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|Capítulo 8: Sensaciones|

Stratený Les, Oeste del mundo, Klan de los Nacidos de las Nubes.

Pouri no acostumbraba a despertar antes del alba; sin embargo, resultaba difícil conciliar el sueño en medio de la situación que no cesaba de martillar la sien con ímpetu. Además, sus jornadas abarcaban desde entrenamientos matutinos con Dante hasta tardes en las que analizaba los textos de Gael o, en numerables ocasiones, colaborando en el Klan —según se les requería—, a diferencia de Virav y Syoxi, eso último no figuraba entre sus intereses preferidos ni inmediatos.

Durante ese tiempo, mejoró el manejo de la espada.

Su mirada estaba fija en el techo, vislumbrando los primeros rayos del sol iluminaron la habitación que compartía con Virav. Se incorporó en el lecho y presionó los labios en una fina línea. Aún resultaba extraño habitar allí.

Sin prisa, salió a la habitación principal.

Durante los últimos días, Dante y él eran los únicos que despertaban más temprano que el resto, debido a la rutina de entrenamiento. Por ende, el Guardián procuraba levantarse antes para preparar lo necesario. En ese instante, mientras preparaba el desayuno, cada cierto intervalo de segundos, se detenía y se tocaba el pecho.

Una leve mueca surcaba sus los labios.

Había amanecido con un escozor en esa zona que le causaba molestia. Sin poder evitarlo, Pouri atendió los gestos ajenos con curiosidad. Se colocó la camisa del uniforme y se aproximó junto al moreno sin prisa. Atisbó su rostro, el cual poseía una palidez inusual que perdía el tono caoba de su piel. Un nudo se le formó en la boca del estómago.

Al finalizar, Dante dispuso dos cuencos en la mesa.

Todavía de pie, Pouri se cruzó de brazos y, en un tono apacible, comentó:

—No te ves bien.

Dante lo oteó de reojo, de arriba hacia abajo. Era cierto, no se sentía bien, pero era capaz de soportarlo sin inconvenientes.

—No es nada —dijo, restándole importancia—. Come.

Pouri enarcó una ceja.

Con atrevimiento, se inclinó hacia el rostro del Guardián de los Híbridos y rozó esa frente sudorosa. El frío que llegó al tacto fue inmediato y su pulso se aceleró. En eso, mientras contenía la respiración, trazó una línea apenas perceptible desde el centro de la frente ajena hasta la sien; esa piel era suave bajo sus yemas. Sintió que cruzaba una línea invisible, ingresando en un territorio prohibido. Por otra parte, ante ese toque, Dante no reaccionó ni intentó alejarse. Al contrario, disfrutó de la calidez que lo rodeaba.

—Deberías descansar —susurró Pouri a escasos centímetros del rostro impávido del Guardián, tratando de regular su respiración agitada. Prolongó el contacto más segundos.

—Es insignificante —musitó Dante, contemplando los labios contrarios.

Pouri no le creyó. Inhaló y exhaló poco a poco, meditando en cómo convencerlo. Sin embargo, al ser incapaz de apartar la mirada de aquellos profundos ojos azules, las ideas se desvanecieron antes de siquiera rozar su entendimiento. Pasó un hilo de saliva por la garganta e insistió:

—Descansa.

—Necesita aprender a defenderse. —La voz de dante apenas fue audible. No quería alejarse de él, le gustaba la cercanía.

—No estás en condiciones para entrenar. —Pouri empleó el mismo tono.

—He sobrevivido con una espada en el abdomen. No es nada.

Sin darse cuenta, Dante acortó más la distancia, como si fuera inevitable.

El calor de esa proximidad provocó que, de forma instintiva, Pouri posara la vista en los labios ajenos. ¿Por qué no se alejaba? ¿Por qué sentía deseos de probar aquella boca? ¿Qué significaba ese deseo? Su pecho subía y bajaba a la cadencia de su desenfrenado corazón. La razón se desvanecía, y solo quedaba la urgencia de tocar, de probar.

Un ligero cosquilleo recorrió su cuerpo, erizándole la piel. Eran sensaciones familiares a las que experimentó al tener contacto con él. Una parte de él aceptaba que Dante provocaba algo en su interior, mas era incapaz de nombrarlo con exactitud.

