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εννέα

AL DÍA SIGUIENTE, entre Caspian y yo no había ocurrido nada. Por la noche, mi corazón no saltó al tocarlo y su sonrisa no tenía el poder de echarlo todo a perder.

     Por el día me dediqué a intentar rehuír su mirada y antes o después, acabé sentada junto a Rayen en una parte alejada de la playa.

     —No hemos tenido tiempo para hablar con tranquilidad antes, Gadea.

     —Ha pasado todo demasiado rápido —admití—. A veces pienso que vas a volver a desaparecer.

     Me pongo tu anillo en el dedo índice de mi mano derecha, y me imagino que son tus preciosas manos las que lo están llevando. Acaricio de manera instintiva cada relieve y me basta para ver al fénix que rodea a una joven princesa arcaica.

     —No lo haré. La libertad es tan tentadora que aunque me mereciera el peor de los castigos no sería capaz de resistirme a ella —confesó—. ¿Ese es el anillo de tu kabiba?

     Lo observo por primera vez después de todo este tiempo y un escalofrío recorre mi espalda.

     —Tú misma me advertiste de cómo acabaría esto.

     Rayen frunce el ceño levemente y luego suaviza sus facciones, como si se tratara de una hermana mayor sobreprotectora.

     —Oh, Gadea —se lamentó—. Pasarán los años y seguirás sintiendo la culpa.

     Apoyó su mano en mi hombro en un gesto reconfortante.

     Me trago las lágrimas que quieren salir y dejo el pasado en paz.

     —Ahora me llaman Terrible Guardiana.

     Rayen me mira con una ceja alzada y de un momento a otro las dos estallamos en carcajadas. Realmente, no era tan gracioso. No tenía nada de gracia, a decir verdad. Era una especie de risa amarga, una que intenta ocultar la rabia y la tristeza.

     —¿Y a mí?

     —Créeme, no quieres oírlas. Son cosas mucho menos alagadoras. —Hice una mueca, recordando el rechazo que hubo hacia su nombre hace unos años.

     Las palabras empezaron a arremolinarse en mi garganta mientras miraba a Rayen de reojo. Necesitaba una respuesta.

      —Rayen, no me he tomado con demasiada alegría tu regreso, pero el tiempo y los recuerdos han pasado sobre nosotras y te sigo queriendo. —Me iba a interrumpir, pero levanté la mano para que no dijera nada—. También quiero a mi reino y daría mi vida por él. Pero tú ya no estás obligada. Serena de Azhmir está muerta, ya no es más que que polvo y huesos, un nombre más en la historia. Puedes huír y vivir tu vida lejos de todo esto.

     Mi pecho subía y bajaba por la rapidez con la que lo había dicho. Rayen me agarró las manos y me sorió tristemente.

     —Gadea, Rohana la Sabia está muerta, ahora no es más que un recuerdo y un nombre al que le acompañan cantares y leyendas. —El golpe me duele, pero me lo merezco—. Entonces, ¿por qué estás dispuesta a dar tu vida por Ilaria? ¿Por qué quieres volver a Roswald si sólo encontrarás melancolía y añoranza?

     No digo nada, pero ella sigue hablando.

     —Porque Ilaria comparte la sangre de Rohana. Porque el linaje de Serena corre por sus venas. ¿Y qué es eso, al fin y al cabo? —Sus ojos parecen centellear con la luz—. Lo puede ser todo y nada. Son recuerdos que, por muy dolorosos que sean, no estamos dispuestas a dejar marchar.

     Al final suelto unas lágrimas. Parece que han pasado mil años desde que lloro. Pero no es verdad. Cuando fui un bebé lloré mil y una veces. Cuando me cahía lloraba y a los tres años, cuando me separaron de mi madre, también lloré. El momento no duró mucho, ya que enseguida retiré mis lágrimas.

     —Tha édina ta pánta gia ton Roswald —recito con una sonrisa triste el primer verso del himno de nuestro reino. (Daría todo por Roswald).

     —O, ómorfo éthnos pou lámpei me ton ílio —continúa Rayen, entonando los primeros acordes. (Oh, bella nación que resplandece con el sol).

