Capítulo 19
En cuanto llegue a mi oficina y mi secretaria me vio, se levantó de su lugar y me miró con asombro.
Esboce una gran sonrisa.
─ Doctora Marié, buenos días ─saludó amablemente ─. Se ve usted radiante.
─ Muchas gracias, ¿puedes pasar a mi oficina? Tengo unos asuntos que comentarte.
─ Claro que sí ─aceptó, tomando su pequeña agenda y un bolígrafo.
Al entrar, le indique amablemente que cerrará la puerta. Ella ya tenía suficiente tiempo trabajando como mi asistente así que la consideraba de máxima confianza para mí, esperaba me ayudara y no me delatara.
─ Hoy vendrá alguien a buscarme en la hora de comida ─comencé, indicándole que tomará asiento y lo mismo hice yo, llevando mis manos sobre el escritorio y jugueteando con ellas, estaba muy nerviosa. Esperaba su apoyo.
Asintió, tomando apuntes en su pequeña agenda. Le indique que parara ya que no me vendría para nada bien tener pruebas, menos en papel.
Lo hizo, con rostro de total confusión. Paro de escribir y la colocó sobre el escritorio, después me miró esperando a que continuará.
─ Solo te pediré que jamás comentes mi vida personal con nadie, mucho menos con esa persona que te estoy indicando.
─ No es que tampoco conozca mucha información de su vida personal doctora ─informó ─. Llevo trabajando el suficiente tiempo con usted y se lo reservada que es, así que no se preocupe puede confiar en mí.
Cuando finalizó, sus palabras me llenaron de total tranquilidad. Lo pude notar también en su mirada, era cierto, si me ponía a pensar mis padres jamás han puesto un pie en este hospital, no soy mucho de estar platicando con mis colegas más que cosas del trabajo y siempre el único que estaba a mi lado era Luke.
Asentí y extendí una enorme sonrisa en mi rostro, dándome cuenta que tal vez todo este asunto sea más fácil de lo que me esperaba. Aunque estaba notando algo de confusión en ella, ya que me miraba y sabía a la perfección que algo la confundía.
─ ¿Tienes algo que decirme? ─inquirí con voz suave, dándole la confianza para que me preguntara o dijera que era lo que la confundía.
─ Siento hacerle esta pregunta, pero es que jamás me había dado cuenta del color de sus ojos...
Oh...
─ A eso... Si... Si ─dije nerviosa, lo había olvidado ─. Son mis ojos, solo que a veces uso lentes de contacto de otro color y a veces transparente.
Me ponía tan nerviosa que a veces sentía que necesitaba dar explicación de todo, aunque me viera como una completa estúpida. Necesitaba soltarle todo un sermón para que en verdad creyera en mí. Ella solo asintió regalándome una sonrisa que me transmitió un gran alivio.
─ No se preocupe doctora, puede confiar en mí.
Dicho eso, se levanto tomando sus utensilios de trabajo y saliendo para dirigirse a su lugar de trabajo.
Decir que me sentía preocupada, extasiada y llorona era quedarse corto, los sentimientos estaban a flor de piel, a veces me embriagaba el arrepentimiento y me recriminaba mis acciones una y otra vez. Y la pregunta de si valía la pena o no, rondaba mi cabeza y me martirizaba en cada momento.
El timbre del teléfono situado a un costado de mi escritorio me distrajo de mis pensamientos deprimentes. Respire profundamente antes tomar el aparato y acercarlo a mi oído...
─ ¿Si ?
─ Doctora Marié, su cita ha llegado.
─ Oh si, Olivia hazla pasar.
Me levante de mi silla dirigiéndome hacia un pequeño closet que tenia en una esquina del consultorio, tome mi bata y justamente en ese momento Olivia entro junto con la pequeña Elena y tras de ellas su madre. Mi asistente les indicó amablemente que tomaran asiento en las dos sillas frente al escritorio. Mientras me vestía la bata pude notar que la señora sermoneaba a su hija y por sus puras expresiones pude notar que venia molesta.
Me dirigí a mi lugar, tomando asiento de nuevo y quedando frente a ellas. Pude sentir la tensión de aquel encuentro, mas que nada de madre a hija. La chica ya una joven, tenia su mirada gacha como la primera vez que vino, se limpiaba con la manga de su holgada blusa la nariz y sorbia como si minutos antes de llegar aquí hubiera estando llorando. Eso me inquieto como nunca, jamás había sentido el sentimiento de protección hacia un paciente, tal vez porque la mayoría eran unos adultos, pero con ella, con Elena sentía que debía protegerla aunque fuera de su madre. La ultima, la miraba ordenándole con la pura mirada que parara, la deteste.
─ Hola Elena, ¿Cómo has estado?
No respondió ni siquiera logre que levantara su mirada.
─ Elena, la doctora te esta haciendo una pregunta, contesta ─ ordenó la madre a la chica con voz dura y molesta haciendo que la pobre Elena pegara un brinquito por el tono arisco con el que su madre le hablo. Fue como si la sacara de su nube, ya que después me miro muy preocupada y susurrando una disculpa.
La señora rodo los ojos en señal de molestia, pero ahora la que se estaba irritando era yo.
Levante el auricular del teléfono donde minutos antes Olivia se había comunicado y espere a que contestara.
─ Olivia, ¿Si podrías venir por la señora y regalarle una taza de café por favor? Si, también e indicas donde puede esperar a su hija, gracias.
La madre me miro confundida y justo cuando iba a empezar a protestar, Olivia entro y le indicó que la siguiera. No le quedo de otra que seguirla, parloteando palabras que no entendí y que no les tome importancia. Al quedarnos solas Elena soltó un suspiro de alivio.
─ ¿Crees que podremos hablar ahora que tu madre no esta aquí?
─ S-i doctora ─ respondió tan bajo que muy apenas pude distinguir su afirmación.
─ Ven ─ al decirle aquello me levante nuevamente de mi silla, rodee mi escritorio y la mire animándola a acompañarme. Titubeando se levanto de la silla y con mi mano le indique que se sentara en el sofá que era mas cómodo para hablar. No quise tomar mis utensilios para una sesión ya que primero quería que tuviera la suficiente confianza, se abriera conmigo y soltara todo lo que le preocupaba.
Al tomar asiento se echo a llorar. Le di unos minutos, sabia la sensación de desahogo que experimentaba, querer llorar hasta secarte, llorar hasta no tener mas lagrimas que derramar , no por querer sufrir sino para gastar todas esas lagrimas sanadoras. Me sente a su lado, pasando un brazo por sus hombros y la acerque a mí.
─ Llora, llora Elena, desahógate que tanta falta te hace.
─ Ma-má dice que no debo llo-rar que soy de-bil ─ contó con la voz cortada.
─ No linda, no te hace debil, te sana.
Levantó su mirada hacia mí y me miro con aquellos ojos llorosos, rojos, cansados de derramar dagas hirientes pero a la vez que sanan un corazón roto. Me transporte a los años donde me miraba en el espejo y veía mejillas mojadas.
─ Cuéntame Elena ¿Cuál es la razón de tus lagrimas? ─ indague esperando obtener una respuesta.
Al principio la negativa al contar sus razones era notaria, su cuerpo expresaba con movimientos , tensión, su resistencia al no querer contar los motivos. Aunque ya me lo imaginaba quería que por fin dialogara conmigo. Quería en verdad ayudarla de corazón.
─ Los chicos y chi-cas de la escuela me mo-lestan mu-mucho. Por error deje olvida-do mi diario en el salón de clase y leyeron mi mayor secreto ─ confesó finalmente ─ . Ahora, aho-ra todos saben que estoy enamorada...
Y de nuevo se echó a llorar.
─ Oh Elena, ¿Es el niño popular? ¿Te molestan mucho con él?
Al terminar mis preguntas paró su llanto, se limpio con la manga de su blusa larga, que ya se veía suficientemente mojada por las lagrimas de aquella chica atormentada por el amor. Suspiró, y comprendí que se preparaba , tal vez escogiendo las palabras indicadas para contarme su secreto y el nombre del niño al cual amaba y por el cual lloraba.
─ No, doctora. No es el chico popular ─ dudó nerviosa, la anime a proseguir apretando su hombro un poco, transmitiéndole fuerza ─ Su nombre es Sam, Samantha y era mi mejor amiga.
'Oh'
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