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―¡Barco a las tres!
El oleaje estaba agitado ese día. El mar mecía el barco furiosamente de un lado a otro, haciendo que, de vez en cuando, el joven capitán del Volkvolny tuviera que aferrarse al timón para no perder el balance. La salvaje brisa marina le despeinaba el ya desordenado cabello rojizo que le caía a ambos lados del rostro libremente. Se lo había dejado crecer más de lo que acostumbraba, y en momentos como aquel en los que el viento no perdonaba, se daba cuenta de por qué rara vez lo llevaba tan largo.
―¡Transporta pasajeros!
La voz de Nihren volvió a hacerse eco entre la niebla y el fuerte sonido de las olas. Nikolai vio a la Sanadora de la tripulación descender ágilmente por las jarcias, catalejo en mano, su sable pendiendo de su cinturón como de costumbre. La muchacha le lanzó el instrumento y él lo cogió al vuelo, llevándoselo al ojo para observar lo que ella había indicado. El resto de la tripulación ya estaba en sus puestos, esperando órdenes.
A pesar de que sus Vendavales podrían haber disipado la niebla fácilmente, Nikolai prefería mantenerla alrededor de la embarcación para darles la ventaja del sigilo. A los demás barcos les costaría más identificar al Volkvolny si no podían verlo desde la lejanía.
Tras otear el buque durante unos largos segundos, Nikolai corroboró las palabras de Nihren. Aquel barco, que pretendía ser de mercancías, transportaba en realidad pasajeros. Y si los estaban intentando esconder, eso quería decir que no eran pasajeros, sino esclavos.
―¡Quiero más niebla! ―ordenó.
―Da, kapitan.
A veces, Nikolai tenía que recordarse que no estaba allí para ser un justiciero. Estaba allí para servir a su país de alguna forma que no fuera gandulear en palacio, o pasar los días viendo carreras de caballos y las noches en burdeles, como a su hermano Vasily le gustaba hacer.
Sin embargo, los vientos y el mar no estaban de su parte aquel día, y por más que los Vendavales y los Agitamareas que había en su tripulación intentaron seguir las órdenes de su capitán, el barco de esclavos terminó por avistar la goleta a unas millas de la costa de Kerch.
A Nikolai le habría gustado una travesía sin incidentes hasta Novyi Zem, pero a veces los Santos querían ver sangre derramarse.
Los disparos resonaron en el cielo, el olor de la pólvora acaparando los sentidos de Nikolai, pronto seguido por el de la sangre. Los aceros chocaban entre ellos mientras los miembros de ambas tripulaciones se batían en duelo, y los Grisha del Volkvolny utilizaban a la vez sus dones y sus armas para defenderse de sus atacantes. Su casaca azul verdoso ondeaba con el viento mientras Nikolai se veía enzarzado en una pelea con dos marineros cuya sangre salpicó en su llamativa chaqueta cuando dio el golpe de gracia.
―Con lo que cuesta limpiar la sangre ―se quejó antes de saltar al barco enemigo.
Le había pedido a Nihren y a sus hermanos que buscaran a los prisioneros y los mantuvieran seguros hasta que los esclavistas hubieran caído. Sin embargo, la niebla, cada vez más espesa y húmeda, le impedía ver más allá de su nariz. Estaba empapado de pies a cabeza, y le pareció que estaba empezando a llover. No le disgustaba la lluvia, pero en medio de una pelea podía ser de lo más tedioso. La ropa se mojaba y pesaba más de lo normal, haciendo sus movimientos más lentos, y el cabello se le pegaba a las sienes.
―¡Sturmhond!
Nikolai se dio la vuelta para enfrentarse a su oponente. Sus cejas se alzaron levemente; aquel era el capitán del barco, y aunque no estaba completamente seguro, era posible que alguna vez le hubiera robado algo. No le era difícil hacer enemigos, desde luego.
―Sí, ese es mi nombre ―respondió despreocupadamente. El hombre se abalanzó sobre él, espada en alto. Ambos empezaron a pelear mientras el resto de aquella pequeña batalla se desarrollaba en los dos navíos. La niebla parecía envolverse alrededor de ellos como un abrazo―. Qué recibimiento. Me siento halagado.
―Pirata de tres al cuarto ―lo insultó el hombre. Nikolai no pudo evitar ofenderse, y olvidándose de su sable, le encajó un buen puñetazo en la mandíbula.
―Corsario ―replicó, y su interlocutor le devolvió el golpe en el estómago, tirándolo al suelo.
Nikolai gruñó de dolor mientras su espalda golpeaba la madera de la cubierta, pero antes de que pudiera prepararse para recibir un segundo golpe, su atacante quedó paralizado en el sitio y la niebla se disipó súbitamente. El joven capitán, con la vista nublada, miró a su alrededor. Casi suspiró al ver a Tamar con los brazos extendidos, utilizando sus dones de Mortificadora para paralizar el corazón de aquel esclavista. Justo después, sus ojos esmeralda enfocaron la silueta de una joven cuyo cabello pelirrojo era tan brillante que podría combatir con el sol.
La chica se movía de la misma forma que había visto hacer a los Vendavales del Segundo Ejército. Era evidente que tenía una buena formación ―formación militar. Por unos segundos, hasta se olvidó de que estaban en medio de una pelea. Luego despertó de su breve ensoñación y se puso de pie ignorando el dolor que se extendía desde su ombligo hacia sus extremidades.
Nikolai le perdió la pista a la Vendaval pelirroja cuando volvió a meterse en aquel embrollo de pólvora, corrientes de viento, sonoros tintineos de acero y súbitas trombas de agua. Aun así, como era de esperarse, una tripulación de esclavistas poco tenía que hacer contra los hombres de Sturmhond, que terminaron por reducirlos sin pérdidas.
El caos de la pelea se aplacó poco a poco. La tormenta que se había quedado sobre ellos se disipó finalmente, y los pocos esclavistas que quedaban vivos se rindieron al verse superados en número. Nikolai ordenó que los encerrasen el mismo lugar en el que ellos habían mantenido a los prisioneros, y él mismo se ocupó de liberar a los que habrían sufrido una vida de esclavitud de no haber tenido la suerte de que el Volkvolny se cruzase en su camino.
Los heridos hacían cola en la barriga del barco esclavista, todos esperando por los cuidados de Nihren, Tolya y Tamar, que estaban bastante ocupados tratando heridas de todos los tipos, contusiones e incluso sacando el agua de los pulmones de un pobre marinero que se había precipitado por la borda. Se disponía a regresar a la cubierta y distribuir a la tripulación entre ambos barcos ―no lo había planeado ese día, pero parecía que acababa de hacerse con otro barco más para su colección― cuando sus sagaces ojos dieron con la Vendaval de melena pelirroja una vez más. Se había retirado a una esquina y parecía murmurar para sí misma. Movido por la curiosidad, se acercó a ella.
―¿Algún problema? ―preguntó cuando estuvo lo suficientemente cerca como para que ella lo oyera. La chica, que se había sentado sobre una mesa de madera que había perdido todo su lustre y el barniz con el paso de los años, giró la cabeza para mirarlo. Sus iris, de un color marrón avellana, lo analizaron de pies a cabeza. Entonces Nikolai se dio cuenta de que la manga de su camisa blanca estaba manchada de rojo por encima del codo―. Hm, esa es una herida fea la que tienes ahí. ¿No vas a hacer nada al respecto?
―He visto cosas peores ―repuso la Vendaval, volviendo a mirar la mancha escarlata. Pasando saliva, se quitó la camisa y Nikolai tuvo que parpadear un par de veces al darse cuenta de que la chica estaba en ropa interior... y parecía no importarle―. ¿Me pasas las vendas?
Nikolai le dio el rollo de vendajes que había no muy lejos mientras ella limpiaba el exceso de sangre con la camisa. El capitán puso una mueca al ver el desastre que estaba formando intentando ocuparse de la herida ella misma.
―Hay tres Grisha capacitados justo ahí que podrían ayudarte, en caso de que no los hayas visto ―comentó, apoyando la cadera en la mesa y observándola con curiosidad.
―Y tienen bastante trabajo ―añadió. Se mordió el labio al ver la sangre, roja y líquida, deslizarse por su brazo hasta el codo para después gotear al suelo. Nikolai bufó y, quitándole las vendas de las manos, se posicionó a su lado para envolver la herida él mismo. Mientras lo hacía, sus ojos captaron las suaves líneas en su espalda que indicaban que alguna vez allí hubo una cicatriz prominente.
―¿Y una Vendaval tan terca e indisciplinada como tú es del Segundo Ejército? ―le preguntó, arqueando una ceja. La joven giró la cabeza de golpe, las cejas juntas, una mueca en su rostro.
