Jisoo se acurrucó, suspirando.
Era cierto, tal vez para los demás Jennie no hacía mucho, pero para Jisoo, aquellas palabras que le decía la animaban, su presencia la alegraba, sentía que era tomada en cuenta, que era cuidada.
La rubia bufo en furia, había observado todo, Hiba a disculparse con la azabache, pero al verla con esa chica nueva su sangre se calentó, sentía cosas que antes no había sentido.
En control para no ir directamente a golpear a esa castaña, viendo cómo hacía sonrojar a la chica de ojos almendrados y luego como la consolaba con tanto cariño.
Envidia, celos, arrepentimiento...
Todas las emociones atacaron a Rosé, pero se contuvo, hasta que sonó el timbre y llegó la hora de ir a casa.
Al estar en la puerta de su mansión, Rosé entro a la casa con un poco de nervios, encontrándose con su padre en el sofá.
— ¡Hija! ¿Le has partido la cara a esa chica de nuevo? — El hombre regordete sonrió.
— H-Hoy no he podido, M-Mhm... No ha hido a la escuela...— Mintió la rubia con nervios, el rostro de su padre se endureció.
— Más te vale que mañana sí, ya te he explicado que la única forma en que la chica que te gusta te noté es pegándole, así te respetará y cuando le pidas que sea tu novia no se negará.— El hombre se acercó a su hija, tomándola por los hombros.— Tu madre y yo estuvimos juntos mucho tiempo gracias a eso, fuimos tan felices que incluso te tuvimos a ti. Además, si tu no haces eso, la que terminara con el rostro destrozado serás tu. ¿Entendido?
— Sí, Padre.— Habló con voz firme.
Rosé sabía que eso era mentira, su madre nunca fue feliz con su padre, ella nunca deseo tener una hija con el, ni casarse y mucho menos ser su novia, su madre tenía miedo de el y por eso aceptaba.
Cuando Rosé era pequeña, su padre comenzó a decirle que golpeara a los niños de su kinder, cuando Rosé no obedeció, su padre le dio veinte veces con el cinturón.
Por eso cuando su padre se enteró que Rosé se enamoró de una chica muy linda de ojos almendrados, no dudó en hacerla seguir lo que el hizo, obligándola de hecho, pues cada que Rosé desobedecía, su padre la molia a golpes.
— Esa es mi hija. Sigue así y enorgullece el apellido Park.— El hombre ríe y le da unas palmadas en el hombro.
Rosé se sentía tan atrapada, no tenía más alternativas más que obedecer.
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