Ella estaba ahí, sonriéndome cuando desperté y lo primero que vi fue a ella. Me costó unos segundos para darme cuenta de que no se trataba de un sueño, sino de la dulce realidad de estar a su lado, despertar y que ella esté ahí, pendiente de mí. Por una vez en mi vida no me sentí solo, ella estaba mirándome sin decir nada y para mí su sonrisa era más que todo. Le dediqué una sonrisa de vuelta mientras quedaba perplejo ante su hermosura tanto física, como interior.

La miré fijo, sus ojos desprendían una ternura propia de su personalidad que me envolvían dentro de un encanto que me persuadía dejar por fin mi lecho para posar mis labios en los de ella. No puse resistencia a la tentativa y cedí ante su encanto. Veía su rostro angelical que espectaba pacientemente cómo iba acercándome totalmente guiado por la radiante luz de sus ojos. Puse mi mano sobre su rostro, acaricié sus mejillas varias veces sintiendo cómo se impregnaba en mi mente la suavidad de su piel blanca y, sin apartar mi mirada del negro infinito de sus pupilas, me acerqué a ella sintiendo cada vez más cerca el aliento que le faltaba a mi vida. Cerré los ojos quedando mi mente en tinieblas que no duraron mucho porque, con el mínimo toque de dulzura de su boca pude ver todo con claridad aún con ojos cerrados. Mis labios rozaron delicadamente los suyos, haciéndome perder la noción del tiempo y añorar besarlos todo el tiempo que me fuera posible respirar.

Así estuvimos, ambos, disfrutando cada segundo de intercambiar besos. Cada vez sus besos eran más intensos y me llenaban de esperanzas el alma y del sublime deseo de no apartar mi boca de la suya. Sus labios tenían un tímido sabor a fresas que se infundían dejándome atónito y con ganas de recibir una porción cada vez más grande de sabor de sus labios.

La abracé, y dejé que pusiera su peso sobre mis brazos... delicadamente la posé y la acosté boca arriba sin dejar de besarla... Poco a poco bajé besando su cuello y dejándome guiar por mi instinto besé cada parte de su cuerpo como si quisiera memorizármelo con los labios. Mis manos recorrieron cada milímetro de su piel encontrándose con cada rincón que pronto fue invadido de besos y caricias...

Cuando nos adentramos en el sentimiento común de bañarnos con la misma agua que emanaba de nuestros propios cuerpos, experimentamos una pequeña muerte placentera y el movimiento del vaivén nos encarcelaba, y me sentía sumiso ante su cuerpo. Por un momento fuimos presos del amor bajo una misma atadura... El eco de nuestros suspiros llenaron la habitación hasta que nos rendimos ante el cansancio y ambos nos hundimos en un profundo sueño.

Desperté y me di el lujo de ser yo el que la esperaría sonriente, admirándola cuando dormía, tan hermosa, tan linda, tan perfecta. Cuando ella despertó, las palabras sobraron y los besos volvieron a hablar...