Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

δέκα

LAS PALABRAS del rey Edmund retumban en mi cabeza.

     Si evito a Caspian, se convertirá en uno de los mil y un reyes que he conocido a lo largo de mi vida. En cambio, si hablo con él y dejo que sus palabras se fundan con el aire, será alguien a quien recordaré.

      Y bueno, kabiba, Caspian X no es alguien al que quiera olvidar.

     Me acerco hasta él y por dentro los nervios recorren mi piel. Tengo miedo de que me mire por primera vez; de que me vea realmente. No como una Guardiana o como la chica que te amó, si no como la asesina de sus cantares. Pero me trago mis sentimientos y avanzo con toda la convicción que soy capa de reunir.

     Está hablando con el capitán, lord Drinian, y logro escuchar parte de su conversación. No puedo evitar formar una pequeña sonrisa al oír que tienen pensado partir de esta isla de arena y maldiciones. Caspian, al verme, termina de hablar rápidamente con Drinian y se acerca hasta mí.

     —Majestad, ¿le importaría que habláramos un momento?

     Asintió brevemente y empezamos a caminar sin un rumbo definido.

     —Siento lo que te dije ayer, Gadea, no debería de haberme excedido.

     Y tampoco debería de disculparse. Quién hubiera visto a un rey pedir perdón a una plebeya.

     Yo podría decirte una.

     —Me dijo que le resultaba extraño que viniéramos a pedirles ayuda, ¿no? —Asintió levemente con la cabeza—. De acuerdo, vengo a decirle por qué.

     —No tienes que sentirte obligada si no...

     —No importa, mi reina lo hará antes o después. ¿Acaso no dice el poeta que las alianzas que perduran son las que se construyen con honestidad?

     Caspian soltó una carcajada, pero no añadió nada más y esperó paciente a que empezara a hablar.

     —Antes de que muriera el rey Andros, el padre de Ilaria, la situación en Roswald ya era complicada. Las Guardianas pasamos de ser la élite de guerreras más respetadas a que nuestro pueblo nos mirara con suspicacia y desconfianza.

     Pienso en Rayen y en mí. Pienso en ti, mi kabiba, e intento buscar las palabras para no desvelarle las atrocidades que tanto han costado ocultar.

     —En Roswald siempre han gobernado mujeres. Ha habido excepciones, por supuesto, pero nuestro pueblo tiene la creencia de que el trono está hecho para las hijas de La Fundadora. Durante los últimos años algunas personas han hablado en contra de este sistema, alegando que una mujer no era un gobernante que impusiera respeto y grandeza. Y el hermano del rey Adros, Khar III, se aprovechó de la situación.

     —Tenía entendido que la última voluntad del rey Andros era que Ilaria se casara para poder gobernar.

     Los recuerdos llegan a mi mente. Los murmullos y rumores del pueblo regresan a mis oídos. Hago una mueca y miro a Ilaria de reojo antes de contestarle a Caspian.

     —Lord Khar lo falsificó —admití—. El rey Andros fue justo y sensato hasta su último día, y sobre todo amaba a sus dos hijas. Nunca hubiera hecho algo que pudiera perjudicarlas.

     Recuerdo a vuestro padre, kabiba. Si rebusco entre mis memorias soy capaz de veros charlando en un banco, contemplando los jardines que mandó construir en tu honor. «Los jardines más espléndidos de la tierra y el firmamento», aseguró.

     —Sin embargo, aunque hubiera sido real no hubiéramos podido hacer mucha cosa. Su voluntad iría en contra de las leyes ancestrales de Roswald y su poder era limitado, ya que estaba a cargo del reino a la espera de que Rohana cumpliera su mayoría de edad. Ilaria podría haber solucionado ese problema sin muchas complicaciones.

     Caspian frunció el ceño con confusión.

     —¿Y por qué no hizo eso?

     —Porque el pueblo no la quería como reina.

     —Oh.

