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❄Capítulo 02❄

Esas palabras encendieron una alarma en mi mente, y sin pensarlo dos veces corrí hacia la habitación de mi padre. Crystal estaría bien, me repetí, tratando de calmarme. Aunque su padre era frío y manipulador, siempre encontré una forma de consolarme pensando que, en el fondo, la quería a su manera.

Cuando crucé la puerta, mi vista quedó atrapada en la imagen de mi padre. Su aspecto había empeorado desde el día anterior: su piel estaba más pálida, sus ojos más hundidos, y cada movimiento parecía costarle un esfuerzo inmenso. La enfermedad que lo consumía era un misterio, y su progreso era alarmante. Si no hubiéramos tenido tantos recursos, ya lo habría perdido.

—Papá... —mi voz apenas salió, quebrada por la preocupación.

Él levantó la mirada con esfuerzo y me dedicó una débil sonrisa.

—Hijo, ven. Siéntate a mi lado —me acerqué despacio, intentando contener la angustia que me llenaba al verlo en ese estado. Me senté a su lado en la cama, y él me observó detenidamente antes de hablar.

—¿Sabes? He estado pensando mucho en ti... y en lo que me gustaría ver antes de partir.

—¿A qué te refieres, papá? —pregunté, con el corazón latiéndome fuerte.

—Quiero verte casado antes de que llegue mi momento —sus palabras me dejaron sin aliento. Tragué con dificultad mientras lo escuchaba continuar—. Tu coronación está cada vez más cerca, y me daría tranquilidad saber que tienes a alguien a tu lado.

—Papá, yo... —intenté responder, pero las palabras se atoraron en mi garganta. Tenía miedo, miedo de que él decidiera por mí. Después de todo, en mi corazón solo había lugar para Crystal.

Él me miró con comprensión.

—Tranquilo, hijo. No voy a imponerte a nadie. Lo único que quiero es que busques a alguien con quien puedas compartir tu vida y gobernar este Reino. Una mujer que sea digna de ti, y tú de ella.

Sentí una oleada de alivio recorrerme mientras sus palabras se asentaban en mi mente.

—Está bien, papá. Te prometo que me casaré con la mujer más hermosa y amable del Reino —le dediqué una sonrisa genuina, una que él devolvió antes de cerrar los ojos para descansar.

Salí de la habitación con el corazón acelerado. Mi decisión estaba tomada: Crystal sería mi reina, pero antes de proponerle matrimonio, debía asegurarme de que estuviera preparada para ocupar ese lugar. Tenía que verla interactuar con las personas del Reino, conocer su corazón y su capacidad para ganarse su confianza.

Recorrí los pasillos del Palacio buscándola, y finalmente la encontré en el jardín real. Estaba cuidando las rosas de hielo rosadas, esas flores únicas que solo florecían en nuestro frío Reino. Su delicadeza y dedicación en ese momento me conmovieron profundamente. Se veía tan hermosa, tan llena de vida, que por un instante me quedé observándola desde la distancia.

—Crystal, necesito hablar contigo —mi voz la hizo voltear, y cuando sus ojos azules se encontraron con los míos, noté algo extraño. Sus mejillas estaban húmedas, y el rastro de lágrimas dejaba un brillo melancólico en su rostro.

Me acerqué rápidamente y la envolví en un abrazo.

—¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? —ella intentó responder, pero su voz se quebró.

—Mi padre... —su cuerpo temblaba en mis brazos—. Me dijo que... que tú te casarías con otra, y que yo solo soy un juego para ti. Me llamó... zorra.

Su confesión me llenó de rabia, pero reprimí mi enojo. Lo único que importaba en ese momento era consolarla.

—Crystal, mírame —tomé su rostro entre mis manos y limpié sus lágrimas con suavidad—. Nunca me casaría con nadie más que contigo. Eres la mujer más hermosa que he conocido, pero no solo por tu apariencia, sino por la bondad y la fuerza que llevas en tu corazón.

Ella me miró incrédula, como si no supiera si creerme.

—¿De verdad?

—Te lo demostraré. Vendrás conmigo a visitar a las personas del Reino. Quiero que ellos también vean lo increíble que eres.

Su expresión cambió lentamente, y una pequeña sonrisa apareció en sus labios.

—¿Eso quieres, Tae Tae?

—Eso quiero, mi futura reina.

El viaje hacia la Aldea de Glaciaris estuvo lleno de caricias furtivas y besos robados. Amaba la timidez de Crystal, su forma de bajar la mirada con cada gesto que compartíamos y el leve temblor de sus manos cada vez que temía que alguien nos descubriera. Para mí, esa mezcla de dulzura y nerviosismo solo hacía que la deseara más. La adrenalina de nuestro secreto era embriagadora.