     June, que se estaba acercando hacia nosotras nos escuchó y sonrió espléndidamente. Sacudiendo su brazo llamó la atención de Aeryn, Saphira e Ilaria. Y de un momento a otro, el himno de Roswald pasó a ser una canción de lamento a una canción cargada de emoción que solo nosotras éramos capaces de entender.

     —Óti stis paralíes sou kratás mystiká —que en tus playas guardas secretos— kai sta choráfia tragoudoún tis níkes sas —y en los campos cantan tus victorias.

     —Pes mou, to ómorfo vasíleio mou, óti oi oikogéneiés mas zoun stin ankaliá sou —dime, mi bello reino, que en tu seno viven nuestras familias—, óti ta teíchi sas mas prostatévoun apó to kakó —que tus murallas nos protegen del mal.

     —Tha chatheíte poté? —¿perecerás algún día?—. Gia ton Roswald tha édina ta pánta, gia ton Roswald tha petháno —por Roswald daría todo, por Roswald yo moriría. 

Finalmente, es inevitable que Caspian y yo no nos crucemos.

     Tengo el impulso de dar media vuelta y hacer como si no lo hubiera visto, pero es demasiado tarde. Mil y una ideas pasan por mi cabeza, y la más tentadora es sonreír y continuar con mi camino.

     —¡Oye, espera un momento!

     Me gustaría pensar que no es a mí a quien se refiere, pero no soy tan ilusa.

     —Majestad —saludo cortesmente, intentando que no se noten mis ganas de salir de ahí corriendo—. ¿Necesita algo?

     Veo la duda en su mirada, pero finalmente opta por responderme.

     —¿Estás enfadada conmigo? —se echa el pelo hacia atrás, en un gesto nervioso—. No sé si te incomodó algo de lo que pasó ayer, y si es así lo siento.

     Lo que pasó ayer. Porque ayer pasó algo, y no fue sólo mi imaginación. Porque podría convertirse en algo si él no fuera un rey y yo una esclava de mi reino. Asumo mi destino. El mismo que siempre he conocido desde que tengo memoria. Sonrío con pesar y niego con la cabeza.

     —No se preocupe, rey Caspian, no ocurrió nada.

     Para no dejar lugar a dudas mi afirmación, espero a que sea él el que se vaya primero, pero no lo hace.

     —¿Quieres hacer un duelo amistoso?

     Casi me rio por nuestras diferencias. Ni aunque fuera lo que más deseara en este mundo Caspian y yo podríamos ser algo. Simplemente por su tono en el que se dirige a mí. Soy una plebeya, después de todo, y él es el rey de toda Narnia. Nos separan mil y un mundos.

     —¿Un duelo?

     —Estoy empezando a creer que en Roswald limáis vuestras asperezas con una espada.

     —No estoy enfadada, majestad.

     Se encogió de hombros, con una sonrisa inocente.

     Resignada, saco mi espada del cinto, pero el niega levantando ambas cejas.

     —Con una espada de madera, no estoy planeando mi muerte.

      Lo miro con sorpresa. A los hombres les costaba admitir tan abiertamente que una Guardiana —o mujer— los superaba en habilidades. Pero él era diferente. No le importaba reconocer que era peor en algo. Tampoco le importaba que su pueblo le viera perder un duelo contra una reina extranjera. A veces me pregnto de dónde ha salido.

     —¿Acaso duda de sus habilidades?

     —Me gusta pensar que soy realista —admite con una sonrisa—. Eres bastante gentil, e inteligente.

     No me ruborizo con sus palabras y espero a que continúe con lo que iba a decir.

     —Dejas que tu reina gane para no ponerla en evidencia, sabes cómo fingir para que parezca que realmente ha sido una victoria justa.

     Llegamos hasta un montón de espadas de madera que habían bajado del barco para que pudieran entrenar mientras estuviéramos en tierra firme. Nos alejamos hacia un sitio un poco apartado —no hacía falta que esto se convirtiera en un espectáculo—. Tiro el cinto con mi espada en la arena y me remango las mangas de la camisa para que no me molesten.

     —Así que el rey Caspian es más astuto de lo que parece. —Agarro la espada de madera, balanceándola entre mis manos para acostumbrarme a ella, y espero a que sea él el que ataque primero—. ¿Debería ofenderme y pensar que hay segundas intenciones en este "duelo para limar asperezas"?

     Nuestras espadas chocan y el ruido de la madera se pierde entre las olas del mar.

