AMOR DE MICROBUS
“Voy a llamarla la chica de microbus.
Había una vez, unos ojos tan bonitos, que las estrellas envidiaban y querían poseer ese brillo que se les impregnaba cuando vio a aquella chica que, viajando en el mismo autobus, le recordó a una rosa. Sin saber que ese amor tendría tantos pétalos como espinas.
Que algún día la haría sangrar y que eso a ella no le importaría, porque tomaría la rosa con la misma fuerza con la que uno se aferra a los momentos efímeros de felicidad.
Se conocieron en una mirada y siguieron ese hilo, así se bajasen y ambas se dirigieran en direcciones contrarias. Todo lo que va en contraria, algún día se topa por lógica, el mundo por más grande que sea: es redondo.
El autobús iba a todo kilómetro, su corazón palpitaba aún más rápido que cualquier velocidad. Sabía que iba a estrellarse y que todo lo que llamaba mundo se iba a ir a la basura.
Hay besos que simbolizan, pero hay otros, como aquel, que inmortalizan el tiempo, el momento, a los protagonistas, al amor. A veces la vida te pone en las manos lo que el destino te arrebata de tu corazón.
—Nuestro amor es un árbol.
Aquel árbol fue creciendo, las ramas fueron haciéndose largas, preciosas hojas verdes comenzaron a adornarlo. Fuerte, capaz de soportar tormentas y vientos huracanados. Los frutos comenzaron a brotar. El tiempo pasó. Se olvidaron que el otoño, tarde o temprano, llega. Y así fue. No fue ni el viento, ni las tormentas, ni siquiera fue la mala hierba los que lo destrozaron: fue el tiempo. Y aquel día comprendieron una de las cosas más importantes: lo que la vida te pone en el camino, también te lo arrebata como cuando sin querer te acercas al abismo y una piedra cae al fondo.
—¡ Bajo en una esquina, y nunca en su vida la volvió a ver.
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