―¿Qué? ―soltó. Nikolai sonrió de lado.
―¿Necesitas que lo repita? ―repuso, divertido.
―No... Te he escuchado perfectamente ―replicó, con el ceño profundamente fruncido y un ligero acento que no le resultaba muy común. El capitán terminó de envolver la herida con las vendas y se aseguró de atarlas bien.
―Entonces, ¿qué hace una Grisha del Segundo Ejército en un lugar como este?
―No es de tu incumbencia.
―Vaya, qué defensiva. Era mera cortesía.
La chica murmuró algo en un idioma que no era ravkano, y tampoco kerch ―Nikolai sospechaba que era kaélico, pero no estaba seguro. Volvió a ponerse la camisa mientras rehuía su mirada, abotonándola rápidamente. Él tuvo que aguantarse una carcajada al ver su gesto. Parecía un conejo acorralado por un grupo de perros de caza.
―Si piensas que voy a devolverte al Oscuro y su ejército de colorines, te equivocas ―le dijo el corsario, torciendo la cabeza ligeramente y dándole un repaso descarado a la chica. Ella finalmente le devolvió la mirada, aún con el ceño fruncido y un brillo de desconfianza en los ojos cuando él le tendió la mano―. Sturmhond, un placer.
La Vendaval alternó la mirada entre su rostro y su mano para, finalmente, estrechársela, aunque ciertamente recia.
―Noreen ―respondió ella. Tenía las puntas de los dedos heladas―. No pareces el tipo de pirata de los cuentos ―comentó, y a Nikolai le pareció que se estaba burlando.
―Eso es porque soy un corsario ―replicó este, guiñándole un ojo.
―¿Así que eres como una mascota del rey? ―preguntó Noreen. Nikolai no pudo evitar su gesto dolido. ¿Él? ¿Mascota del rey? ¿De su padre?
―¿Mascota? ―repitió, incrédulo, sacudiendo la cabeza, aunque el fantasma de una sonrisa tironeaba de las comisuras de sus labios. Qué chica tan ocurrente―. No. Solo tengo una licencia. Y mucho dinero.
―Ah. O sea que lo mismo ―le dijo, encogiéndose de hombros. Puso una mueca nada más realizar el movimiento, seguramente porque le había tirado de la herida.
―Oye, no estás siendo muy amable con el capitán del barco que te acaba de salvar. Todavía podría ordenar que te arrojen por la borda ―le advirtió. Noreen resopló.
―¿Siempre hablas tanto?
―Solo con quien me interesa.
―¿Así que te intereso?
Nikolai apretó los labios para retener la risa que crecía en su pecho. La chica lo observaba con desconfianza, y no es que la pudiera culpar, ya que no se conocían de nada y él había destapado su secreto rápidamente ―una desertora del Segundo Ejército. Al Oscuro no le gustaban los desertores, y de tenerla de vuelta en sus garras, el capitán estaba seguro de que no sería, precisamente, amable con ella.
―Un Vendaval nunca está de más en un barco ―respondió Nikolai, lanzándole una mirada bastante explicativa. Llevaba bastante tiempo buscando otro Vendaval para su tripulación, y esta parecía justo lo que necesitaba. Era una desertora, lo que significaba que no tenía la protección de nadie y tampoco a dónde ir, y también que había sido entrenada como los Grisha del Pequeño Palacio, lo que le garantizaba que supiera combatir y utilizar su poder―. Especialmente una tan cualificada como tú.
―No tengo intención de quedarme a trabajar en tu barco, Sturmhond ―repuso ella mientras arqueaba una ceja. Hizo ademán de cruzarse de brazos, pero en el último momento se detuvo.
―Pues es un trabajo bastante estable. Muy entretenido. No te haces a la idea de la cantidad de hombres y mujeres que daría un brazo para recibir la misma oferta que tú ―le dijo con una sonrisa ladina en los labios y le guiñó el ojo―. Aunque, por supuesto, es tu decisión. ―Nikolai se enderezó y empezó a caminar en dirección a las escaleras para regresar a la cubierta, pero antes de hacerlo, se dio la vuelta y miró a Noreen de nuevo. Ella le devolvió la mirada―. Llegaremos a Novyi Zem en cuatro días. Ponte cómoda.
Noreen se quedaría en el Volkvolny más tiempo del que ella había previsto en un principio.
❝Heaven is not fit to house a love like you and I❞
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