Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

━━03: Hipo Horrendo

┍━━━━━◦∘♔∘◦━━━━━

CAPÍTULO III

❛Mi nombre es Hipo. Sí, un nombre genial, lo sé. Pero no es el peor. ❜

┕━━━━━∘◦♔◦∘━━━━━┙


          Para cuando el cielo anunció un nuevo día, los habitantes de Berk ya se habían encargado de recoger gran parte de los escombros con ayuda de los soldados del rey de Kain, quien ahora avanzaba a un lado de Sigrid tras haberla encontrado durante la noche discutiendo con un par de vikingos a causa de los dragones.

—No puedo creerlo —dijo Branden por enésima vez, cuando ambos finalmente llegaron a la cabaña que Estoico el Vasto les había asignado. Esta quedaba al norte, relativamente cercas del Gran Salón, donde se hacían reuniones. Su primogénita alzó la vista para verlo con cierta dificultad debido a la diferencia de altura entre los dos—. ¿A qué vino todo eso?

Sigrid no respondió al instante, aunque tenía plena noción a que se refería. Siguió caminado, admirando la estructura de las cabañas similares, la madera tallada y lo simétricas que parecían le hizo ver que eran nuevas. Algo tenían que ver los dragones con eso, sospechó.

Una ola de polvo les recibió para cuando se adentraron en la cabaña que les habían asignado, detrás de ellos los soldados siguieron andando hasta su propio lugar asignado. Sigrid los miró de reojo antes de seguir a su padre dentro del acogedor espacio. 

—¿Qué cosa? —preguntó, sin mostrar interés alguno.

—Sabes a que me refiero, Sigrid. —Branden se encaminó hasta la mesa que había al centro, dejando una caja con provisiones que Estoico les había dado minutos atrás, luego de darle una reprimenda a su propio hijo. Sigrid no les había prestado mucha atención, estaba muy ocupada pensando que excusa poner—. Ya no sé cómo hablarte, esperaba que con lo sucedido en Kain hubieses aprendido la lección. —Se llevó la mano a la frente, exhausto, mientras giraba y se recargaba sobre la mesa—. No me dejas ninguna alternativa, esperaba no tener que dejarte.

» Simplemente lo había dicho para ver si cambiabas, únicamente veníamos a renovar el contrato de paz entre mi reino y el pueblo vikingo, pero tú misma me has probado lo poco que te importa seguir las más sencillas órdenes.

Sigrid miró perpleja a su padre tras escucharlo revelar sus verdaderas intenciones, ahí en el umbral de la puerta se quedó estática y abrió la boca para después cerrarla consecutivas veces sin saber que decir ante aquello. Sí tan solo no se hubiese dejado llevar por sus propios instintos, sí tan solo hubiese ignorado a los dragones... Pero ¿cómo podía hacerlo? Quizás no tenía la fuerza suficiente, sin embargo, estaba determinada a defenderlos. Eso era ella y ahora, se quedaría en Berk solo por querer salvar a un dragón.

Todavía en estado de perplejidad, se adentró a la cabaña y soltó a Maléfico. Su padre la miró esperando su respuesta, pero ella se entretuvo viendo las decoraciones, siendo consumida por sus propios pensamientos.

—¿Realmente piensas dejarme? ¿Aquí? ¡Son vikingos! ¡Pueden, pueden...!

—¿Y qué quieres, qué te lleve a casa luego de que me has desobedecido? —Bastón resopló molesto, caminado alrededor de la cabaña para comenzar a guardar las provisiones—. Todo eso que haces o tratas de hacer tiene consecuencias, esta vez no fuiste tú quien dejó desastres por toda la isla, pero defender a las criaturas que te raptaron de pequeña no es bueno, hija.

» ¿No te bastó con destruir nuestro hogar que viniste ahora a destruir este? Te lo advertí, Sigrid, Berk no es Kain, aquí no puedes hacer lo que quieras.

—Entonces llévame contigo —pidió Sigrid en un intento desesperado—. Papá los dragones no son malos, ellos me cuidaron en todos esos años, no hay razón para atacarlos.

—Sigrid, por favor.

—Solo te estoy diciendo la verdad, déjame demostrarte, llévame de vuelta a Kain y...

—Sigrid, no irás a Kain, no aún.

Al centro del salón se encontraba una curiosa figura de oro y plata que mostraba un dragón atravesado con una espada, el Rey de Kain observó el emblema de Berk mientras las llamas del fuego danzaban debajo de la escultura, rodeadas por un muro en forma de anillo para evitar que se propagasen las llamas de la flor roja. Los vikingos rodeaban todo ese muro, escuchando las palabras del jefe de Berk.

—O los liquidamos o ellos nos liquidan, solo así nos libraremos de ellos.

Branden había sido invitado, para que fuese participe de la reunión convocada por Estoico en esos momentos, por lo que prestó atención al discurso de su aliado, mientras echaba un vistazo al mapa que había encima de la base de madera. El mapa mostraba ampliamente los territorios conocidos dentro de todo el Archipiélago Barbárico y, muy al sur de este, se veía el Reino de Kain.  

—Si hayamos el nido y lo destruimos los dragones se irán, se buscarán otro hogar —prosiguió Estoico, moviendo su daga conforme hablaba, esta terminó sobre la zona del mapa en la esquina donde se mostraba el trazo de los dragones. Aquel acto captó la atención de todos los presentes—. Una búsqueda más, antes de las heladas.

—Esos barcos nunca regresan —opinó uno de los berkianos del otro lado.

Muchos secundaron la opinión del primero, logrando que el jefe los mirase indignados.

—¡Somos vikingos! —bufó Estoico—. Eso es un gaje del oficio, ¿quién irá conmigo?

Nadie respondió al instante, algunos retrocedieron y otros comenzaron a nombrar patéticas excusas que hicieron a Branden bufar desde el lugar en el que se encontraba, Estoico los miró analíticos a todos y suspiró.

—Los que se queden cuidarán a Hipo —informó el jefe y tras escucharlo, todas las manos se alzaron en menos de un santiamén.

—¡A los barcos!

—¿Cuándo nos vamos?

Branden terminó carcajeando por aquello, al ver la rapidez con la que Estoico consiguió cambiar la opinión de su pueblo. Sin duda alguna, su hijo no parecía ser el más querido de la isla. Cuando la reunión finalizó, el Rey de Kain aprovechó la oportunidad y se aproximó hasta el jefe de la isla para compartir un par de palabras. 

—¿Necesitas más hombres para llevar? —preguntó Bastón, haciendo una señal a sus propios soldados—. Algunos pueden quedarse en la isla con mi hija y como disculpa por el comportamiento de mi hija, te ofrezco a los restantes para que te acompañen en tu búsqueda de los dragones y te ayuden en su aniquilación —ofreció.

—No necesitas disculparte, Branden, dale tiempo; los dragones se metieron en su cabeza por mucho tiempo, verás que cuando acabemos con ellos no habrá de que preocuparse —respondió Estoico, haciendo un ademán para que tomase asiento en una de las mesas continuas—. Aunque sí aceptaré la oferta de tus hombres, podrían servirnos un par de manos más durante la búsqueda.

—Eso espero. —Branden se dejó caer en una de las sillas con un suspiro—. Solo los defiende, ellos la lastimaron, ¿cómo puede continuar así?

—Por ello necesita una distracción, su actitud va a mejorar —aseguró Estoico, sentándose frente a él—. Dejaré a uno de mis fieles amigos entrenando reclutas, tu hija puede unirse si así lo deseas.

—Le comentaré en la tarde para que se una a los reclutas.

—¡Excelente! Ahora, ¿íbamos a renovar contrato?

Branden asintió e hizo una señal a Felipe, su sirviente personal, quien les llevó el pergamino donde los acuerdos estaban inscritos. Estoico tomó el pedazo de papel y comenzó a analizar cada punto inscrito, asintiendo con unos y añadiendo un par de cosas con otros.

—¿Un matrimonio entre nuestros hijos? —leyó Estoico y asintió más para sí mismo—. Eso sin duda nos resolvería muchos problemas, por ahora, posterguemos este acuerdo hasta dentro de un par de años más, nuestros hijos aún necesitan aprender de la mejor manera posible, pero sin duda son todo un hecho.

Branden asintió y se giró para mirar a Felipe, quien al ver su mirada, rápidamente sacó las tintas con pluma y un pergamino nuevo para comenzar a formar el acuerdo correctamente. Más tarde, iría a despedirse de Sigrid y mencionarle sobre el entrenamiento contra dragones, esperando que no lo tomase muy mal.


Sigrid se había escabullido de la cabaña cinco minutos después de que su padre se marchó a la reunión que Estoico el Vasto le había invitado asistir. Por suerte, ella tuvo la opción de quedarse en compañía de Maléfico y, aunque su padre le había comentado que no pusiese ningún pie fuera de la cabaña, no hizo caso y salió en cuanto terminó de limpiar todo el polvo de la casa en la que se estaría quedando.

Ya se había hecho a la idea de que se quedaría en Berk aún si no quisiese, realmente no le importaba tanto como para protestar lo suficiente o hacer un berrinche, no se había logrado adaptar por completo a Kain durante sus últimas semanas en el reino, así que no tenía problema por ello, apenas estaba volviendo a conocer a sus padres tras los ocho largos años viviendo alejada de ellos y sabía que se requería de tiempo para volver a confiar en ellos. Sigrid necesitaba tiempo, estando en Berk quizás podría reflexionar un poco sobre sus intereses personales y lo que quisiera ser ella misma con su futuro.

La isla vikinga le habría un distinto panorama al de Kain, ya que ahí apenas tenía tiempo para interactuar con sus padres sin que la mandasen a estudiar o repasar lo que le enseñaron de pequeña. Y en Berk, parecía que nadie se preocuparía por los temas que estaría estudiando o lo que estaría haciendo, así que no debía de temer en aquellos aspectos.

Comenzó a ver de esa manera los aspectos positivos de quedarse, para convencerse a sí misma que era la mejor idea, mientras caminaba entre las cabañas a los alrededores. De vez en cuando echaba un vistazo para comprobar que su padre aún no saliese o que alguno de los soldados kainianos la reconociese. Y luego de varios minutos, volvió a girar sobre su espalda cuando escuchó ruidos, comprobando que nadie la estuviese siguiendo.

Estaba tan concentrada en eso que, en su descuido con todo lo demás, al dar la vuelta al frente terminó impactando contra dos figuras más. Un quejido brotó de su garganta por la fuerza del golpe y giró el rostro con una mueca mirando a los afectados; entumida por el golpe, se llevó la mano a la zona adolorida y no pudo evitar sentirse aliviada al reconocer a los gemelos que había visto horas atrás en medio del gentío corriendo a atacar a los dragones.

—Sabemos quién eres, princesita.

Sigrid no tuvo problema en entender lo que decían, su padre había tenido razón al decirle que aquel lenguaje permanecía oculto en lo recóndito de su memoria y conforme escuchaba nuevas palabras, las iba reconociendo lentamente.

—Ayer interferiste en el dragón que iba a atrapar —mencionó el otro—. Pude haberle arrancado la cabeza con mis dientes —señaló acusatoriamente, logrando que a Sigrid frunciese el ceño pues solamente se había estrellado contra él.

—¡No puedes ni tocarle una trenza a Brutilda! —gritó alguien del otro lado.

—Mira quien lo dice —repuso el gemelo indignado y le ignoró, girándose nuevamente hasta la kainiana que veía la mejor manera de esquivarlos—. No les hagas caso, loquita, yo soy fuerte.

Sigrid se mordió el labio para no reír y la mentada Brutilda carcajeó diciendo que era un inútil.

—Sí, bueno... —Sigrid retrocedió al verlos con sus vestimentas oscuras y llenas de picos—. Si estoy loca, creo que no deberían hablarme.

—Ella tiene un punto —murmuró el gemelo llevándose la mano a la barbilla pensativo, Brutilda resopló.

—Punto es el que yo te voy a dar —masculló Brutilda, Sigrid suspiró. Quizás era normal que ellos pelearan siempre que la veían—. Adiós, loca.

Sin perder más tiempo, Brutilda se echó a correr al pueblo dejando a una Sigrid confundida.

—Ella está más loca que tú —comentó el gemelo tras rascarse la nuca, provocando que la kainiana riese ligeramente.

—¿Cómo te llamas? —preguntó curiosa.

—Brutacio Torton —respondió, Sigrid extendió la mano para estrecharla, pero eso no sucedió, en cambio, Brutacio frunció el ceño y miró su mano—. ¿Qué?

—Se supone que la debes de estrechar —replicó, rodando los ojos—. Soy Sigrid Whiterkler.

—Aaah.

Brutacio asintió tras asimilar sus palabras y no fue hasta que estuvo a punto de bajar la mano que el vikingo la estrechó de una manera un tanto peculiar. Ambos permanecieron sin saber muy bien que decir, Sigrid aún seguía sin acostumbrarse a la presencia de otros que no supo que más decir, hasta que Brutacio volvió a hablar.

—Nos vemos luego, loquita.

Aliviada de no tener que lidiar más con la incomodidad, se apresuró hasta su objetivo en mente. Sería fácil que su padre la encontrara entre el pueblo, lo que menos quería era eso, así que iría al bosque para comenzar a conocer un poco más el terreno y acostumbrarse a ello. Avanzó con cuidado, rodeando un par de cabañas más hasta que finalmente llegó a este.

El bosque era inmenso, los frondosos árboles de pronto la cubrieron con tan solo avanzar un par de metros y al voltear hacia arriba, para ver como las copas llegaban casi hasta el cielo, se distrajo viendo maravillada cada uno de los árboles, sus colores y los aromas que desprendían de la naturaleza.

Ignoró la neblina que se extendía a metros por delante del bosque y en su lugar, continuó observando maravillada el lugar, satisfecha de no tener que ver cuevas nunca más ni el océano de cercas. A sus oídos llegaron miles de sonidos de la naturaleza, fue recibida por las aves silbando y cantando encima de las copas y, aunque quisiera quedarse a escuchar todas las melodías, junto a los sonidos que producían el viento y los árboles, se obligó a continuar andando, tropezando con las ramas más bajas y las piedras grandes incrustadas sobre la tierra.

En el camino hizo de lado un par de ramas que le impedían moverse con facilidad y maldijo el llevar puesto un vestido cuya falda ondeaba con el viento y le impedía desplazarse con rapidez. Resopló sujetándola al tiempo en que miraba al suelo para no resbalar y continuó su camino.

Al no ser tan buena en orientarse, tuvo que detenerse para arrancar una de las estiradas ramas y comenzó a marcar su camino haciendo uso de ella. Conforme más avanzaba y veía los árboles, necesitaba ser más cautelosa para no terminar extraviada en medio de tanta vegetación.

Duró varios minutos analizando todo su entorno alrededor cuando encontró unas pequeñas huellas que no podían ser de un dragón o algún animal del bosque, estas tenían la forma de un gallo y, aunque sabía que había gallinas en Berk, la forma de las patas era extrañamente familiar. Frunció el ceño inclinándose para mirar con profundidad y corroboró que se trataba de su propio gallo cuando, escondido debajo de un arbusto, se encontró una de sus plumas.

Los orbes mieles de Sigrid se desviaron más allá del arbusto y frunció levemente el entrecejo, preguntándose que estaría haciendo él en esa parte del bosque y lo más importante, ¿en qué momento lo descuidó?

Sigrid había adoptado a Maléfico cuando vivía con los dragones, el gallo había llegado asustado, bastante desnutrido y sin confiar en nadie. Había llegado de la misma manera en la que ella llegó, por lo que al verlo en ese estado, se había prometido a sí misma que no lo dejaría ir a donde fuese que los dragones se llevasen a los animales. Cualquiera que fuese el mal o el bien por el que estarían por pasar, lo pasarían juntos.

—Maléfico te voy a poner un listón —dijo para sus adentros con un resoplido, incorporándose para continuar su ahora búsqueda.

Haciendo presión de la rama para que el camino siguiese a la vista mientras avanzaba, continuó siguiendo el rastro de las pequeñas huellas en una zona donde los árboles se apretaban más los unos con los otros. Hacerse paso entre ellos fue complicado y marcar con la vara la línea de su camino solo dificultaba un poco más de su situación. Estaba tan preocupada pensando en eso, que no se percató cuando una de las ramas se quedó incrustada de una forma extraña sobre la falda de su vestido.

Lentamente, escuchó el rasgar de la tela contra el vestido y cerró los ojos para no ver como terminaría esta despedazada. Respiró profundo durante varios minutos, abriendo sus ojos con lentitud para ver cómo parte de un lado ya estaba abierto. Solo era una falda, no debía de preocuparse y, aun así, lo hacía. Abría los ojos, viendo su pierna casi al descubierto y podía verse a sí misma en la cueva sin ninguna prenda más que aquella en la que el dragón la había raptado de pequeña.

Era inevitable, no podía dejar de pensarlo o de sentirlo. Un parpadeo y Sigrid volvía a estar en esa cueva.

—Está bien, aquí es distinto. —Se dijo a sí misma, inhalando una gran cantidad de aire—. Estoy en... No estoy en casa.

No debía haber venido a ese lugar, no debió haber causado un desastre en Kain, ahí se sentía un poco como en casa, ahí podía estar cálida, ahí...

«Papá, por favor, llévame contigo».

Intentó forcejear un poco más con la tela de la falda para que no se rompiese más, con cuidado la tomó y comenzó a liberarla lentamente de la tela. Parpadeó nuevamente y se vio a sí misma cubierta con el pedazo de tela al fondo de la cueva, abrazada a sus rodillas. Soltó un gruñido con frustración y volvió a intentar con más fuerza.

—¿Necesitas ayu...

Sigrid no esperó que hubiese alguien más en el bosque, las lágrimas de rabia por los recuerdos desaparecieron, siendo reemplazados por el grito de su voz al sobresaltarse. No supo de dónde sacó las fuerzas para liberar la tela de la falda sin que se rompiese más, sin embargo, no calculó las probabilidades de su fuerza, que terminó cayendo encima del desconocido. Por la fuerza, ambos rodaron risco abajo por encima del césped y las plantas, hasta que cayeron en una zona plana, Sigrid encima del chico.

—Auch.

La kainiana alzó el rostro aún tumbada encima del cuerpo del joven, para ver unos asustados y confundidos orbes verdosos que giraban de lado a lado, captando lo que había ocurrido. Por una fracción de segundo verde y ámbar chocaron, hasta que Sigrid se dio cuenta de la posición en la que terminaron que se incorporó rápidamente y le ayudó a levantar, mientras revisaba la rasgadura de su vestido.

Cuando ambos estuvieron frente a frente, Sigrid tuvo la oportunidad de verlo mejor, aquel joven era el hijo de Estoico El Vasto, a quien había visto un poco durante la madrugada cuando su padre lo había regañado por lo sucedido en la aldea. Aparte de sus ojos como esmeraldas, tenía un cabello revuelto castaño rojizo, era un poco más alto que ella y usaba una vestimenta verde en conjunto con un chaleco café de cuero.

—Lo siento, no quería asustarte —comentó él con las mejillas enrojecidas y Sigrid se sobresaltó por la manera tan repentina en la que habló. Su voz sonó torpe y nerviosa mientras ella le miraba a los ojos—. Mi intención era ayudarte.

—Descuida, de cualquier forma, me has terminado ayudando —respondió Sigrid con una sonrisa nerviosa, sosteniendo la parte rota de su falda.

—Tu eres la hija del Rey Bastón, ¿verdad? —preguntó él, al cabo de unos largos segundos.

—Sí, bueno, mi papá en realidad no se llama así, pero él dijo que debíamos usar nombres vikingos en otros lados —comentó—. Yo soy Sigrid Pascal... Digo, Sigrid mejor, solo Sigrid —corrigió, su padre le había comentado que usase Pascal y ahora que lo había pronunciado, no parecía la mejor de las ideas.

» Mi padre dijo que los nombres feos ahuyentan a los gnomos, eso lo aprendió en otra isla vikinga.

—Ni que lo digas. —El hijo de Estoico dejó soltar una risita mientras las mejillas se le volvían a tornar rojas—. Tu nombre es muy bonito, a comparación del mío.

—¿Cuál es tu nombre?

—Hipo Horrendo Abadejo Tercero—contestó, mirando efusivamente a otro lado.

—No eres horrendo —opinó y, tras decirlo, retrocedió.

Ambos se quedaron sin saber que opinar tras eso, en parte porque Hipo no sabía cómo responder a un halago y Sigrid estaba demasiado concentrada con la rotura de su falda, lo cual le seguía preocupando, pero no tanto. En cierta parte, agradeció haberse llevado un buen golpe al estrellarse contra Hipo, porque aquello la había sacado de sus pensamientos.

—¿Qué hacías aquí en el bosque? ¿Te perdiste? —preguntó Hipo, mirando los árboles del otro lado, para no incomodarla mientras se sentaba a enmendar la parte rota—. Te puedo guiar de regreso, conozco el camino.

—Había querido explorar, pero creo que mi gallo está perdido por aquí —mencionó—. ¿Vienes muy seguido al bosque entonces? —preguntó, refiriéndose a lo segundo.

—Solo algunas veces —confesó Hipo con los hombros alzados.

Sigrid entrecerró los ojos sin decir nada al respecto, permanecieron así hasta que un ruido les hizo girarse a ambos. Del otro lado, Maléfico corría herido, le faltaban plumas y se veía cansado. Sigrid en definitiva le pondría un listón. 

Una pequeña aclaración en este capítulo: 

➥ Puede que hayan llegado a sentir muy exagerada la reacción de Sigrid, con respecto a la falda, que su reacción fuese así no era por el hecho de que se rompiese el vestido, más bien por los recuerdos y el trauma de pasar ocho años de su vida con una sola prenda. Ahora que ya está con humanos nuevamente, trata de evitarlo. No imagino cómo se habría sentido durante esos años en ese estado. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro