LA HISTORIA DE MONCE
No la quise mejor que cualquiera,
pero la quise más de lo que yo quise a alguien.
Me sobraba tiempo
cuando a ella le faltaba compañía.
Tampoco podía ser de otra forma.
Verla era recrear el paraíso en tu mente, sólo que
podías ver tu imaginación dándole forma a su cuerpo
y luego descubrías que no estabas soñando.
Ya ni pellizcarse en secreto servía.
Cuando la veías te dabas cuenta de que el amor, la ternura, la sencillez, el futuro, la esperanza…,
de que todo eso,
todo lo bonito,
estaba dormido entre sus brazos.
Y la mirabas
como si nunca hubieses visto un atardecer hecho persona.
Yo la tocaba
y mis manos parecían recorrer una nube en el cielo.
Era real y fue mía.
Durante un instante.
Un instante que duró casi un segundo,
para luego ser del mundo y alejarse a una distancia desesperante.
Nada me hubiese gustado más
que se quedara a mi lado,
como si me regalase su vida
y entrelazase entre mis dedos los versos de su poema favorito.
«No te engañes —me dijo una vez—.
Ni el amor es tan bonito ni yo soy como tú piensas». Era mentira.
Porque ella era preciosa y no sólo porque yo lo decía; era preciosa cuando la
miraba cualquiera, pero lo era más cuando la miraba aquel que era
consciente de que para ver el cielo bastaba con hacerla llorar de risa.
Nunca me gustó tanto ser escritor
como cuando descubrí que todo este tiempo el amor era yo a través de lo que ella me inspiraba.
Porque ella era magia y fue
mía. Durante un instante…”
13 Noviembre, MS 2014
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