Para ese punto, el Mestizo no articuló más vocablos. Su corazón martillaba en el pecho y un calor reconocible apareció, robándole el aliento.

Los luceros de Pouri adquirieron un brillo singular.

Al elevar los nudillos por una de las mejillas del rostro caoba, el propio se tiñó de un intenso carmesí. Ese tacto resultó tan gratificante que no pudo evitar delinear un apacible gesto. Poseía una suavidad fascinante. Siglos atrás, no había sido capaz de besar a quien fue su prometida; sin embargo, el deseo que lo invadía lo tentaba de maneras inimaginables. Ansiaba conocer su dulzor, su textura...

El toque generó en Dante una punzada en la parte baja del abdomen y ligeros estremecimientos le invadieron las manos. Respiró despacio, deseándola con la misma cadencia. Una calidez lo aprisionaba y el deseo de abrazar a Pouri lo martillaba. Sin embargo, le aterraba cerrar la distancia que los alejaba.

¿Qué pasaría si se equivocaba y el albino no experimentaba esas mismas sensaciones?

Entregarse a alguien más, significaba su propia derrota. En tales circunstancias, no actuaría con imprudencia. Pero tampoco le haría daño tocar un poco, no cuando Pouri estaba tan cerca. Dante extendió el brazo y posó los dedos en el mentón ajeno, delineando la suavidad de la piel, ante esa aspereza, Pouri no se apartó; en cambio, ladeó la cabeza con ligereza, como si invitara a Dante a explorar más. A su vez, juntó los párpados y disfrutó de la vorágine de sensaciones que le invadió los sentidos.

En ese fugaz momento, una parte de Pouri le gritaba que lo más correcto era alejarse, pero ignoró. Decidió que no quería poner distancia entre ellos. El deseo lo empujó hacia adelante e hizo caso a su corazón.

En respuesta a esa cercanía, Dante se tensó. No esperaba tal reacción, menos una respuesta. Ahora no sabía cómo actuar. ¿Debía retroceder y fingir que no sucedió o de una vez admitía lo que trataba de negarse? Se mantuvo quieto, torturando su propia alma con esos pensamientos. Pese a la incertidumbre, continuó con las caricias en aquella piel pálida que se teñía de carmesí.

Sin poder —ni querer— evitarlo, Pouri acortó más la distancia de aquel rostro caoba hasta el punto en que sus narices se rozaron, permitiendo que sus alientos se entrelazaran. En ese instante, su corazón danzó a una cadencia irregular y familiar. Era como si hubiera encontrado una melodía olvidada. El deseo de esa calidez lo abrazaba y aminoraba el vacío que se arraigaba en su alma.

Mientras que, abrumado por las sensaciones, los ojos azules de Dante se dilataron y su cuerpo se movió sin pensar. Tocó los labios ajenos con los propios, fue una caricia lenta y suave.

Ante ese sutil tacto, un ligero escalofrío recorrió la espina dorsal de Pouri; confirmar el sabor de Dante era inefable. Su piel cosquilleaba. Un calor reconfortante los inundó y, por un instante, el tiempo se ralentizó. Dejándose llevar por el deseo de profundizar más en esas sensaciones, Pouri condujo una mano a la nuca ajena, sus dedos se hundieron entre los mechones de cabello que caían allí y lo atrajo más hacia sí.

Dante se estremeció y la punzada en el abdomen incrementó, al igual que el color rosado en sus mejillas. Dibujó una sutil sonrisa de regocijo e intensificó el contacto, mordiendo y succionando los labios que empezaban a fascinarle. Colocó las manos en las caderas de Pouri y lo atrajo; necesitaba sentirlo, cuyos músculos se tensaron ante la inesperada acción y tan solo se dejó llevar por el vaivén marcado.

El Guardián saboreó la piel de Pouri con deleite, le maravillaba tenerlo así de cerca y aquel sabor lo extasiaba.

Su corazón martillaba con tanta insistencia en el pecho que deseaba seguir besándolo por más tiempo. Mas sabía que debía detenerse, de lo contrario, tendría una erección y todavía desconocía qué tanto podía tocarlo.

Después de unos minutos, se separó y pegó la frente en la otra. Gesto que le fue correspondido por Pouri, con el pecho que subía y bajaba a un ritmo irregular. Su rostro pálido estaba bañado aún por los tonos rojizos que delataban la calidez que envolvía su cuerpo.

—Me gustas —musitó Dante, conservando su inexpresividad en el rostro, aunque su aliento estaba caliente y agitado.

El corazón de Pouri martilló con frenesí. Esas eran palabras inesperadas, no lo negaría, pero le emocionaban. Esbozó una apacible sonrisa y, con voz enronquecida, susurró:

—También me gustas.

En respuesta, Dante le dio otro beso antes de apartarse.

—Come, debes de entrenar —expresó con la voz entrecortada. Se lamió los labios, queriendo volver a saborearlo.

—Debes descansar —insistió, mas se acomodó en un cojín para degustar los alimentos.

Un resoplido resonó entre las paredes de la habitación. Dante tomó asiento frente a él y elevó el mentón con soberbia. Si bien, era cierto que la incomodidad en el pecho persistía, era soportable y lograba mantenerse estable.

—No es necesario.

Pouri arqueó una ceja con sutileza, pero optó por dejar el tema hasta allí.

A fin de cuentas, Dante parecía tener un mejor semblante que instantes atrás.

En un mutismo que no alteraba la tranquilidad envolvente, el Guardián fue el primero que terminó de comer. Acto seguido, se levantó y agarró la espada que estaba recargada en una de las paredes de la habitación. Puso su entera atención en Pouri, viendo por unos instantes sus labios y luego emitió un suspiro. Se lamentaba que no fueran los únicos en la cabaña.

—Te espero en el bosque.

El contrario asintió despacio y en completo silencio, sus ojos se toparon con los de Dante solo por un instante antes de desviar la mirada hacia la mesa. El ruido de la puerta al cerrarse indicó que se había quedado solo. Mientras ingería los alimentos, su cabeza no cesaba de pensar en las sensaciones cálidas que aún persistían en su cuerpo. La intensidad de estas sobrepasaban las que alguna vez sintió por Lexi, un recuerdo que ahora parecía difuso, casi irreal en comparación con lo que experimentaba ahora.

Deseaba que esa sensación nunca se esfumara.

Stratený Les, Oeste del mundo, Klan de los Nacidos de las Nubes.

En medio del entrenamiento, Dante trató a Pouri del mismo modo que en cada uno de esos intensos enfrentamientos. Atacó con la fuerza que lo caracterizaba y le marcó los errores cometidos, haciendo que repetir los movimientos. Durante esas largas horas, Pouri se esforzó por mantener el ritmo de su contrincante.

Pasado un tiempo, se dejó caer en el verde tapiz, cansado y con la piel perlada de una fina capa de sudor.

—Cada vez lo haces mejor —comentó Dante, sentándose a un lado.

—Sería desalentador si me quedara estancado. —Pouri se desprendió de la camisa, dejando al descubierto su torso, y luego extrajo un trozo de tela de un bolsillo.

Ante el movimiento, Dante recorrió el cuerpo ajeno con detenimiento, detallando los músculos y la característica palidez. Por un leve segundo, el color azul en sus ojos se oscurecieron y la garganta se le secó. Ajeno a la inspección, Pouri continuó eliminando la humedad, concentrado en la tarea de recuperar algo de frescura antes de que el sudor se secara por completo y dejara esa incómoda sensación pegajosa.

—¿Por cuánto tiempo has sido Guardián? —curioseó, sin detenerse.

«Si contamos el tiempo que estuve en el mundo humano, más de veinte años», pensó Dante con cierta amargura que se vio reflejado en su cuerpo tenso.

—Ocho años —contestó. Desvió el rostro para evitar seguir contemplando al hombre que lo hacía anhelar el desnudarlo en esos momentos y oírlo gemir—. Uno se convierte en Guardián a los veinte.

Pouri lo atisbó de reojo por una fracción de segundo. Eso significaba que ambos poseían la misma edad, de cierta forma.

—¿Y por cuánto tiempo son Guardianes? —continuó, desviando la mirada a la tela que sostenía, doblándola—. ¿Es igual que con los Raaja? ¿Durante el resto de su existencia?

—No, veinte años. —Dante alzó una ceja y lo observó—. ¿Qué es un Raaja?

—Mmm, es alguien que gobierna distintos mundos —dijo Pouri, apacible—. El Na'Farko se divide en múltiples reinos, mundos. No se limitan a dos o tres. Ellos se encargan de proveer y proteger a las razas de sus dominios.

Dante alzó todavía más la ceja y las comisuras de los labios se levantaron de un modo tan poco notorio que parecía todavía conservar su friolenta expresión. Le resultaba curioso ese mundo.

—Es un Guardián por Clan —articuló después de unos segundos.

—¿Y tu compañera?

—Izel es la Guardiana de los Mestizos, como yo. Dos Guardianes por Clan: hombre y mujer. —Dante apartó la mirada para sacarse la camisa y retirar el sudor del abdomen.

Pouri lo atisbó de reojo. En el Na'Farko, si dos personas regían en un reino, significaba que estaban unidos como pareja. De esa forma, la descendencia heredaba la corona. Sin embargo, asumía que, al gustarle, allí era distinto. Aunque no pudo evitar pensar en que, tal vez, esas relaciones también fueran diferentes; no estaban sujetas a los mismos códigos o ceremonias.

Una leve punzada se instaló en su pecho, y presionó los labios. No quería siquiera atreverse a resolver esa inquietud, temía lo que pudiera descubrir.

Al paso de unos minutos, Dante terminó de quitarse el sudor. Dobló la prenda y la puso a un costado suyo. De pronto, y sin previo aviso, acortó la distancia con Pouri y condujo las manos a la mejilla contraria, dejando una estela de calor y electricidad en su piel.

El contacto fue suave, casi imperceptible.

Y antes de siquiera procesar lo que ocurrí, Dante lo besó, provocando que el albino se estremeciera en un principio. Pero ese temblor inicial se desvaneció en un parpadeo, sustituido por una corriente cálida que lo invadió de pies a cabeza. Tras un breve titubeo, le correspondió casi de inmediato, encontrando en los labios del Guardián una familiaridad y una intensidad que lo dejó sin aliento.

Dante atrapó el labio ajeno entre sus dientes, arrancándole un suave gemido. Luego, al separarse, lo contempló con los ojos oscurecidos.

—Quiero tener sexo contigo. ¿Estás de acuerdo?

Ante la inesperada propuesta, los colores volvieron a pintar el pálido rostro de Pouri. La idea le resultaba emocionante... Y si bien no estaba seguro de cómo sería aquella experiencia, anhelaba volver a sentir la calidez que este le proporcionaba ante el más mínimo contacto.

—Sí —pronunció en un tono bajo, casi susurrado.

Satisfecho con la respuesta, el pecho de Dante se elevó y un cosquilleo lo recorrió. Quería estamparlo entre los árboles cercanos, donde las sombras y el olor a tierra húmeda serían sus únicos testigos. Quería desprenderle el pantalón y hacerlo jadear. Por desgracia, no tenían tiempo para ese desahogo.

Un poco molesto, resopló.

Se puso de pie, cogió la espada que guardó en la firma y comenzó a alejarse de él, caminando hacia la cabaña. Ante eso, Pouri lo siguió a una distancia moderada, presionando la camisa entre sus dedos para calmar el estremecimiento de las manos y los nervios nacientes que le cosquilleaban la parte baja del abdomen.

Una vez que ingresaron a morada, Gael los recibió con una extensa sonrisa.

—Joven, Pouri, le estuve comentando a sus amigos que hoy habrá un festejo para el nacimiento de las flores —articuló en un tono extasiado.

—Mmm... —Pouri desvió la mirada hacia Syoxi y Virav que se mostraban entusiasmados con la idea—. Genial. ¿Necesitamos alguna preparación previa? ¿Algo en lo que debamos ayudar?

—La preparación de alimentos se hace entre todos, compartiendo con el resto. —contestó y después deslizó unas flores sobre la mesa—. Pueden ayudar a cocinar, si gustan.

—¡Seguro será magnífico! —exclamó Syoxi, apresurándose por llegar junto al albino para sostenerlo de un brazo. Hizo una leve mueca cuando los músculos de Pouri se tensaron ante su contacto, aun así, prosiguió—: El señor Gael dijo que también habrá un baile. Ahora, ve a asearte, estás pegajoso —dijo con una leve mueca.

Sin soltarlo, la Daivat lo jaló en dirección a la habitación en la que se ubicaba la bañera. Por su parte, Dante se dedicó a guardar en las bolsas los ingredientes que usarían para la elaboración del banquete.

Minutos posteriores, cuando Pouri finalizó, regresó a la habitación principal con el resto. Para ese entonces, el Guardián se hallaba a la mesa, revisando el mapa de Stratený Les y leyendo los libros de Gael, mientras que el Aventurero conversaba con Virav sobre la unión y la hija que se encontraban en Oge, entre otros asuntos triviales.

Sin poder evitarlo, Pouri se situó a un costado de Dante en silencio, quien nada más lo vio de reojo y después lo ignoró. Pese a que Virav no le tomó importancia, Syoxi arqueó una ceja con sutileza.

¿En qué momento se habían vuelto cercanos?

Stratený Les, Oeste del mundo, Klan de los Nacidos de las Nubes.

El centro del pueblo se encontraba envuelto en la bulla de la diversión. Quienes estaban a cargo de preparar el banquete para ese día, dispusieron de hornos en el exterior. El aroma a conservas de flores y de las hortalizas en mantequilla, se impregnaba en el aire y se mezclaba con la fragancia natural del arbolado. Las especias que solían agregar para elaborar la salsa llegó hasta los sentidos de los recién llegados; Dante la disfrutó.

Deseoso de cocinar del mismo modo, el Guardián aceleró los pasos hasta llegar a un punto en el que una manta lo esperaba. Ahí, picó los tubérculos de manera minuciosa, que freiría junto a unos chiles.

Gael y Virav no dudaron en ayudar.

Mientras tanto, Pouri y Syoxi admiraron el entorno con un sutil destello de emoción en sus semblantes. Sin embargo, debido a que el primero no evocaba el último instante en el que estuvo rodeado de multitudes de personas, no podía evitar que cierta incomodidad le recorriera el cuerpo. Aun así, minutos después, se dispusieron a colaborar.

—¿Saben? Para nosotros es muy importante este día. Cuando las flores nacen de nuevo —articuló Gael en un tono melodioso—. Espero que disfruten esto.

—Seguro lo haremos —respondió Syoxi por sus compañeros, esbozando una apacible expresión.

Mientras Gael se encargaba de lavar el arroz en un cuenco y de picar la fruta para la conserva, levantó el rostro hacia los habitantes del Na'Farko.

—Virav me comentó sobre su hermosa hija y esposa. ¿Qué hay usted, Pouri? ¿Syoxi? —cuestionó con curiosidad plasmada en la elevación de sus comisuras.

—Oh, no tengo hijos ni nada de eso —expresó Syoxi, soltando una risa nerviosa, aunque su mirada se posó por una breve fracción de segundo en Pouri.

Pouri se movió con la misma tranquilidad de siempre; ocupado en sacar lo necesario de algunas canastas con cierta rigidez.

—Tengo tres hijos —respondió en un tono apagado.

El cuerpo de Dante se tensó. Detuvo su accionar para otearlo con discreción. No esperaba aquella respuesta, menos cuando el albino estuvo de acuerdo de ser su compañero sexual; esas palabras lo golpearon como una corriente fría e imprevista. Pero si en verdad resultaba que él estaba unido a alguien, prefería no empezar esa relación. Con la quijada apretada, continúo con la preparación.

Gael contempló a Pouri con los ojos abiertos en un asombro que era difícil de ocultar.

—Así que también tienes pareja, sorprendente —musitó.

Imperturbable, Pouri terminó de acercar los alimentos a Dante antes de enfocar su atención en el Aventurero.

—No. Tuve una prometida hace mucho, pero falleció antes de que nos uniéramos —explicó sin problemas, como si narrara un hecho de la vida de alguien más, y no el propio—. Zao y Ros fueron abandonados por su padre biológico, así que los acogí. Niarys, en cambio... —Una sutil curvatura surcó sus labios—. Podría decir que fue ella quien me acogió a mí antes de que su abuelo falleciera.

Ante la explicación, el cuerpo de Dante se relajó. En cambio, Gael permaneció en silencio durante unos minutos, tratando de procesar la información adquirida. De pronto, sus luceros adquirieron una brillantez ante lo nuevo que se presentaba ante él. Se apresuró a tomar su bolsa, extrayendo un libro en el que apuntó con tinta: «no suelen esperar a la unión de almas para tener descendencia». Su sonrisa se encontraba elevada al cielo.

