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• CAPÍTULO 9

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THE BLACK SISTERS
CRUCIO
IX. ¡Todo sea por el señor tenebroso!
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El señor tenebroso era ambicioso y un ser que poseía una mente que era difícil de entender. Un carácter indescifrable y manías propias de un paciente de San Mungo.

No todos conocían su historia, no todos se atrevían a cuestionar el hecho de que fuera en realidad un mestizo, la mayoría prefería hacer vista gorda y hacerle creer que era un sangre pura igual que todos los que solían reunirse para cumplir con sus caprichos e ideas irreverentes.

Un viernes nublado llamó a Bellatrix ante él; debía encargarle una misión. La acción que demostraría si podía confiar en ella o si se trataba de una más en la tropa de magos que sólo estaban junto a él por miedo y no por una real lealtad.

—Te convertiste en auror de profesión, Bellatrix—se refirió a ella con algo de desprecio, la bruja no lo dejó pasar y se inquietó por aquello, no era usual que él la tratase del mismo modo que lo hacía con el resto de los personajes en el clan.

—Sólo por guardar las apariencias, mi señor.

Sus ojos eran bajos, no le miraba a la cara pues no quería enfadarlo, no quería hacer que perdiera el control. No había nada más en el mundo que ella quisiera conseguir que no fuera mantener satisfecho a Lord Voldemort.

—¿Crees que allí aprendiste algo que yo no te haya enseñado?

—No—se apresuró a contestar —, nada de lo que me enseñaron en ese lugar supera el conocimiento y magia que me ha inculcado usted, mi señor.

Si la bruja no se hubiese dejado seducir por la magia tenebrosa, probablemente hubiese brillado como una cazadora prometedora; a la que enviarían a las misiones más complejas debido al desarrollo de sus habilidades y al brío de magia que emanaba de su interior. Quizás las portadas de los periódicos hubieran puesto su rostro por convertirse en una afamada y reconocida auror que servía al mundo mágico en contra el peligro.

Sólo que ahora ella era parte del peligro y adoraba el caos que seguía tras de sí.

Podría haber brillado pero prefería ser una con las sombras que se alzaban en la oscuridad cuando nadie se imaginaba que existían.

—¿Entonces crees poder demostrar lo que te he enseñado?

—Pues estoy segura de poder hacerlo—contestó viéndole fijo.

El señor oscuro se paseó a su alrededor, detectando cuan nerviosa se sentía al instante en que sus ojos entraban en contacto, en el momento en que él se perdía de su campo de visión y percibía que estaba observándola sin que pudiera verle.

—Debemos hacernos notar, necesitamos de algo grande— siseó—, estoy aburrido de matar y hacer desaparecer a muggle. Quiero poder, quiero admiración, quiero miedo y deseo pánico entre los magos y los impuros.

Su sed de grandeza se desbordaba y con ello, la sed que tenía Bellatrix por complacerle.

—Eso no sucederá con hechos aislados, mi señor.

—Exacto— contestó—, sin embargo sé que eres capaz de hacer cosas grandes. Eres quien conseguirá que los magos se postren ante mí pues no les quedará alternativa si quieren mantener su nivel de vida y la paz con la que acostumbran a coexistir.

—¿Qué puedo hacer por usted?

Se posó frente a ella y cogió con delicadeza la barbilla de la bruja. La respiración de esta se enlenteció con la finalidad de parecer serena, cauta e imperturbable, no obstante no esperó ese tipo de contacto por parte de él. Solía ser tan distante, frío y arrogante; no necesitaba del contacto humano, de rozar la piel de alguien, por ende, que haya sido él quien propiciara esa cercanía la desconectó de la realidad. 

Y claramente él lo percibió, Bellatrix sabía que era un error por lo cual reprimió sus más profundos deseos de observar hacia los labios de aquel hombre tan atractivo a su pensar. 

—Necesito, no. Más bien deseo que hagas esto con todas tus convicciones, recuerda que estarás demostrando tu lealtad y la devoción que dices tener hacia mis enseñanzas y manera de ver la vida— susurró a escasos centímetros de su rostro—; tendrás que ir al edificio colindante al ministerio de magia, al mausoleo de legislación. 

—¿Qué debo hacer allí?

—Quiero que lo hagas estallar, quiero que lo reduzcas a nada. Ellos en un inicio se atrevieron a negarme el apoyo, prefieren que los muggles tengan derechos antes de que nosotros podamos gobernarles— declaró como si esa explicación pudiera dar peso al hecho de que quisiera volar un edificio con varias decenas de personas dentro.

Allí era donde trabajaba Cygnus Black. Lo que Voldemort estaba solicitando era que volase ese edificio sin importarle que su propio padre estuviera allí dentro, lo que implicaba que Bellatrix demostrara su total y absoluta redención para con él. Ella era inteligente y sabía lo que aquello significaba, él le estaba dando la oportunidad de subsanar la vergüenza de que aún no pudiese dar con el paradero de su traidora hermana.

