
MARINETTE (III)
— ¡Me niego! — Vociferé frente a mis padres. — No puedo creer que me estén haciendo algo como esto, nuestra familia no es así.
— Hija... tienes que comprender lo delicada que se volverá la situación si denegamos la petición de los Couffaine. — Soltó mi madre. — Nadie quiere una guerra.
Guerra, guerra y más guerra. Eran tan básicas aquellas palabras para mis oídos que incluso despertaban una ansiedad difícil de controlar para la torpe chica que lloraba desconsolada al conocer la noticia de su destino.
— Madre, tu mejor que nadie sabes lo infeliz que seré si desposo a Luka. — Arremetí con las lágrimas floreciendo desde mis ojos con algo de fuerza. —. El norte es mi hogar, el norte es lo que somos. Si me caso con Luka, tendré que quedarme en este lugar para siempre.
— Marinette... — Susurró mi madre tomando asiento junto a mi en el lecho que yacía en medio de la habitación. —. Hija, sabes que tarde o temprano tendrás que casarte.
— Pero no con Luka... — Gemí escondiendo el rostro entre mis manos.
— ¿Entonces? ¿Con quién te gustaría casarte? — Cuestionó esta vez mi padre.
Aparté las manos de mi cara en cuanto aquel amable rostro hizo espacio entre mis pensamientos.
Las lágrimas se habían detenido al ser mi mente poseída por una hermosa fantasía, hecho que dejó a todos los presentes expectantes a mis palabras.
Mis labios se curvaron en una sonrisa vergonzosa, no atreviéndome a mirar a los ojos de mi padre al soltar las palabras que probablemente definirían mi entierro. —. N-no lo sé... ¿el principe tal vez?
La estrepitosa carcajada por parte de Claude no se hizo esperar, ganándose una mirada de pocos amigos. — ¿El principe? ¿No crees que estás apuntando demasiado alto, hermanita?
Mi padre suspiró, levantándose hasta sentarse a mi otro lado y tomó mis pequeñas manos entre las de el con cuidado, regalándome aquellas moradas de comprensión a las que solo recurría en momentos comprometedores. —. Por mas que quiera hacerte feliz, Marinette, Claude tiene razón... además, dejarte en manos de un dragon es lanzarte a la muerte.
— No es cierto, el principe Adrien es diferente, le he conocido unos días atrás en...
— Marinette, basta. A nadie le gustan las mentiras. — Se apresuró a decir mi madre.
— No es una mentira, estaba regresando cuándo oí su sonata desde el sendero, fui a investigar, tuvimos una pequeña charla y para mi sorpresa resultó ser bastante amable. — Mencioné guardando uno de los mechones que caían sobre mi frente tras una de mis orejas para luego subir mis ojos hacia mis progenitores, mismos que no se hayan an para nada felices con la historia que acababan de oír y pude notar aquello que les perturbaba apenas cruzaron miradas; no me creían ni una sola palabra.
— ¿Qué demonios estaría haciendo el principe por estos bosques, hija?
— N-no lo sé... no sé lo pregunté.
Claude me observaba incrédulo desde su lugar, misma mirada que mamá aún conservaba, sin embargo en los verdes de mi padre podía notar un ápice de piedad.
— Enviaré un cuervo a primera hora mañana hacia el reino, probaremos suerte con tu insensata idea, Marinette... — Dijo con voz gruesa y al mismo tiempo cordial. —. Pero quiero que seas consciente de lo que ocurrirá si la respuesta de rey es negativa.
— Tendré que casarme con Luka. — Solté observando la vieja madera del suelo, rezándole a todos y cada uno de los dioses por otorgarme la oportunidad que yacía en mi cabeza como una insensata fantasía desde mi niñez, como todas las demás chicas del pueblo.
Aquella idea de había desvanecido, había dejado de soñar con ser una princesa, el término "guerrero" había, de alguna u otra forma, tomado mucha más importancia para mi. Más allí estaba, temerosa de la respuesta de los Agreste como una chiquilla cualquiera.
Los presentes abandonaron la habitación, dejándome sola, con una esperanza casi nula. Al menos hasta que el Maestre llamó a mi puerta. —. Acaba de llegar una carta, Lady Dupain. — Mencionó, entregándome un pequeño rollo atado con un hilo rojo y mis labios se curvaron en la más sincera de las sonrisas al fíjame en el remitente de las palabras más bellas que alguien podría haberme dedicado.
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