Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

━━01: Adaptación

┍━━━━━◦∘♔∘◦━━━━━┑

CAPÍTULO I 

❛Ella quedaría marcada por la vida que tuvo y la que viviría. ❜

┕━━━━━∘◦♔◦∘━━━━━┙


Año 734 D.C 


Había una niña tumbada sobre la arena, frágil y con miedo en sus ojos; sus manos pequeñas y su cuerpo débil estaba impregnado del barro que había bajo sus pies. No llevaba nada de ropa puesta más que un pedazo de tela sucia que alcanzaba a cubrir sus partes íntimas, el cabello largo y enmarañado le ayudaba a cubrir la espalda desnuda y los huesos que se alcanzaban a divisar debajo de su piel morena. En su rostro, unos ojos brillosos ambarinos era lo único que resaltaba a través de todo ese sudor y suciedad.

Parpadeó batiendo sus pestañas, en un intento de reconocer el lugar en el que se encontraba. Un hombre al verla en ese estado del otro lado del mar recogió una de las mantas que llevaba en el cesto de las provisiones y apresuró la marcha hasta la niña, que al verlo retrocedió con temor en sus ojos. Aquel hombre se inclinó, regalándole una sonrisa sin mostrar los dientes esperando que aquello le ayudase a confiar, aunque no funcionó, inhaló profundo y lo volvió a intentar.

—Hey, no pasa nada, todo está bien —habló el hombre, estirando la mano para pasarle el pedazo de tela para que se pudiese abrigar, la niña frunció el ceño al intentar comprender lo que decía—. Ya estás a salvo —continuó y ella alzó la vista para devolverle la mirada, la cual desvío hacia el punto en el que sostenía la tela—. Tómala, debes tener frío. —Señaló, echando un vistazo a las nubes grisáceas encima de ellos.

Aquella niña lo miró, con desconfianza en sus ojos opacos y, tras un buen lapso de tiempo, estiró su delgada mano para tomar el pedazo de tela. Con los dedos temblorosos, acercó con lentitud aquella sabana y la colocó encima de su cuerpo, cubriendo desde sus hombros hasta sus piernas.

—¿Tienes hambre? —Volvió a preguntar el hombre, la niña morena se abrazó a sí misma sin decir nada—. ¿Entiendes lo que te digo? ¿Cuál es tu nombre?

Ella asintió a las primeras dos preguntas, pero tardó varios minutos en responder la última. Su rostro se mantenía confuso, sus cejas fruncidas y su nariz arrugada ligeramente.

—S-Sigrid —habló en voz tan baja, que el hombre tuvo que inclinarse para poder oírla.

—Un gusto, Sigrid, tienes un lindo nombre. —El hombre soltó un suspiro aliviado al ver que ella podía entenderle, se aclaró su garganta y retomó la palabra, apartándose un poco—. Yo soy el Capitán Fryks, vayamos al barco, este lugar está desierto, ahí encontraremos alimento.

El capitán se puso de pie y le ofreció una mano para que la acompañase, la cual Sigrid tardó en tomar. Por su forma de reaccionar y por las condiciones físicas en las que estaba, era claro que no había tenido contacto humano durante mucho tiempo y sí el capitán Fryks era honesto consigo mismo, parecía un milagro de Dios el hecho de que siguiese con vida. La niña aceptó su mano y se incorporó; pero antes de que pudiera seguirlo, se detuvo, mirando hacia varias direcciones en busca de algo.

—Maléfico —articuló Sigrid, el capitán alzó una ceja sin comprender a qué se refería y antes de que pudiese preguntar al respecto, ella se soltó de su mano para correr en busca de algo.

Cuando lo hizo, la niña envuelta en la manta llegó sosteniendo en brazos a un gallo, que suponía debía ser Maléfico a quien había nombrado con anterioridad; finalmente el capitán la guio entre la arena, hasta el lugar donde sus marineros reunían frutas del volcán que había a la deriva y al verlo llegar acompañado no tardaron en acercarse.

—Me la he encontrado sola en la orilla —explicó a uno de sus hombres, mirando de reojo como Sigrid apretaba su mano al ver a la multitud—. Parece desorientada, lo mejor para ella será comer y descansar —añadió, se giró para mirar a uno de los hombres que aun estaban en la profundidad de la isla, entre los árboles—. Hey, tú Riks, reúne a los hombres, hay que partir a una isla cercana, revisa los mapas.

—Señor, solo hay dos islas habitadas al oeste —dijo uno de los marineros más jóvenes acercándose con un cesto de frutas, el muchacho se inclinó y le ofreció una manzana a Sigrid—. Nordvind y Berk, capitán.

—En Berk hay vikingos —interrumpió el otro—. Es posible que digan que desciende de ahí y la tomen como esclava.

Muchos de ellos concordaron, los últimos encuentros con vikingos habían terminado sangrientos y llenos de pérdidas. Sin contar el hecho de que les habían saqueado las provisiones y el oro posible, aquellos salvajes eran peores que los dragones. El capitán frunció los labios, pensando cuál sería la mejor opción.

—La llevaremos a Nordvind, sí tenemos suerte, podremos llegar hoy antes del anochecer —dijo Fryks—. Tengo entendido que la isla es aliada del rey Branden, su influencia nos permitirá encontrar a los familiares de esta niña.

De manera que aquel día, Sigrid fue llevada a una nueva isla, con más personas que se ofrecieron en atenderla y darle los cuidados especiales para su pronta recuperación. La alimentaron, la bañaron y le ofrecieron un techo en el que quedarse; mientras buscaban sus posibles familiares. Pese a que le hacían preguntas, Sigrid poco podía recordar de su vida antigua, ella solo recordaba su nombre y, entre la bruma de recuerdos de su vida, recordaba la estrofa de un poema.

«Desde la noche sigo las estrellas...»

El tiempo era indefinido, en un día los acontecimientos podían girar el rumbo de la historia y olvidar lo que pudo haber sido. El tiempo la había encaminado de vuelta al principio, Sigrid eventualmente encontró al que llamaría su hogar, un reino en una isla helada, llamada Kain. Las circunstancias del destino la habían alejado de los dragones con los que creció, pero la guiaron hasta la vida que alguna vez tuvo, ahí comenzó a hacer su mejor esfuerzo para adaptarse ante el cambio brusco que dio su vida de un día para otro.

Llevaba ya un mes desde que el capitán Fryks la había encontrado, en aquellos días vagamente podía recordar como formular una oración ante las personas que tenía presente, no sabía cómo debía ser su manera de actuar, de comer o de vestirse. Había olvidado en aquellos ocho años los principios básicos de una persona para existir, apenas y podía entender lo que las personas le decían al mirarla.

Fueron días difíciles los que tuvo cuando llegó a Kain, las personas que se hacían llamar sus padres la recordaban, le contaban anécdotas, la cuidaban y evitaban el dejarla sola por más tiempo del necesario. Su padre era el Rey Branden Whiterkler, en tierras lejanas vikingas le conocían como Bastón Caza - Pesadillas; su madre era Kenia Ruadh, Sigrid la recordaba más a ella que a su padre y solía acompañarla durante las noches para compartir tiempo juntas. 

Parecían ser buenas personas, pues durante todo ese tiempo, jamás intentaron presionarla para saber lo que sucedió con ella en los años que estuvo ausente y Sigrid lo agradecía, porque aún no se sentía preparada para hablarles de su vida fuera de la isla ni de los acontecimientos por los que pasó. Algunos eran buenos, pero también había algunos que prefería olvidar.

—¿Te apetece salir a caminar a la montaña?

Sigrid salió de sus pensamientos cuando escuchó la voz de un joven, alzó el rostro para encontrarse con los ojos cafés pertenecientes a un chico mayor a ella por uno o dos años, los rayos del sol aclaraban parte de su cabello castaño. La joven lo miró por varios segundos que parecieron eternos, aún le costaba asimilar que las personas se dirigiesen a ella, todo seguía siendo tan extraño.

—Eres un soldado —respondió ella en cambio, con el ceño fruncido y bajó la mirada para ver la tela de su vestido blanco con mangas largas, una nueva sensación de inquietud se apoderó de su cuerpo.

