• CAPÍTULO 18
________________________
THE BLACK SISTERS
CRUCIO
XVIII. Los indeseables de la familia Black
________________________
Walburga Black siempre fue una mujer malvada.
Habían otras palabras para describirla, sin embargo todas serían sinónimos de aquella principal.
Toda su vida giró en torno a la pureza de la sangre y no estaba dispuesta a que el apellido Black se mezclara con magos deshonrados, traidores o impuros. Aunque mostrara su entereza y elegancia en medio de la sociedad; le preocupaba en demasía que sus hijos no se vieran decididos a tener hijos o que fueran díscolos sin remedio.
En el doce de Grimmauld Place, Walburga era ama y señora y no se pasaba por encima de sus decisiones.
—¡Nunca te ha importado nuestra familia!
—¿Familia?— cuestionó Sirius con ironía.
Regulus cruzó el umbral de la puerta y los escuchó pelear como acostumbraban. Sin embargo había algo en la voz de su madre que denotaba una especie de molestia, locura e ira en contra de Sirius.
—¡Eres un Black aunque no te guste el hecho de serlo, siempre lo serás. Hasta el día que mueras!
—¡Maldita familia, estamos malditos!—correspondió Sirius—, una familia no la hace un simple apellido, la familia no hace lo que hacemos.
—¡Y qué importa! Hemos estado en la cima del mundo mágico. Por arriba de todos aquellos que tanto defiendes, lamentablemente nunca serás como ellos.
—¿Se puede saber porqué pelean esta vez?—interrumpió Regulus mientras se sirvió una copa de vino. El líquido se deslizó en su garganta, saboreo las uvas intentando disuadir el hecho de que los gritos no cesaran nunca en aquella casa.
Sirius se volvió hacia su hermano y sonrió con malicia. Después de todo tenía que admitir que le encantaba sacar de quicio a su madre en cuanto a sus diferentes formas de ver la vida. El mago era hábil en cuanto a sarcasmo se refería y hablaba con tanto desprecio de los puristas que le provocaba escozor a su madre.
—Nuestra madre está loca— resolvió —, ¿no es que no sepamos eso, no es así? ¡Pero parece que ahora tiene miedo!
Regulus le lanzó una mirada recelosa a Sirius y después a su madre. En su vida jamás había visto a su madre ser presa del temor o de un sentimiento similar al miedo; ella era una mujer implacable que no se sometía ni a las palabras violentas de su padre. No había manera en la que Walburga se sintiera vulnerable.
—¿Qué sucede, madre?
—Sirius tiene que unirse a los mortífagos, por favor Regulus, debes convencerlo— le instó, provocando una perorata repetitiva que salió de sus labios, realmente se presenciaba algo perturbada.
—¿Qué le dijiste, Sirius?
—Yo nada, solamente que la loca de Bellatrix ha estado enviándole recados y cree que el señor tenebroso vendrá a cortarle el cuello y que su valiosa sangre manchará sus lujosos sillones— farfulló con aire despectivo—.No le sigas el juego Reggie, ya basta y sobra con un mago al que le lavaron el cerebro en esta casa.
Regulus se acercó a su madre y la tomó por los hombros, para que esta saliera de la histeria de la que parecía ser presa.
—¿Qué es lo que ha estado enviando Bellatrix?
—¡Aves muertas!— contestó Sirius antes que su madre pudiera responder por sí misma—¡Pobres aves que de seguro exprimió con sus manos hasta que dejaron de existir! Ha enviado al menos una docena en esta semana, al parecer no ha tenido trabajo importante después de haber fallado en el explotar el parlamento de los muggles ¿o me equivoco?
—¡Cállate!
Regulus ignoró a ambos por un momento en el que recordó a su prima Bellatrix, la recodó cantar durante unos días anteriores un verso particular, que evidente tenía que ver con los peculiares mensajes que estaban llegando a Grimmauld Place
«Pájaro aventurero que vuelas por allí y por allá, cuidado que la muerte puedes encontrar.
Pájaro aventurero, te ofrecen salvar tu vida, no te sirve de nada la huída.
Pájaro aventurero,todos tenemos un dueño, al que si no seguimos caemos
Pájaro aventurero quieres libertad, no se puede, tus alas las voy a cortar»
Aquel mensaje no era para su madre, aquel mensaje era para Sirius.
Bellatrix enviaba las aves muertas no en forma de amenaza para los Black.
Las enviaba para Sirius, eso era lo que le sucedería si no se unía al señor tenebroso.
—Hermano...
—¡Sabes, creo que lo mejor que podría pasarnos sería morir! ¡Preferiría morir antes que ser como ustedes!
Walburga estalló en ira y sacó su varita de entre los pliegues de su vestido turquesa. Era una mujer hábil en encantamientos, en hechizos y en pociones.
Pero lo que mejor conjuraba eran las maldiciones.
—¡Crucio!— chilló deseando causarle un dolor tan grande a su hijo que este hubiese sentido su sangre arder si no esquivaba la trayectoria del rayo rojo que salió de la punta de la varita de su madre.
Sirius también sacó la suya, jamás había respondido al ataque de su madre. Sin embargo estaba exhausto de tener que defenderse de su misma familia, de defenderse de su propia sangre que solía tratarlo como un indeseable desde que quedó clasificado en Gryffindor, desde que decidió que no quería aprender artes oscuras por su cuenta.
Regulus también la sacó, pero se quedó en shock. Recordó cuando era niño y Sirius hacía travesuras, recordó cuando él cometía las propias y su hermano se culpaba para que no le castigaran. Se acordó cuando su madre torturó a su hermano cuando no quedó en Slytherin, sus pensamientos trajeron de vuelta al Regulus de ocho años que tenía que cubrirse con las sábanas para no escuchar los gritos de su hermano en la otra habitación.
—¿Qué mierda te pasa, Walburga? —le gritó—, ¿tanto me odias? ¡Si es así pues entonces me iré!
—¡Vete y no vuelvas, vete y llévate todas tus cosas! ¡No quiero ver nunca más a una paria como tú!— gritó mientras Sirius subió las escaleras a su habitación.
No estaba dispuesto a arruinar su vida, no iba a cambiar sus ideales por encajar en una familia que no lo apreciaba, que no le quería y que jamás lo haría.
Los Black jamás habían sido una familia normal, no eran una familia que se quería. Eran sólo una para guardar las apariencias y para adquirir más dinero y poder.
Regulus siguió a Sirius escaleras arriba y golpeó con fuerza la puerta que Sirius había cerrado tras él.
—Sirius... Sirius por favor no te vayas ¿Cómo podrás estar a salvo si no te quedas en casa? Nunca se atreverían a atacar la casa Black, no serían capaces...
Sólo se escuchaba la forma en la que Sirius guardaba sus cosas dentro de algunos bolsos y mochilas que encantó con un hechizo indetectable de extensión. Debía llevarse lo que más pudiera, no le era una opción volver a casa.
Si ese día ponía un pie fuera de Grimmauld Place, no volvería jamás mientras sus padres estuviesen vivos. Su orgullo no se lo permitiría y ellos tampoco. No obstante había algo en su corazón que latía fuerte, le indicaba que había llegado la hora de emprender un viaje lejos de ello.
Nada era bueno a su lado, nada estaría bien cerca de ellos.
Jamás podría ser él mismo y de pronto entendió a Andrómeda.
Abrió la puerta de la habitación con su maleta en la mano, una chaqueta de cuero y la varita en la mano en caso de que tuviera que tranzarse a hechizos con su madre.
—Reggie...
—Sirius, no puedes irte.
—En este punto de la vida, quien debe andar con cuidado eres tú. Ya te lo he dicho antes.
—Promete que...
—Lo prometo, vas a estar siempre aquí. Aunque ahora en más no estemos del mismo lado, nunca lo vamos a estar mientras el Señor tenebroso esté en medio de nuestra causa.
Al bajar las escaleras, su madre estaba allí.
—Piensa bien si quieres poner un pie afuera de esta casa— siseó su madre, apuntando su varita contra él—, no tendrás acceso nunca más a los bienes de esta casa, al dinero, ni al renombre de nuestro apellido. Seré yo misma quien se encargará de eliminarte de esta familia.
—Ojalá no tener que volver a verte en mi vida, adorada madre. Espero que te pudras en el infierno.
Sirius avanzó en su dirección, le otorgó una mirada certera. Con los ojos le transmitió los sentimientos de desprecio que le tenía acumulados desde hace años.
No se molestó en mirar atrás, no quería volver a tener relación con ellos. Sabía que siempre serían sus lazos biológicos, sin embargo no podía llamarles familia, jamás estuvieron para él.
Antes que pudiera desaparecer en el jardín, sintió el sonido de una varita lanzando un hechizo. Se volvió raudo ya que pensó que su madre le había tirado una maldición por la espalda; pero no era así. A través de la puerta notó el gran tapiz del árbol genealógico que yacía en toda la pared.
A donde había estado el retrato de su rostro, ahora había un manchón negro y humeante.
Su madre, de manera real y simbólica lo había borrado de la familia. Había borrado su existencia, era como si nunca hubiera formado parte de ellos.
Antes de desaparecer, rebuscó entre sus cosas. Sintió que el corazón le latía con fuerza, que las lágrimas comenzaban a anegar sus ojos, pero las reprimió, no le iba a dar esa satisfacción a su madre. Encontró un espejo y lo miró con cautela.
—Ayúdame, ayúdame por favor.
Los ojos castaños de una joven aparecieron al otro lado del espejo, la sonrisa cálida de una castaña le respondieron el saludo.
Estaría bien, lo sabía.
*
Cuando sintieron los golpes en la puerta, Ted tomó su varita y se acercó. Observó por la mirilla y antes de abrir llamó a su esposa.
—Pareciera ser él.
Andrómeda se levantó de la mecedora donde yacía, cogió su varita y alzó la voz por detrás de la puerta.
—¿Cuáles eran los dulces favoritos de Sirius Black cuando era niño?
El joven sonrió y se dio cuenta que esa clase de preguntas serían con las que tendría que resguardarse hasta que Voldemort fuera destruido. Notó que no todo había sido color de rosas para su prima, aunque ahora estuviera casada, aunque estuviera lejos de su familia.
—Los diablillos picantes.
Andy abrió la puerta y se dejó ver. Sirius yacía ahí y sus ojos se abrieron ampliamente cuando se percató de que el abdomen de la bruja estaba abultado. Se echó en sus brazos y sus lágrimas empezaron a salir.
—¿Qué ha pasado, Sirius?
En su interior se percató de que no eran lágrimas de tristeza, eran lágrimas de felicidad, alivio y de un profundo sentimiento de tranquilidad tras haber salido de las garras de Walburga.
—Al fin soy libre, Andrómeda. Libre como tú —susurró.
Andrómeda lo hizo pasar. Sirius había pedido auxilio y ella respondió a su llamado. El mago hechizó un espejo y al quebrarlo le dio un pedazo a cada persona que para él era importante, si esa persona moría, la parte del espejo se destruía.
El espejo era una especie de portal y de protección. Servía para comunicarse entre personas de confianza. Sirius le regaló un pedazo a su prima cuando estuvo a punto de casarse con Edmund Warrington, había sido su regalo personal.
—¿Qué ha pasado? Sirius...
—Pues me he ido de casa, ya no podía seguir en un sitio en el que querían torturarme si no me unía al bando de Lord Voldemort.
Ted se mantuvo cercano, decidió colocarse a preparar la cena para otorgarle la privacidad correspondiente a ambos primos. Nunca había tratado con él en más de algunas veces, él sabía muy bien lo que implicaba ser un renegado.
—¿Pero y tú, veo que hay otro integrante a la constelación? ¿No crees?
Andrómeda sonrió y puso las manos encima de su vientre. Estar embarazada era un proceso intenso que había llegado para quedarse, del lado de Ted todo era posible, todo era más fácil.
—Creo que será una niña— sonrió.
Sirius se acercó de manera cariñosa y colocó una de sus manos sobre el vientre de su prima. Deseó en algún momento de su vida poder su propia familia, poder conseguir la felicidad que nunca había experimentado con sus lazos de sangre.
—¿Necesitas ir a algún lugar, necesitas quedarte aquí? Eres bienvenido, solamente no puedes decirle a nadie que me encuentro aquí. Sabes que soy el blanco de mi hermana.
—No, no puedo arriesgarte. Pronto también seré un blanco, todos nosotros. Todos quienes estemos en contra de quienes quieren torturar mestizos y nacidos de muggles. Debemos unirnos, Andy, necesitamos unir fuerzas.
—¿Cómo podríamos?
—Ahora iré con los Potter, me quedaré con ellos. Albus Dumbledore nos ha hablado para unir fuerzas, para darles pelea a ellos.
—No puedo dar una ayuda visible, pero podemos ser aliados. Debes comunicarme lo que necesiten, pero no puedo verme implicada.
Ted llegó a la mesa tras unos minutos de estar en la cocina, llevando a ellos tres copas, vino y jugo de frambuesa.
Andrómeda le sonrió y Sirius también.
—Creo que hay que brindar por tu libertad, Sirius.
—No, yo creo que debemos brindar por nosotros.
—¿Por nosotros?
—Sí —señaló Sirius alzando la copa—, quiero hacer un brindis por nosotros. Por los indeseables de la familia Black.
—¡Salud!
Las copas tintinearon, sellando profeticamente las palabras del mago.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro