• CAPÍTULO 17
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THE BLACK SISTERS
CRUCIO
XVII. Lo que un hombre debe hacer.
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La letra cursiva indica que la narración es un recuerdo o flashback.
La rubia se encontraba cepillando su cabello para irse a dormir, había sido un día de locos. La boda de su hermana había terminado mejor de lo que hubiera pensado, sin embargo ella tenía el corazón hecho pedazos. Rodolphus se había casado y con eso toda esperanza que en algún momento de su ingenua existencia albergó de poder tener una miserable oportunidad con él
¿Qué era lo que pensaba conseguir?
La sola idea de pensar que en ese momento el debía estar con ella...
Se apresuró a quitar esos pensamientos de su mente pues no le hacían más que doler en el alma. Debía admitirlo, Rodolphus sería siempre su primer amor, el hombre que añoraba tener y jamás pudo y ahora no podría quitarlo de su corazón, se quedaría allí como la estúpida espina que se incrusta en tus dedos cuando quieres cortar una rosa sin usar guantes.
Suspiró y se metió en la cama, sintió el frío de las sábanas cuando su cuerpo se mantuvo acostado en la almohada y pensó por un instante en cómo hubiera sido su vida si ella estuviera en el lugar de Bellatrix en ese momento y se sintió miserable.
Lo tenía todo, iba a tenerlo todo y aún así añoraba lo que no podía tener entre las manos. Se sentía una tonta por creer que en algún lugar, alguna dimensión paralela; Rodolphus rompía con Bella, hablaba con sus padres y les confesaba que era de ella de quien estaba enamorado, que todo había sido una farsa...
—No te ilusiones, los cuentos no existen en verdad— siseó para sí misma cuando su cabeza ideó escenarios demasiado dolorosos para soportarlos en ese instante.
Ahora debía ser fuerte y aferrarse al amor que Lucius Malfoy sentía por ella. Debía aprovechar ese amor y usarlo a su favor, ella también le quería.
Como quería tantas otras cosas en la vida.
El sueño comenzó a inundarla cuando de repente percibió el sonido de una pequeña piedra rozar su ventana. Se sobresaltó debido a que era muy tarde, ya pasaban las tres de la madrugada y siempre solían decir que a esa hora los fantasmas salían a dar vueltas por el mundo de los vivos.
De mala gana salió de entre sus sábanas de princesa cuando una tercera piedrecilla rebotó en el cristal de manera delicada. Se talló los ojos y abrió las cortinas con cuidado. El corazón de la rubia latió con fuerza cuando percibió que abajo de su ventana estaba aquel joven de cabello negro y rizado que estaba carcomiendo su interior.
—¿Qué haces allí, Rodolphus? —susurró cuando abrió la ventana.
Él llevaba el saco y la corbata mal colocada y con ese aspecto simple se veía divino a los ojos celestes de aquella chiquilla caprichosa que sólo quería saltar a sus brazos.
—No tengo sueño, ¿te gustaría dar un paseo?
Narcissa dudó, debía admitir que las ganas le comían por saltar, por que los brazos de Rodolphus la acunaran y abrazara, que no la dejasen ir jamás.
Pero después pensaba en Bella y en el infierno que le haría pasar si llegase a enterarse de aquello.
—¿Por qué no estás con Bella? ¿Ella está bien?
—Es una larga historia, pero si quieres hablar, te esperaré en la pérgola junto al riachuelo.
Observó cómo se alejaba, la forma despreocupada de caminar, como se agitaba su cabello al viento y la manera en la que guardaba sus manos en los bolsillos.
Como si nada le aquejara.
Como si los problemas no le causaran ninguna molestia.
Sin dudarlo se calzó unas zapatillas planas y un abrigo largo blanco con capucha verde esmeralda. Abrió con suma delicadeza la puerta de su habitación y con la punta de la varita iluminó el camino por los pasillos de la mansión Black, siendo cuidadosa de no emitir ruidos que pudieran despertar a los elfos o a sus padres que yacían en la pieza en la otra planta.
Sus pasos fueron apresurados cuando salió por la puerta de la cocina, que hacía más corto el camino al lugar en donde él le había dicho que estaría esperando por ella. En ningún momento se puso a pensar en las consecuencias que esa simple charla nocturna podría desencadenar.
En su mente sólo estaba el hecho de que él la había buscado y era algo a lo que no podía resistirse. Rodolphus Lestrange era su debilidad y perdición, era quien le hacía perder la cabeza a pesar de que tratara mantenerse a raya.
El frío de la noche caló en su rostro, pues la bruma comenzaba a espesar y apenas si podía ver sus manos o el camino que sus pies trazaban de camino al riachuelo. No quería parecer desesperada y llegar de inmediato, no obstante no podía darse el lujo de hacerse de rogar en esa ocasión.
Algo estaba sucediendo, lo notó en cuanto lo vió pensativo, lanzando pequeñas piedras al agua que corría delicadamente, produciendo eco en la noche fría.
—No entiendo por qué estás aquí—siseó la rubia mientras se aproximó con cuidado—, ¿Bella se encuentra bien?
Al menos había tenido la decencia de preguntar por su hermana antes de pensar cómo lanzarse a sus brazos.
—Sí —contestó Rodolphus volviendo su vista hacia Narcissa, reparando en lo inocente y angelical que se veía con aquella capucha—, creo que mejor que bien.
Narcissa se acercó y sentó junto a él en el banco de madera blanca, observando sus gestos y la manera en la que fruncía los labios mientras era consciente de su presencia.
—Deberías estar con ella, es su noche—declaró sintiéndose algo avergonzada.
—Ella prefiere que sea así y siento que es lo mejor—concluyó después de unos segundos de silencio.
—¿Acaso han peleado? —susurró Cissy, intentando por todas maneras sacar una que otra información.
—No, no se trata de haber peleado. No se siempre se trata de pelear, ¿no crees? —le indicó que se acercara y ella aceptó algo dubitativa.
Rodolphus era un hombre demasiado misterioso, perdido en sus pensamientos y en sus tribulaciones. No siempre daba cabida a hablar sobre lo que pensaba. Narcissa lo observó pasearse antes de que esté la llamara.
—¿No es extraña esa nube de allí? —le preguntó indicando el cielo.
Narcissa se puso de puntillas para ver lo que Rodolphus le indicaba.
—A mí me parece un dragón.
—Según yo podría ser una serpiente alada.
Narcissa lo miró, dedicándole una sonrisa. Nunca lo había visto tan relajado o tranquilo, siempre cargaba con la capa de hombre sombrío, involucrado en las artes oscuras, que no mostraba lo que sentía y que se escondía de quienes llegasen a querer involucrarse más de lo que él estaba dispuesto a entregar.
Por eso le agradaba tanto Bellatrix, jamás le incomodaría mirando más allá, indagando en sus reales emociones o pensamientos. La señora Lestrange sólo tenía ojos para el señor tenebroso, jamás perdería el tiempo pensando en lo que quería o sentía su marido.
Rodolphus estiró la mano y cogió la de Narcissa suavemente, sin intenciones de incomodarla. Pero el suave roce de la piel del mago le hicieron sobresaltarse inmediatamente, observó las facciones y los oscuros ojos de Lestrange, que la miraban sin maldad y con una leve sonrisa.
—Perdóname, Cissy—farfulló—, perdón enserio.
La aludida no sabía a qué se refería, no sabía que responder y algo dentro de ella se incomodó por el tono que usó.
—No tengo nada por lo que perdonarte.
—Sí, debieras. De hecho no tendrías que estar aquí escuchando las estupideces de un mago que no ha sabido tomar las decisiones correctas en su vida.
En ese momento supo hacia donde iban las disculpas de su acompañante y percibió que los ojos de este se endurecieron, sus facciones se disociaron del joven que hace segundos veía figuras en las nubes.
—Haz hecho lo que tenemos que hacer todos, nada más que eso. Haz hecho lo que un hombre debe hacer, lo que un sangre pura está obligado a hacer.
—Si hubiese sido menos infantil, menos imbécil no estaría aquí ahora. Estaría festejando mi boda con la mujer que quería realmente.
—Tú siempre quisiste a Bellatrix...
—Y debí haberle hecho caso a mis sentimientos en cuanto te besé cuando íbamos en la escuela.
Narcissa le observó sorprendida. Siempre quiso que él le confesara sentimientos que fueran correspondidos, no obstante no así. Ella quería el cuento de hadas que leía en los libros muggles de Andrómeda, ella quería el cielo con nubes rosadas, el castillo, el caballo y el vestido.
No quería el sabor agridulce.
Jamás le había gustado.
—Pues siempre quisiste a Bellatrix— murmuró sintiendo su corazón romperse—, siempre estuviste empecinado con ella y no miraste a ninguna otra chica.
—Debí verte, debí quitar de mis ojos el prejuicio de que eras demasiado joven. Y ahora...
—¡Ahora ya es tarde, Rodolphus! Ahora estás casado con mi hermana y yo estaré casada dentro de poco con un hombre que me ama, no con alguien que jamás me vio—musitó enojada.
El que Rodolphus Lestrange le confesara sus sentimientos le provocaba dolor y rabia.
Él siempre sería parte de su niñez, pues desde que lo conoció pudo ver en el parte de lo que quería en un hombre, siempre soñó con él, siempre le observó desde la lejanía, desde la vereda de enfrente, desde las cenas en las que iba a casa y él no se molestaba en mirar.
Siempre estuvo Bellatrix en medio.
—Dices esto porque ella jamás tendrá los ojos que yo tuve para ti, extrañas eso.
—No, lo digo porque fui un tonto. Y no puedo hacer nada al respecto. Supongo que quería que lo supieras y quería pasar esta noche conversando sobre lo que podría haber sido, asumo que ha sido la peor decisión que pude tomar, lo siento Cissy.
Rodolphus se levantó y la observó una última vez antes de volver a la mansión Lestrange. Sólo sería cosa de desaparecer.
Sin embargo Cissy bloqueó su paso.
No dejaría que se fuera así como así.
—Deberías volver a tu habitación, Cissy. No quiero que alguien vaya a verte y hable mal de ti.
—Pues no debiste venir entonces.
Rauda puso sus manos en sus brazos para que no pudiese avanzar y levantó su cara en dirección a la de él. Rodolphus sabía lo que ella quería y no perdió el tiempo, pues él también lo deseaba, tomó el rostro de Narcissa entre sus manos y la besó con pasión, introdujo su lengua en su boca y ella sintió los labios del mago, percibiendo su textura y sabor, sintiendo como si ese momento no fuera a terminar.
Pero lo haría, por eso estaba tan ensimismada y no permitiría que acabara pronto.
Sintió los dedos de Rodolphus acariciarle las mejillas mientras sus labios llevaban una sintonía acompasada y sublime.
—Quiero que seas feliz, Cissy.
—Yo...
—No tienes que decir nada, tú me tendrás cuantas veces quieras— susurró el mago besando suavemente sus labios.
*
El ritmo de la carroza la hizo despertar de su ensoñación.
Ver las calles de París repletas de escaparates lujosos y pomposos era cosa que a ella le encantaba. No obstante esa escena no dejaba de repetirse en su cabeza después de que se casó.
Ya no era sólo un miembro de la familia Black.
Su ahora esposo, le había concedido una luna de miel en París. La señora Malfoy no merecía menos que eso.
Narcissa Arianna Malfoy.
Aquel nombre desprendía elegancia, magnetismo y poder.
Todo lo que siempre quiso.
Viajaron a Versalles, en el mismo palacio tenían una habitación para pasar las noches que se quedarían en la nación del amor y la moda. Narcissa estaba fascinada, o al menos intentaba estarlo. Aquel palacio era digno de una reina, de una mujer como Narcissa.
—Es hermoso...
—Es para ti, querida.
Una vez que entraron en su habitación, Narcissa observó que en el techo habían pinturas renacentistas, las ventanas tenían marcos de oro y habían esculturas de granito con formas de torsos en algunos sitios. Las paredes blancas estaban decoradas con cuadros que llevaban pinturas carísimas, floreros con rosas de distintos colores y mesones de caoba fina.
Cissy besó a Lucius y le dedicó una sonrisa.
—Dame un minuto—susurró y este asintió, yendo hacia la ventana.
Luego de unos minutos, Narcissa salió del baño, llevaba puesto sólo un camisón rosa transparente que dejaba ver su cuerpo desnudo debajo de él. Sus rizos iban sueltos a cada lado de su rostro y su leve maquillaje acompañaba su expresión de falsa inocencia que le sentaba tan bien.
Sabía que aquella ocasión la había esperado durante mucho tiempo, estar juntos, a solas, sin pensar en nadie y nada más. Entregarse a ellos mismos sin importar ninguna cosa que no tuviera que ver con su unión.
Lucius la observó y se acercó para darle un beso en la frente.
—Lucius...
Este sonrió algo nervioso y tomó una distancia que extrañó a la chica.
—Querida, estás preciosa. Pero me acaban de avisar que debo ver asuntos urgentes de la firma Malfoy, un francés quiere hacer negocios inmediatamente y no puedo perder la oportunidad si no quiero que mi padre me mande al carajo.
—Acabamos de llegar—murmuró sin entender.
—Lo sé, y te lo compensaré...
—Lucius, de verdad...
—Lo siento, Cissy. Vístete.
El mago salió de la habitación y una lágrima cayó trémula por la mejilla de Narcissa.
Sentía impotencia, sentía rabia.
Se sentía estúpida pues en ese instante se sentía relegada a un segundo lugar.
Esa era su luna de miel y si marido prefería ir a hacer negocios. Ningún chico antes se había resistido a ella y a los encantos del cuerpo hermoso y frágil de la rubia.
Se acostó sobre la cama y suspiró.
Una vez que alguien hería el ego de Narcissa no salía ileso completamente. Hasta ese instante Lucius había parecido ser un hombre que la tendría en un altar, un hombre que no pondría nada por encima de ella y ahora la dejaba en el peor momento, aquel se suponía debía ser el día más importante y esperado para ellos y él se iba así de fácil, dejándola en medio de esa gran habitación lujosa pero vacía.
No se vestiría, era el momento ideal para fantasear.
Para pensar en Rodolphus Lestrange y sus ojos negros.
Lo que un hombre debía hacer muchas veces distaba de los deseos de una mujer.
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