—Entonces no es esencial tener pareja —susurró para sí mismo, aunque tampoco ocultó esas palabras a los demás.

Pouri no entendió a qué se refería, así que regresó a ayudar a Dante.

»En Nebesky Les, si un niño se queda sin padres —comenzó Gael a explicar en un hilo de voz excitada, anhelante de que conocieran parte de su mundo para que le entregaran más datos del suyo—, un adulto puede decidir «protegerlo» y no verlo como su hijo. Por supuesto... —Emitió un suave carraspeo para proseguir—, también hay quienes con el tiempo se encariñan y decide verlo como su hijo. Cuando Dante perdió a su familia —agregó en un susurro, cuando el mencionado se alejó para conseguir flores con algunos Nacidos de las Nubes—, decidí acogerlo. Es mi protegido.

—En Oge también hay personas que pueden acoger a otros —intervino Virav—. Pero es algo relegado más al Leier... el líder de las tierras. Para nosotros son importantes los lazos que creamos con nuestros seres queridos. Es normal que, si alguien acoge a un niño, se vean como familia, pese a que no lo sean por la sangre.

El mayor asintió con la cabeza, anotando cada vocablo pronunciado por el joven. Aunque, por unos escasos segundos, su ceja se arrugó.

—¿Está prohibido que alguien que no sea Leier proteja a un menor? —preguntó con incertidumbre.

—No —respondió Pouri, sin voltear a verlos—. Pero la ley les otorga esa responsabilidad por encima del resto. El Consejo destina una remuneración para las necesidades básicas de los niños que sean acogidos. De todos modos, en Oge, son pocos casos como esos los que existen. La mayoría no... no abandona a sus hijos.

—Además, no hay guerras como acá —añadió Virav.

Gael terminó de escribir, cerró el libro y los atisbó.

—En Nebesky Les, siempre estamos en contacto con la muerte. Como se darán cuenta, aquí existen los Afym. Son nuestro enemigo natural —dijo, calmado—. Es más común con nosotros que un niño se quede sin sus padres.

—En especial, si uno extermina su Clan —intervino Azael en medio de una carcajada que no llegaba a sus ojos, cuyo color emanaba el arrepentimiento.

Ante el comentario, Syoxi presionó las manos con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron.

Dante regresó con las flores que intercambió por otros ingredientes, y se los entregó a Pouri. Le comentó que las pusiera en la olla con azúcar y frutos rojos, quien no dudó en hacer lo dicho, ganándose una mirada perpleja de sus dos compañeros.

—Eso es nuevo —comentó Virav, divertido.

—Raro —complementó la Daivat.

Al paso de un intervalo de minutos, el vapor de las verduras y los cereales rodeaban su entorno. De pronto, los Nacidos de las Nubes tomaron sus ollas y las llevaron al interior del bosque.

—Está por empezar el evento. Vayamos —anunció Gael, agarrando las infusiones.

Virav y Syoxi ayudaron con otros alimentos. Enseguida, Dante cogió las jarras con la conserva, entregándole al albino para que se encargara de llevarla. En ese intercambio, aprovechó para rozar los dedos del albino de manera intencional, acción que tiñó el pálido rostro de este con ligeros tonos rosados. Acto seguido, siguieron a Gael.

Detrás de ellos, avanzaba Azael con las manos atadas en lianas, cortesía del Guardián.

Por el sendero que los guiaba hacia el sitio seleccionado para el evento, las risas y las voces suaves de los habitantes del Klan envolvían las hojas de los abedules, liberando la frescura de sus cuerpos. El aire estaba impregnado con el aroma dulce y terroso de la vegetación, mezclado con el sutil perfume de las flores silvestres que bordeaban el camino.

Los abedules, con sus troncos blancos y hojas verdes que susurraban al viento, parecían cobrar vida con cada carcajada y murmullo de la gente que gozaba de aquel día. La luz del sol, filtrándose a través del follaje, pintaba el suelo con manchas doradas y sombras danzantes.

Los pasos de Gael y Dante resonaban en la tierra húmeda, marcando un ritmo lento y constante. El crujido de las hojas secas bajo sus pies añadía una melodía rítmica al ambiente, mientras el viento jugaba con sus cabellos y acariciaba sus rostros con una brisa fresca y revitalizante.