—¡Majestad! Es un honor verlo por aquí —me decían los súbditos, inclinándose con respeto. Aunque las reverencias eran algo a lo que estaba acostumbrado, aún se sentía extraño ser tratado con tanta formalidad.

—Es mi deber. Además, quería asegurarme de que todo esté bien por aquí —respondí, con una sonrisa amable.

—Estamos muy bien, su majestad. Seguimos con los preparativos para el Año Nuevo. Sería un honor que usted y su novia vinieran a festejar con nosotros.

Antes de que pudiera responder, noté que Crystal, con sus mejillas encendidas, intentaba aclarar la situación.

—Oh, no, él y yo no somos... —la interrumpí suavemente, tomando su mano antes de que terminara.

—Mi novia y yo haremos lo posible por asistir —respondí con una sonrisa traviesa, saboreando el ligero apretón que ella me dio al oír mis palabras. Su mano estaba fría, y eso me hizo notar lo nerviosa que estaba. La conocía demasiado bien como para no darme cuenta.

El día en Glaciaris transcurrió en una calma que contrastaba con el frío del lugar. Visitamos los orfanatos, donde dejamos juguetes y materiales escolares para los niños. Ver a Crystal en acción fue una experiencia transformadora. Tenía un don natural para conectar con los demás: sus palabras eran cálidas, sus gestos sinceros, y los niños parecían adorarla desde el primer momento. Era como si estuviera destinada a ocupar un lugar especial en mi vida, y en mi Reino. Más que nunca, estaba seguro de que ella era la reina que todos necesitaban.

Cuando regresamos al Palacio, el ambiente cambió. Caminamos juntos hacia mi habitación, algo que apenas habíamos hecho una vez antes. Siempre preferíamos reunirnos en la cabaña, lejos de las miradas curiosas, pero esta vez sentí que no había necesidad de escondernos.

Una vez dentro, Crystal parecía relajarse. Sus gestos tímidos desaparecieron, y en su lugar apareció esa chica coqueta que sabía exactamente cómo jugar conmigo. Esa dualidad en ella me fascinaba.

—¿Quieres que veamos una película? —preguntó de repente, con una sonrisa traviesa que no pasó desapercibida.

—Mmm, no lo sé. Esa cara tuya dice otra cosa —respondí, acercándome a ella con una sonrisa de lado.

Ella puso sus manos en mi pecho y comenzó a empujarme lentamente hacia la cama.

—Tal vez sí, tal vez no. ¿Tú qué opinas?

Antes de que pudiera responder, tropecé con el borde de la cama y caí de espaldas, atrapado entre su risa y su mirada juguetona. Crystal no perdió tiempo: se subió sobre mí, sus manos recorriendo mi pecho mientras su cabello caía alrededor de su rostro como un marco perfecto. Estaba provocándome, y sabía que yo no podía resistirme.

Cuando estaba a punto de besarla, se retiró de repente, acostándose a mi lado con una expresión divertida.

—Mejor veamos alguna película de Navidad —solté un suspiro teatral, fingiendo derrota.

—Vaya, qué malvada eres, pero no te preocupes, pronto me las pagarás.

Ella me miró con esa sonrisa descarada que tanto amaba y se encogió de hombros.

—Tendrás que intentarlo.

[...]

Los días siguientes fueron un torbellino. La salud de mi padre empeoraba rápidamente, y ni siquiera el padre de Crystal, el hechicero real, podía hacer más para retrasar lo inevitable. A pesar de todo, Crystal y yo seguimos visitando al pueblo, llevando no solo provisiones, sino también la esperanza de que todo estaría bien.

Crystal comenzó a ganar un lugar especial entre los habitantes. Su empatía y liderazgo eran evidentes, y los súbditos la veían como una verdadera luz en tiempos oscuros. Cada vez que la observaba interactuar con ellos, confirmaba lo que mi corazón ya sabía: estaba listo para pedirle matrimonio. También sabía que debía pedir su mano a su padre.

Finalmente, el día de Año Nuevo llegó, y con él, la oportunidad perfecta para dar la noticia a mi padre. Esa mañana fui a su habitación, mi corazón estaba lleno de emoción.

—Te ves muy feliz, hijo. ¿Qué pasa? —preguntó mi padre con una sonrisa débil, pero llena de ternura.

—Papá, encontré a la mujer perfecta. Es amable, generosa, y se lleva increíblemente bien con el pueblo. Nos amamos mucho.

—¿Y quién es la afortunada? —su mirada se iluminó, aunque un atisbo de curiosidad la atravesaba.

—Es Crystal, papá. La hija del hechicero real —la sorpresa fue evidente en sus ojos, pero pronto dio paso a una sonrisa genuina.

—Estoy muy feliz, hijo. Mi deseo antes de morir se cumplirá. Debemos empezar con los preparativos de la boda lo antes posible.

Mi padre intentó incorporarse, pero lo detuve con suavidad, presionando sus hombros para que se recostara nuevamente.

—Papá, debes descansar. Además, todavía no le he pedido matrimonio —un gesto de confusión cruzó su rostro.

—¿Por qué no?

—No he encontrado el anillo perfecto para ella. Quiero que sea algo hermoso y especial, como lo es ella para mí.

—Te entiendo, hijo —susurró, con nostalgia en su voz. Se giró con esfuerzo hacia un pequeño cofre de cristal en su mesilla de noche y lo abrió lentamente. Dentro, había una pequeña caja también de cristal, que al abrirse reveló un anillo sencillo pero lleno de elegancia. En el centro brillaba una gema azul que capturaba la luz como un pedacito del cielo.

—Este anillo perteneció a tu madre. Cuando la conocí, quería darle el mundo, y este anillo fue el primer paso de nuestra felicidad juntos. Sé que ella hubiera querido que lo tuvieras tú ahora.

Una ola de emoción me invadió, y abrazar a mi padre fue la única forma de expresar mi gratitud.

—Gracias, papá. Crystal llevará este anillo con honor y amor. Pronto la traeré para que hables con ella.

Ver la felicidad en los ojos de mi padre me llenó de determinación. Haría que cada momento que le quedara estuviera lleno de dicha.

Esa tarde cité a Crystal en el jardín real. Sabía cuánto amaba ese lugar y supe que sería perfecto para este momento especial. Me encargué de cada detalle: luces cálidas que decoraban los árboles, una mesa elegantemente preparada para una cena romántica, y pétalos de flores esparcidos como un camino hacia donde la esperaría.

Cuando finalmente llegó, la sorpresa y emoción en su rostro me dejaron sin aliento.

—Tae Tae, esto es hermoso. Muchas gracias —susurró, con los ojos brillantes.

Nos besamos, y fue uno de esos besos que parecían detener el tiempo. Sentí cómo nuestras almas se entrelazaban, y mis manos, temblorosas de emoción, se deslizaron suavemente por su cintura, acercándola aún más a mí.

—Quiero que este día sea inolvidable, Crystal —susurré, mientras nuestras miradas se fundían en un silencio que decía más que las palabras.

La ayudé a sentarse, y no tardamos en comenzar a disfrutar de la cena. Crystal era como una niña pequeña cada vez que probaba un nuevo plato, con los ojos brillando de alegría y una sonrisa que hacía que todo valiera la pena. Yo no había cocinado, claro, porque la cocina nunca ha sido mi fuerte, pero la cocinera real, la señora Lee, se había lucido una vez más.

—Todo está tan delicioso. La señora Lee cocina increíble —comentó Crystal mientras seguía saboreando cada bocado.

—Sí, es la mejor. No hay nada que no pueda hacer perfecto —respondí, admirando lo mucho que ella disfrutaba la comida.

Cuando terminamos, me levanté y extendí mi mano hacia ella con una sonrisa cálida.

—¿Me concede esta pieza, señorita de Kim?

Crystal me miró sorprendida, pero encantada. Se limpió con cuidado los labios y tomó mi mano.

—Por supuesto que sí, su majestad.

En ese instante comenzó a sonar su canción favorita, y pude ver cómo sus ojos se llenaban de emoción.

—Vaya, señor Kim, usted si que sabe conquistar a una chica —dijo con un toque juguetón en su voz.

—Solo lo mejor para ti, señorita Jeon Crystal —respondí, enfatizando su apellido, algo que rara vez hacía. Sabía que eso la tomaría por sorpresa, y su ligera risa confirmó que había acertado.

Bailamos al ritmo de la música, sus pasos ligeros y fluidos parecían armonizar perfectamente con los míos. La sostuve firmemente, asegurándome de que sintiera lo especial que era para mí, y entonces, en un momento perfectamente sincronizado con la melodía, me arrodillé frente a ella.

Crystal me miró confundida al principio, sus ojos reflejando incredulidad. Con cuidado, saqué una pequeña caja de cristal que contenía el anillo que perteneció a mi madre. La nieve comenzó a caer suavemente, como si incluso el cielo quisiera bendecir este momento.

—Crystal, ¿me harías el honor de ser mi esposa? ¿Te gustaría estar conmigo y convertirte en mi reina?

Por un instante, pareció quedarse sin palabras, sus ojos llenándose de lágrimas mientras observaba la pequeña joya que brillaba bajo la tenue luz de la nieve.

—¡Sí! ¡Sí, Tae Tae! Quiero ser tu esposa...

Espero que les haya gustado el capítulo. 🫶✨

No olviden comentar y dejar su voto. Eso me motiva muchísimo. 💜

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