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La Historia de Martín y de Sofía

Martín era un chico suicida. Tenía el pelo alborotado y sus tendencias iban desde cortes hasta dietas bastante cuestionables. Me habló un día de la vida. «¿Sabes qué es lo malo de vivir? Que nunca eliges hacerlo», me dijo. Solía pasear por la Plaza y de vez en cuando se asomaba por un café y pasaba el resto de la tarde bebiendo. Si el mozo o algún conserge estimaba que había pasado demasiado tiempo ocupando un sitio que podría ser de otro cliente, él simplemente hacía otro pedido u optaba por obsequiar una buena propina para que lo dejaran en paz. Lo curioso era que el dinero no le faltaba, aunque supongo que sí opciones en qué gastarlo. Su familia poseía la administración de una constructora y parte del botín más generoso había recaído en su cuenta bancaria.

Pero nunca se le veía feliz. Nunca. No hablo de que hubiese sido feliz a escondias o de que su apariencia depresiva era un simple intento de llamar la atención, no. Ese tipo estaba maldito por una tristeza que parecía habérsele pegado a la piel y anidado en su interior, desde donde le apagaba la mirada y la sonrisa, las dos únicas cosas que tenía de bonitas.

«Diego -me dijo un día que habíamos salido a caminar-, nunca ames a una mujer que ame su libertad. Y menos si no le demuestras que eres capaz de ser emocionalmente independiente de ella. Las mujeres que aman su libertad pueden tener los mejores encantos, pero si descubren que eres incapaz de quererte más de lo que las quieres a ellas, nunca van a perdonártelo. A las mujeres así les mueve ese instinto de buscar a quien, más que darles amor, les dé seguridad. No buscan refugiarse, buscan que uno enfrente el reto con ellas. Y si eres de los que prefieren no arriesgar para no perder, o quedarte viendo de lejos una fiesta por no saber bailar, olvídate de lograr algo con ellas. Nunca ames a una mujer así. Al amor comenzó a irle mal desde que se decidió que la vida era mejor si te arrastrabas a paso firme y no si intentabas volar con un ala rota».

Aquellas palabras estaban cargadas de recuerdos más que de rencores. Sofía era la primera y última mujer que Martín amó en toda su vida. No sabía yo si su forma de amar era la correcta, pero era verdadera y cuando Martín se enamoró de Sofía, se enamoró también de su sombra. Quizá por eso prefería mil veces vivir con aquel vacío en el pecho, a ir a por ella y buscarla aunque sea para asegurarse de que jamás volvería a tenerla de vuelta. Martín era un hombre al que la vida le había reservado escasa fortuna en los escenarios amorosos. Algo había en él que hacía que las mujeres que atraía con su fortuna, lo dejaran al poco tiempo de haberlo conocido. Era un tipo bien parecido, por eso también mi desconcierto. Un día decidió que no merecía valor seguir viviendo si no había con quién compartir todo lo que tenía y, antes de ponerse el arma de su padre -que era policía- en la boca, vio a través de la ventana de su habitación a alguien a quien no le costó describir como la chica más hermosa del mundo. Su sonrisa y su forma de caminar le hicieron olvidar de pronto que estaba a punto de irse para siempre. Ese día conoció a Sofía. Y ella, sin saberlo, había salvado su vida. Él la quiso como si nunca antes lo hubieran lastimado. Y aquella bonanza que creyó que lo acompañaría por mucho tiempo, terminó yéndose por las alcantarillas aquella tarde en que llovió tan fuerte, que apenas le quedaron fuerzas para mantenerse en pie luego de ver a Sofía entregar el final de aquella historia de amor en la boca de aquel que juró que era un simple amigo.

Desde entonces Martín comenzó a odiar la lluvia y a Sofía, aunque a ella con menor intensidad. Recordaba haber sido feliz como si la felicidad fuera una parte bonita y necesaria de su historia, pero no duradera ni mucho menos sempiterna. Pensaba también en cómo hubiera sido si las cosas hubiesen funcionado de otra forma. ¿Él hubiera sido realmente feliz o simplemente hubiera esquivado temporalmente la tristeza? Al margen de estos detalles, lo cierto era que los engranajes se habían movido y aquella naturaleza de las cosas, que raras veces favorecen a la persona sobre la que giran, había llegado demasiado pronto y con pocas amabilidades.

Martín a veces regresa a ese lugar y se pone a fumar hasta que el sol se oculta. En estos últimos meses no ha llovido, aunque eso no le impide regresar a casa con la sensación de haber sufrido un diluvio interno.

Me contó que por las noches, cuando mira al cielo y ve la luna, tan blanca y solitaria, desea nunca haber conocido a Sofía. Pero las cosas se dieron porque la vida tenía que seguir un curso y, como él mismo dijo al principio, nadie puede elegir al respecto.

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