     —No todos estaban de acuerdo, claro. Muchos continuan siendo fieles a sus principios, pero eran los suficientes como para causar una guerra civil entre nosotros.

     —¿Entonces es verdad que queríais el apoyo del ejército narniano?

     —Sí y no. —Sonreí con diversión al ver la cara de Caspian—. Queríamos vuestro apoyo. Si un reino como Narnia nos apoyara lograríamos probar que mi reina es merecedora de su título y a la vez intimidar a lord Khar, haciéndole ver que tenemos aliados poderosos. Además, si lográramos acabar con la bruma, Ilaria pasaría a ser una reina guerrera, y aunque no le tuvieran demasiada simpatía la respetarían.

     —Me gusta —admitió con una pequeña sonrisa—. Intentar no derramar sangre a pesar de que eso os obligue a hacerlo de la manera difícil... Cuando os dejé zarpar con nosotros tenía pensado escuchar la oferta de Ilaria, pero me alegra saber que vuestras intenciones no son generar una masacre.

     Asentí con sus palabras.

     —Roswald ya ha sangrado lo suficiente a lo largo de los años. Somos un reino guerrero, nos gusta combatir y saborear la victoria, lo llevamos en nuestra sangre, pero eso no quiere decir que tengamos que matarnos entre nosotros.

     —Gracias por haberme contado esto.

     Continuamos caminando y la incomodidad que había presente al inicio de la conversación desaparece.

     —¿Eras muy cercana a Robin?

     Mi mente vuelve a recordar los sucesos. Cabellos rubios, sonrisa perfecta, risas de aquí para allá en los pasillos de palacio. La figura de Robin siempre ha estado ahí, pero de ahí a ser cercanos...

     —Digamos que nos conocemos desde temprana edad.

     —Yo conocía a mi tío Miraz más que a mi padre y...

     —Está bien, entiendo el punto —dije con una sonrisa—. June tuvo la suerte de poder ver a su familia durante su entrenamiento. Al proceder de la nobleza, su familia visitaba habitualmente el palacio. Cuando éramos pequeñas y nos hacíamos daño, ella tenía a alguien que le curaba las heridas y le daba un abrazo si se sentía triste. Les tenía un poco de envidia —admití en voz baja—. Pero se me pasó pronto y limitaron el tiempo que se podían ver June y Robin. Sin embargo, en ese poco tiempo lograron formar un vínculo fuerte para continuar preocupándose por el otro.

     —Son familia, al fin y al cabo.

     —Son más que eso —añadí—. Son almas interestelares, o como le decís los narnianos, hermanos mellizos. La cultura arcaica dice que no se les puede separar, por eso fueron flexibles al dejar que se vieran a pesar de que es un entrenemiento aislado de tus familiares. Las Guardianas sólo tenemos una familia, y es la que nosotras construimos con el tiempo. Pero June siempre tuvo a Robin.

     —Suena solitario.

     —Lo fue. Ahora que soy mayor sé que no lo cambiaría por nada. —Puedo escuchar a Rayen y Robin a lo lejos. Y entonces me pregunto, ¿cómo es que no le resulta extraño verla? Que la magia sea capaz de hacerte olvidar a una persona querida es espeluznante—. El resto de Guardianas no interaccionábamos con casi nadie, así que nunca fuimos demasiado cercanos. Cuando terminó nuestro entrenamiento Robin sólo venía a ver a su hermana o a Ilaria.

     Caspian asintió con mis palabras y se vio rodeado por un aire meditabundo.

     —Majestad, si lo que ha intentado preguntarme es si Robin es de fiar la respuesta es sí. Puede que no sea demasiado útil en la misión, pero estaría dispuesto a sacrificarse por cualquiera de nosotras antes de traicionarnos.

     —Eso es lo que me preocupa.

     Sus palabras fueron tan simples que no pude evitar preguntarme por qué me habían afectado tanto.

