οκτώ
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AUNQUE NADIE FUERA CONSCIENTE, en Roswald había más magia de la que hacíamos creer al resto.
Estaba prohibida, por supuesto, pero había excepciones como las espadas de las Guardianas —forjadas hace cientos de generaciones y hechizadas por los magos más poderosos del reino. Otro buen ejemplo era el deseo que tenía cualquier Guardiana. Fuera lo que fuere, una Guardiana podía pedir cualquier clase de deseo, ya que la magia ancestral se encargaría de cumplirlo.
Una vida de servicio a cambio de un deseo. Durante siglos, los eruditos no han dejado de discutir sobre si es un precio justo o no. Los que afirman que sí, rebaten sobre todas las riquezas, tierras y lujos que podríamos adquirir con sólo unas palabras. Los que están en contra, en cambio, siempre tienen en cuenta el deseo Prohibido. «El único que realmente importa», dirían muchos.
Tú pensaste lo mismo, kabiba.
Continuamos en la isla. Algunos hombres de la tripulación lograron encontrar más alimentos y por el momento parecen dar abasto para todos. Sin embargo, nadie ha tenido alguna brillante idea para ver qué hacemos con Eustace en forma de dragón. Pero estábamos bien, dentro de lo que cabía. El tiempo no estaba de nuestra parte, pero todos necesitábamos este pequeño descanso.
Volví a centrarme cuando el metal de la espada de June y mía se encontraron. No podíamos dejar de estar en forma y hacer duelos amistosos entre nosotras pareció levantar el ánimo de la tripulación, que miraban entretenidos el espectáculo.
En dos movimientos más, mi espada acabó en manos de June y ella me apuntaba el cuello con ambas. Levanté los dos brazos en señal de rendición. June enterró mi espada en la arena y luejo se dejó caer en el suelo.
—Pierde la gracia si no estás concentrada.
—No me digas. —June se rió desde el suelo—. ¿Revancha?
—No, creo que ya es suficiente por hoy.
Justo en eso, la espada de Saphira voló por los aires. Pero cuando parecía que Aeryn la había ganado, Saphira enrolló sus piernas en las de Aeryn, hizo una acrobacia muy ceremoniosa y acabó de pie apuntando a Aeryn con la espada que le había arrebatado.
La tripulación volvió a estallar en aplausos, y entre ellos aparecieron Caspian e Ilaria, que iban caminando tranquilamente uno al lado del otro. Saphira, cubierta de sudor y con una sonrisa victoriosa, fue la que se acercó para susurrarme al oído:
—Cuánto apuestas a que nuestra querida guerra civil acabará gracias a ellos dos.
No tuvo que añadir nada más para que entendiera a lo que se refería. Un matrimonio real era la solución a muchísimos problemas. No sería la primera vez ni la última que un reino se salva gracias al compromiso. Caspian e Ilaria no harían mala pareja. Ambos son jóvenes y están llenos de iniciativa y esperanza. Tal vez no se casarían amándose —tal vez nunca lleguen a amarse de esa manera— pero los dos se respetarían y llegarían a ser felices.
Aun así, hay algo que me impide alegrarme con esa posibilidad. Lo mismo que hace que no quiera que acabe este viaje.
Esta aventura no ha sido tan horrible como pensé al principio. No estamos en Roswald, pero Narnia no está nada mal. Tal vez no haya cientos de cristales en cada calle, pero sus gobernantes son prometedores. Cuando hablo con Caspian, tengo la misma sensación en mi pecho que cuando hablaba contigo.
Y no es porque seáis iguales, claro. Podría empezar a decir todas vuestras diferencias sin pararme a pensarlas. Pero los dos tenéis esa chispa. Los dos esperáis ver un nuevo mundo bajo vuestro reinado.
Pero sé muy bien cuál es ese sentimiento. Lo conozco como a un viejo amigo y no pienso dejar que siga creciendo.
Roswald no volverá a sufrir una de sus peores catástrofes por mi culpa.
—Lo único que podríamos apostar serían nuestras espadas —le contesté a Saphira, que se rió con mi afirmación—. Pero tienes razón, no se me ocurre otra forma de acabar con esto.
Ambos reyes se acercaron hasta nosotras.
—Ha sido un buen espectáculo, mis queridas Guardianas. Descansad un rato y aprovechad estos momentos de calma.
Caspian se sentó junto a mí y me ofreció agua de una cantimplora.
Me aparté el sudor de la frente con una mano y disfruté de cada gota de agua que bajaba por mi garganta.
—Me he enterado de que en unos días es tu cumpleaños —me dijo, con una sonrisa amable—. ¿Qué quieres de regalo?
Me atraganté con el agua al oír sus palabras.
Hace mucho tiempo que no contemplo las estrellas, por lo que no sé ni a qué día nos encontramos. ¿Junae, tal vez? De ser así, Caspian estaría en lo correcto.
—Oh, majestad, las Guardianas no reciben regalos.
—¿Nunca hacéis nada especial?
—Entre nosotras no es un motivo de celebración —confesé—. Tomamos un trozo de tarta de fresa el día de antes, pero no cuando cumplimos años.
Porque no hay nada que celebrar.
Porque viviré un año menos.
—Por Aslan, lo siento —añadió de inmediato, con una mueca de disgusto—. Lo había olvidado.
Sonreí, quitándole peso a sus palabras.
—No se preocupe, es la pura verdad.
Entonces me fijé en él detalladamente. Vestía la misma clase de ropa que siempre, fina y cómoda para aguantar el sol continuo, pero me había pasado desapercibido el libro que tenía entre sus manos.
Caspian sonrió al adivinar mi mirada inquisitiva. Me ofreció el libro y sin dudarlo lo agarré entre mis manos.
—Leyendas de los reinos lejanos —cité en voz alta, mientras empezaba a hojear entre sus páginas. Me detuve en una que me llamó la atención, pues había una esquina doblada para tener bien identificada la página—. El fénix oscuro de Roswald. Vaya, queda muy poca gente que recuerde esta leyenda.
—Es una de mis favoritas, de hecho —admitió con emoción al ver reconocmiento en mis ojos sobre dicha leyenda—. Es curioso que esté contada como si se tratara de un cuento para niños pequeños, pero la leyenda no tiene nada de infantil. El núcleo de la magia de Roswald protegió a una mujer que intentaba salvar la vida de su hijo, pero el núcleo se contaminó, de alguna manera, y entoces apareció un fénix oscuro frente esa inestabilidad.
Sonreí ante la expresión de Caspian, que intentaba contnerse para no recitarme la leyenda de cabo a rabo.
—Puedes preguntarme lo que quieras.
Frunció el ceño.
—¿Lo que yo quiera? ¿Segura?
—Bueno, tú puedes preguntar lo que quieras, que te vaya a responder a todo...
Me quedé congelada durante un momento a darme cuenta de que había tirado toda formalidad por la borda. Sin embargo, Caspian pareció no darse cuenta porque estalló en una sonora carcajada.
Sentí mariposas en el estómago, kabiba.
—De acuerdo, Terrible Guardiana —dijo con tono jocoso—, ¿qué es exáctamente el núcleo de la magia de Roswald? ¿Es alguna clase de metáfora?
—Es el árbol más grande de todo el reino. Lleva vivo desde antes de que se fundara Roswlad, incluso. En él está contenida toda la magia del reino.
—¿Un árbol? —dijo, confundido—. Tengo que admitir que no me lo esperaba.
Ellas tienen un león parlante, nosotras un árbol cargado de magia ancestral.
—¿Y lo del fénix oscuro es cierto?
—Pasó hace demasiado tiempo, majestad.
—Eso quiere decir que no me quieres responder y me das una larga.
Mis mejillas se tornaron de un color rosado al haber sido descubierta.
—Qué puedo decir, los secretos de Roswald se quedan en Roswald.
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El rostro de Rayen derrochaba su calma característica.
—Volvemos a vernos, queridas Guardianas.
Sin embargo, no se molestó en ocultar su molestia.
—Creo recordar que os mencioné específicamente que no mostrárais vuestra magia en público.
—A mí también me gustaría objetar algo —comuniqué—. ¿Cuándo habéis aprendido todos esos hechizos?
Aeryn carraspeó miró hacia el suelo, avergonzada.
—Gadea, nosotras también leimos los diarios de Frey la Indómita en su momento.
Rayen nos miró, y sus penetrantes ojos dorados lograron que nos calláramos al instante. Iba a hablar. A darnos la más dura de las reprimendas que la generación de nuestras Guardianas haya presenciado. Al fin y al cabo, era otra Guardiana la que tenía que reñirnos. Era como si la persona a la que llevas admirando toda tu vida mostrara una profunda decepción. La diferencia era que el nombre de Rayen nunca ha estado plagado de gloria y respeto. No al final de su vida, al menos.
June dio un paso adelante, abrazando la copia del libro de Frey la Indómita como si fuera un escudo.
—Antes de que nos digas algo, quiero deciros que ya sé cuál será mi deseo.
Ninguna de nosotras se esperaba eso. Nadie pronunció alguna palabra, con la intriga carcomiendo todo nuestro interior.
—¡Yo, hija de Roswald, Guardiana de la reina Ilaria, bendecida por Kharendal, el cuarto ángel, llamo al núcleo de la magia ancestral para que me otorgue mi deseo como Guardiana!
Un haz de luz parece recorrer las interminables paredes de Ryn. Las runas tilitan y la magia envuelve a June en un manto de luz y poder. Me cuesta pensar que a ella le está ocurriendo lo mismo que a mí. Ella está envuelta de luz, yo estaba rodeada de llamas y sombras. El día de tu muerte, kabiba, pedí mi único deseo.
June absorve toda la magia. Sus ojos desprenden un poder que nunca más llegará a percibir. La magia se remueve y se expande entre sus dedos, esperando impacientemente a ser expulsada.
—¡Deseo que Rayen Azhmir, antigua Guardiana de la reina Serena, desterrada del reino de Roswald y condenada a la prisión de Ryn, el mundo de las puertas, quede libre de su condena!
Por todos los dioses.
La magia sale a borbotones de sus manos. Son rayos de luz, puros como la magia que nos rodea. Todo a nuestro alrededor tiembla y brilla.
Ya no recuerdo la última vez que presencié algo tan hermoso.
Las runas doradas, incrustadas en la piel bronceada de la que una vez fue la Guardiana más respetada de todo el reino, centellean y se desprenden. Rayen se encoje de dolor, grita y se revuelve, pero ninguna hace nada. Nadie dijo que la libertad no fuera dolorosa.
Las cadenas mágicas que una vez la ataron van a quedar reducidas a cicatrices, vestigio del crimen que cometió.
Pero yo no puedo juzgarla. Me merezco una condena mil veces peor.
Las últimas gotas de magia salen de su dedo. Finalmente, las lágrimas de Rayen caen de sus ojos como perlas, y necesita la ayuda de Saphia para poder ponerse en pie.
June se encuentra arrodillada, intentando recuperar la energía con cada respiro que da. Sin embargo, lo más notorio es la sonrisa que tiene en su cara.
—Es hora de volver a casa.
Dejo salir el aire de mis pulmones y me siento en el suelo, cansada a pesar de no haber hecho nada.
Y pensar que estoy preparada para afrontar emociones fuertes.
—De eso nada. Primero tendremos que ver qué le decimos a la tripulación. No podemos presentarnos con alguien que ha salido de la nada.
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Para mi desgracia o fortuna, el problema se solucionó con más magia.
De una más antigua y poderosa de la que llegaremos a comprender.
Rayen se encontraba en una dimensión paralela. No estaba viva ni muerta. Para ella el tiempo era un parpadeo o una eternidad. Lo único que quedaba de ella era el vago recuerdo de aquellos que llegaron a conocerla.
Y la magia más poderosa que algún ser humano pueda llegar a tocar con sus manos, la magia del deseo de una Guardiana, se encargó de hacer que Rayen existiera. Formó un vínculo con June, creó una huella de lo que hubiera sido su vida de la nada.
Ahora Rayen había cruzado el océano que separaba a Roswald de Narnia junto con la reina Ilaria para reclamar el trono que le pertenecía por derecho. Y nadie se había dado cuenta.
Nadie se inmutó al verla. Nadie pareció extrañarse.
Amaneció un nuevo día y parecía que todos conocían a Rayen Azhmir, antigua protectora de Roswald.
Ni siquiera Ilaria pareció darse cuenta. Rayen agachó su cabeza al verla y la saludó con un simple "majestad", como si la viera todos los días. Luego tendrían una larga charla, pero eso sólo sería entre ellas.
El único momento en el que me pareció que algo no encajaba fue la manera en la que Rayen se quedó mirando al rey Edmund. Había una chispa de reconocimiento en sus ojos, un destello que parecía querer contar a gritos una historia enterrada entre capas de magia y recuerdos. Pero sólo fue eso. Una chispa, un segundoentre millosnes que quedó reducido a la nada. Edmund nos saludó a todas, y Rayen volvió a tener una expresión imperturbable en su rostro.
Al fin y al cabo, el nombre de Rayen está acompañado de numeroses rumores. Como las leyendas, unos son cierto y otros sólo cuentan verdades a medias. ¿Será cierto que Rayen participó en la liberación de Narnia?
Casi puedo escuchar tu voz diciéndome que mi cabeza da demasiadas vueltas.
Pero no sé qué hacer. Rayen, aquella que daba por muerta, ha aparecido en mi vida en cuestión de semanas. Y ahora está aquí de nuevo; bajo el mismo sol y y rozando la misma arena que nosotras. La misma Guardiana que nos vio correr y reír en los jardines construidos por tu nombre, kabiba.
Al seguir sin una solución clara para saber qué hacer con Eustace, continuábamos en la pequeña playa. No quedaban más de un par de horas para el ocaso, y decidimos darnos un pequeño festín compuesto por unos peces con reflejos morados que había pescado la tripulación horas antes.
Me senté al lado de Edmund —y lo más alejada posible de Rayen—, que tenía un cuenco frutos secos al lado. Sin contar con algunos hombres de la tripulación (los cuales se turnaban para vigilar el barco) todos nos encontrábamos rodeando una pequeña hoguera. Lucy estaba cerca de nosotros, enseñándole una concha a Gael mientras hablaban en susurros. Ilaria y Caspian estaban juntos y Aeryn, Saphira y June estaban en una piña escudriñando a Rayen con la mirada.
Edmund le dio un mordisco poco convincente al pez asado, pero inmediatamente su expresió cambió a una de alivio:
—¡Menos mal, el sabor se parece mucho a las sardinas!
—¿Qué son las sardynes? —preguntó Aeryn, que oyó a Edmund desde su sitio, con un acento arcaico muy marcado.
—¿En Narnia no hay sardinas?
—Claro que no, Ed —Lucy resopló—. Eso te pasa por no haberte preocupado nunca de qué comida servían en los banquetes.
Edmund le sacó la lengua a su hermana, lo que provocó varias risas entre los presentes.
Y, de un momento a otro, algunos hombres empezaron a cantar canciones. El ambiente se fue animando y conforme más ruido había, Eustace —en forma de dragón— nos miraba con más atención. Ilaria se puso de pie de un brinco e hizo que también me levantara agarrándome de las muñecas. Su melena pelirroja desprendía reflejos de fuego con la hoguera de fondo y tenía una sonrisa espléndida en la cara.
No tardé en comprender sus movimientos. Se trataba de un baile que no muchos conocían —debido a que quedó opacado por otros tipos de baile con el pasar del tiempo—, solía bailarse en las festividades dedicadas a los ángeles Kharendal y Hyar por las personas más prestigiosas del reino, ya que eran los que estudiaban esos bailes desde siempre.
Era un baile que consistía en no tocarse con las manos. La única parte que podía tocarse eran las muñecas, dando paso a poder ser creativo con cada movimiento.
Ilaria y yo comenzamos a dar vueltas con risas de diversión saliendo de nuestras bocas. A nuestro alrededor comenzaron a animarnos dando alguna palmada para marcar el ritmo.
Entonces Saphira se puso de pie y le dijo a Aeryn:
—Vamos a enseñarles cómo bailan los dinenses.
—Está bien, pero no te pongas a llorar cuando no puedas seguirme el ritmo.
Aeryn y Sapira pertenecían por nacimiento a la misma zona de Roswald. Los dinenses eran conocidos por su gran habilidad en las artes y sus bailes tan elaborados. Recuerdo el palacio lleno de bailarines dinenses saltando de un lugar a otro en tu desimosexto cumpleaños, así que no me sorprendió que la atención que recayó en tu hermana y yo desapareciera rápidamente.
Enseguida se escucharon vítores y más aplausos, y las personas comenzaron a colocarse alrededor de ellas para no perderse detalle. Daban numerosas volteretas y acrobacias que podrías perderte con tan sólo pestañear. Saltaban con júbilo y alegría, y el ambiente festivo animó a más gente a bailar.
Lucy y Gael empezaron a dar vueltas, simplemente agarradas de las manos. Ilaria soltó mi muñeca y con una sonrisa se alejó de mí dando una vuelta hasta perderse entre la tripulación.
—Creo que deberías enseñarme ese baile.
La sonrisa que había en mi cara se quedó estática al ver a Caspian de repente.
—Será un honor, rey Caspian. —Levanté mi muñeca para juntarla con la suya—. En este baile sólo pueden estar unidas las muñecas, ninguna otra parte del cuerpo se puede tocar. Consiste en un tira y afloja. Las mujeres son las que dirigen, sólo tienes que intentar coordinar tus movimientos a los míos.
Doy un paso hacia atrás. Otro hacia al lado. Dejo que Caspian se acerque hasta mí y entonces me alejo. Hago que dé un paso hacia atrás. Tiro y aflojo. Sus ojos marrones chocan con los míos y una tormenta parece desatarse en mi interior.
El trozo de nuestras muñecas que se están tocando me arde, y de repente somos sólo nosotros dos. No estamos en medio de la nada. Roswald y sus leyes no existen. Ilaria no es una reina sin corona y Caspian no tiene que romper ninguna maldición. Todo es tan simple que hasta me lo creo.
Los dos nos quedamos muy cerca del otro. Su aliento choca con el mío y sus ojos parecen transmitir un profundo cariño.
Pero vuelvo a dar un paso hacia atrás para evitar lo que iba a ocurrir. Para no tropezar con la misma piedra dos veces.
El baile ha pasado de se un tira y afloja a un afloja y huye. Es Caspian el que intenta volver a acercarse y yo la que retrocede. Sé lo que significa este baile.
Sentí lo mismo cuando me enseñaste este baile años atrás. La diferencia es que él y yo no soltamos risas tontas y sonrisas que comparten unas hermanas. Pero es inevitable. Mi corazón late con fuerza y todo mi cuerpo prece querer ser recubierto por este sentimiento como si se tratara de un bálsamo.
No merezco volver a amar a alguien tanto como te llegué a amar, kabiba, y mira dónde estoy.
Suelto mi muñeca con la de Caspian, pero ese sentimiento continua ahí, suspendido en el aire y protegido por las estrellas.
—Ya domina este baile, alteza. Si me disculpa.
Al fin y al cabo, el poeta dice que los humanos somos egoístas y estamos consumidos por el deseo desde que nacemos.
Pero no pienso dejar que escriban cantares sobre cómo provoqué la muerte del joven y amado rey Caspian.
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