━━09: La llegada del Rey
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CAPÍTULO IX
❛Antes de la verdad.❜
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La isla de Berk se sumió en gran silencio cuando Bastón Caza-Pesadillas junto a sus hombres arribaron al muelle, la luna iluminó la isla en todo su resplandor, permitiéndoles desplazarse sin dificultad a través del sendero camino al pueblo. En lo único en lo que pensaba el rey, era en el tiempo que había dejado a Sigrid sola a su propia merced. Lo había hecho en beneficio de ella, el entrenamiento le podría servir para más en lugar de solo cazar dragones aunque la idea principal era esa.
Había decidido que era tiempo de volver por ella cuando recibió una carta de sus hombres que viajaron con Estoico informándole que no habían tenido éxito en encontrar el nido. Así que no pudo encontrar mejor momento que ese.
—Majestad. —Los pensamientos del Rey fueron interrumpidos cuando se acercó uno de sus marineros, ante eso hizo un movimiento con la cabeza instándole a continuar—. Es muy tarde para hacernos notar, deberíamos permanecer durante la noche aquí.
—No digas tonterías, Felipe; avancemos ya, estos vikingos no duermen. —Branden infló el pecho y avanzó, echándose para atrás la capa roja y sacándose la corona del cabello—. Guarden eso por allá, nomás me estorba.
Felipe alcanzó a agarrar entre sus débiles dedos la corona que el rey acababa de lanzar, procurando ponerla con cuidado sobre su estuche. Felipe, claro está, era un hombre debilucho y delgado que siempre estaba para servir a su rey y seguido tenía que pasar por ese tipo de situaciones, así que ya estaba preparado (o decía estarlo) para cada que ocurriera algo como eso.
Con ayuda de sus hombres, Bastón avanzó entre las rocas y escaló hasta dar con los escalones y subir; la isla se encontraba medio desierta, había pocos berkianos que se pusieron alertas al verlos llegar, pero al distinguir la bandera de Kain con el rey encabezando la marcha, los vikingos se relajaron y se acercaron para darles la bienvenida.
—¡Qué buena sorpresa! ¡Bienvenidos! —Bocón se acercó sonriente hasta el rey y le estrechó la mano, algunos de los kainianos que se habían quedado durante esas semanas con Sigrid salieron de igual forma—. Han de estar agotados por el viaje...
—No hay necesidad, Bocón —interrumpió Bastón, dándole unas palmadas en la espalda—. Vayan a descansar que ustedes están más agotados, gracias y gracias por cuidar a mí hija.
Su preciada hija. Cuantas ganas tenía de verla, cuantas ganas tenía de contarle lo que había sucedido y el porqué de su comportamiento. Quería hablar con ella y solucionar esos problemas, quería pedirle perdón; pero aún no solucionaba del todo los problemas en Kain con aquellos despreciables lores, por lo que tendría que esperar a encontrar el momento perfecto.
—¿Seguros? Podemos ayudarles —insistió el vikingo, a lo que Branden negó.
—Traemos unos cuantos sacos, nos iremos a hacer una fogata y vamos a descansar —comentó, se despidió con una sonrisa del vikingo que se alejó comentándoles que sí se les ofrecía algo no dudaran en ir hacia él y posterior a ello, ladeó el rostro para buscar algo—. ¡Felipe!
—¡Majestad! —Felipe llegó corriendo entre tropiezos y se inclinó como debía.
—Ve y busca a Hansen, tengo que hablar con él —pidió, mientras avanzaba a la orilla del pueblo cercas del bosque—. Los demás vayan a buscar madera y alisten todo mientras busco a mí hija.
—Sí, señor.
—¿Cuál señor, muchacho inútil? ¡Rey! ¡Es él rey!
Branden rodó los ojos ante las disputas de sus hombres que iban detrás de él. Cambió su rumbo directo a la casa de su hija, mientras buscaba con la mirada a Haraldsen, pues debía hablar con él.
Al cabo de una cansadora subida, llegó hasta la cabaña de su hija y al estar situado frente a la puerta, se debatió entre tocar o no tocar. Era muy tarde, seguro estaría durmiendo, esa no era manera de saludarla. Por algunos minutos, se quedó ahí parado, pensando cuán conveniente sería tocar, hasta que escuchó un grito proveniente de dentro y la abrió.
La escena casi lo deja paralizado e infartado en el umbral de la puerta, Sigrid se encontraba tirada encima del hijo de Estoico con el cabello esponjado, mientras el gallo corría de lado a lado con un pedazo de cuero en el pico.
—¡¿Me pueden decir qué pasa aquí?! —Enojado se adentró y se cruzó de brazos, indignado por la manera en la que había recibido a su hija. No podía ser que siempre que él trataba de pasar tranquilo, ocurría algo que lo hacía fastidiar.
Al escuchar la voz de Bastón, tanto Hipo como Sigrid se levantaron espantados y se sacudieron el polvo de las ropas. Era pasada medianoche y no podía creer que siguieran despiertos y juntos. Apretó los dientes, furioso y caminó hasta el vestíbulo donde ambos chicos miraron hacia el suelo; de haber estado riendo, pasaron a cómo si les hubiese hablado un muerto, pues se encontraban muy pálidos.
—¡No son horas de estar despierta, Sigrid! ¡¿Qué piensas?! ¡Y menos de estar con un hombre! ¡SOLA!
—Lo siento, padre. No es lo que tú crees —respondió Sigrid de forma inmediata tras ver a su padre—. Fue un accidente...
—Sí, señor —interrumpió Hipo con las mejillas rojas, captando la atención del rey—. La verdad es que su hija me estaba ayudando con la cola...
Inmediatamente guardó silencio al percatarse de que había dicho algo que podría considerarse inapropiado y es que el caso no era ese.
Fue al anochecer cuando a Sigrid se le ocurrió que la cola de Chimuelo resistiría más si le agregaban una especie de cuero que tenía; así que fue hasta casa de Hipo y lo llevó consigo para que le ayudase a encontrarlo. El problema inició cuando, por estarlo buscando, terminó encima de unas cajas viejas para revisar que no estuviera en el tejado —pues Sigrid solía tener una repisa hasta arriba para que Maléfico no le robase las cosas— y mientras lo hacía, Maléfico picoteó la caja de abajo (la cual estaba repleta de artefactos desconocidos y podía reventar en cualquier momento) causando que esta se abriera sacando todas los objetos, logrando que Sigrid resbalara y, por consiguiente, terminara encima de Hipo cuando este se había acercado a ayudarle.
El semblante de Bastón se irguió al escuchar al hijo de Estoico y su rostro fue un total poema, Sigrid entonces pidió que la tragara la tierra.
—¡Pero no esa clase de cola, papá! —Se apresuró a añadir, dándose un zape en la frente.
—¡¿Y qué otra clase de cola hay?! —preguntó, cruzándose de brazos y soltando un bufido.
—¡No! No nos referimos a eso, lo que pasa es que estamos haciendo una escultura... ¡sí! Una escultura de Maléfico —añadió apresurada Sigrid, alzando las manos mientras Hipo tomaba entre sus brazos al gallo—. Pero hemos estado trabajando muy duro toda la tarde para conseguir los materiales y ya solo nos quedaba la cola.
—Y-y por eso Sigrid se encontraba buscando, hasta que tropezó y cayó encima de mí —prosiguió Hipo.
Bastón se cruzó de brazos, llevándose una mano a la barbilla, dubitativo. Estaba por añadir algo más cuando por la puerta apareció la figura de Felipe junto alguien más.
—Majestad —habló Felipe, inclinándose detrás de la puerta—. Kristoff está aquí.
—¡Qué bueno que apareces, Hansen! Mañana a primera hora debemos hablar... —Las palabras del Rey se hicieron lejanas cuando avanzó en dirección al recién llegado.
Desde el marco de la puerta, Hipo y Sigrid se asomaron para observar al tal Hansen o Kristoff o como se llamase. Se trataba de un muchacho de cabello rubio, bajo la luz de la luna no se le distinguían correctamente el color de sus ojos, pero se veía claramente su rostro. Lo miraron solo por un segundo y cuando comprobaron que la atención del rey estaba enfocada en ese joven rubio, ambos se apresuraron a recoger el material que usarían para mejorar la cola de Chimuelo.
—Permíteme un segundo, Hansen. Tengo que hablar con mi hija —continuó, dándose la media vuelta para ver a los dos jóvenes—. Mañana resolveremos esto, mientras tanto, ¡váyanse a dormir!
Hipo aprovechó a salir corriendo, diciéndole adiós a Sigrid con la mano mientras la morena corría a tomar a Maléfico entre sus brazos y esbozaba una sonrisa angelical.
—Bien, vámonos Hansen.
Sigrid alcanzó a ver una última vez al tal Hansen antes de que su padre saliera de su casa y cerrara la puerta tras de sí.
Dispuesta a tener un mejor día que el anterior, Sigrid se despertó muchísimo más temprano que los días en los que había estado en Berk.
El suceso ocurrido con anterioridad con su padre e Hipo le hacía cuestionarse la mala suerte que llegaba a tener y siempre era lo mismo, se repetía constantemente mientras buscaba entre el baúl las diversas prendas que tenía para su día a día. Supuso que, como su padre acababa de llegar, lo mejor sería evitar la ropa vikinga y ponerse alguna falda o vestido, así que buscó entre las profundidades del mueble hasta que finalmente logró dar con la ropa indicada, lo cual era una blusa azul con diversos adornos y una falda oscura que le quedaba un poco floja.
Tomó a Maléfico entre sus brazos dispuesta a seguir la rutina de todos los días, cuando se percató de que era muy pronto para hacerlo y seguramente Hipo apenas estaría por su quinto sueño. Arrugó la frente y bajó al gallo mientras se regresaba a la cama y se tumbaba en esta, supuso que tendría más tiempo para dormir y lo aprovechó.
Sigrid odiaba eso, cuando se levantó unas horas más tarde ya se había pasado del tiempo estimado, soltó un gruñido de frustración y ni se preocupó de peinarse, salió a las carreras hacia el pueblo por si alcanzaba a su vikingo amigo. No obstante, antes de llegar y buscarlo se dio con la grata sorpresa de que Estoico acababa de llegar y, a pocos metros de ella, su padre ya la había visto.
—¡Sigrid, acércate! —No dudó en pedir Branden, haciendo una señal con sus manos, instándole a acercarse. A la morena no le quedó de otra más que acatar su petición y acercarse a él—. Dale la bienvenida al jefe de Berk y no olvides las gracias, por su hospitalidad.
Sigrid sabía que su mañana le había sido arruinada y no tendría tiempo de ver a Hipo y a Chimuelo; así que, resignada, asintió ante su padre y se acercó con una sonrisa sin mostrar los dientes al jefe.
—¡Qué alegría que este de vuelta, señor! —exclamó, no sabía con exactitud como debía dirigirse con el padre de su amigo al cual no había visto más que una vez y ese día ella había destruido parte de su isla... Junto a Hipo—. Hmm, bueno, quería agradecerle por permitir que me quedase estos días en Berk para entrenar. Ha sido muy amable de su parte.
—No hay nada que agradecer, Alteza. —Estoico le sonrió y estrechó las manos—. Es tanto para mí, como para el pueblo de Berk, un placer ser aliados del Reino de Kain. En estos últimos años con la ayuda que nos hemos brindado mutuamente la isla ha prosperado bastante.
—Lo mismo de nosotros, Estoico —comentó Branden.
La conversación se perdió entre ambos líderes, mientras Sigrid pensaba en el momento apropiado para escabullirse en busca de Hipo, desafortunadamente su padre no le quitaba un ojo de encima, así que le era imposible irse. Supo que sería imposible escaparse cuando su padre empezó a caminar junto al jefe, guiándola entre el sendero.
Los vikingos los dirigieron a todos directo al Gran Salón donde hicieron un festín por los recién llegados, la mayoría estuvo bebiendo y comiendo, mientras otros como los gemelos y Patán únicamente se dedicaron a lanzarse comidas los unos a los otros.
—¡Deja eso ahí, Patán! —ordenó Astrid a lo lejos, rodando los ojos. La bella rubia tenía un pedazo de pollo encima de su cabeza que le habían lanzado minutos antes, causando la risa de los gemelos—. ¡Les voy a...!
—Tranquila, Astrid —comentó Patapez, sin perder la paciencia luego de que Brutilda le escupiera un pedazo de pan en el ojo.
—¡¿QUIÉN DEMONIOS FUE?!
En la mesa de a lado, Said se quitaba del cabello el puré de papa que le habían arruinado el peinado que tanto trabajo había costado. Las carcajadas no tardaron en aparecer en todo el salón y los gemelos se delataron cuando Brutacio alzó, sin querer, la mano embarrada de puré. Sigrid, a un lado de Said, terminó estallando en risas al igual que los demás.
Continuaron lanzando comida, esta vez, Said se terminó uniendo a ellos, lanzándole algunas cosas más a Astrid a propósito. Luego de un rato, Brutilda se preparó para lanzar, pero antes de hacerlo, Brutacio la detuvo.
—Hermana, a mi loquita no le vas a lanzar nada sin mí consentimiento —gruñó, cambiando de dirección el lugar al que apuntaba su gemela. Brutilda bufó y asintió.
La morena desde su lugar había perdido el apetito, pues a su lado, Said tenía el estilo de un espantoso bufé; no obstante, eso no quitaba el hecho de que siguiese molestando a Astrid.
—¡Said te juro que voy a ir por el hacha y te la voy a enterrar hasta donde...! —Se detuvo cuando vio que Sigrid le embarró un pedazo de pudín de chocolate en la cara al kainiano.
—Ya no te volverá a hacer nada —dijo Sigrid, riendo por la cara de su amigo.
—Gracias, Sigrid. —La rubia le dedicó una sonrisa por primera vez, nunca se habían hablado, pero aquella ocasión podía marcar la diferencia—. ¿Quieres un poco de Mjöd?
Sigrid se inclinó sobre la mesa para ver que era el tal «mjöd» con el entrecejo fruncido, Astrid señaló la bebida, alzando la copa.
—Es hidromiel —explicó, a lo que Sigrid asintió, pese a que nunca lo había probado—. No es tan mala, a menos que tenga mezcla de la comida de Patán —añadió con una mueca, cuando la comida del mencionado fue a parar dentro de su copa.
Asqueada, la vikinga dejó el vaso sobre la mesa y Sigrid alcanzó a esquivar un pedazo de pollo. Las peleas de comida continuaron con Said tratando de molestar, discretamente, a la rubia, mientras ahora Sigrid se unía a Astrid y le ayudaba contra Patán y los gemelos. Todo fue risa y diversión hasta que los pusieron a limpiar y lavar todo el desastre que habían causado.
—Por suerte a ellos les tocó lo peor —comentó Sigrid con un bufido, terminando de recoger la basura junto con Astrid, quien miró de reojo a los demás lavar.
—Es un precio justo —comentó ella, no dudando en ir a darles un buen golpe—. Quizás otro día puedas probar el Mjöd o el Ponche de Yak, que suelo preparar —ofreció la rubia cuando terminaron, Sigrid sonrió sin mostrar los dientes y aceptó.
Al atardecer, Sigrid encontró conveniente salir en busca de Hipo directo al bosque. Había terminado tan cansada al recoger y limpiar el Gran Salón, que lo único que quería era irse a descansar, pero había quedado de verse con el vikingo y aunque ya fuera demasiado tarde, algo le decía que seguiría ahí. Iba tan concentrada en su camino, que no reparó en que estaba siendo seguida.
Cuando Sigrid llegó al lugar de siempre, Hipo se encontraba exhausto, tumbado sobre el césped a un lado de Chimuelo quien estaba tumbado de igual forma boca arriba. La kainiana miró a Hipo con los cabellos levantados y oscuros, no pudo evitar reír ligeramente por su aspecto derrotado.
—¿Cansado? —preguntó la morena al llegar a él y acostarse de igual forma que los dos presentes, boca arriba.
—Estuvimos haciendo pruebas del vuelo y el cuero para la cola que me diste resultó muy útil, pudo resistir más —comentó, soltando un suspiro—. Creo que no fue tan malo.
—¿Volaron sobre el océano?
—Sí, volar aquí tan cercas de casa habría resultado mal.
—¡Qué maravilloso! —exclamó Sigrid, sonriendo por su amigo—. Debió ser increíble.
—Te estuve esperando... —dijo Hipo unos instantes después.
—Hipo, no quiero que me esperes —interrumpió Sigrid, girándose hasta quedar viendo los ojos verdes de Hipo. Iba a continuar cuando Chimuelo se acomodó y terminó acostado encima de los dos, impidiéndole hablar por unos minutos—. Esta es tu aventura, es tu deber vivirla, mi padre ha llegado y en cualquier momento ambos partiremos a Kain.
» Pero tú vas a estar con Chimuelo, aprendiendo de él y él de ti; cuidándose y queriéndose. Y no hay cosa que me haga sentir más orgullosa, pues creíste en mí y de esa creencia nació tú verdadero yo. O más bien, lo sacaste a la luz.
—Agradezco esto, en serio —dijo Hipo y aprovechó a incorporarse cuando Chimuelo se levantó para cazar algo, Sigrid le imitó—. Agradezco que seas mi amiga y sé que en algún momento te irás, pero hasta entonces, quiero que mis aventuras con Chimuelo no sean solas, quiero estar contigo.
Ambos sabían el significado de esas palabras y lo grandioso que era estar el uno junto al otro. Sigrid abrió la boca para responder cuando un grito les alarmó a ambos, inmediatamente los dos se pusieron de pie y Chimuelo tomó la delantera. Con cuidado, Sigrid se asomó solo para ver al mentado Kristoff huir del pico de Maléfico.
—¿Haraldsen? ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —preguntó, sin haber notado la presencia del Furia Nocturna; cuando lo vio, retrocedió—. ¡Ese es...
El Furia Nocturna gruñó, analizando al desconocido, entonces comenzó a acercarse con una lentitud impresionante. Hipo miró horrorizado la situación y Sigrid no perdió el tiempo en correr hasta el rubio, quien alzaba una espada con su mano derecha y un hacha con la otra.
—¡No grites, suelta las armas! —pidió Sigrid desesperada, al ver que el rubio se aferraba a ellas.
—¡¿Estás loca?!
—¡Suéltalas!
—¡Qué las sueltes! —gritó también Hipo, alcanzando a sostener a Chimuelo.
Lo cierto era que Kristoff Edvard Hansen Haraldsen Reed era un chico al cual le ganaba más la curiosidad que el atacar, así que soltó las armas lejos de él, observando temeroso al dragón del que todo el mundo hablaba, pero que jamás había visto.
Al hacerlo, Chimuelo acortó la distancia para examinarlo de lado a lado y finalmente lo olfateó, retirándose por donde había vuelto; tanto Sigrid como Hipo dejaron salir un suspiro, aliviados.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó inmediatamente Sigrid, con el corazón palpitando tan fuerte que pensó que se le saldría.
—El Rey me pidió que te siguiera.
—¿Por qué quiere mi padre que me sigas?
—Para evitar otro desastre como el de anoche.
Sigrid no sabía cómo sentirse al respecto, estaba enojada, creía que su padre confiaba en ella. Además, la noche pasada se habían visto ambos de una manera rara, pero había sido un accidente. ¡Su padre debía confiar en ella! Aparte, a ese chico no lo conocía y ahora los había descubierto.
No pasaría mucho para que todos se enterasen del secreto de Hipo y ella. Asustada, buscó con la mirada al berkiano, quien se encontraba cabizbajo a un lado del dragón; su atención se desvió cuando Hansen volvió a hablar.
—¿Me pueden explicar esto?
Tratando, con esperanzas imposibles, de que les creyera Sigrid le contó todo al rubio kainiano sobre los dragones y sobre Chimuelo, el cual hizo una prueba hacia él demostrando quién era en realidad. No fue nada fácil ni simple discutirlo y explicarlo, incluso las esperanzas se hicieron más escasas cuando Kristoff comentaba cosas como «¿Qué le diré al rey?». Hasta que finalmente lo consiguieron, al anochecer, Kristoff había prometido hacerse aliado de ellos, pues él conocía de personas que vivían con dragones y una de estas, era su prima.
∘Mjöd: En nórdico antiguo, es como se le conoce al hidromiel, la cual es una bebida vikinga que se obtiene a partir de la fermentación de una mezcla de agua y miel.
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