δεκατέσσερα
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CUANDO nos aparecemos, me cuesta creer que estemos en Roswald. A pesar de que es mediodía, la luz se cuela entre las calles a duras penas y el barullo de la ciudad queda opacado por los relinchos de los caballos que hay en algún establo cercano.
—De acuerdo... —dijo Edmund, con la nariz arrugada por el mal olor que había en las calles—. Tengo que admitir que me imaginaba Roswald con algo más de glamour.
—Estamos en los bajos fondos del reino —medio susurré.
Aquí es donde viví yo, kabiba.
—Roswald es muy diferente a Narnia —empezó a decir Aeryn mientras miraba hacia sus dos lados, asegurándose de que no había nadie—. Así que, primera norma de supervivencia: veais lo que veais no os separeis de nosotras.
Lucy hizo una mueca.
—¿Qué es lo que vamos a ver para que nos adviertas de eso?
—Nada, majestad —añadió Robin, con una sonrisa tranquilizadora—. Simplemente, tened en cuenta que no estamos en una visita turística.
Rayen hizo un gesto con la mano para que estuviéramos en silencio y comenzó a liderar la marcha deslizándose entre las callejuelas. Parecía que las conociera a la perfección, que hubiera paseado por ellas mil y una veces hasta aprenderse de memoria cada esquina y grieta. En una de las casas hizo que nos detuviéramos sin dar ninguna explicación.
—¿Por qué te detienes aquí?
No contestó de inmediato a la pregunta de Ilaria.
—Necesitamos aliados, majestad. —Dio dos golpes a la puerta endeble que había frente a nosotras—. Estoy comprobando si seguimos teniendo a una poderosa de nuestro lado.
Lentamente, me acerqué hasta ella y, como si supiera lo que iba a preguntarle, me respondió:
—En Ryn tuve tiempo para observar muchas cosas —dijo para que solo la escuchara yo—. Para memorizarlas. Para ver cómo cambiaba la vida de las personas a las que conocí...
—Tendremos que hablar cuando acabe esto.
Me sonrió, como si con eso sellara una promesa.
De repente, al otro lado de la puerta se escuchó cómo una persona empezaba a quitar todos los candados. Parecía ridículo que, con lo endeble que era la puerta, la persona al otro lado hubiera invertido tanto dinero en candados y cerrojos.
Ante nosotros estaba una mujer de no más de cuarenta años. Tenía la piel curtida y los ojos verdes aceituna. A pesar de su porte, algunas arrugas se dejaban entrever por su cara, signo de haber vivido unos duros años. Sin embargo, nada de eso me sorprendió. En los suburbios de Roswald la vida es dura y tener un techo estable donde dormir, un privilegio. Unas arrugas son lo mínimo que puede presentar alguien que haya vivido un tiempo allí. Lo que llamó mi atención eran las cicatrices que tenía alrededor de su cuello, provocadas por algún arma blanca...
Definitivamente, esa mujer no era una simple plebeya. Y, ahora que observaba con mayor detenimiento sus rasgos, no podía evitar que me resultara familiar.
Frunció el ceño mientras nos observaba uno a uno.
—Forasteros.
Dejó salir la palabra como si estuviera escupiendo al suelo. June iba a dar un paso hacia delante, pero Rayen interpuso su brazo en su camino para evitar que, como es costumbre, presentara a los reyes narnianos.
—Ερχόμαστε για βοήθεια —venimos en busca de ayuda—. έχει σφετεριστεί το θρόνο. Θέλουμε δικαιοσύνη. —Khar ha usurpado el trono. Queremos justicia.
—Λοιπόν, αναζητήστε το μόνοι σας με τα γελοία μαγικά σπαθιά σας. —Pues buscadla vosotras mismas con vuestras ridículas espadas mágicas.
«Arcaico antiguo», pensé. Ya nadie lo usa. Sólo lo aprenden los miembros de la realeza y, las últimas generaciones, las Guardianas. Es un método para no perder una legua que está prácticamente olvidada. Una manera de parecer distinguido y hacerte notar. O, por consiguiente, de comunicarse con alguien sin preocuparte de que te escuchen.
Era imposible figurarse que una persona que vive en los suburbios de la ciudad sepa una lengua de la realeza.
A pesar de entender lo que decían, me costaba seguirles la conversación. A pesar de ser la lengua de la que proviene el actual arcaico —mucho más suave y sin consonantes marcadas— era mucho más enrevesado.
Rayen tuvo que sujetar la puerta con su mano para que aquella mujer no la cerrara de un portazo.
—Παλεύουμε για το ίδιο, kabiba. —Luchamos por lo mismo, kabiba.
—Έχει περάσει πολύς καιρός από τότε. Ήμουν ελπιδοφόρος με την προηγούμενη βασίλισσα σας, αυτό δεν φαίνεται πλέον πολλά υποσχόμενο. —Hace mucho desde que no es así. Creí en nuestra anterior reina, esta no se ve más prometedora.
—Η σκοτεινή Φοίνικας. —El fénix oscuro—. Πρέπει να έχετε διαβάσει τους θρύλους. —Tienes que haber leído las leyendas.
Con esas palabras su expresión hostil cambió y fue la primera vez que la vi algo más receptiva.
—Podéis pasad, forasteros, y ya os vale tener preparado un buen argumento.
La casa por dentro no tenía punto de comparación a como la había imaginado. La visualizaba tal y como era la entrada: con tablillas de madera para tapar los agujeros, cortinas echas jirones y cubos por el suelo justo debajo de las goteras. La imaginaba similar a mi antigua casa, de alguna manera, porque era lo poco que había conocido de los suburbios.
Pero el salón que nos recibió fue todo lo contrario. No estaba repleto de lujos, pero los arreglos que tuvo que hacer parecían echos por las manos de un experto, tenía unas cortinas azules que parecían entremezclarse con el cielo e, incluso, había un par de cuadros colgados cuyas pinturas se asemejaban a la cala de Frey.
—Os ofrecería un té, pero dudo que queráis probar el agua potable de aquí.
Le dirigió a Rayen una mirada cargada de resentimiento y por un momento, pareció que fuera a escupirle. Sin embargo, pareció aguantarse —o tal vez sólo se dio cuenta que sería una mancha más que le tocaría limpiar— y se sentó en el brazo del único sofá que adornaba la sala.
—Narnianos —dijo cuando desvió su mirada hacia los tres reyes—. Venís desde muy lejos, ¿no os parece? ¿Qué es lo que os han ofrecido: tierras, gloria, tal vez una preciosa esposa?
Dejó salir de su boca una risotada carente de humor.
—Siento lo que te ha pasado, Rowena, pero realmente necesitamos tu ayuda.
De un salto volvió a ponerse de pie, como si las palabras de Rayen fuesen su motivación para pelear, la cerilla que prendería la llama.
—Oh, cómo te atreves. Necesitamos tu ayuda —imitó la voz de Rayen—. Se te da muy bien irte en las situaciones que no te convienen, ¿verdad? ¿Qué es lo que pretendes, que tu nombre recobre la gloria de antaño? ¿Volver a ser una Guardiana? ¿Tu libertad de Ryn? Cómo te atreves a pedir mi ayuda cuando has escapado de Ryn mientras yo me pudría aquí. Nosotras necesitamos tu ayuda.
—Rowena.
—¡Ya lo tengo! —exclamó con oscura alegría—. Tengamos un duelo a la antigua usanza. Si vosotras ganáis os ayudaré. En cambio, si yo gano, volveréis por donde habéis venido.
—Khar no es un buen gobernante —me atreví a hablar.
No me dedicó una mirada de más de tres segundos.
—Puede ser —accedió—. Sin embargo, evitaré que se cumpla la profecía, y es mejor tener que soportar a un mal rey más en la historia del reino. Con él, las cosas para los pobres no han empeorado. Siguen igual de mal, pero no han empeorado. El pueblo no luchará para que Ilaria regrese al trono por mucho que les prometa una vida mejor: hoy en día las promesas no significan nada.
Ilaria avanzó hasta posicionarse frente a ella.
—No sé quien eres ni por qué conoces la lengua arcaica antigua, pero si mi aliada cree que puedes ser de ayuda estoy dispuesta a hacer lo que sea. Yo soy la reina, yo soy la que quiere recuperar el trono. Pelearé yo.
—¿Aliada? —dijo con rabia—. ¿Cómo estáis tan segura de que no os dejará en la estocada en el peor momento?
—Mi madre confió en ella.
—Y por eso está muerta —replicó—. Te pareces a Serena —le dijo en un tono más suave—. Todas las mujeres de la dinastía Azmir son unas soñadoras, y los soñadores sólo deberían soñar. Esto es un duelo entre ella y yo, no tengo planeado darle una paliza a alguien de la realeza.
Saphira frunció el ceño con un gesto de enfado.
—Trátala con más respeto. Os encontráis ante Ilaria, reina de Roswald, Joya del reino, la Queri...
—Por todos los dioses, deja de hacer eso.
Saphira volvió a fruncir el ceño y estaba dispuesta a volver a responderle, pero Rayen la frenó con un gesto de su mano.
—Acepto.
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ROWENA
por Eleanor Tomlinson
No pretendía hacerle daño. No demasiado, al menos.
Ver a Rayen ha sido una verdadera sorpresa. De ser otra situación, hasta me habría alegrado de verla. Pero era Rayen. La Traidora.
Y quería hacerle pagar, joder.
Cerré los ojos y me concentré en lo que quería materializar. Me imaginé lejos de esa casucha, diseñé mi escenario perfecto de batalla. E invoqué a la magia antigua.
Ahora nos encontrábamos en un lugar paralelo. Un sitio donde ningún golpe podría dañar al mundo real.
Se trataba de un ring, un círculo perfecto donde en el centro estaba grabado el escudo del reino. Alrededor había unas gradas flotantes hechas de piedra y, debajo de todo, estaba el espacio más infinito que uno puede llegar a imaginar.
La magia ancestral impone, después de todo.
Las dos nos posicionamos encima del escudo del reino, tal y como estaba estipulado el reglamento, y la ropa que llevábamos, las armas que portábamos y los zapatos que teníamos desaparecieron. Fueron sustituidos por unas ropas ligeras y cómodas de batalla. Las dos íbamos descalzas, teníamos una falda corta con dos aberturas a los lados para facilitar los movimientos, un pantalón corto debajo y un top gris que iba a juego con el resto.
Las dos nos inclinamos en forma de respeto antes de que comenzara el duelo.
Ella materializó un báculo de magia dorada, y casi vuelvo a reírme en su cara.
—¿Magia dorada, Rayen? ¿Qué intentas ocultar?
Extendí ambos brazos golpeando el aire, liberando así parte de la ira que estaba reteniendo, y materialicé un abanico de magia azul en cada mano.
Quería hacerle daño. Hacerle sufrir una parte de lo que yo sufrí aquel día.
Lo hacía por Nike. Lo hacía por Feyre. Lo hacía por Serena.
Y, joder, lo hacía por mí.
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Las cosas se habían complicado. Ahora los reyes Narnianos y nosotras estábamos presenciando nuestro primer duelo "a la vieja usanza".
Las palabras de esa mujer me habían calado. La profecía.
El fénix oscuro representa lo contrario a los ideales de nuestro reino. Desesperación, caos, oscuridad.
Tú moriste por algo, kabiba. Unos lo llamarían insnsatez, otros lo llamarían destino. Otros dirían que yo te traicioné, y en parte tendrían razón. Pero el destino no podía ser tan cruel. Tu hermana era la esperanza que necesitaba este reino, y eso es lo que me repetí, eso es lo que volví a recordarme.