En los campos florales, el líder del bosque se posicionó frente a los habitantes. Portaba una falda de flores y el torso descubierto, mostraba los pliegues de la escritura antigua, en el que se relataba la canción que estaba pronto a dar inicio. Él fue quien empezó con los primeros pasos de baile, siendo acompañado por flautas, tambores y laúd. Al instante, mujeres y hombres que vestían faldas floreadas, rodearon los capullos que esperaban a ser despertados.

Al ritmo de la melodía, movían los pies. Formaban círculos y movimientos que representaban al renacer de la vida. A medida que los pétalos se abrían, presumiendo su nacimiento, se mecían al compás del baile.

El semblante de Syoxi se iluminó en un santiamén, cuyos ojos viajaban por el entorno y detallaban a los habitantes del lugar. No pudo evitar mover la cabeza de un lado a otro con emoción. Pese al deseo que tenía de unirse a ellos, se mantuvo con el resto del grupo. Entretanto, si bien la escena les resultaba cautivadora a Pouri y Virav, sus rostros no se mostraban de la misma forma que la Daivat. Por su parte, Dante admiraba el entorno con un brillo en los ojos. Presumía lo que podría ser una sonrisa, y no alejaba la vista de los cánticos.

En ese soplo, los luceros violáceos de Pouri se establecieron en el Guardián de los Híbridos. Contempló esa forma única de apreciar el momento, una que solo había distinguido con anterioridad cuando les enseñó cómo pedir permiso para extraer agua.

«Hermoso», pensó.

Una vez que los bailes cesaron, el líder se volvió a posicionar en el centro.

¡Las flores han nacido! ¡Las Lágrimas congeladas de Gaia se van del mundo y las abejas volverán a nosotros! —exclamó eufórico en la lengua de la Madre Naturaleza—. ¡Gocen de los alimentos que Gaia nos ha regalado!

Los Nacidos de las Nubes caminaron hacia los alimentos que los demás elaboraron, ofreciendo su parte para intercambiar. De inmediato, las risas que salían de los labios de esa gente, al momento de cantar, bailar o narrar anécdotas, inundaban cada copa de fresno.

Sentado en una manta, Dante comía despacio mientras contemplaba la danza de las flores que emitían un cálido y hechizante resplandor. El resto de ellos, excepto Azael, también degustaron de los alimentos. Syoxi continuaba conteniendo las ansias de querer estar más cerca, de deslizar los pies por aquel espacio hermoso.

Atento a los gestos de sus invitados, el Aventurero deslizó una afectuosa sonrisa.

—¿Le gustaría bailar? —preguntó, terminando de masticar su porción—. Solo tengan cuidado de no maltratar una flor.

El rostro de Syoxi se iluminó. No dudó ni un segundo en dejar a un lado el cuenco a medio comer para unirse a ese momento inolvidable.

»¿No les gustaría acompañarla?

—Paso —respondió Virav sin titubear.

En cambio, Pouri permaneció en silencio. No sabía qué tan aceptado sería que, de improviso, le pidiera un baile a Dante. Asumía que no debía existir problema, pero prefería evitar tener a Virav y a Syoxi pegados a él haciendo preguntas incómodas. Por otro lado, al moreno no se le cruzaba un pensamiento similar, menos cuando otra vez experimentaba la molestia en el pecho. Antes de que Gael se percatase de su incomodidad, se marchó sin dar explicaciones.

Pouri lo observó con una pizca de interés, mas optó por regresar su atención a los bailes.

A la hora del conticinio, el evento concluyó.

Gael recogió los cuencos y ollas utilizadas. Seguido de ello, les recordó a sus invitados que a partir de mañana podrían ayudar en el Klan mientras seguían investigando el modo de salir. Virav ayudó a cargar con los utensilios.

—¡Ha sido maravilloso! —exclamó Syoxi, dando un ligero saltito—. ¿Cada cuánto tiempo hacen esto, señor Gael?

—Cada vez que las Lágrimas congeladas de Gaia se desvanecen —respondió sonriente, abriendo la puerta de la cabaña.

Hasta ese instante, la Daivat no se había percatado del término empleado. Ladeó la cabeza e hizo una leve mueca de confusión, tratando de entender por sí misma a qué se refería; no obstante, no pudo.

—¿Qué son? —preguntó.

—El manto blanco que congela las flores y eriza la piel de los animales por el frío —respondió Dante, quien recién regresaba. Su rostro estaba igual de pálido, pero la molestia en el pecho había disminuido.

—¡Oh! —soltó Syoxi y evitó decir algo más. Si hablaban de esa forma, significaba que era importante para ellos.

—Te ves pálido —comentó Pouri, dándole un vistazo de reojo a Dante.

Virav contempló al albino con curiosidad y Syoxi, confundida.

—Es insignificante.

Stratený Les, Oeste del mundo, Klan de los Nacidos de las Nubes.

En el interior de la cabaña de Gael, Dante dispuso las medicinas que logró recolectar para el dolor de cabeza. Aprovechando que la mayoría se retiró a descansar o a asearse, el moreno se desplomó en la superficie de la mesa. Se masajeó la sien en espera de que el agua se calentara.

A escasos metros de distancia, Pouri lo contempló por largos segundos de mutismo.

Pronto, supuso que lo mejor sería permitirle descansar, así que le susurró un «buenas noches» y dio media vuelta con intenciones de seguir la misma dirección que Virav. Sin embargo, un impulso casi visceral recorrió a Dante cuando escuchó la despedida. Se levantó con un ímpetu que traicionaba su cansancio y, en un movimiento rápido y decidido, cogió el brazo de Pouri, obligándolo a girar hacia él.

En un parpadeo, lo empujó contra la pared y chocó sus labios con los suyos.

Quizás, así, lograría olvidarse del dolor.

Ante el inesperado —pero gratificante— gesto, Pouri quedó atónito. Aun así, esa sorpresa no duró mucho: le correspondió con la misma intensidad. Su corazón latía con desenfreno mientras una vorágine de sensaciones recorría cada centímetro de su piel.

Al mismo tiempo, sus mejillas adquirieron un ligero carmesí.

Las manos del Guardián, que temblaban con ligereza, se trasladaron debajo de la camisa del contrario. Acarició esa tersa piel que lo incitaba a probarla, a un ritmo lento. Su pecho bajaba con rapidez y la excitación se apoderaba de él.

Presuroso, mordió los labios de Pouri para que le permitiera el acceso a su lengua. Quería seguir bebiendo de él.

El cuerpo de Pouri se tensó al sentir cómo el deseo se concentraba en la parte baja de su abdomen, mientras sus manos, por instinto, se aferraban a la espalda de su pareja, presionándolo contra sí con una fuerza inesperada. En un gesto instintivo, jadeó. Ante ese gratificante sonido, Dante profundizó el beso mientras buscaba bajarle el pantalón, pero un destello de realidad atravesó su mente nublada: podrían oírlos.

Rompió el beso y recargó la frente con la contraria, respirando con dificultad.

Pouri contempló el rostro del moreno con las pupilas dilatadas, quien le devolvió la mirada de la misma forma. Dante trazó caricias en los labios que comenzaban a gustarle, pasó las yemas por esa zona suave e hinchada. No supo cuanto tiempo lo tocó, hasta que dibujó una mueca y se separó, tocándose el pecho.

«No entiendo por qué me duele tanto, nunca estuve tan cerca de Hakim como para que me afecte así». Caminó hasta la infusión y bebió deprisa.

De repente, el semblante de Pouri se ensombreció. Calmado, acomodó sus ropas con un toque nervioso y se acercó al moreno.

—¿Estás seguro de que te encuentras bien, Dante?

—Es insignificante. —Repitió en un tono tosco—. Soportable.

Pouri acortó la distancia entre ellos. Con delicadeza, acarició la nuca de Dante.

—Bien, si tú lo dices —aceptó—. Descansa.

Dante solo respondió con un asentimiento. Como último gesto antes de retirarse, Pouri depositó un beso en la sien de este.

El corazón del moreno se agitó en ese segundo. Las mejillas se tiñeron de carmesí y sintió una punzada en el abdomen. Anonadado, llevó la mano al lugar en el que todavía notaba el calor de los labios y la calidez que experimentó.

¿Era normal sentirse así de vulnerable?

¡Gracias por leer!

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