La historia de la chica que me cambio la vida
Hay cierta necesidad de alguien cuando te sientes solo, aunque nunca la hayas visto más que en fotos. Idealizas tanto una vida que terminas extrañando incluso los momentos que nunca sucedieron, o que, en todo caso, forman únicamente parte de tu imaginación.
Hoy me siento en uno de esos días. La verdad, he llegado a sentirme así la mayoría de veces cuando recuerdo que estoy tan solo que ni yo me siento a gusto conmigo mismo. Creo que pocos van a entender que cuando pasas mucho tiempo sin ver a esa persona te urge verla a cualquier hora del día. Tienes en el pecho un deseo grande de que deje de ser un simple sueño; quieres tenerla en tus manos, poder abrazarla y disfrutar de su presencia como se disfruta de todo lo imposible. Estando solo el tiempo se te hace eterno. Tienes en la boca ese amargo sabor de una realidad en la que no estás con ella. Entonces piensas que tienes que merecerla de cualquier forma: reservarte, esperarla, saber que aunque otras vengan antes tu atención está puesta desde el principio en una sola persona. Es lo bonito del amor, y quizá lo que nos vuelve un tanto idiotas: el ser fiel a alguien aun sin tener nada con ella todavía.
Pero la quieres, y esas ansias de repetir la última conversación como si tuvieras temas pendientes hacen que la veas en todas partes. Abres un libro, y encuentras su nombre; escuchas una canción, y habla de ustedes; en cualquier cosa que hagas la encuentras como si su presencia fuese una especie de cárcel. Y te atrapa. A mí me sucede ahora de esa forma, porque incluso, cuando intentaba escribir algo que no tiene relación con lo romántico, pensé en ella. Luego quise dibujar. Tomé un bolígrafo y a lo primero que le di forma fue a una pareja. Todo me recuerda a ella, hasta lo que no me recuerda a nada me recuerda a ella.
"Esto no está bien", me dije, como si eso pudiera cambiar el hecho de que seguía estando mal. Nunca pensé llegar a sentir nada de esto por alguien. Nunca pensé que un corazón tan indiferente al amor y tan fuerte como el acero se dejara fundir rápidamente por su suave encanto. Pero aquí la tengo, poniendo mi mundo de cabeza. Me he vuelto sumiso y sin ganas ya de seguir resistiéndome a ella. Pensé rápidamente en una foto suya que atesoro celosamente. Tenía miedo de verla, pero a la vez tenía por necesidad hacerlo. Entre tanta lucha entre mis polos opuestos opté por fin por mirarla.
Un silencio eterno se apoderó de mi mente, todos mis sentidos estaban tensos, expectantes a mi reacción.
Sólo me quedé viéndola, sus labios denotaban dulce sabor a fresas que aún no he probado.
Silencio y más silencio reinó ese momento de añoranza de su compañía. No pude pronunciar palabra y mis ojos apuntaban a los suyos en la fotografía. Tan linda, tan hermosa, tan admirable, tan codiciable, tan perfecta y ansiable. La presión me invadió y la impotencia dejó que cayeran lágrimas de mis ojos. No podía creer que no la tuviera, no aceptaba el hecho de que ella sea sólo una fotografía. Sentí un nudo en el corazón que hizo que dejara salir el llanto reprimido en mi interior, y un río de dolor añorante salió de mis ojos en forma de lágrimas.
Entre tanta angustia miraba la foto de reojo y la abrazaba como si fuera ella encarnada en un pedazo de papel fotográfico. Mi voz se agotaba de rogar algo que no sucederá... me ahogaba en voces sin fuerza, entre palabras imposibles y un amor vehemente cautivo. La desesperanza me engulló y no pude detenerme... caí en el remoto riesgo del que siempre me cuidé, caí en el remoto riesgo de necesitarla.
No tenía fuerzas ya, había llorado toda la noche y aún tenía lágrimas que salían de mis ojos. Con la poca fuerza de voz que me acompañaba, me dirigí a su foto y con ojos suplicantes, sólo le pude decirle... "te quiero". Sé que no me escuchó pero siempre esperé que al menos lo haya sentido, porque lo dije en el estado donde el ser humano es más sincero: en medio del sufrimiento.
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