     —¿Qué es lo que realmente pretendéis hacer aquí?

     —¿Sobrevivir a una maldición narniana?

     —Me refiero a por qué habéis venido para pedir nuestra ayuda. —Parece frustrado al decirlo, y mi estocada casi le golpea en la mejilla por estar distraido—. Quiero decir, me alegro de que hayas venido. De que hayáis venido. Pero parecéis una secta de asesinas, no creo que os haga falta ayuda.

     Me pongo a la defensiva.

     —Las apariencias engañan.

     Me mira.

     —¿Como en tu caso?

     Enarco una ceja.

     —¿Y qué parezco yo?

     Me examina y de repente me da tanta vergüenza que tengo que alejarme un poco.

     —Pareces triste —dice finalmente—. Y sola.

     Esquivo una estocada y me echo a reír.

     —No sabes nada de mí.

     Vuelve a encogerse de hombros y me observa con detenimiento.

     —No creo que seas la misma Guardiana de la que hablan los cantares. Creo que hay más cosas en tu historia. ¿De verdad mataste a esa reina? Dudo mucho que lo hicieras.

     Nunca fuiste una reina, kabiba. No te dio tiempo a serlo.

     La rabia empieza a recorrerme. ¿Qué es lo que intenta hacer?

     —Sí que lo hice. ¿Tus cantares no mencionan cómo la maté?

     Esquiva mi estocada, más fuerte que las anteriores, y me habla con cautela:

     —Creo que te sientes culpable por su muerte. No sé cómo ni por qué, porque todo es un misterio con vosotras, pero creo que estás dolida, y que realmente eres inocente.

     Me lo tomo como algo personal. Remueve una herida enterrada entre el tiempo y este duelo ya no me parece tan genuino como antes. Nuestras espadas chocan y mi remolino de emociones crece.

     —¿Inocente? —Reprimo una carcajada—. ¿Olvidas quién soy? ¿O por qué mi pueblo mira con tanta desconfianza a mi reina? Yo soy la..., ¿qué dicen vuestros cantares...?, la Terrible Guardiana. Dime, oh, alteza, ¿qué tiene de inocente traicionar a quien quieres?

     —¿A quien quieres?

     Me quedo petrificada y me pregunto cómo he podido ser tan necia para dejar que se me escape esa palabra, pero ya es demasiado tarde. Miro a Caspian como si fuera culpa suya, como si me hubiera engatusado para desvelarle mi secreto.

     Le pego una patada en el pecho y logro que caiga al suelo. Entierro la espada en la arena, cerca de su cuello, y estoy a punto de irme cuando oigo un grito en la lejanía.

     —¡AH! ¡SOCORRO!

     Caspian se pone de pie y enfoco mi vista para ver qué está ocurriendo. En el mar, como un punto en la lejanía, se puede ver un bote y a un joven de cabellos dorados que brillan con el sol. Sobre él, vuela Eustace en forma de dragón. 

     Toda la tripulación se ha acercado hasta la orilla para ver qué estaba ocurriendo. June, que fue la primera en llegar, abre mucho los ojos.

     —¿Robin?

     Robin. Al decir su nombre me pregunto cómo no pude ver antes lo evidente. Las conersaciones se entremezclan y los gritos de Robin continúan escuchándose a la lejanía.

     —Por todos los dioses. —Me giro hacia Caspian, que está justo a mi lado—. Dile a Eustace que vuelva, con lo negado que es Robin en el mar hará que se hunda su bote.

     Es entonces cuando parece reaccionar.

     —¡EUSTACE, VUELVE AQUÍ. SABEMOS QUIÉN ES!

—De acuerdo, quién es.

     Robin está en el suelo, empapado de pies a cabeza y tosiendo el agua que había tragado. Eustace se encuentra alejado, ya que Robin lo miraba con miedo cada vez que se acercaba.

     No recuerdo cuándo fue la última vez que vi a Robin Andranedca, descendiente de la dinastía Andranedca. Tal vez me lo crucé en caminando por los jardines, o tal vez lo divisé con su nariz pegada a un libro cubierto de polvo y desgastado por los años.

     June era la única que estaba arrodillada junto a él. Le daba palmaditas en la espalda y en cuanto lo echó todo hizo que se pusiera en pie.