Todo seguía siendo diferente, físicamente, estaba en Kain, con vestidos hermosos, ropas abrigadoras y un buen lugar para dormir; mentalmente, ella seguía en aquella cueva solitaria, con los dragones y con Maléfico.

—No lo soy, aún —respondió él, alzando los hombros—. ¿Quieres caminar? —Volvió a preguntar, estirando la mano para señalar detrás del jardín en  donde estaban la zona más alta de la montaña—. Muchos en el pueblo dicen que los dragones no atacan desde esa zona en el antiguo castillo.

—Los dragones no atacan —rebatió ella tajante, incorporándose para seguirlo. 

—Vaya, ¿entonces no recuerdas nada? —inquirió el joven en un murmuro que fue más para sí mismo, avanzaron a través de los arbustos tomando el camino de los pinos como referencia para no resbalar en la curva empinada hacia la montaña—... Sobre aquella vez.

Los fragmentos en su memoria eran borrones sobre su vida antes de los dragones, recordaba el lugar en llamas, personas corriendo para escapar del fuego, gritos desgarradores y desconsolados; pero lo único que su memoria recordaba con claridad eran esos orbes azules eléctricos. Los ojos del dragón que la había tomado entre sus garras y se la había llevado lejos, a la cueva con los demás dragones. Pensar en eso solo hacía que un escalofrío recorriese su cuerpo, en su tiempo con ellos no se lo volvió a encontrar y agradeció por ello.

—Recuerdo el fuego, gritos, personas corriendo y... ese dragón —dijo con lentitud, mirando su camino al frente e ignoró la mirada del chico cuyo nombre desconocía.

—Los dragones nos atacan. —Volvió a repetir él, no como un reclamo—. Saquean las aldeas de las islas, queman todo a su paso y se llevan las provisiones de invierno —prosiguió, metiendo sus manos en los bolsillos de sus pantalones—. Eso pasó hace ocho años, fue por ello que el reino te perdió.

Ambos caminaron hasta llegar a la construcción con algunos muros en ruina, a su alrededor la isla se veía más pequeña desde las alturas, era impresionante el ver el reino en su totalidad por primera vez desde ese lugar.

—Pero ya no importa —comentó, la guio a una parte que parecía un mirador de la naturaleza, el mar se alzaba frente a ellos en una elegante calma y más allá de él solo continuaba el vasto océano—. Estás aquí, tu padre jamás dejó de buscarte, incluso cuando todos perdieron las esperanzas o pensaron lo peor.

—¿Él me buscó? —preguntó lentamente, apartando la vista de la isla para mirarlo a él.

En su estadía con los dragones, recordaba como los primeros meses salía esperando encontrar a su familia yendo por ella. Lo único que recibió fueron gruñidos de dragones furiosos y unos sonidos terriblemente escalofriantes. Conforme pasaron los años, dejó de salir a la arena en busca de alguna señal humana. Al cabo de cuatro años, había perdido toda la esperanza de que alguna vez fuesen por ella

—Durante cinco años seguidos —comenzó a contar el chico—. Fuimos a muchos lugares desconocidos, islas vikingas inclusive —relató—. Nunca se rindió, zarpábamos cada semana a un nuevo punto, pasábamos noches en medio de las tormentas navegando el mar. Ocurrieron cosas malas en todos esos viajes... Pero también hubo algunas buenas, ahora el Rey tiene aliados vikingos que no esperó tener.

—¿Tú también fuiste? —preguntó curiosa al escuchar aquello.

—Algunas veces, cuando mi papá me dejaba viajar con ellos —respondió—. No todos los aprendices tienen permitido viajar a las excursiones, por las batallas que suelen suceder.

Sigrid asintió sin volver a preguntar nada, procesando sus palabras y el significado de estas. Al cabo de un rato, ambos se quedaron observando el pueblo aglomerado. Conforme el sol se iba ocultando, las nubes blanquecinas fueron desapareciendo reemplazadas por el cielo en distintas tonalidades rosadas y anaranjadas.

—¿Qué pasó después? —formuló la pregunta en voz baja, refiriéndose a después de la búsqueda de los cinco años.

