|Capítulo 5: Klan de los Nacidos de las Nubes|
Stratený Les, Oeste del mundo, Klan de los Nacidos de las Nubes.
Dante siguió con su rutina de entrenamiento, repitiendo los movimientos precisos que había perfeccionado a lo largo de los años.
Al final, cuando sus músculos le exigieron clemencia, se detuvo. El sudor se acumulaba en su pecho, deslizándose hacia abajo con lentitud; el cual subía y bajaba al compás de su respiración entrecortada. Se quedó inmóvil por un momento, con los ojos cerrados y las manos apoyadas sobre los muslos. Con una mueca de desagrado, sacó del bolsillo del pantalón y retiró la humedad del torso a medida que se unía al resto del grupo para ingerir los alimentos.
—Cuando terminemos de comer, continuaremos. Sigue siendo un largo camino —dijo Gael con su sonrisa amable.
Virav y Syoxi respondieron con un asentimiento animado, la Daivat incluso se relamió los labios. En contraste, Pouri permaneció en silencio, con la mirada fija en los alimentos que sostenía en los dedos. No se consideraba de las personas que sentía aversión por cierto tipo de comida luego de que Vikeesh lo acogió, indistintamente, de cómo fuera preparada, pero había estado tan acostumbrado a comer carne fresca en los últimos meses que era inevitable no extrañarla en ese soplo. El sabor de las semillas y tubérculos le resultaban insípidos; ni siquiera sentía que saciaran su apetito en totalidad.
Una vez que terminaron de degustar los alimentos, retomaron el camino.
En los días posteriores, Dante se dedicó a enseñarle los movimientos de espada del Clan de los Ángeles a Pouri, pasos de pies que ningún otro sabía. De vez en cuando, le pedía que combatiera con él y, cuando notaba que se equivocaba, hacía que repitiera el movimiento, una y otra vez, hasta que el cuerpo de Pouri respondiera sin pensar.
Mientras tanto, Syoxi se ocupaba de Virav, transmitiéndole el mismo arte, pero con un enfoque diferente. Sus enseñanzas eran menos rigurosas, más compasivas, adaptándose a la capacidad y condición del Aisur.
Al cabo de una semana, el aroma a hojarasca en descomposición y a tierra húmeda advirtió que estaban en proximidad del bosque, el cual se alzaba majestuoso, rodeado por altos muros de piedra. Las piedras, erosionadas por los siglos, estaban cubiertas por musgo y líquenes, sus tonos grises y verdes se mezclaban en una danza de texturas ásperas y suaves. Frente a ellos, la entrada de roble del Klan se levantaba con imponencia.
A un lado, una torre de vigilancia se erguía hacia el cielo.
Desde la cima, se visualizaba los sombras de los Nacidos de las Nubes, esperando alguna señal por parte de Gael Aisa, quien avanzó hasta posicionarse en la periferia de los del interior y levantó la espada de cristal, demostró que se trataba de él y no de un intruso. El silencio que siguió fue breve, roto de manera abrupta por el profundo estruendo y las vibraciones que emanaron de las enormes puertas al deslizarse, que espantaron a los colibríes que rondaban por las cercanías.
Después de un breve intervalo, emergieron tres hombres, cuyos rostros se mostraban gentiles. Llevaban en sus labios sonrisas que parecían esculpidas con cuidado, que aparentaban dar una bienvenida silenciosa a sus tierras. El rosado de las bocas contrastaba con la blancura inmaculada de esos ojos, aquellos tan blancos como las largas hebras que caían sobre los hombros. Se aproximaron a los que recién llegaron, atisbando a Pouri, Virav y Syoxi.
A diferencia de esos tres, Dante desenvainó la espada de cristal que lo reconocía como un Mestizo, detalle que atisbaron los Nacidos de las Nubes y supieron que él provenía de Nebesky Les.
—¿Se puede saber quiénes son ustedes? —cuestionó en una lengua desconocida para los del Na'Farko.
En ese soplo, solo el semblante de Virav se mostraba confundido, sus cejas se fruncieron y sus labios se entreabrieron en un intento inútil de entender. A su lado, pese a que Pouri y Syoxi captaron el mensaje, permanecieron inmóviles; sin atreverse a contestar, siendo que la Daivat dirigió una mirada cautelosa hacia Gael, como si esperara que él asumiera la responsabilidad de la situación.
En un instante, Gael carraspeó. Avanzó unos pasos para posicionarse en la contemplación de uno de los vigilantes. Ejerció una sutil reverencia y elevó los labios en una afable expresión.
—Son mis invitados de honor. Estarán en mi cabaña hasta el tiempo necesario —pronunció en un tono gentil y calmado—. Le presento al Guardián del Clan de los Híbridos, Dante Abad. Y ellos... —Señaló a los restantes—. Son Pouri, Virav y Syoxi.
El hombre originario de Stratený Les, Eza, ejerció una larga inclinación en dirección a Dante, posando una mano en el pecho, mostrando su respeto hacia su título. Le comentó que le ofrecía las mejores comodidades posibles. El moreno correspondió el gesto con un movimiento de cabeza. Por su parte, el primero saludó con menos prestigio a los de Oge, quienes le correspondieron de la misma forma. A excepción de Pouri, cuya salutación apenas fue perceptible.
Luego de que Eza y Gael intercambiaron algunas palabras en el idioma de Gaia, el Aventurero se giró hacia el resto para dirigirles una gentil sonrisa. Hizo una seña al interior del bosque, indicando que podían pasar sin inconvenientes.
Las paredes de piedra no demoraron en cerrarse con un sonido estrepitoso.
—¿Les parece si se asean antes de proseguir con el recorrido? —cuestionó en un tono afable—. Muy cerca de aquí hay un pozo, Dante los puede guiar.
—¡Sí, por favor! —exclamó Syoxi con una tenue curvatura.
Seguido a ello, tanto Pouri como Virav asintieron sin vacilar. A fin de cuentas, un merecido baño después del tiempo que llevaban caminando sería necesario.
Al arribar al primer piso de la torre, el Aventurero se aproximó a los Nacidos de las Nubes para conseguir otro tipo de alimentos, luego de pedirle a Dante que los trasladara hasta la zona donde extraerían agua, quien solo atinó a asentir con la cabeza.
Pronto, el Guardián se encaminó hacia aquel punto, esperando que los del Na'Farko lo siguieran. Pero se detuvo y giró hacia ellos, observándolos con detenimiento, quería determinar si lograba resolver lo que sus corazones escondían, ver si podía leer sus pensamientos. Se mantuvo unos minutos en el rostro de cada uno, a excepción de Pouri, en quien se demoró una mayor medida de tiempo. La belleza que portaba lo descolocó al punto de considerar que era el hombre más hermoso que había visto.
Movió la cabeza con disimulo y resopló del mismo modo.
«Ridículo», pensó con cierta incomodidad y siguió el sendero al pozo.
Los tres caminaron junto al moreno en completo silencio, aunque sus contemplaciones viajaban entre los distintos árboles del entorno.
Virav y Syoxi eran quienes se mostraban más entusiasmados, cuyas perlas brillaban más en cada paso que se internaban en el arbóreo; disfrutaban del fresco aroma de las hierbas y la tierra que inundaban sus sentidos. En cambio, Pouri se enfocaba en el hombre que los guiaba. No había pasado desapercibida la mirada que el Guardián les dirigió instantes previos, una que el hombre de cabellos níveos interpretaba como despectiva, juiciosa. Si bien no esperaba que confiaran en ellos ciegamente, al menos, sentía que debía disimular más su desagrado.
Sin embargo, no pudo evitar seguir el contorno de aquel rostro indiferente. Cuando las palabras de Syoxi resonaron con fuerza en su entendimiento, el calor subió por su cuello, instalándose en sus mejillas con un ligero tono rojizo.
El ritmo de su corazón traicionó su aparente calma, por lo que desvió la mirada hacia otro punto. En consecuencia, Syoxi —que aún lo sostenía del brazo— percibió la tensión en sus músculos. Lo observó de reojo, mas no pronunció vocablo alguno.
A medida que Dante caminaba a paso lento —más de lo que deseaba— su respiración se tornaba acelerada. Había soportado, durante esos días, la necesidad de limpiarse. No obstante, sabía que llegaba al límite. La mano temblaba de manera ligera y trató de disimular en tenerla en la empuñadura de la espada de cristal. Aun así, portaba su habitual expresión despectiva.
Por fin, se detuvieron al llegar a su destino.
A los alrededores, varias cubetas de madera reposaban para ser usadas por quienes la necesitaran. Inhaló hondo, minutos previos de girarse hacia los de Oge.
—¿Quién desea asearse primero? —preguntó sin ninguna expresión en el rostro.
—Yo —habló Syoxi al instante, alzando la mano.
—Acérquese —dijo. Caminó hasta el pozo, donde se reflejaba en la claridad del agua. Dante nunca entendió cómo era que estos permanecían siempre hasta arriba—. Debe atesorar el agua, este recurso —explicó, acariciando el líquido con delicadeza, como si tocara los pétalos de una flor—. Y jamás desperdiciar. Pida permiso, dele a entender a Gaia que conoce su valor.
Syoxi acortó la distancia y observó el líquido por unos breves instantes. Posó la atención en Dante y asintió despacio, quien retrocedió. Aunque primero le comentó que, cuando «obtuviera» el permiso, debía llenar las cubetas y tendría que regresar, donde le asignarían un espacio privado junto al «jabón». Ante ello, la joven Daivat se inclinó hacia el pozo y se mantuvo en silencio, admirándolo. Por un fugaz soplo, se perdió en su propio reflejo.
No estaba segura de si debía pronunciar alguna palabra, pero si Gaia era como los dioses en Vorxeis, asumía que no sería necesario: Ella conocería sus pensamientos, ¿no?
Luego de un instante, desvió la mirada a Dante.
—¿Cómo sé que he obtenido permiso? —cuestionó.
El Guardián alzó una ceja, incrédulo. No notó ni un asomo de benevolencia de su parte, solo se mantuvo estática. Dudaba de su actuar. Para evitar que su tono fue tosco, aspiró hondo. Gael solía decirle que requería ser paciente.
—No será necesario que lo obtenga, con que se perciba su respeto a la naturaleza y no he visto que le haya hecho una petición.
Syoxi entrecerró los ojos y prensó los dedos por un segundo.
—¿Y qué se supone que debo hacer? —cuestionó otra vez—. ¿No es suficiente con desearlo? ¿O que Ella sepa lo que guardo en mi corazón?
Dante tensó la quijada y sus ojos azules se tornaron oscuros ante la ligera molestia que lo invadió. ¿Desear? Para él, resultaba absurdo tal pensamiento. Existían personas que deseaban la fuerza, pero si no demostraban que se esmeraban para aquel anhelo, no lo alcanzarían.
—¿Querer? —cuestionó con hostilidad—. Aquí en Stratený Les tiene más valor demostrar el respeto y no solo pensar que se hace. Debe enseñar a través de gestos aquello que se desea.
Syoxi soltó una risa burlona antes de volver la atención al pozo. En el fondo, esa respuesta la rozaba más de lo que admitiría. Ella no tenía problema con demostrar respeto; sin embargo, le resultaba irónico que, pese a mostrar que allí los recibieron gracias a Gael e incluso que este mismo se tomara la molestia de ayudarlos a entrenar, hablara de ello. O tal vez le daba demasiadas vueltas al asunto.
Inhaló hondo y decidió emular los gestos que el moreno hizo en un principio.
Con un gesto de reverencia, extendió la mano al líquido y la tocó, creando suaves ondas en la superficie. De repente, una sutil ventisca acarició sus cabellos, seguido del aroma al rocío de la mañana que llegó a sus sentidos. Syoxi se sobresaltó por un instante y observó los alrededores, aunque no había nada fuera de lo común. Una apacible sonrisa adornó sus labios, a la vez que su corazón latía desbocado en el pecho.
Detrás de ella, Dante observaba con paciencia, esperando que se retirara.
Resultaba complicado que otras personas supieran si la petición de alguien más fue aceptada o no. Después de todo, el viento que solía acariciarlos era personal, íntimo.
Sin perder un segundo más, Syoxi se colocó de pie y tomó dos cubetas para llenarlas.
—¿Dónde dijiste que me asignarán un lugar para asearme? —preguntó, enfocando su atención en Dante.
—En la torre de vigilancia.
La Daivat asintió y sujetó las dos cubetas llenas antes de acercarse a Pouri.
—Olía a ti —dijo con una sonrisa antes de alejarse.
El hombre de cabellos albos arqueó una ceja con evidente confusión, mientras que Dante dirigió la vista hacia él y Virav.
—Cuando quieran hacerlo, deben imitar sus acciones —dijo Dante.
Los habitantes del Na'Farko asintieron despacio.
El Guardián requería observarlos, así que, en lugar de marcharse, se encaminó hasta un árbol cercano. Tomó asiento y extrajo una daga con la finalidad de despistar sus estremecimientos. Por su parte, Virav se quedó contemplándolo por un soplo antes de volver la atención hacia su acompañante.
—Adelante, no tengo prisa —musitó Pouri.
Sin titubear, Virav se arrodilló junto al pozo y emuló las acciones anteriores de Syoxi para obtener el permiso. Cuando la tocó, el perfume del kauri aterrizó en él, pero en esa ocasión, en lugar del viento, fue una caricia en el rostro. A diferencia de la chica, el Aisur no se sobresaltó ante el repentino roce, pues se había acostumbrado a sentir el contacto de los orbes años atrás. Debido a ello, asumió que era adecuado extraer agua, así que lo hizo y se marchó de igual manera.
