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༊*· Cruel amor

Jeongin deslizó sus lentes y se quedó parado, delante de la residencia Bang. Y estaba asustado hasta la mierda por tener que entrar allí.

Si fuera por él no hubiera aparecido jamás. La sola idea de afrontar sus errores le aterraba. Porque, después de todo, ¿quién desea enfrentar sus errores? ¿Absolutamente nadie?

Pero la madre de Chan le había rogado porque fuera a ver a su hijo. Según decía la mujer, "Chan estaba desorientado y ya no era el mismo de antes".

Y le duele saber que fue él quien influenció ese cambio radical en el hombre. Jeongin ha cometido muchos errores en su vida, pero las consecuencias sólo las pagaba él, este error iba de la mano con el daño colateral.

Chan no había vuelto hablar con Jeongin desde aquella última vez en su casa. No lo culpaba en lo absoluto. Se lo merecía, pero eso no hacía que la herida dejara de sangrar.

Jeongin era un hombre frío, estoico, donde había emociones significaban problemas. Cuando accedió a este trato con su hermano, no había esperado ser él el que cayera por Chan.

No, eso nunca estuvo en sus planes.

¡Era estúpido!

Estos sentimientos que mantenía por Chan eran terriblemente estúpidos. Había pasado tiempo con el hombre un máximo de dos semanas y su corazón, idiota, lloraba por él.

¿Cuán patético podía llegar a ser eso?

Su madre dijo que no se necesitaba meses o años para caer perdidamente enamorado de alguien. Chan acreditaba esa absurda teoría, magníficamente. Y lo jodía, lo enfadaba y solía hacer rabietas gritando que era injusto.

¿Acaso el haberse enamorado del hombre era el precio a pagar?

Entonces, el precio era muy alto. Su corazón lloraba cada noche exigiendo que sacara la cabeza del culo y fuera tras Chan. Pero, él había dejado en claro su desprecio hacia Jeongin. Con solo ver su rostro podía expresar su resentimiento y la animosidad flotando en el aire era realmente doloroso.

Jamás imaginó a su Chico Flor siendo tan distante y frío con él.

Frotando su pecho, trató de aligerar el malestar anclado allí. Subió el pequeño tramo de escaleras de cemento y fue directo a las altas puertas dobles de madera y golpeó. De inmediato, un hombre de mediana edad abrió la puerta y le dio una respetuosa inclinación.

—Sr. Yang, lo esperan en la sala de estar, por favor —pidió, extendiendo una mano indicando el camino. Jeongin torció sus labios, recolocó sus lentes sobre el puente de su nariz, suspiró y enderezó la espalda no queriendo lucir derrotado.

El mayordomo lo guio hasta la sala de estar donde la madre de Chan, Sohee, estaba sentada junto a Boyoung. Su madre le dio una preocupante mirada y entonces se levantó. La madre de Chan la imitó dejando su taza de café en la mesilla.

—Jeongin... —Sohee dijo, tratando de sonar amigable. Ella no lucía feliz con buscar su ayuda, pero sus opciones se agotaron recurriendo en última estancia a Jeongin. Eso había dicho su madre.

—Sra. Bang —saludó sin ánimos de estar en ese lugar.

—Siéntate, por favor —pidió ella. Sohee sirvió un poco de té para él y con una tensa sonrisa aceptó.

—No tiene necesidad de ser amable conmigo. Tanto yo como mi madre sabemos que no soy de su... agrado. Así que siéntase libre.

—Cómo quieras. Siendo sincera, detesto la idea de pedirte ayuda, pero no encontré otra salida más que recurrir a ti.

—Y usted créame que detesto esto tanto como usted —suspiró.

—Lastimaste a mi hijo. Tú y tu hermano son la peor escoria que he conocido en toda mi vida y nunca entenderé cómo pudieron hacer eso a un hombre inocente. El único y gran error de Chan fue enamorarse de un Yang.

—No voy a tratar de convencerla de que está equivocada, si eso es lo que espera. Por mí, puede pensar y decir lo que quiera. Al único que debo explicaciones es a Chan —dijo, sus dientes fuertemente apretados. Controlar su agrio carácter nunca estuvo en sus manos y ahora, le costaba frenar su lengua.