     Aeryn, Saphira y yo hicimos una reverencia básica doblando la cintura. Estas reverencias eran las que se debían hacer ante un noble sin un rango importante, de los que sólo conservaban el apellido y alguna parte de su fortuna.

     Ilaria se acerca hasta ellos.

     —June, preséntalo tú.

     —Caspian X, él es Robin nez Andranedca de Roswald, el favorito de Kharendal, hijo de los Andranedcas —duda, antes de añadir—: Y también es mi hermano.

     Entonces aparece un hombre de la tripulación, y con un carraspeo cohibido empieza a presentar a los reyes de Narnia.

     —Él es Caspian X, el Navegante, rey de Narnia, Lord de Cair Paravel y emperador de las Islas Solitarias. Lucy, la Valiente, reina de Narnia, Señora de Cair Paravel y emperatriz de las Islas Solitarias. —Busca a Edmund con la mirada, y entonces continúa con su retalía de títulos—. Edmund, el Justo, rey de Narnia, Señor de Cair Paravel, Duque del Páramo del Farol, Conde de la Marcha Occidental y Caballero de la Noble Orden de la Mesa.

     Robin se ruborizó completamente e hizo una reverencia hacia los reyes de Narnia. Hincó su rodilla en el suelo al ver a Ilaria, y ella se mordió el labio en un gesto de incomodidad.

     —Majestad, he venido desde Roswald para ofrecerle mi vida y espada. Para mí, usted es la verdadera reina.

     Sus palabras parecieron llegar más a su corazón de lo que estaba haciendo ver. Tu hermana se tragó todas sus emociones y sonrió cortesmente.

     —Rey Caspian, si me disculpa, desearía hablar a solas con mi discípulo. Entinedo que esta situación es confusa, luego podemos hablar con calma y estaré encantada de resolver las dudas que pueda llegar a tener.

     Todas la seguimos, sin embargo, nos sonríe con disculpa.

     —Mis queridas Guardianas, vuestra lealtad es una de las cosas que más aprecio, pero quiero hablar con Robin a solas.

     Las cuatro nos esforzamos para que no se note nuestra sorpresa, pero es imposible no percibirla. Al irse Ilaria, rodeamos a June —siendo la fuente más cercana de información— para empezar a bombardearla con preguntas que hasta ella misma se cuestionaba.

     —¿Qué es lo que hace tu hermano aquí? —empezó Aeryn, mirando alternativamente a June y hacia el lugar en el que estaban Robin e Ilaria—. Mejor dicho, ¿cómo es que ha logrado llegar tan lejos sin que su bote se hundiera en las profundidades del mar?

     —No es tan inútil.

     —Tienes razón —dijo Saphira—, lo que és es demasiado bueno. ¿Cómo es que no le han asaltado en ninguna isla?

     —Tampoco es tonto.

     —Tienes que admitir que no ha heredado las cualidades de supervivencia de los Andranedcas —aporté.

     —¡Y no lo necesita! —exclama con exasperación—. No sé qué es lo que está haciendo aquí. Debería estar en las afueras del reino, rodeado de unos cuantos criados de confianza.

     Aeryn se dejó caer en la arena, derrotada.

     —Los dioses se habrán compadecido de su alma.

     Saphira se hacercó hasta ella y se agachó, quedándose de cuclillas y apoyando su barbilla entre sus manos.

     —Estoy harta de Narnia —dijo con una mueca infantil—. Si Khar no existiera ahora estaríamos comiendo uvas en los jardines de Rohana. Malditos sean sus huesos reales.

     Aeryn y June compartieron una mirada. Saphira no pareció darse cuenta.

—Me disculpo en nombre de Robin por haber causado este alboroto entre la tripulación. Se ha visto obligado a huír de nuestro reino ya que su vida corría peligro. —La conmoción se planta en la cara de June, pero no deja que se le note, la oculta lo mejor que puede y lo único que hace es mirar a su hermano—. Nos habéis acogido con amabilidad a pesar de nuestro primer encuentro, y os pido humildemente que dejéis que Robin nez Andranedca se una a la tripulación.

     En Roswald no se abandona a nadie, kabiba. Debería de habérmelo apuntado para poder recordarlo.

     Caspian, anonanado, asintió con un gesto resolutivo. «Total, uno más...»

     —No os preocupéis. Los reyes Edmund y Lucy, la tripulación y yo estaremos encantados de que Robin nos acompañe.

     Todos los hombres asintieron con una sonrisa, y no tardaron en darle abrazos jocosos y burlarse de lo empapado que estaba. June aguantó un buen rato, pero llegó un momento en el que agarró a su hermano de la camisa y lo arrastró hacia el rincón en el que habían hablado Ilaria y él momentos atrás.

     Yo me alejo de Caspian y me voy de buena gana hacia donde están Aeryn y los reyes Lucy y Edmund.

     Cuando lelgo hasta ellos, Edmund dice:

     —Creo que podría dejarle alguna de mis camisas.

     Lucy hace una mueca.

     —Parece algo desnutrido.

     Todos nos giramos para verlo mejor. Su constitución era flacucha por naturaleza, pero era verdad que se le marcaba algún hueso con la camisa mojada... June lo está agarrando por los hombros, claramente riñéndole, y Robin sonreía conciliadoramente. Finalmente, se dieron un abrazo y continuaron hablando, ya más calmados.

     —Cómo se le ocurre.

     Los tres nos giramos hacia Aeryn.

     —Quiero decir, todas sabemos que Robin es un ser de luz, pero no es el indicado para intentar romper una maldición.

     —Aeryn, relájate —le advierto, recordándole que no estamos nosotras solas—. Lo estás poniendo por los suelos.

     —No necesitamos soñadores. Ni siquiera podrá defender a Ilaria —dijo en voz más baja—. Lo único que hará será meter en problemas a June.

     —Aeryn —vuelvo a llamarla, con cautela pero de manera firme—, en Roswald ofrecemos protección a aquellos que la necesitan.

     Asintió, apretando la mandíbula.

     —Perdón, me he puesto nerviosa. Majestades, si me disculpan.

     Y se fue levantando arena con su paso.

     —Robin es inofensivo, pero no inútil. Esperad a esta noche, podrá relatar las historias más fascinantes de todo nuestro reino.

     Lucy sonrió, con un brillo en su mirada. Le sonrió a su hermano y le dijo:

     —Yo ya lo he intentado, ahora te toca a ti hablar con ella.

     Y se marchó alegremente hacia June y Robin, que ya habían terminado de hablar y se dirigían hacia la tripulación. Dudo si debería inventarme algo para hacer como si no hubiera escuchado a Lucy, pero lo dejo estar. No necesito estar evitando a dos personas con las que navego en el mismo barco.

     —¿Nunca has pensado en quedarte en Narnia?

     Ha sido tan directo que no pude evitar soltar una carcajada.

     —Me temo que no. Sois la tercera persona que me lo dice, contando a su hermana, ¿debo preocuparme y pensar que estáis planeando hacer una ofrenda a los site ángeles con nuestras almas?

     Edmund empezó a reírse, pero enonces paró de repente y me miró con pánico.

     —¿Hacéis sacrificios humanos en Roswald?

     —Por todos los dioses, ¡claro que no!

     Pareció volver a respirar con tranquilidad.

     —Bueno, el caso es que está claro que Caspian y tú sentís algo por el otro. Probablemente no estéis enamorados porque vamos, os habéis conocido hace poco más de un mes —divaga—. Mi hermana quiere que seais felices, pero la mayoría de veces no es posible.

     —La vida de una Guardiana es corta, pero no por ello menos vívida.

     Edmund sonríe de lado.

     —Lo que más admiro de ti es tu honor. Entiendo y respeto que quieras volver a tu reino, por eso hablaré con mi hermana y ninguno de nosotros volverá a molestarte con eso.

     Asiento con una sonrisa. Estoy a punto de irme, pero entonces ma llama.

     —¿Gadea?

     —¿Si?

     —No sé en qué ha metido la pata Caspian, pero no merece la pena estar enfadada con él. Aprovecha el tiempo que os queda e intenta formar buenos recuerdos. Así no te arrepentirás de nada.

     Sonrío, y ahora sí que me voy.

     Sus palabras hacene eco en mi mente, y el sentimiento de pérdida recorre mi cuerpo. Tengo miedo, porque no sé si temo a lo perdí o a lo que estoy por perder. Ya es tarde para que no me arrepienta, kabiba mía.

     ¿Acaso no dice el poeta que el amor es la magia más poderosa de todas?

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