Segundos posteriores, Pouri entendió que no podría postergar más aquel momento. Tomó una bocanada de aire antes de aproximarse e inclinarse ante aquel pozo. Sus dedos se deslizaron por la superficie acuosa con una calma inexplicable. Por un instante, la imagen fugaz de Dante, realizando esa misma acción, llegó a él. Esa expresión había sido diferente a las demás que presenciaron desde que lo conocieron.
Tras expulsar el aire contenido y apartar la imagen, juntó los párpados.
Al paso de unos minutos, una risa cantarina de una mujer resonó en sus oídos, una melodía de libertad inexplicable. A través de esta, el albino percibió el dulce aroma floral que se entrelazaba con la fragancia natural del entorno.
Pouri inhaló despacio antes de sacar el agua necesaria e incorporarse.
Para ese punto, las sombras que rodeaban a Dante eran borrosas y confusas, además de que no podía utilizar la energía para detectar su magia y asegurarse de que se encontraba solo. No obstante, Pouri se mantuvo contemplándolo. La respiración del Guardián se tornaba frenética; el olor metálico de sangre lo rodeaba, un líquido que imaginaba que se escurría entre sus palmas. Los latidos desenfrenados de su corazón lo empujaron a levantarse, desesperado. Una delgada capa de sudor le empapaba la frente y los cabellos oscuros.
Se recargó en el pozo, buscando respirar con normalidad entre jadeos entrecortados. Tenía el rostro pálido y las extremidades le temblaban a tal punto que no se controlaba.
De inmediato sacó agua para lavarse las manos a un ritmo ajetreado.
Necesitaba deshacerse del agobio que lo asfixiaba, apartarse de los recuerdos que lo arroparon al miedo que generaba sus lágrimas. Parecía que volvía a ser ese niño de diez años que despertó empapado de la sangre de su familia. Se tallaba las manos, pese a que estas, en ningún momento, estuvieron manchadas. Su mente se negaba a aceptar esa realidad; en su percepción, aún estaban sucias.
El rojo de la piel le indicaba que se sobrepasaba.
Pese a que Pouri logró captar esos gestos, decidió ignorarlos para dirigirse con sus acompañantes.
Stratený Les, Oeste del mundo, Klan de los Nacidos de las Nubes.
Gael terminó de desplegar varias mantas en el suave tapiz de las hierbas. Acomodó cuencos abarrotados de hortalizas en mantequilla, frutas frescas, carne seca y arroz, acompañado por tazas de barro con infusiones florales. Syoxi emergió de la torre de vigilancia con una amplia sonrisa. Se peinaba el corto cabello con los dedos, aproximándose al Mestizo.
—¿Necesita ayuda con algo, señor Gael?
El referido alzó la vista, enfocándose en la silueta de la Daivat.
Su presencia, de cierta manera, lo confortaba. No entendía a qué se debía con exactitud, pero ella le recordaba a su hija. Izel también había preferido cortarse el cabello, alegando que le estorbaría en combate, y la sonrisa que le dirigía, le hacía suponer que adoraba reír.
—No es necesario, disfrute de los alimentos —dijo, gesticulando un movimiento sutil que la invitaba a sentarse.
Syoxi no lo dudó, ocupó un espacio frente al hombre. Cogió un cuenco y disfrutó de los sabores.
—¡Gracias! Está delicioso...
Los ojos de Gael se achicaron cuando esbozó una alegre expresión en el rostro, aunque aquella efímera alegría no se veía reflejado en el color opaco de estos.
—Es bueno saberlo —agradeció en un susurro.
Ante el mutismo, la chica se debatía entre entablar una conversación o mantenerse de esa forma. Se había acostumbrado al silencio de Pouri durante ese tiempo, pero la pequeña Niarys lo compensaba con creces, pues era bastante habladora. Aun así, optó por la primera opción.
—Entonces... ¿Tiene pareja e hijos? —indagó tras tragar de forma apropiada, manteniendo la vista en el moreno.
El Aventurero se sumergió en el silencio del viento, miraba los alimentos intactos y a su mente llegó la sonrisa de Hilaria. Existían momentos en los que su memoria se tornaba difusa, amaneceres en los que una punzada en el pecho le impedía conservar su tranquilidad. No había ni un solo día que no la anhelara. Afirmó con un movimiento de cabeza.
—Mi esposa falleció hace muchos años —pronunció en un tono bajo. Puso a un lado el cuenco y sustrajo de los bolsillos su daga con el relieve de la serpiente, acariciando el grabado—. Mi hija se llama Izel. Quiero creer que, cuando Dante se alejó de ella, sobrevivió a la guerra.
De repente, Syoxi contuvo el aire, su pecho se tensó. Se obligó a soltarlo despacio.
—Oh... lo lamento —susurró poco después con el corazón acelerado. Presionó los labios y los dedos por breves instantes—. Debe ser difícil no saber de ella.
«¿Difícil? Yo diría que insoportable». Apretó los labios, reticente a responder. No tenía caso desahogar sus penas con una jovencita, no quería incomodarla.
—¿Y qué me dice de usted? —cuestionó con una genuina curiosidad.
—Mmm... —Syoxi dio un bocado a su comida. Lo trago y atisbó al mayor—. Mis padres también murieron, y mis amigos. Conocí a Pouri hace poco, me ha ayudado bastante. Usted, en cierta forma, me recuerda a ellos... Tenían un tono de piel similar.
—Puede sentirse cómoda en este lugar. Estarán en mi cabaña y podrán dormir ahí durante los días en los que el joven Pouri y Virav aprenden a usar un arma —articuló Gael con suavidad.
—Espero que no tome demasiado tiempo —musitó.
Minutos posteriores, Pouri se unió a ellos, situándose a un costado de Syoxi en silencio. Por su parte, Gael todavía estaba disperso en sus pensamientos y recuerdos de su familia. Tuvo que inhalar en profundidad y tragar saliva para desprenderse el nudo en la garganta. Soltó un discreto carraspeo y le dedicó una falsa sonrisa al recién llegado.
—Joven Pouri. Adelante, disfrute de los alimentos —ofreció el Mestizo.
El aludido agradeció con una ligera inclinación. Tomó un cuenco y comenzó a degustar la comida.
A diferencia de los atardeceres previos, Gael no trató de conversar con sus invitados. Se concentró en terminar el cuenco, echando miradas discretas en la dirección en que sabía se hallaba el pozo. En otras circunstancias, no estaría desconcentrado y buscaría un modo de indagar respecto al Na'Farko, pero conocía a Dante tan bien que intuía lo que sucedió con él. Después de todo, tiempo atrás, había intervenido para evitar que este continuara eliminando un rastro de sangre que nunca tuvo.
Una vez que concluyó de comer, dejó a un lado el cuenco y sacó de la bolsa unas hierbas que machacó junto a una miel. Gael colocó el ungüento preparado en una hoja que envolvió y guardó en el bolsillo del pantalón. Acto seguido, extrajo mantas y cojines de plumas que extendió a Pouri y compañía.
—Con este podrán descansar mejor —articuló en un tono suave.
—Gracias —dijo Syoxi, tomándolos.
El hombre mayor asintió en respuesta. Sin prisa, se levantó y sacudió el pantalón a un ritmo lento, fingiendo que no tenía prisa en llegar junto a Dante. Temía que, a tales circunstancias, sus manos tuvieran llagas por la fuerza que frecuentaba emplear en estas al limpiarlas.
—Si me disculpan, buscaré a mi protegido —anunció Gael—. Pueden descansar.
Dicho aquello, se retiró.
Los tres inesperados visitantes asintieron.
Mientras que Virav y Syoxi no demoraron en tender las mantas para acostarse, Pouri se quedó observando la espalda del Aventurero. Se preguntaba si la ausencia de Dante tendría que ver con lo que presenció antes de asearse; no obstante, terminó por sacudir la cabeza, evitando profundizar en el asunto.
Pese a que se recostó en medio de sus dos acompañantes, se mantuvo observando el cielo. Su mente se inundaba de recuerdos de su pequeña, quien seguro se encontraba preocupada por su repentina ausencia.
—¿No puedes dormir? —indagó Syoxi en un tenue susurro.
—No, y pensar que aún falta más tiempo... —Pouri inhaló y exhaló varias veces—. Solo espero que Niarys esté bien.
—Lo estará, Dorak la está cuidando... Ahora, descansa —musitó la Daivat, cerrando los ojos—. Seguro que el camino será largo.
Pouri asintió, aunque se mantuvo admirando el vasto cielo.
Al paso de una hora, Gael regresó junto a ellos con un semblante que denotaba cansancio. Se recostó en una manta y se dispuso a dormir. Sin embargo, Dante no apareció hasta después de largas horas.
¡Gracias por leer!
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