Pero Lord Voldemort era astuto, de cierta forma la petición tenía todos las implicancias de un castigo terrible para cualquier persona que quisiese aunque fuera un poco a su familia. No obstante Cygnus era la última persona en la valoración que Bella mantenía en mente, pues sólo había en sus pensamientos una incesante necesidad de complacer y servir al mago que yacía con sus dedos en su mentón. 

Sucediera lo que sucediera. 

—Le aseguro que no le decepcionaré, mi señor—contestó al fin. 

Dicho esto el mago deshizo el contacto que habían mantenido. La bruja le siguió con la mirada como si esperase algo más, sólo que no se atrevía a pedir nada de lo que sus pensamientos gritaban. Tragó saliva para contenerse y desvío la mirada lejos de los penetrantes y escrutadores ojos de Voldemort. 

—Pues espero que sea así, no me gustaría sentirme decepcionado de quien ha sembrado en mí una especie de gracia debido a sus habilidades. Además—mencionó—, estoy completamente seguro de que lograrás conseguir algo más que sólo otorgarme satisfacción.

—¿Sí?

—No te impacientes, todo a su tiempo—masculló dándole la espalda, observando por el gran ventanal—, retírate y haz lo que te he encargado, no me falles.

—No lo haré, amo Voldemort.

Se volvió nuevamente hacia ella como si conociera la manera exacta de mantenerla en sus manos y bajo sus acciones.

—Compláceme Bellatrix, no sabes cuánto añoro que lo hagas.

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire como una epifanía, pues en los días siguientes la aludida no podía sacar de su mente el recuerdo de esa voz tan masculina y de aquellos dedos rozando su piel.

Los días de la bruja se reducían a aparentar y robar información en el departamento de seguridad de aurores de vez en cuando, acudir a los aburridos pasatiempos familiares que implicaban el acompañar a Cissy en los preparativos de su boda, salir con Rodolphus cada cierto tiempo a realizar sus propios preparativos –algo que detestaba más que cualquier otra cosa–. Sin embargo su mente en todo momento se hallaba pensando en cómo ser la mejor aliada de quien en su tiempo fue Thomas Riddle.

—Estoy aprendiendo oclumancia— murmuró dentro de la tienda de banquetería, mientras esperaba que Narcissa anotara con su vuela pluma todo lo que necesitaba para la cena que tendría con los padres de Lucius, previo al matrimonio, algo que ya estaba totalmente listo y no quedaba ni un sólo detalle al azar.

La rubia se sobresaltó un poco debido a la poca cautela con la que su hermana decidía hablar sobre artes oscuras en un sitio con nada de privacidad. Bella sonrió cínicamente al percibir esa apreciación de Narcissa.

—¿Qué? Tienes que acostumbrarte, tu esposo también tiene que tratar con esas cosas.

—Lucius tiene claro que en casa no podrá practicar ese tipo de magia. Será donde formaremos nuestra familia— siseó con molestia.

—¿Crees que él es mejor que yo? Puedo sentir que me juzgas, hermana.

—Sólo digo que no todos desean implicarse tanto como tú en el tema. Debieses ser más racional y preocuparte de tu matrimonio que ya es en ¿qué dos semanas?

La bruja bufó de tan sólo recordarlo y desvío la mirada de los escrutadores ojos de su hermana al salir de la banquetería. Narcissa no dejaría pasar eso, pues era capaz de percibir lo que realmente sentían las personas sin necesidad de ocupar magia.

—Bellatrix— puntualizó.

—¿Qué? —escupió de forma seca y desganada.

—Sé que no eres como yo, sé que el tema del matrimonio no es tu preferido y lo entiendo— susurró haciendo que se pusiera de pie y no continuara caminando a prisa como lo hacía —, no obstante creo que tu problema es otro.

—¿Ah sí, ricitos de oro?¿Cuál sería mi problema?

—Por mucho que quieras ocultarlo, él es un mestizo, Bellatrix.  .  .

—No hables de mi como si me conocieras más de lo que yo a mí misma. Si me caso es porque era el único modo en que mis padres dejarían de fastidiar.

—Eso se lo puedes decir a ellos o a cualquiera que no te conozca, pero soy tu hermana.

—No te pongas sentimental, querida.

—No, tú no te desvíes de nuestras creencias por dedicar tu vida a alguien que cree que con labia puede convencerte de algo que no es— rebatió—. Eres y serás siempre una Black, una sangre pura y me parece cómico que te desvivas por cumplirle los caprichos a alguien que jamás será como nosotros.

Bella sintió su cara arder, jamás pensó que Cissy fuera quien le haría frente en la locura que implicaba haber comenzado a sentir cosas por quien estaba siendo su mentor. Lo que más le molestaba era que su hermana tenía razón, estaba totalmente en lo cierto y no podía hacer nada para cambiar las cosas.

—¿Esto que dices es por Lestrange? ¿Aún no superas la aventurilla que tuviste con él a mis espaldas?— le echó en cara con la finalidad de hacerla sentir culpable de aquello, no obstante Narcissa no picó el anzuelo por más que doliera lo que Bella mencionara.

—No, no estoy pensando ni un poco en Rodolphus en este momento, pienso en tí y en tu reputación—señaló —. No puedo ni pensar en cómo la gente hablaría de tí si supieran la verdad de los orígenes del supuesto mago que vino a liberarnos.

—Calla. . .

—Y no puedo imaginar lo que implicaría para tí si estuvieras relacionada con él. Ya perdí una hermana por su mal juicio, espero no perderte a tí por querer involucrarte con un mestizo que bien podría haber sido tu profesor—señaló aludiendo a la diferencia de edad que ambos mantenían.

La rabia se apoderó de Bellatrix y era el impulso que necesitaba para llevar a cabo la misión que añoraba cumplir.

—Cállate y nunca más vuelvas a cuestionar mis decisiones— le espetó y se soltó del agarre de manos que Narcissa había propiciado.

—¡Bella, a dónde vas!¡Regresa! —gritó al ver que su hermana se alejaba a paso decidido.

—Voy a demostrarte de qué es lo que estoy hecha—dijo sin mirar atrás.

Cissy sería testigo de lo que era capaz de hacer su hermana por el mestizo.

Bella tenía valor, poseía inteligencia, astucia y un espíritu indomable que provocaba que la mayoría quisiera apartarse de su camino al notar el brillo que adoptaba su mirada cuando una idea maliciosa surcaba por su cabeza.

Bellatrix era como el relámpago hábil que dominaba las tormentas, de ese que no se podía tener claridad del daño que provocaba una vez que caía en la tierra.

Nunca quiso usar la máscara de los mortífagos, sentía que era ocultar la propia esencia. Era como traicionar la decisión que habían hecho al tatuarse la marca en el antebrazo, sin embargo debía mantener su identidad oculta si no quería ir a Azkaban y con ello dejar de servir a su señor.

A plena luz del día miles de magos pudieron ver como un edificio tallado en granito explotaba sin haber razones aparentes.

Todo sea por el señor tenebroso.

Ese era el pensamiento que no salía de las dementes ideas de la bruja que en ese instante reía de manera imparable. Ahora se regocijaba en el placer que le causaba haber podido cumplir con los deseos de Voldemort.

—¡Morsmordre! —conjuró hacia el cielo y una calavera verdosa y refulgente oscureció el cielo de Londres sin motivos aparentes.

El pánico se hizo presente entre los magos aquel día.

Los periódicos comenzaron a hablar sobre los mortífagos y su líder.

Aquella había sido la chispa que necesitaba el señor tenebroso para comenzar con el reinado del terror que deseaba imponer.

Cuando ella se presentó ante él, con una expresión de suficiencia, los ojos vivaces por sus acciones y una sonrisa arrogante no pudo sentirse mejor por cómo la observaba Voldemort.

Y en efecto iba a obtener más de lo que ella creía.

Bella pensó que él iba a ofrecerle ser su brazo derecho y eso era lo que deseaba desde un comienzo, serlo y oírlo de la boca de él.

Recibió algo inesperado.

—Mi madre, una descendiente del mismísimo Salazar Slytherin fue repudiada y despreciada por un muggle sin importancia cuando se enteró que ella me llevaba en su interior— relató el señor tenebroso.

Ella se limitó a escuchar en silencio, con el corazón a mil; estaba segura de que él no había hablado de aquello con nadie.

—Sin embargo Merope, fue una estúpida creyendo que era más importante el amor que podría recibir de ese asqueroso muggle que la propia magia que venía de ella. Tenía el poder en su sangre y lo desperdició creyendo que un hombre sin magia podía darle más.

Bella se atrevió a mirarle a los ojos.

—Soy descendiente de Salazar Slytherin, nadie puede ser más poderoso que yo, si cambié mi nombre es porque no toleraba que la familia de mi padre hubiera insultado mis antepasados.

—¿Puedo saber cuál es su nombre real, mi señor?

Voldemort lo pensó por un momento.

—Thomas Marvolo Riddle, hijo de Tom Riddle y Merope Gaunt, descendiente directa del mismo príncipe de las serpientes ¿Ahora entiendes porqué debo reivindicar el poder que nos pertecene? ¿Entiendes porqué debo eliminarlos?

—Usted puede tomar lo que quiera, amo Voldemort.

—Pues en este momento quiero tomar algo más.

Se acercó a ella sin suavidad, la cogió por la cintura y sin previo aviso sus labios tomaron los de ella, de manera frenética, de forma hambrienta y voraz. Como si estuviera devorando a una presa fácil que se entregaba a él sin oponer resistencia.

Bellatrix no esperaba aquello, sin embargo lo recibió como el regalo que jamás había esperado tener. El beso del mago era experimentado, era pasional y le hacía experimentar con sentidos que no sabía que tenía.

Los labios de él sabían a muerte y a caos.

Y desde ese momento, Bellatrix pertenecería hasta el fin de sus días a Lord Voldemort.

Sin importar que este fuera realmente un mestizo.

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