SuYeon cerró la valija. Afuera el sol se estaba ocultado, la hora de marcharse se acerca con el anochecer, bosteza mientras baja la pesada maleta al suelo, es en ese momento que su móvil comienza a sonar sobre la mesa de noche. Lo toma esperando que no sea uno de sus sobrinos –nuevamente– repitiéndole la lista de regalos que debe comprar allá.

—¿Hola?

—Hmmh, escuché que te iras a Colombia.

Era NamJoon, no había oído su voz desde la última llamada que tuvieron dos días después de su pelea definitiva, ese día lo escuchó llorar mucho, pedía que perdonara sus equivocaciones en el matrimonio, que volvieran a ser unos locos enamorados. Pero en ese momento SuYeon supo que no importaba cuántas veces él prometiera cambiar, ir a miles de sesiones y evitar las recaídas, NamJoon seguiria siendo como es porque prefiere lo cómodo. Nunca iba a mejorar, no al menos con ella.

En cierta parte, el divorcio tal vez le daría el empujocito para conocer a más personas, centrarse en una vida más activa, y olvidarse de las tristezas de su matrimonio y familia fallada.

—Ah, eres tú. —suspiró— Sí, iré unos meses a conocer el país.

—No has ido de viaje desde nuestra Luna de Miel.

—Claro, decías que los aviones te causaban mareos, nunca pudimos salir más que a visitar a tu familia en la ciudad. —habló con cierto tono burlón— ¿Para qué llamas, NamJoon?

—Quería desearte un buen viaje, y que supieras que... estaré aquí en caso de que necesites de alguien quien riegue tus plantas.

SuYeon negó, riendo nasalmente. Con su móvil pegado a la oreja caminó a la salida del cuarto, desde que se mudo a un apartamento un tanto pequeño pero perfecto para ella, su vida estaba un poco menos solitaria, la antigua casa que compró para tener muchos niños fue vendida a un precio millonario, y el dinero fue donado a decisión de ambos a una fundación.

—Gracias. —abrió la puerta— NamJoon...

—¿Huh?

—Adiós, espero que te encuentres bien.

—Yo también, cuídate.