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• CAPÍTULO 4

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THE BLACK SISTERS
CRUCIO
IV. Un paseo por el mundo muggle.
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—¡Vas a convertirte en la señora Tonks! —chilló Molly feliz mientras abrazaba a Andrómeda, zarandeandola de la emoción que sentía —, Andrómeda Tonks, suena muy bien ¡incluso mejor que Andrómeda Black!

Andrómeda se había reunido con su amiga Molly para contarle sobre su compromiso con Ted. Pocas semanas después de que le hubiera pedido matrimonio, el mago le había regalado un sencillo pero muy bello anillo de compromiso; la pelirroja se hallaba encantada pues no sabía que le hacía sentir más alegre, si su próxima boda o la de su mejor amiga.

—Estás loca, Molls.

—Si estar loca es estar feliz porque mi mejor amiga se va a casar, entonces sí; estoy loca.

Andrómeda sintió calidez en su corazón, como muchas otras cosas, era la primera vez que experimentaba lo que era la amistad sincera. Molly Prewett sin duda era un sol; uno que resplandecía e irradiaba luminosidad para afrontar los momentos oscuros, lograba conseguir que las personas sonriera, se sintieran cómodas y felices. La pelirroja a su vez también había sufrido por ser parte de los sagrados veintiocho, no había encontrado personas leales; se solían acercar a ella por conveniencia, los hombres la cortejaban para poder emparentarse con su familia. 

Sin duda Molly era una rebelde que había ido en contra las tradiciones, sin embargo a diferencia de Andrómeda; sus hermanos si la habían apoyado, habían prestado oído a sus deseos después de que ella rechazara a todos los casi prometidos que le buscaron. Eso la volvió fuerte y ahora era capaz de aconsejar a su amiga en todo lo que se le venía encima.

—Bien, bruja loca— declaró la joven Black—¿A dónde se supone que vamos? Debo admitir que a veces me asustas, tú y tus ideas.

—Iremos a dar un paseo al mundo muggle, sé que te gusta mucho— contestó sin esconder el tono de burla. Andrómeda había conocido allí a Edwards Tonks. 

—Pues no tengo ningún problema en ir a dar un paseo si es que es sólo eso, tienes cada idea Molly. 

—Anda vamos,nos divertiremos ¿Qué malo podría suceder? 

— Eso deberías decírmelo tú. 

—Sólo serán algunas cosas para mi boda; quiero lucir hermosa y creo que allí puedo encontrar lo que necesito con seguridad.

Ambas chicas se fueron rumbo al Caldero Chorreante, esta era la puerta que dividía Londres mágico del muggle. Desde que Andy se fue de casa no había vuelto a frecuentar las calles principales de la ciudad; no quería reconocerlo pero temía de las represalias que podía enviar su familia, principalmente Bellatrix en su contra. Molly pudo percibir aquello, pero no quería darle importancia; quería que su amiga pudiera disfrutar de su nueva vida. 

¿Por que de qué servía que ya no estuviera bajo la sombra de su familia si no podía ser completamente indiferente de lo que sucediera?  

Al llegar al hostal mágico podía percibir las miradas que la mayoría de los magos le echaban encima. Andrómeda se había convertido en el blanco de todas las habladurías desde que dejó plantado en el altar al que había sido su prometido por escaparse con un muggle. Quizás no todos la juzgaban, pero sin duda todos se habían enterado de lo que le había hecho al renombre de sus familia y sobretodo al apellido sangre pura que cargaba.

Tom observó a ambas brujas entrar; sonrió y les hizo una reverencia, él actuaba de forma normal. No le interesaba lo que se hablara de la muchacha, para él eran dos jóvenes que venían de paso.

—Tom ¿Tienes alcohol puro? Veo que ya que todos nos miran, deberíamos darles que hablar enserio—  comentó Molly lo suficientemente alto como para que todos escucharan y dejaran de observarlas. Cada vez que tuviera que apoyar a su amiga, cada vez que tuviera que empoderarla lo haría.

El tabernero sonrió pues entendió a lo que la pelirroja se refería. 

—¿Qué acaso no tienen una maldita vida en la cuál meterse?

Tom y Molly se sorprendieron al notar que Andrómeda había alzado la voz, después de todo su amiga tenía razón; no tenía porqué soportar lo que la comunidad mágica pensara sobre ella. 

—Sí, no me importa ser una desterrada así que a ustedes tampoco debería interesarles— espetó de manera enojada—, así que si quieren más detalles de lo que pasó el día de mi frustrada boda pueden preguntarme directamente y no susurrar como idiotas, después de todo estoy aquí ¡Adelante, acaso nadie quiere preguntar!

Ella seguía siendo una Black, tenía todo el ímpetu y el orgullo que desde niña le habían enseñado a sacar a relucir, no iba a dejar que la amedrentaran como durante toda su niñez lo habían hecho. No permitiría que las brujas y magos siguieran haciendo su festín a costillas de ella y de su situación familiar.  

Una vez fuera del lugar; Molly estalló en carcajadas debido a la situación, Andrómeda la observó con cara de pocos amigos y con el ceño fruncido. A veces el accionar de su amiga le causaba molestia y esta era la ocasión.

—¿Por qué me miras así?—interrogó la pelirroja sobándose la barriga de tanto reírse—, eso fue increíble, la manera en que los enviaste al diablo ¡eres genial, maldita sea!

Andrómeda bajó un poco la guardia y sonrió ante aquel comentario, ella necesitaba de ese refuerzo positivo ante su comportamiento; sobretodo ahora que estaba tomando fuerza su nueva identidad como libertaria y rebelde.

—¿Tú crees que estuvo bien? La verdad me siento un poco mal por haber insultado a todas esas personas, no soy así. 

—Ellos creían que podían hablar de ti en tu presencia y eso no corresponde, así que creo que se lo merecían, diste un gran espectáculo— acotó su amiga al momento de tomarse del brazo de la bruja, quien sentía una especie de satisfacción desconocida. —¿Ahora, puedo ir a gastar mi dinero en cosas inútiles?

—Por supuesto que sí—. Ambas brujas caminaron por las calles londinenses, riendo y hablando cosas sobre sus prometidos, sobre los detalles que les gustaría incluír en su boda y sobretodo lo más importante, el vestido. 

Estuvieron paradas frente a los escaparates de las casas de diseñadoras de modas durante horas, mirándoles, viendo cuánta pedrería tenían en los escotes, cuántas blondas y brocados poseían y cuál podría resaltar mejor sus atributos. Toda chica, o al menos una bruja con resquicios intrincados de sangre pura; quería tener un vestido blanco, largo, con una cola inmensa que pudiera enmarcar los bellos rasgos de su cara, que cubriera su cabello de tal forma en la que se viera como una reina de las épocas antiguas.

—Creo que todavía queda dentro de mí algo de la elegancia que me inculcaron mis padres— siseó Andrómeda observando fijamente un vestido con un velo kilométrico—, adoraría poder usar uno de esos modelos cuando me case con Ted, quisiera verme hermosa, verme distinguida; poder demostrarle a todo el mundo y a toda mi familia que logré salir adelante sin tener que pedirles nada, que se equivocaban con respecto a lo que pensaban sobre mí. 

—¿Y te gustaría tener un gran y hermoso vestido sólo para demostrarle a los estúpidos de tus padres que eres brillante, independiente y hermosa? No Andy, porque si es así es mejor que no lo hagas, hazlo porque te lo mereces, no por el qué dirán.

—Creo que es porque aún siento rencor en contra de ellos, porque no fui capaz de decirles lo injustos que eran; lo mal que me hicieron—declaró—Creo que me he quedado con un montón de cosas que decirles y que me tienen con ese sentimiento negativo atascado en la garganta.  

—Creo que tendrás tu oportunidad de decirlo, pero si esa oportunidad tarda; no tienes porqué dejar de hacer lo que te haga dichosa sólo porque ellos no son conscientes de tu felicidad, Andrómeda— respondió mientras se quedaban paradas frente a una gran tienda de moda francesa—,debes ser tú consciente de que eres feliz y después no te va a importar lo que siga el resto, porque conocerás tu valor y no te importará quien no quiera estar a tu lado, sólo te importarán quienes están. 

—¿Te había dicho que eres una amiga increíble no es así? 

—No con exactitud, sin embargo sé que lo piensas— contestó—, soy lo mejor que tienes nena.

Ellas se complementaban totalmente, lo que una no tenía lo poseía la otra, una era dulce, la otra vivaz, una era más perceptiva, la otra valerosa. Molly y Andrómeda se habían unido como aquellas cosas que están destinadas a juntarse para entregar luz, amor y compañía en la vida de quienes las poseen. Jamás se conocía a alguien en vano, nadie pasa por la vida de las personas sin ningún tipo de propósito; por ende la amistad de las dos brujas era una especie de amalgama que cuidaba con fuerza el corazón de ambas y que ninguna querría abandonar. 

—En eso tienes razón, eres única ¿pero dime, qué más quieres mirar? Estoy segura de que hemos recorrido la totalidad de todas las calles de Londres donde mirar vestidos de novias. 

—Lo que sucede, es que falta algo demasiado importante como para dejarlo pasar por alto— la pelirroja indicó con su dedo índice y Andrómeda observó con sorpresa y atención. Estaban frente a una tienda de lencería finísima,los maniquíes exhibían conjuntos muy bellos, elegantes y bastante provocadores. 

—Creo que jamás en mi vida he comprado mi propia lencería— susurró Andrómeda, cautivada por un corsé en tono rosa pálido—, no se me permitía. 

—Pues ahora tienes dinero y libertad para gozar de estas compras. 

—Siento que todos.  .  .

—Oh, calla Andy— siseó Molly en tono amenazador— ¿alguna vez tú y Ted?

—No, jamás ¿y tú con Arthur?

—Tampoco— dijo la aludida—, por lo que quiero que la lencería que vaya a usar en mi noche de bodas sea la más hermosa, quiero que destaque todos mis atributos, que me haga sentir segura ante algo que no tengo idea de cómo es.

Andrómeda cogió de la mano a su mejor amiga y entraron en la tienda, decididas a encontrar los mejores conjuntos para esa ocasión. 

—Creo que no debiésemos sólo mirar para ese día— declaró Andrómeda—. Si te pones a pensar, la lencería es algo que nadie más aparte de ti misma ve, es algo nuestro, es un ritual netamente de cada mujer; creo que debemos comprar lencería pensando en nosotras y no en ellos. No digo que sea malo, pero esto debe complacernos a nosotras, a nadie más que a nosotras. 

—Tus palabras deberían quedar enmarcadas para la historia del feminismo, Andrómeda Black.

Ese día había servido para que ambas chicas pudieran crecer y fortalecer su amistad. También para poder conocerse a sí mismas con respecto a temas que no solían hablar. En aquellos días el compañerismo entre mujeres no era común, desde niñas a toda la sociedad femenina mágica le enseñaban a competir a unas contra otras y eso significaba, envidias, enemistades y poca sororidad. 

Molly y Andrómeda eran el reflejo de dos chicas que podían ayudarse mutuamente en todo sentido. 

No obstante no era todo lo que sucedería ese día. 

Molly abrió los ojos de la impresión y Andrómeda se quedó un poco pasmada, salvo que la conversación con su amiga le había dado poder y estaba segura de las cosas que le diría a la mujer que había estado esperando por ella en el Caldero Chorreante. 

Druella Black estaba allí; altiva, elegante, imponente. Había estado esperando a su hija pues el rumor de su paso por el bar no había pasado desapercibido. 

Andrómeda no agachó la cabeza y siguió caminando junto a Molly, quien disimuladamente metió la mano en su bolsillo por si tenía que buscar su varita. 

—Andrómeda—habló la mujer con tono fuerte e imponente—, no quiero que esto se extienda demasiado— señaló—. Sólo quiero decirte que si decidiste arruinar tu vida con tu comportamiento, juntándote con traidores e impuros, dejes de dar que hablar en lugares públicos. Se me fue comunicado que estuviste hace unas horas aquí siendo muy imprudente en compañía de la hija de los Prewett— mencionó con desdén. 

La aludida observó de manera fría a su madre, impresionada de sí misma por no estar hiperventilando. 

—No voy a permitir que continúes manchando el apellido— declaró encolerizada—, no puedo creer cómo pude haber llegado a tener a una hija que me hiciera todo esto. 

Andrómeda tragó saliva y se separó de Molly. 

—Vino a perder su tiempo al intentar hablar conmigo, señora Black— respondió con una soltura y firmeza que sólo había tenido para enfrentar a su familia—. Recuerde que usted ya no tiene tres hijas, sólo tiene dos. Por lo que no puede referirse a mí como lo haría con las propias. 

Druella retrocedió unos pasos. 

—Una madre protege, a pesar de todo. Usted y Cygnus jamás fueron padres. Yo no los considero, así que le pido que no vuelva a buscarme, sólo tenemos un alcance de apellido, pues yo de usted no soy nada. 

Los magos que antes habían mirado a Andrómeda con desprecio ahora lo hacían con interés y desviaban su mirada. 

—Yo no la conozco, así que no se atreva a decirme cómo actuar; se está comportando de forma inapropiada, pues le recuerdo que su marido no le permite opinar. 

La bruja tuvo que reprimir el insulto de abofetearla. 

—No vuelva a buscarme nunca más y olvídeme. Tal como yo lo hago con usted y con toda su estirpe purista. Pero probablemente yo les olvide, sin embargo estoy segura de que los Black pensarán en mí cada día por el resto de sus vidas y qué lamentable será eso para ustedes. 

La bruja siguió su camino. 

—Que pena que haya tenido que perder su tiempo, pero a esta chica que ve aquí usted ya no la puede dominar. 

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