La madre de Chan frunció el ceño con desdén.

—Sigamos, te he llamado por obvias razones. Tu madre sólo ha venido a supervisar que esto no pase a mayores. Necesito que entres al estudio de Chan y hables con él. No ha querido hablar con nadie desde la discusión que ambos tuvieron, se ha cerrado a todos. Sólo bebe y estoy realmente preocupada por él. Intenté muchas cosas, pero nada funciona y mi última carta eres tú.

Jeongin quedó en silencio. Compartió una afligida mirada con su madre. Ella tomó su mano y dio un apretón, transmitiendo su apoyo.

Su corazón dolía, saber que Chan está en este estado de depresión. Su pecho ardió y sus ojos se aguaron por el enojo que sentía hacia sí mismo.

—Aun no entiendo cómo podría ayudarlo.

Sohee apretó los hombros. Jeongin vio la tristeza en sus ojos y sabía que debía intentarlo.

—No lo sé —Sohee elevó sus ojos cafés hasta los suyos—. Por favor, devuélveme a mi Chan. Ese hombre de allí, no es él.

Jeongin oyó a su corazón romperse una vez más. Mordiendo su labio, asintió. Se levantó y caminó en dirección al estudio. Sentía sus pies pesados, como el plomo. La fea cabeza del miedo emergió. Sus manos comenzaron a temblar, delante de la puerta oyó pasos torpes, tragando saliva giró el pomo.

Chan estaba delante de una chimenea de piedra, su antebrazo descansando sobre el alfeizar con una botella en su mano y en la otra sosteniéndose un pequeño cuadro. Su corazón martilleó al observar que era una foto tomada el día de su boda.

Sus ojos se detuvieron sobre el desaliñado hombre. Chan lucía descuidado, depresivo, con círculos bajos los ojos, su piel grisácea, y realmente cansado.

Jeongin dio un valiente paso hacia la extraña figura. Chan recién dándose cuenta de su presencia. De inmediato, su cuerpo se tensó, colocándose en una posición defensiva. Él le dirigió una estoica mirada cuando habló.

—¿Qué quieres?

—Hablar— decidió ser directo. A estas alturas, de nada servía girar en círculos.

Chan sonrió sardónicamente, fue hasta un sillón de cuero y cayó sobre el sin su característica elegancia.

—Qué curioso, yo no quiero hablar contigo.

Jeongin volvió a acercarse, aventurándose, tomó asiento cerca de Chan. Notó su incomodidad, pero de algún modo, a él le agradaba estar cerca del hombre. Sus dedos hormigueaban por tocar a Chan. Notó una sombra de barba en su rostro, tomando en cuenta que antes, Chan detesta la barba y era casi obsesivo con eso.

—No te ves muy bien...

—¿A ti qué jodidos te importa?

Bueno, maldición...

—Me importa, Chan.

Chan sirvió un poco de whisky en un pequeño vaso, bebió y volvió a sonreír.

—No me hables como si me conocieras.

—No seas idiota, sabes muy bien que te conozco. Podrán ser sólo semanas, pero fueron suficientes para saber que estás comportándote estúpidamente —gruñó.

—No estoy haciendo nada malo.

—Encerrarte y beber es malo. Tu madre me llamó porque no tiene idea de cómo sacarte de este agujero.

—Sugiere a mi madre que se meta en sus propios asuntos y me deje en paz —él gritó, levantándose.

—Ella sólo quiere lo mejor para ti —insistió, parándose y yendo tras Chan—. ¿Por qué te comportas de esta manera?

—Lo mejor para mí es que todos me dejen en paz. Sobre todo, mi madre y aún más tú.

Jeongin suspiró agudamente y trató de no enojarse con Chan.

—Tampoco quiero estar aquí, no pienses lo contrario.

Chan rio con tristeza, haciendo que su corazón se exprima. Él enterró una de sus manos en su desarreglado cabello y elevó la otra al cielo.

—Claro, tú jamás vendrías aquí por mí. Después de todo ese... teatro que tú y tu hermano hicieron debía saberlo de ante mano.

—¿Saber qué? —dijo entre dientes.

—Que ninguno tiene sentimientos. Ambos son unos hijos de puta. Sólo están llenos de mierda, no son más que una porquería.

Jeongin cerró los ojos, los insultos haciendo mella en él. Calientes lágrimas resbalaron por su rostro. Su corazón no dejaba de golpetear, sus nervios florecían con cada palabra que la dura boca de Chan soltaba.

«Me merezco esto», repetía como un mantra dentro de su cabeza. Acepto cada golpe verbal, cada agria palabra. Las lágrimas seguían cayendo y no se detenían. Tal vez, eran las lágrimas que siempre retuvo, las que siempre guardó y escondió.

Debía lucir terriblemente débil ante Chan, pero no le importa, ya nada importaba para él ahora. Solo el hombre delante suyo.

Dio un sobresalto cuando sintió una mano apretar su brazo. Abriendo los ojos, enfrentó a Chan. Él estaba observándolo con una dura mirada, un rastro de angustia liderando poco a poco sus ojos oscuros.

—¿Sabes qué es lo peor de todo esto? —él preguntó suavemente. Jeongin sacudió la cabeza, parpadeando rápidamente para detener las lágrimas sin tener éxito. Chan levantó su mano y rodeó su mejilla, el pulgar acariciando la piel bajo su ojo manchándose con las agrias lágrimas—. Lo peor es que sigo aquí, llorando por ti. Desperdiciando mi vida por ti sabiendo que no mereces la pena. No hay un maldito día en que no me pregunte por qué sigo queriéndote, por qué estos sentimientos no se van y pueda odiarte libremente. Es injusto, Jeongin.

Era la primera vez que Chan pronunció su nombre desde que llegó. Jeongin jadeó, no sabía cómo responder a las preguntas de Chan y aunque sonara egoísta, era feliz de saber que Chan no lo odiaba.

—Sí, es injusto —asintió torpemente

Jeongin se arrepintió de deslizar su mirada hasta la boca de Chan. Él fue consciente de su mirada, se relamió los labios como si lo incitara a hacer el primer movimiento.

Confundido, vuelve a mirar a Chan y puede ver que él tiene un brillo especial en sus ojos.
Jeongin traga saliva, su corazón trepa su garganta en el momento en el que Chan desliza sus dedos por el brazo y enmarca su rostro.

—Chan... —susurra, nervioso.

Chan no responde, él sólo baja su boca hasta la suya en un arrasador beso. Este beso no era como los otros. Era un beso castigador, resentido y brusco.

Jeongin tomó las manos de Chan y empujó su cuerpo contra el de Chan, respondiendo torpemente al torrencial beso. Su boca degustó el fuerte sabor a whisky en la boca de Chan. Se sentía como un principiante frente a él. Su lengua fue mordisqueada y absorbida volviendo su cerebro papilla.

De pronto, fue empujado hasta el escritorio del estudio, Chan lo dobló contra la madera. Su mano ejerciendo presión en su cabeza, la otra mano desprendiendo sus jeans y bajándolos hasta la mitad de sus muslos.

Jeongin sabe que esto es una maldita locura. No entiende por qué Chan está haciendo esto tan repentinamente. Una parte en él quiere detenerlo, pero la otra parte es más fuerte.

Su boca se abre, pero ningún sonido es emitido cuando dos dedos se deslizan dentro de su canal, estirándolo rudamente. Y de alguna, retorcida forma, le gusta este tipo de tratos.

Jeongin gime casi tímidamente. Echó una rápida mirada a Chan sobre su hombro. Compartieron una larga mirada.

Jeongin buscó y buscó alguna señal que encendiera sus alarmas, pero no hubo ninguna. Respirando hondo, sintió a Chan sacar los dedos de su interior. Él separó sus nalgas y se deslizó rápidamente provocando que un siseo saliera de sus labios.

Chan no esperó a que su cuerpo se adaptara a la intrusión. Él empujó su polla avivadamente, gruñendo. Sus grandes manos apretaron las caderas de Jeongin dejando claro que más tarde quedarían moretones por la presión ejercida.

Jeongin gritó, gimió y se estremeció tomando cada golpe. Sus dientes apretados fuertemente, sintiendo a su duro pene balanceándose con cada empuje. Deslizando su mano abajo, por su cuerpo, llegó hasta su polla y trató de tirar de ella y conseguir su anhelado orgasmo, pero la mano de Chan lo evitó. Gimió en descontento.

—No te toques —Chan gruñó contra su oído. Su cuerpo se estremeció contra la orden.

Los golpes se volvieron frenticos y Jeongin necesitaba correrse tan mal. El cuerpo de Chan se tensó y sabía que él estaba cerca de correrse cuando Jeongin salió precipitadamente fuera de su pasaje. Jeongin estaba preguntándose qué sucedió cuando Chan se corrió sobre sus nalgas con un profundo jadeo.

Frunciendo el ceño, se giró para enfrentar al hombre. Él ya estaba subiendo los pantalones, rápidamente tomó la botella de whisky y bebió directo de ella.

Jeongin boqueó varias veces hasta que preguntó:

—¿Qué está mal contigo?

Chan sonrió sarcásticamente.

—Lo que pasó es que me divertí contigo por un momento. Ahora eres libre de irte.

—¿Qué? —Jeongin estaba estúpidamente sorprendido. Ese hombre allí, no era el Chan que conocía ni de cerca.

—Tú me usaste, ahora yo te usé. Estamos algo así como a mano —rio sin humor—. Usa el baño si quieres encargarte de ti mismo y luego vete de mi casa.

Las lágrimas volvieron con más fuerza esta vez.

—Pero, Chan...

—Si no te vas, llamaré a la policía —advirtió sin borrar esa petulante sonrisa de su rostro.

Jeongin abotonó sus jeans con la poca dignidad que le quedaba. Echó una última mirada a Chan y se largó. En el camino a la salida, Boyoung y la madre de Chan se toparon con él. No se detuvo, oyó los gritos de Boyoung llamándolo.

Eso lo impulsó a caminar más rápido, subió a su auto y aceleró con los ojos nublados por las lágrimas.

Maldecía a Jeongyu, a Chan y a sí mismo.

(...)

Saliendo de la ducha, Chan se detuvo delante del espejo. Tomó la crema de afeitar y comenzó a hacerlo, cuando acabó observó su depresivo rostro.

Suspirando, se dirigió a su cuarto y fue hasta el armario. Mientras vestía recordó la visita de Jeongin. Puede que esté más o menos arrepentido de haber hecho lo que hizo, pero tenía una necesidad enferma de hacer sentir a Jeongin lo que él hizo con sus mentiras.

Y por más que tratara de negarlo, sentía algo por él. Temía clasificar el sentimiento, pero si lo hiciera ese sería cariño o amor.

Se supone que él estaba enamorado de Jeongyu y no de Jeongin, pero sin saberlo, en algún momento, de alguna forma cayó por Jeongin.

Él era tan diferente a Gyu. Pueden tener el mismo rostro, pero eran diferentes hombres.

Gyu era tranquilo, pacífico.

Jeongin era todo problemas y locura. Y eso, ridículamente, le gustaba. Jeongin era magnético, encantador y aventurero. Todo lo opuesto a Chan.

Vagamente recordó su sonrisa, sus gestos y su carácter endemoniadamente terco.

¿Cómo logró enamorarse tan fácilmente?

Jeongin no fue más que un problema en su vida.

«¿Por qué me haces tan mal, Jeongin?».

Chan sabe que este amor le hace mal. Y aun sabiéndolo, siendo perfectamente consciente... extrañamente no lo cambiaría por nada.

—¿Chan? —su madre preguntó al otro lado de la puerta. Sonaba extraña.

—Pasa —gritó.

Colocándose el polo azul, vio a su madre entrar. Ella jugueteó con sus dedos, nerviosa.

Chan frunció el ceño.

—¿Qué pasa?

—Es Jeongin —dijo ella, antes de que dijera algo ella levantó las manos empujando varias veces en el aire—. Sé que no quieres saber nada de él, pero esto es importante y presiento que deberías saberlo. Él tuvo un accidente anoche, cuando salió de aquí. Está muy mal.

El corazón de Chan se detuvo. Su respiración se volvió pesada mientras procesaba lentamente lo que oía sin volverse histérico en el camino.

Su madre se acercó y lo abrazó protectoramente cuando volvió a decir:

—Hyunsik está esperando abajo por ti si quieres ir a verlo. Es tu decisión.

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