A mis lados estaban Lucy y Caspian, y al lado de la reina narniana se encontraba Edmund, por lo que procedí a explicarles en qué consistía el duelo. En parte fue por educación, en parte fue para quitar mi nerviosismo.
—Este tipo de duelos no se hacen desde hace mucho tiempo. No puedes utilizar ningún tipo de arma física, por eso han desaparecido. Las armas son las que materializas con magia.
—¿Es alguna clase de duelo amistoso? —preguntó Edmund.
—Ya nos gustaría —musitó June a su lado para ella misma, sin añadir nada más.
—Quiere decir que va muy en serio —especifiqué.
Los tres se fijaron en mi con el ceño fruncido.
—Pero... —empezó a decir Caspian—. ¿No deberían de llevar una armadura?
—En Roswald ese es el traje oficial de nuestras guerreras. En concreto, el de las Guardianas. En nuestro reino nos enseñan a pelear de una manera muy diferente. No utilizar armadura nos expone al peligro, pero también nos permite ser más ágiles que nuestros adversarios. Ese es el motivo por el cual no nos podéis derrotar: somos más ágiles y nos entrenan específicamente para saber esquivar golpes letales. Si lleváramos puesta una armadura las cosas se complicarían.
Edmund se quedó pensativo.
—Tal vez deberíamos de empezar a entrenar a las tropas narnianas de esa manera.
Robin, que estaba al otro lado de Caspian, negó divertido. Para mi sorpresa, era el más relajado frente a la situación en la que nos encontrábamos.
—Dudo que vuestros hombres estén dispuestos a ello, alteza. Gadea os acaba de explicar cúales son los ideales que debe alcanzar una Guardiana. Ellas son capaces de hacer cosas excepcionales gracias a su entrenamiento, pero nuestro ejército recibe un entrenamiento más... modesto.
—¿Y no podrían empezar a entrenar así? —cuestionó Lucy.
—No todo el mundo sabe esto, pero por experiencia, parte del entrenamiento consiste en aislarlas del mundo para que puedan centrarse en el entrenamiento, por eso las reclutan siendo niñas. Cuando no sabes lo que es la libertad, tampoco puedes desearla. Dudo que alguien pudiera renunciar a ella después de haberla conocido.
Era la cosa más coherente que había escuchado salir de la boca de Robin.
También era la más cruel.
Edmund carraspeó e intentó desviar la conversación.
—¿Cómo se decide quién es el ganador?
June, que estaba siguiendo la conversación a medias, le dijo:
—Lo decide el que está ganando. Si una quiere, puede continuar hasta matar a la otra. O, en cambio, puede parar enseguida. Se considera ganadora a aquella que logre mantener a la otra en el suelo por cinco segundos, el fénix que hay en el centro brilla cuando ha pasado ese tiempo.
—Además, un inconveniente de querer continuar el duelo a pesar de haber ganado es que la otra puede proclamarse vencedora —continué diciendo—. En resumen, gana aquella que tumbe primero a la otra y pida que finalice ahí el duelo.
—¿Eso son abanicos? —preguntó Lucy, con una mezcla de confusión y curiosidad.
—Son un tipo de arma que introdujeron los Titoshi con la llegada de la princesa Sakura al reino —les contó Robin.
—Son un arma poderosa, pero hoy en día casi nadie sabe utilizarlos.
—¿Ni siquiera vosotras? —preguntó Lucy asombrada.
—Recuerdo haber dado algunas nociones de la manera correcta de sujetarlos durante el entrenamiento, pero nada más. No suelen darle mucha importancia. Las personas que aprenden a utilizarlos en profundidad son aquellas que están dispuestas a que se conviertan en su arma principal.
—¿Tenéis un arma principal? —preguntó Caspian.
—Oh, sí. Todas sabemos manejar el arco, la espada y alguna que otra arma no tan común, pero siempre tenemos predilección hacia algo en concreto. En el caso de Aeryn, por ejemplo, son las hachas. June son los polvos que ella misma fabrica y Saphira las dagas, que además le dejan más capacidad de movimiento para hacer sus acrobacias.
—¿Y tú?
—Gadea es una clásica —dijo June—. Siente amor hacia las espadas.
—Muy graciosa.
Ilaria nos chistó unos asientos más lejos.
—Guardad silencio, el duelo está por comenzar.
El primer golpe lo dio aquella mujer. Lanzó uno de sus dos abanicos y, ante el silencio que rondaba el lugar, fui capaz de escuchar el ruido que hizo al cortar el aire.
Rayen paró el golpe con su báculo, lanzando el abanico por los aires. Pero aquella mujer, de un momento a otro, recogió el abanico con gran agilidad. Todos nos quedamos mirando el lugar en el que estaba antes y en el que se encontraba ahora. Ni siquiera habíamos visto un borrón pelirrojo. Nada. Absolutamente nada. Se había movido tan rápido que ni nos habíamos dado cuenta.
Esas no eran habilidades de una mujer normal. De una mujer que vive en los suburbios del reino.
Sólo había visto esa habilidad en las Guardianas.
—Ha sido inteligente en ir a por su abanico —les expliqué a los reyes—. Una vez que materializas tu arma, ya no puedes crear otras nuevas.
Rayen fue la siguiente en atacar. No lo hacía con la determinación que yo recordaba. Sus golpes no eran precisos.
Tal vez su tiempo en Ryn hizo que se atrofiase. O tal vez duda porque conoció bien a su adversaria.
Rayen cayó al suelo al esquivar uno de los abanicos. Casi podría asegurarte que le cortó algunos pelos, kabiba. El abanico volvió a su mano mientras trazaba el movimiento de una semiluna.
Cada vez los movimientos de esa mujer —Rowena— eran más letales. Cada vez estaban más cargados de ira y rabia.
En completa tensión, incliné mi cuerpo hacia delante, queriendo estar allí para ayudarla, deseando que no saliera herida...
Y Caspian agarró mi mano.
Fue un gesto cálido y cercano, supongo, y tal vez en otra situación me habría puesto colorada, pero lo único que hice fue estrujar su mano para liberar parte de mi tensión.
—¡Deja de esquivar mis golpes!
De una zancada se acercó hasta Rayen. Cruzó sus abanicos para evitar que el báculo de Rayen la lastimara y llena de furia le dio una patada en el costado que la hizo caer al suelo.
«Levántate. Levántate. Levántate. LEVÁNTATE».
Pero ella se puso sobre Rayen. La inmovilizó con una pierna y puso uno de sus abanicos al lado de su cabeza.
Pasó un segundo.
«Dos».
«Tres».
«Cuatro».
«Cinco».
Y el fénix resplandeció en señal de victoria.
Sin embargo, Rowena se puso de pie y volvió a gritarle.
—Vamos, ¡pelea!
Rayen se levantó, pero no le hizo caso.
—No deberíamos de hacer esto.
—Tú no debiste de marcharte aquel día.
Volvió a gritar y lanzó los dos abanicos contra rayen. Quedaron incrustados en la piedra del ring, pero no pareció importarle.
—Rowena, Serena fue la que me lo ordenó.
Y el mundo pareció detenerse. O, al menos, el suyo lo hizo.
Rayen alzó una mano y susurró entredientes un hechizo.
Y yo volví a mirar a Rowena, que cada vez se me hacía más familiar, como si se tratara de un sueño que eres incapaz de recordar pero que lo tienes en la punta de la lengua. Volví a repetir su nombre en mi cabeza hasta que dejó de tener sentido. Volví a repetirlo hasta que lo cobró.
«Rowena, Rowena, Rowena, Rowena, Rowena».
Rowena, la Guardiana. La chica que paseaba por los jardines de palacio, la que se reía al escuchar los chistes de sus compañeras y la que le regalaba flores a los hermanos Andranedca cuando los veía juntos.
Rowena, la que murió hace años junto con su reina.
Jeje 🌚
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