     El rey Caspian es un soñador, kabiba, tal y como lo fuiste tú. Pero en este mundo no hay lugar para los soñadores. Son ingenuos y tienen un alma tan pura que su luz abruma a los que se encuentran entre las sombras como yo. Tal vez por eso moriste joven. Pero Caspian no va a morir. Nadie más lo hará. No importa si tengo que volver a adentrarme en la oscuridad para conseguirlo.

     Porque vale la pena arriesgarse por alguien que no quiera que se derrame sangre. Lucharé por un soñador, kabiba, porque sé que son los únicos capaces de lograr crear un mundo en el que nadie tenga que sacrificar su vida.

El día pasó rápido y el humor de todos fue decreciendo conforme pasaban las horas. Llevábamos varios días en la isla y aún no habíamos divisado la Estrella Azul. Al principio intentamos tomarnos con humor que Eustace fuera un dragón y llegamos a la conclusión de que tendría que ir volando hasta que divisáramos la isla de Ramandu.

     Sin embargo, para llegar a la isla primero había que dar con la Estrella Azul, y esta parecía no querer dejarse ver.

     Se hizo de noche y el firmamento estaba exactamente igual al día anterior.

     No era ninguna experta respecto a la astrología narniana, pero tras buscar durante varias noches un punto azul entre miles sabía que nada había cambiado.

     La hoguera estaba encendida y mi cena consistía en trozos de fruta seca que había olvidado que tenía. Habíamos encontrado bastantes provisiones en la isla, pero quería reservarlos por si acaso.

     Todas las miradas estaban centradas en Robin, como si se trataran de girasoles que miraban a su sol. Contaba una leyenda antigua. Tal vez, la más conocida de todo Roswald.

     La primera vez que me la contaron no era más que un bebé y a lo largo de los años la he escuchado mil y una veces. Si sobrevivo a este viaje, la escucharé mil y una veces más. Pero estoy completamente segura de que nunca volveré a oírla de la boca de un narrador tan hábil como Robin.

     La historia de Aglaeca, reina Fundadora de Roswald, sale de sus labios como si se tratara de una fascinante historia repleta de guerras y magia. Fue la que puso las estrellas en el cielo y la que creó cada río y lago del reino. La que defendió a su pueblo con una espada y más valentía de la que cabía en su cuerpo.

     June lo escuchaba con fascinación y no se separó de él ni un segundo.

     En parte la entendía. La reina Lucy casi fue secuestrada y nadie se dio cuenta. Lo que diferenciaba a Robin de Lucy es que él no portaba el peso de la corona. A pesar de ser un noble, él no era nadie. Si desaparecía nadie lo echaría demasiado de menos.

     Y June, que era una de las pocas que lo echaría en falta, no quería quitarle la vista de encima.

     Como los anteriores días, dejé mi bolsa en la arena y me recosté encima de ella como si fuera una almohada. Me cubrí como pude con una chaqueta que nos dejaron al subir a bordo del barco e intenté dormirme lo más rápido posible.

     La arena se acomodó a mi cuerpo y pareció que no había pasado ni un minuto cuando los gritos de Lucy me despertaron.

     —¡La Estrella Azul! ¡Escuchad todos! ¡Despertaros ya! ¡Es la Estrella Azul!

     Me restregué los ojos y el cielo a las primeras horas del amanecer me dio los buenos días. Y ahí, justo entre un cielo perfectamente azul, se encontraba la estrella que tanto buscábamos. 

     Recogimos lo más rápido que pudimos y en un parpadeo nos encontrábamos de nuevo en el Viajero del Alba. Recolocamos nuestras cosas en nuestro camarote mientras Ilaria y Robin iban a buscar un compratimento para él.

     —Bueno, honorables Guardianas, nos merecemos un descanso —diijo Aeryn, soltando una carcajada y dejándose caer en una hamaca—. Prometo no volver a quejarme de lo incómodo que es viajar en barco.

     —Yo también me incluyo en esa promesa —le siguió Saphira, que se sentó en otra—. Cuando lleguemos a Roswald brindaremos en nuestro nombre, que bien merecido nos lo tenemos.

     Miré a June con una sonrisa traviesa.

     —¿A ti también te suena haber visto unas tinajas de vino en la bodega?

     Las tres dejaron salir una sonora risa.

     —Oh, Gadea, la que come fruta seca para no gastar las provisiones, ¡no me digas que quieres darte a la bebida! —Sin embargo, abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja—. Ya está decidido, Gadea y yo traeremos algo diferente a agua de mar para beber.

     Las dos nos deslizamos por el barco como si no quisiéramos ser vistas. Esquivamos a la tripulación y entramos en la bodega entre risas y miradas hacia nuestra espalda para asegurarnos de que nadie nos había visto.

     Cuando giré para ver la bodega mi risa se quedó congelada en mis labios.

     June, que iba detrás de mí, se chocó con mi espalda. Iba a quejarse, pero entonces se quedó mirando lo mismo que yo.

     Ahí estaban tu hermana y Robin, tan juntos que el aire sería incapaz de pasar entre sus dos cuerpos. Los brazos de Ilaria rodeaban el cuello de Robin como si se tratase de un amante —era su amante— y las manos de él apretaban la cintura de tu hermana.

     Parpadeé varias veces, esperando que la imagen que tenía frente a mí desapareciera, que la Estrella Azul siguiera sin ser encontrada y que yo me despertara de este sueño. Pero ellos seguían ahí. Ahora la mirada de Ilaria denotaba pánico y los labios de ambos estaban rojizos y algo hinchados.

     —Oh, por todos los dioses.

     Ilaria se separó de Robin como si quemara y se arregló el pelo en un gesto nervioso.

     —Hablaremos en privado más tarde.

     Las dos bajamos la cabeza y esperamos a que se marchara. Robin intercambió una mirada con su hermana, pero no dijeron nada.

     La habitación quedó en completo silencio y finalmente June reaccionó. Me agarró por los hombros e hizo que mi espalda chocara contra la pared. Su mirada estaba cargada de determinación.

     —Tienes que jurarme que no dirás nada de esto.

     Y entonces leí la verdad en su mirada.

     —Lo sabías.

     —Antes de que muriera Rohana estaban comprometidos —dijo, remarcando lo evidente—. Y, extrañamente, se querían. Cuando la coronaron reina se apartó de él, pero los sentimientos siguen ahí.

     —Va a acabar mal, June, lo sabes.

     —Pero no es justo. —Hizo un puchero y las lágrimas aparecieron en sus ojos por arte de magia—. No debería ser así. Tú y Caspian también deberíais poder...

     La abracé con fuerza y ni me molesté en negar sus palabras. Dejé que se desahogara en mi hombro y pensé: ¿cuánto tiempo seguiría causando daño mi traición?

     Si estuvieras viva Khar sería historia, Ilaria sería feliz y el pueblo de Roswald no estaría completamente dividido. Me merezco el peor de los castigos y aun así, de las dos soy la única que sigue respirando.

El barco apenas se movía. La tripulación se encontraba remando, pero casi no avanzábamos por culpa del poco aire que había. La vela era inútil y al final tuvimos que reunirnos el Capitán Drinian, los reyes de Narnia, Ilaria y las Guardianas en la cubierta.

     —Está claro que el viento ha decidido abandonarnos.

     —¿Entonces cómo vamos a llegar hasta la isla de Ramandu? —añadió Edmund.

     —Mejestades, las Guardianas nos ofrecemos a ayudar a la tripulación a remar.

     Caspian, que estaba dando vueltas en la cubierta con aire pensativo se detuvo de repente y soltó una genuina risa. Intentó calmarse ante la mirada de todos pero volvió a reírse.

     —Te lo agradezco, Gadea, pero no creo que marque la diferencia.

     Sin una respuesta fija, el Capitán Drinian fue el siguiente en pronunciarse.

     —Creo que algo no quiere que lleguemos a la isla.

     Aeryn, que era la que estaba más cerca de mi, me susurró:

    —Narnianos.

    Giré mi cabeza para que no se notara mi sonrisa. Entonces, volví a pensar en Ilaria y en Robin.

     Tu hermana se merece la más profunda de las felicidades, kabiba. Pero tiene un reino que la necesita.

     Eustace volaba por encima de nosotros, con Reepicheep sobre su cabeza y entre la tripulación se escuchaban conversaciones de querer comerse al dragón para cenar.

     —Genial —soltó Saphira—. Si no llegamos a tierra esta noche, se comen a Eustace.

     El rey Edmund hizo una mueca y de repente, el barco pegó una sacudida. Rayen y Robin, que se acercaban hacia nosotras en ese mismo momento, cayeron de bruces al suelo. Rayen, que aún conservaba parte de sus reflejos, logró poner sus manos a tiempo, pero Robin se dio de lleno en la cara.

     Pensábamos que habíamos chocado con alguna roca, pero se trataba de Eustace, que agarraba la proa del barco con su cola y nos remolcaba hacia la Estrella Azul. El barco se llenó de aplausos y vítores dirigidos hacia Eustace, que logró que avanzáramos a gran velocidad.

     Al averiguar que el barco no iba a irse a pique, June se acercó hasta su hermano y le curó la herida que se había hecho en la nariz.

     Ahora que Eustace había liberado a la tripulación de su arduo trabajo, el humor de todos cambió drásticamente para bien. Cada uno fue dispersándose por el barco y yo logré encontrar un lugar en la popa completamente vacío. Me senté en el bordillo y dejé mis piernas colgando mientras veía cómo se formaba la espuma que provocaba el barco con su movimiento.

     Sonreí al ver a las nereidas*, que jugueteaban entre las olas del mar. Sin embargo, al fijarme un poco más descubrí que me estaban advirtiendo para que no continuara avanzando. Fruncí el ceño, pero no le di importancia.

     Es normal que seres como las nereidas tengan miedo a lo que vamos a enfrentarnos.

     —Em, Gadea, ¿podemos hablar?

     Me llevé un susto al escuchar su voz. Había bajado la guardia quedándome embobada con el mar, sacudí la cabeza autorregañándome y miré a Robin.

     —Robin nez Andranedca.

     Incliné la cabeza como forma de respeto.

     Lo invité a sentarse a mi lado, pero sólo se apoyó en el bordillo.

     Esperé a que me hablara. A que dijera lo que estaba esperando: no digas nada sobre lo de antes. Si me lo ordenara, lo aceptaría. Ilaria me pediría lo mismo de un momento a otro.

     —¿Te caigo mal?

     No solté una carcajada por culpa de la confusión.

     —Perdona, ¿qué?

     Robin se ruborizó y miró hacia otro lado.

     —Nunca hemos hablado más de lo necesario —repuso—. Y no lo digo de manera acusatoria, yo también podría haber intentado hablar contigo. Al principio creía que no te caía demasiado bien. Y luego parecías tan triste que tenía miedo de acercarme a ti.

     —Está bien, Robin. Le caes bien a todo el reino. —Volvió a mirarme—. A mí incluida.

     Me sonrió, pero antes de que hablara añadí:

     —Yo si fuera tú me preocuparía más por Aeryn.

     Hizo una mueca que me pareció muy graciosa al escuchar su nombre. Desde que Robin había llegado, Aeryn no paraba de lanzarle miradas extrañas.

     —Y con lo de...

     —No te preocupes, no diré nada.

     «Os entiendo», quise decirle.

     Si aún conservara mi deseo de Guardiana pediría que pudieran estar juntos.

     O, tal vez, volvería a ser egoísta y pediría lo mismo para mí.

     Dímelo tú, kabiba, ¿cómo de desastroso sería pensar en lo que más deseo?

* Las nereidas son unas ninfas de agua de mar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro