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• CAPÍTULO 29

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THE BLACK SISTERS
CRUCIO
XXIX. El reinado de la oscuridad.
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Y cuando nadie lo pensó, las tinieblas no abandonaron nunca más el mundo mágico. Los aliados de Lord Voldemort habían conseguido tomar el ministerio de magia y con ello comenzaron a controlarlo todo, tuvieron acceso a la información de personas que estaban en contra del señor oscuro.

—«Y ahora vuestras almas morarán en el cielo y quienes quedamos aquí, mantendremos la esperanza de volvernos a encontrar, en esa ocasión en un abrazo eterno»

Andrómeda yacía junto a Ted en silencio, al igual que Molly y Arthur; Dora jugaba junto a Bill y Charlie –los pequeños de los Weasley– a un costado de un sauce llorón. El cementerio siempre sería un lugar lúgubre, por más rodeado de naturaleza que se encontrara.

» Ahora, no queda más que hallar consuelo y llorar hasta que las lágrimas no caigan más desde nuestros ojos. Ya que nosotros somos quienes quedamos en esta Tierra, nuestros seres queridos ahora gozan de la vida eterna en las suaves nubes celestiales.

Una vez que el sacerdote terminó de hablar, los ataúdes que yacían frente a los asistentes comenzaron a bajar lentamente. Ese tipo de escenas comenzaban a verse con mucha más frecuencia, lo que no quería decir que no costaba habituarse a lo cercana que yacía la muerte.

—Creo que nunca había visto una ceremonia fúnebre católica —susurró Molly —, es hermosa la creencia que tienen sobre la vida eterna y la esperanza de resucitar.

Andrómeda asintió.

—Los Mckinnon eran católicos y escoceses, había que honrar sus raíces y su cultura —respondió Andrómeda —, disculpen, iré a ver a Sirius.

La bruja se acercó con cautela entre los asistentes, quienes a su vez comenzaron a darle las condolencias a un matrimonio, al parecer familiares de la madre de la familia Mckinnon. Sirius yacía inmóvil, con los ojos hinchados y el corazón doliendo.

Andrómeda colocó una de sus manos en la espalda y sobó con gesto maternal y de contención. Su primo jamás había sido apegado a la vida, siempre desechó todo lo que implicara atar lazos y echar raíces, no obstante lo afectado que se evidenciaba su estado, era prueba irrefutable de que le habían arrebatado al que sería el amor de su vida.

Habían hablado pocas veces sobre mujeres, pues a Andrómeda jamás le agrado la faceta de mujeriego y libertino con la que Sirius solía mostrarse ante el mundo. Hasta que un día le habló sobre una chica en particular, una mujer que era capaz de hacerlo enfadar tanto como de hacerlo perder la cabeza, allí fue cuando Andrómeda le dijo que la llevara a casa a cenar para darle su bendición. Un día apareció con una mujer de cabello rubio como las espigas de trigo, ojos verdes y pecas por doquier.

Era Marlenne.

Andrómeda rememoró la conversación de ese día mientras veía que los panteoneros paleaban tierra sobre las sepulturas abiertas de la familia.

«—Veo que una chica te dio tu merecido porfin, Black. Y nada más y nada menos que una escocesa.

—Oh, si supieras. Ella es como una versión en femenino de mí.

—Eres un egocéntrico primito, asumo que es fantástica, de lo contrario jamás habría podido domar al intrépido Sirius Orion Black.

Nadie podría conseguir eso jamás.

—¿Ah no? Entonces porqué yace cenando aquí con nosotros, ¿como si fuéramos parejas comprometidas desde hace mucho?

—Creo que es lo mejor que he tenido en la vida, Andy.

—¿La amas, Sirius?

—Estoy enamorado de Marlenne, Andy. Realmente creo que es aquella persona que llaman «la indicada»

—¿Crees que Walburga la odiaría?

—Con todo y su esencia purista.

—Entonces definitivamente es la indicada.»

Andrómeda sintió que se le hacía un nudo en la garganta, no obstante quería mantenerse fuerte, no quería que Sirius la viera derrumbarse ante la realidas; Marlenne se había convertido en un corto tiempo en una amiga, perderla era el reflejo de lo que podía pasarle a cualquiera de ellos. Era a lo que estaban expuestos por ir contra Lord Voldemort.

—Sirius, lo siento tanto...

El aludido cogió la mano de Andrómeda que está tenía sobre su hombro y la apretó. La bruja notó que él realmente no quería hablar o probablemente no podía hacerlo por la tristeza y desazón.

Habían tres chicos más atrás, quienes Andrómeda conocía como Remus, Peter y James junto a Lily. Tuvo que despegarse del lado de su primo, pues Dora había comenzado a hacerle demasiadas preguntas a Remus, quien no sabía cómo responder ante las dudas e inquietudes de la niña.

—Disculpa, suele ser siempre así de impertinente, no te lo tomes personal —se excusó Andy, mientras tomaba de la mano a su hija.

Se la llevó a un costado lejano de la ceremonia y la regañó

—Si te vuelvo a ver haciendo preguntas incómodas a personas que no conoces, te tomaré de la mano y te irás a casa conmigo. Tu padre se quedará en la ceremonia y será muy descortés.

—Lo siento, mami. Pero es que...

—Nada de excusas, Nynphadora.

—¡No me llames así, detesto ese nombre! —respondió mientras su agradable cabello rosa pasaba a ser anaranjado.

Dora era una metamorfomaga de nacimiento y sus emociones definían el color de su cabello.

—¡Pues te aguantas, no quiero una sola palabra más! Agradece que no te coloco un hechizo de inmovización para que te quedes al lado mío durante todo el tiempo —siseó —, y no te alejes.

Ted se acercó y pasó un brazo por detrás de su esposa una vez que las personas no tan conocidas se fueron retirando, la joven Black pensaba poder acercarse a su primo nuevamente, darle un abrazo reconfortante y unas condolencias mucho más sinceras que las clásicas palabras que se suelen decir delante de todos en las ceremonias fúnebres.

—No sé qué haría si en algún momento llegases a faltarme, Ted. Veo a Sirius y lo veo sufrir, lo veo sentirse miserable —susurró mientras veía a las personas retirarse del campo santo —; no sé si sería capaz de seguir adelante sin ti, eres el amor de mi vida y no puedo concebir el sufrir una perdida de esa magnitud.

—Eso no sucederá mi amor —respondió Ted —, no podrás librarte de mí tan fácilmente. Estaremos juntos hasta que seamos unos ancianos decrépitos y no podamos caminar sin que la magia nos ayude a hacerlo.

Mientras Andrómeda colocó su cabeza en el hombro de Ted, escuchó un hilo de voz de parte de Dora.

Mami...

Esa palabra traspasó la angustia desgarradora que sintió la pequeña bruja. Andrómeda giró su cabeza para quedar helada con la imagen.

Todo sucedió muy rápido.

Pero en esa fracción de segundo se percató de que frente a ella estaba su hermana, Bellatrix sosteniendo a su hija con fuerza, con la hoja de un cuchillo sosteniéndole la garganta. Su sonrisa maquiavelica surcaba las comisuras de sus labios y una risita psicótica se escapó de su garganta.

De pronto el que había sido el funeral de una amiga, estaba a punto de convertirse en una batalla campal, pues todos los magos que quedaban, comenzaron a huir o apuntaron sus varitas en contra de la única bruja oscura que allí había arribado.

Bellatrix Lestrange era una arma mortal y Voldemort la había convertido en algo mucho más letal de lo que cualquiera pudiera imaginar. Y no había nada más que quisiera que acabar con la vida de su hermana Andrómeda, más bien dicho, de aquella que había sido su hermana, pues para todos sus efectos, ya no eran nada. Si tenía que acabar y matar delante de sus ojos a su hija para poder destruirla, pues lo haría, no habían escrúpulos que se lo impidieran.

Por la mente de Andrómeda pasó toda su vida en una fracción de segundo, según había oído, eso sucedía cuando las personas sentían un miedo tal, que pensaban que morirían. Ese sentimiento era real, pues ver a su hija entre las garras de la bruja de cabello oscuro era la peor de sus pesadillas, esa que la atormentaba de noche y que la hacía despertar de un salto, finalmente se había materializado.

Por su mente pasaron los momentos importantes, felices y tristes, todo aquello que la había marcado de por vida, surcaba su mente. Cuando llegó a Hogwarts, cuando conoció a su mejor amigo, cuando estuvo a punto de lanzarse por los aires, ese día conoció a Ted –el amor de su vida–, el día que tuvo el valor de huir de su casa para ir con él, cuando enfrentó a su madre y le dijo todo lo que pensaba a su hermana, cuando abrió su botica y cuando se unió como aliada a la orden del fénix, el día de su matrimonio y cuando nació su adoraba bebé, su amada Dora.

Todos esos acontecimientos la convirtieron en una mujer fuerte, en una luchadora y en una bruja poderosa y excepcional. Si había algo por lo que luchar, era para evitar sumergirse en las tinieblas, para no permitir que Lord Voldemort y sus aliados se hicieran con el poder de gobernar el mundo mágico, el mundo del que venían y al cual todos pertenecían.

Andrómeda no sería feliz si el reinado de la oscuridad que tanto añoraba Bellatrix se convertía en una realidad.

Nadie lo sería.

—Tú no quieres a Dora —murmuró con ímpetu, acercándose a ella —. De hecho asumo que si consigues acabar conmigo, tu amo va a darte una gran recompensa ¿no es así? —le cuestionó con algo de sarcasmo —. También comprendo que no debe estar nada contento por el hecho de que todavía no lo consigas.

Bellatrix no cambió el semblante de su cara, no obstante estaba ocultando el odio que sentía por las palabras de la bruja, estaba jugando con ella y tocando su fibra más profunda, lo que pensaba Voldemort de ella era lo único que le importaba.

—Voy a facilitarlo para ti, luchemos como hicimos hace algún tiempo. Tu magia contra la mía, pero deja fuera de esto a mi hija.

—Acabar con mestizos y sangres sucias no es algo que me importe en lo más mínimo —. Las palabras de Bella eran concisas y todavía tenía el cuchillo bien tomado por el mango tallado —, por lo que matar a tu asquerosa mestiza no me importa, uno más, uno menos, no hacen la diferencia.

—¡Bellatrix Lestrange!

Una voz masculina se hizo presente junto con un montón de explosiones de hechizos que empezaron a saltar de un lado a otro. Alastor Moody era el cazador de magos tenebrosos con mayor renombre que pudiese oírse nombrar en el mundo mágico, el llamado de los magos clamando por ayuda no se había hecho esperar, también tenían sus propios hechizos para comunicarse en secreto.

La lluvia de hechizos que comenzó a recibir por parte de los aurores tuvo que hacerla recular, teniendo que soltar a la niña de sus brazos, maldiciendose a sí misma por no haberle clavado el cuchillo en la garganta antes de que llegara aquella desagradable compañía del ministerio.

La orden del Fénix como solían llamarse. Cada vez que había un ataque por parte de los mortífagos, ellos aparecían en mayor o menor grado para ver si podían dar caza a Lord Voldemort, matarlo o entregarlo a algún miembro del departamento internacional que le hiciera juicio como cuando capturaron a Gellert Grindelwald.

—¡Qué bien te ves, Moody! Quien diría que lo que le hacía falta a tu rostro para ser menos desagradable era que te sacaran un ojo —se burló lanzando hechizos.

Era impactante lo poderosa que era.

Era sorprendente que no lograba intimidarse por estar sola enfrentando a una decena de hombres que querían capturarla.

El cazador no respondió a sus burlas desagradables sobre su apariencia, sólo que le dio más fuerzas para querer acabar con ella a como de lugar.

—Eres una perra, Lestrange. Alguien tiene que tener la fortuna de matarte y espero ser yo —siseó —¡Incancerous!

Esquivó los hechizos y encantamientos difíciles que enviaban en su contra. No obstante sabía que esa batalla no la ganaría y tenía que huir, no sin antes enviar un mensaje.

—Pueden estar seguros que no ganarán, pueden estar seguros de que el señor tenebroso se alzará —se carcajeó — y puedes estar segura de que en algún momento voy a acabar contigo Andrómeda, pero ahora te voy a dejar una pizca de lo que soy capaz de hacer, de lo que estuve a punto de hacerle a tu inmunda hija.

Tomó uno de los cuchillos que llevaba en una de las ligas bajo su falda y sin dudarlo, lo aventó por los aires. Su puntería era excelente, había ensayado desde que tenía nueve años y mataba animales en el jardín de su casa.

Los aurores no vieron nada, pensaron que ella desapareció en medio de la nube de bruma negra que quedó después de que desapareció.

Sin embargo Andrómeda sintió que un líquido caliente escurría por sus piernas.

El cuchillo estaba en el lado izquierdo de su abdomen bajo, clavado, palpitando dentro de ella, haciéndola sangrar.

Sus piernas cedieron y sus lágrimas empezaron a correr por sus mejillas al momento de ver que la sangre que corría no era el del cuchillo que tenía clavado en el cuerpo. Había afectado directamente en otra zona.

Ese cuchillo no había acabado con la vida de Dora ni con la de ella, no obstante sí con la vida que llevaba dentro de ella. Y la ira hirvió en su interior.

Luego se desmayó, el mundo mágico al igual que ella, se poblaron de tieniblas de las que era imposible salir.

Así como de un mal sueño, como si fuera una pesadilla.

Se podía despertar y esperar olvidar.

Así comenzaron a ser los días en Londres y el resto del Reino Unido.

Al parecer el reinado de tinieblas era implacable.

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