—Oh... —El joven se rascó la nuca—. Tuvo que organizar un funeral, desconozco los motivos.

—¿Un... Funeral?

—Es cuando te despides de alguien a quien no volverás a ver porque, bueno, ya no forma parte de esta vida —respondió incómodo, Sigrid abrió la boca para decir algo, que poco después cerró.

—Oh...

A Sigrid se le había olvidado preguntarle el nombre a aquel chico cuando observaron la isla, creyó que le volvería a ver más seguido en el castillo, pero tenía entendido que los soldados aprendices pocas veces pasaban por el castillo o tenían tiempo libre.

Así que solamente se dedicaba a estar dentro del castillo, en compañía de sus padres en algunas ocasiones y de Maléfico, quien se había adaptado bastante bien a los buenos cuidados y tratos que le ofrecían luego de que Sigrid les hiciese saber lo importante que era para ella. Algunas veces recordaba y procesaba la información que aquel chico le había dado, también le había hablado de diversas cosas en general sobre la isla para que no se sintiese como una forastera, le había advertido sobre qué no defendiese tanto a los dragones o se metería en problemas. Y cuando no pensaba en eso, su mente la llevaba a los recuerdos vividos en la lejanía de la cueva.

En una de las noches se había despertado sobresaltada, gritando el nombre del dragón que la había protegido más que los otros, el mismo dragón que la había dejado semanas atrás en una isla abandonada. Kohak. Pero aquella había sido su culpa, culpa de ella y de nadie más, por tratar de ayudar a todos sabiendo que para la salvación de uno, se debían hacer sacrificios con otros.

Aparte de aquellos sueños, ya todo parecía más fácil conforme los días transcurrían. Ya comprendía mejor las palabras de las personas que se dirigían a ella, podía mantener conversaciones largas y  su espíritu curioso en busca de saber e investigar más la habían llevado a los rincones del castillo, en donde conoció a un par de personas que se dirigían a ella con respeto, aunque ella no entendía por qué, no entendía lo que recaía el ser una princesa; para ella, solo era la niña que trataba de encontrar su lugar en el mundo.

Al poco tiempo, ya había logrado recuperar los conocimientos sobre lo más esencial, le daban clases particulares para recuperar los saberes previos que alguna vez le enseñaron cuando tenía siete años y grata fue su sorpresa al descubrir lo poco que había olvidado sobre ciertos temas. Durante las tardes, salía a caminar con su padre en los alrededores del pueblo donde le contaba viejas historias de cuando él era niño o le informaba sobre lo que había transcurrido durante su ausencia, aunque la mayor parte del tiempo evitaba sus preguntas con una sonrisa amable.

Algún día te lo podré decir todo, te lo prometo, mi niña. —Eso era lo único que decía cuando Sigrid preguntaba temas relacionados con el reino o el motivo de su funeral—. Vamos a ser felices todos juntos de nuevo.

Esa era su promesa y, no obstante, conforme más la analizaba Sigrid, mas lejana parecía. ¿Serían felices de nuevo? Muy en el fondo de su corazón esperaba que sí, que tuviese una razón todo lo que sucedía, que el haber regresado de vuelta a su hogar valiese la pena. Todos esos eran los pensamientos que tenía cuando las dudas comenzaban a surgir en ella a medida que los días pasaban, era lo único a lo que se aferraba.

El sol iluminaba en su punto más alto las cabañas del pueblo la sexta semana desde que había llegado a Kain, su padre comentó que era una buena idea celebrar su regreso con una bienvenida oficial; pues formalmente, no había abierto las puertas a los pueblerinos, los cuales solo sabían de su llegada por los rumores que se extendieron en la isla. A decir verdad, Sigrid prefería evitar todo aquello, ya había escuchado los comentarios de algunos sirvientes en el castillo sobre ella. Algunos decían que no era más que una impostora aprovechándose de la situación en la que estaban, otros decían que aún sí fuese la primogénita real no tendría las habilidades y capacidades que tuvo que haber adquirido durante los últimos años.

—No hay nada de qué preocuparse, Sigrid —comentó su madre al verla dudar aquella tarde—. El pueblo te recibirá, es una alegría tenerte de vuelta con nosotros.

Pese a los intentos de sus padres por hacerla sentir relajada cuando las personas comenzaron a aglomerarse, nada consiguió calmarla. Luego de que su padre hizo el anuncio oficial de su regreso para darle la bienvenida, al final no resistió la presión y la inseguridad que la carcomían por dentro. Sus manos, aferradas a la tela de su falda, temblaban con rapidez, sus ojos se movían en todas direcciones y su respiración se comenzaba a agitar. Y en menos de lo que canta un gallo, ya se había echado a correr lejos de la multitud.

No sabía cómo adaptarse, no sabía si lo lograría, sentía la presión en las miradas para que diese lo mejor de ella y lo intentaba... Pero cada noche, seguía estando en esa cueva rodeada de los dragones a los que les dio nombre; siendo criada por ellos, siendo alimentada por ellos y protegida. Hasta que esas memorias se desvanecieron como el humo, siendo reemplazadas por los recuerdos de su último día. No estaba preparada, no podía perdonarse a sí misma por lo que había hecho. De esa forma, sí no se perdonaba, ¿cómo podía seguir adelante?

—¿Agobiada? —Su padre la encontró al cabo de unos minutos, sentada a las afueras del jardín mientras acariciaba las plumas de Maléfico—. No debí haber hecho eso, lo siento. —Se disculpó, sentándose a su lado sobre la hierba, suspiró y miró el cielo anaranjado—. Debí pensar en lo que suponía para ti estar rodeada frente a una multitud.

—Está bien, Bran —dijo Sigrid, que prontamente se abrazó a sus rodillas—. Yo pensé que estaba lista.

Ninguno de los dos dijo nada en los minutos siguientes, Branden suspiró al escucharla, ella aún no se acostumbraba a decirle «papá». Sin embargo, esperaba que con el tiempo Sigrid recuperase la confianza y el cariño que alguna vez sintió por él y Kenia. Ambos eran sus padres después de todo, ahora que la habían recuperado serían capaces de hacer hasta lo imposible por recuperar la familia perdida y volver a ser felices.

—Hay algo de lo que debemos hablar, Sigrid —confesó al cabo de varios minutos, sin apartar su mirada del cielo. De reojo miró como su hija se incorporaba un poco, liberando a Maléfico y abrazando sus piernas—. Han sucedido cosas en el reino durante el tiempo de tu ausencia, tu regreso solo nos ha abierto el mundo para mayores posibilidades, las alianzas alrededor del mundo con los vikingos es una de esas oportunidades que no podemos desaprovechar. Aún falta un par de años para ello, pero será mejor que lo sepas. El nuevo acuerdo de alianza en Berk nos ayudará a fortalecer el reino. 

» Es por ello que te casarás con el hijo del jefe. 

Ya estaba, lo había dicho. Sigrid se soltó de su propio abrazó y se incorporó, con la mirada incrédula. Quizás había regresado hace poco, pero estaba segura del significado sobre el término «casar». Lo miró horrorizada, en parte procesando sus palabras. Aquel momento, sin duda alguna, no era el indicado. 

—¿Qué? Esto... De todas las cosas, ¡acabo de llegar! ¿Cómo puede ser que esto es lo primero en lo qué piensas? —Señaló en completo enfado, Branden también se puso de pie al ver que había sido malentendido, pero ella no le dejó hablar—. ¿Entonces tú... Para eso querías que regresara? ¿Para formar alianzas con vikingos al otro lado del mar? ¿Y cuál es tu grandioso motivo? No vayas a decir los dragones —ironizó, cruzada de brazos con una expresión indescriptible. 

—Por esa misma razón lo hago, hija —reconoció, dando un paso al frente hacia ella, que Sigrid respondió alejándose—. Vamos a vengar lo que te pasó, los berkianos han querido deshacerse del nido de los dragones durante siglos, ofrecerles una alianza con ellos nos salvará la vida cuando juntos acabemos con los dragones.

¿Acabar con los dragones? No, no pensó que los dragones estuviesen involucrados pese a lo que le había dicho el muchacho semanas atrás. Había comentado que saqueaban las aldeas, pero durante esas seis semanas, no había habido ningún rastro de ellos. Sigrid salía a ver el cielo todos los días con la esperanza de ver alguno de los que vivieron con ella, nunca hubo señales en esos días.

—¿Y esperas que yo acepte eso? ¿Exterminar a los dragones?

—Durante años hemos sido atacados por ellos, se roban nuestras provisiones de invierno, Kain más que nunca en esas fechas necesita de ellas —explicó su padre, en un intento por hacerla reflexionar.

—Puedes encontrar otra solución, pero yo no apoyaré esa idea y mucho menos casándome con alguien a quién no conozco.

—Los acuerdos están hechos, hija —declaró su padre, solo escuchó su bufido como respuesta antes de que desapareciese de su vista y no la siguió.

En algún otro momento, podría decirle a su hija la verdad tras sus razones. No ahora, aún era demasiado pronto y lo que necesitaba en verdad era asegurarse de ponerla a salvo, aun sí ella se enojaba con él. Era capaz de arriesgar todo ese amor que apenas iban recuperando con intención de asegurar su supervivencia.

Con ese pensamiento en mente, Branden se inclinó para tomar al gallo de su hija qué había dejado ahí y lo llevó hasta el pueblo; mas no pudo ni dar tres pasos cuando un rugido ensordecedor se hizo presente. Unas alas se proyectaron a través de sus sombras muy por encima de él en dirección al centro del pueblo.

—¡Rápido, tomen sus lanzas y arcos! —gritó, tras salir de la estupefacción, a unos jóvenes kainianos que salieron de la puerta trasera del castillo—. ¡No dejen que tomen nada de nuestro ganado!

Branden salió corriendo en la dirección por la que se había ido Sigrid y la encontró corriendo hacia los dragones, maldijo para sus adentros, debía ponerla a salvo. No podía volver a perderla.

—¡Sigrid!

Ella se giró para dirigirle una mirada molesta y se perdió entre el gentío que corría para ahuyentar a los dragones. En menos de un santiamén las llamas de la flor roja se expandieron como una corriente de agua en un torrente, muchos llegaron para apagar el fuego y el rey se encaminó para ayudar y defender a otros afectados por el incendio.

—¡Sigrid, regresa ahora mismo al castillo! —ordenó el rey en cuanto la encontró, tomándola con suavidad del brazo para que no volviera a escaparse.

—¡No! ¿Cómo haré eso si ustedes piensan lastimarlos?

—Sigrid ve a refugiarte, yo mismo te vengaré el día de hoy —mencionó, haciendo caso omiso a su pregunta.

—¡No, padre! —La impotencia se comenzó a adueñar de ella, lo miró con furia, logrando zafarse de su agarre y corrió por todo el pueblo evitando que lastimaran a los dragones. Corrió tanto como pudo hasta donde las personas se aglomeraban alrededor de algo—. ¡Basta, no los lastimen! ¡Déjenlos!

Con el único propósito de defenderlos, aquella noche hizo lo que pudo creando un desastre en la isla de Kain; se ganó una reprimenda por parte de su padre y que los kainianos hablasen mal de ella. No obstante, no le importaban las consecuencias, sí haber destruido parte de la isla haría que la llevasen a Berk, aceptaría su castigo, siempre y cuando los dragones estuviesen a salvo. Era lo mínimo que podía hacer para confrontar la culpa.


Algunas aclaraciones antes, por sí son nuevos lectores o están releyendo: 

➥ Este capítulo fue más que nada introductorio y por lo mismo casi no detallé nada de los acontecimientos, así como hubo algunas cosas que se soltaron de golpe, sin embargo, habrá otros datos que irán descubriendo conforme vayan leyendo. La trama y todo en general es slowburn, para que no se desesperen. 

➥ No quise profundizar tanto lo que ocurrió con Sigrid cuando vivió con los dragones,  porque quiero que a lo largo de los capítulos se vaya abarcando el tema de a poco. Hay que tener presente que vivir con animales no es un proceso del que uno pueda salir ileso, así que conforme vayan leyendo podrán ir conociendo de que manera Sigrid terminó afectada por ello. 


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro