"Deadly shines rise at dawn..."
¿Quién era Yoo Jeongyeon?
Alumna. Hija. Hermana. Amiga. Amante...
Hija de un par de ciudadanos acomodados en New York; hija menor. Prometedora alumna y portadora de un secreto, el cuál le iba a llevar a tomar una decisión catastrófica, pero ¿por amor o por esconderse?
Jeongyeon llegó a la universidad después de que su padre pasara a dejarla, como un día normal entre semana. Bueno, aparente día normal, ya que Jeongyeon no llevaba una vida normal, y todo esto, se debía a Nayeon.
Qué cliché; dos mujeres cegadas por el amor y el deseo de estar juntas, con la presión por esconderse de la cerrada sociedad, y peor, ser maestra y alumna. Sin duda una situación difícil de esconder, sin embargo lo llevaban bien, aunque este día lo iba a cambiar todo.
Al entrar al salón de la preciada profesora Im, se topó con una sorpresa, ya que ésta no se encontraba ahí, en cambio, había otra señorita que acomodaba aquel escritorio como si fuese a impartir la clase. Con confusión, Jeongyeon se acercó a preguntar.
—Disculpe, ¿y la señorita Im?
—Ella no vendrá unos días —dijo sin mirarla—. Al parecer tuvo un incidente y tengo que cubrir su tiempo, ¿hay algún problema?
—E-eh, no... —Jeongyeon la miró con aún más confusión—. ¿Sabe qué le pasó?
—No en realidad, lo siento. Te suplico que tomes asiento.
Jeongyeon hizo lo que se le había pedido con resignación, pero sobre todo dudas. Nayeon era una apasionada por su trabajo, le encantaba enseñar, así que era extraña su ausencia en la universidad. Quizá se había resfriado, o algo... Había estado con ella el fin de semana, y todo estaba bien, debía haber sido algo repentino.
Con disgusto y preocupación, la de descendencia coreana había estado viviendo su día solo pensando, ni siquiera había podido prestar verdadera atención a alguna de sus clases, por lo que, sin meditarlo más, salió de la universidad aún teniendo un horario pendiente, pero su preocupación era más grande, así que éste dejó de importar.
Impaciente, Jeongyeon miró su reloj mientras esperaba el autobús, éste marcaba las once con doce minutos. De algo estaba segura, con el marido de Nayeon no se iba a topar, ya que éste a esa hora se encontraba trabajando. La castaña acomodó sus anteojos y a lo lejos pudo ver el autobús acercándose, al cual se subió con rapidez como si moviéndose más rápido fuese a llegar más pronto. Pero no fue así, ya que tardó treinta minutos más en llegar al apartamento de Nayeon.
Saludó al portero como era costumbre, ya que para éste era una alumna a la cual la señorita Im daba clases particulares de regularización académica. Seguidamente subió por el elevador, y a este punto, ya se encontraba ansiosa. Al llegar a la puerta, tocó dos veces, pero Nayeon al verla por la mirilla temió abrir la puerta, pues se esperaba una fuerte reacción por parte de su alumna.
—Sé que quieres saber por qué no fui a trabajar hoy... —habló fuerte para que Jeongyeon pudiera escucharla al otro lado de la puerta—. Sé que estás preocupada, pero necesito que al entrar lo tomes con calma.
—¿Qué está pasando, Nayeon? —preguntó la menor con desesperación—. Estás asustandome. —Estoy bien... —habló Nayeon con nerviosismo—, pero, por favor, con calma, ¿sí?
La mayor abrió la puerta con lentitud, y la imagen que vio Jeongyeon le rompió el corazón, pues el moretón que tenía en el pómulo se veía doloroso y los ojos llorosos de Nayeon lo confirmaban.
—¿C-cómo...? —preguntó Jeongyeon tirando su mochila al suelo y acercándose para acariciar su mejilla con cuidado.
—Estaba terminando de preparar algunas cosas para hoy en la noche —comenzó a contar con los ojos cerrados, sintiendo las caricias de su alumna con una sensación de protección—. Él quería cenar, estaba apurada, era tarde y necesitaba dormir... —suspiró—. No fue nada grave, ¿sí?
—Te golpeó, Nayeon —dijo con seriedad—. ¿Eso no es grave para ti?
—Solo no quiero preocuparte...
—No te quiero cerca de él.
—Sabes que no puedo irme —recordó Nayeon, separándose de Jeongyeon—. La única manera de que salga de esto es que se muera, literalmente, y como eso seguramente pasará cuando tenga ochenta años por una cirrosis, tengo que soportarlo.
La mayor cerró la puerta con seguro antes de ir a la cocina, Jeongyeon la siguió en silencio mientras pensaba. Se sentía enojada, frustrada... pero su rostro se mostraba tranquilo, como si todas aquellas emociones no le hicieran hervir la sangre.
«Sangre», comenzó a divagar. «Sangre de Sun Ho.»
—Sé que estás molesta —interrumpió sus pensamientos la mayor, acercando a ella un vaso de jugo—, pero créeme que como tú, desearía que las cosas fueran diferentes para estar solo contigo.
«Desearía que las cosas fueran diferentes, para estar solo contigo...», la voz de Nayeon retumbó en su mente mientras ésta la miraba fijamente.
—Si yo estuviera en tu posición... —comenzó Jeongyeon—, ¿qué harías por mí?
Nayeon abrazó los hombros de Jeongyeon, mirándola con algo de confusión, sin embargo, respondió.
—Lo que sea.
Jeongyeon juntó sus frentes mientras los pensamientos la invadían. Su deseo de proteger a Nayeon la estaba invadiendo, casi abrumandola, y estaba tomando el control de sus pensamientos.
«¿Y si Sun Ho algún día abusaba de Nayeon?», Jeongyeon negó levemente mientras miraba la televisión sin prestarle demasiada atención, la mayor la abrazaba dormida. «¿Qué pasaría si un día le daba un mal golpe y la mataba...?»
Jeongyeon bajó la mirada, poniendo especial atención a como el pecho de Nayeon bajaba y subía respirando.
¿Y si aquel ángel que descansaba en su pecho un día se quedara con los ojos cerrados para siempre sin volver a respirar jamás?
El simple pensamiento la hizo entrar en pánico.
—N-nay... —La movió ligeramente—. Nayeon, despierta, por favor.
La menor acarició su rostro con pánico, y Nayeon comenzó a despertar con confusión, y al abrir los ojos, pudo ver algo diferente en el rostro de Jeongyeon, quizá era su mirada. Más oscura de lo normal, y diferente a la que le mostraba cuando estaban en alguna situación sexual.
—¿Qué pasa...?
Jeongyeon negó, alejando sus pensamientos y subió su mano para acariciar aquel moretón en su pómulo antes de acercarse a besarlo con cuidado, Nayeon suspiró.
—Solo quería verte con los ojos abiertos —susurró, calmando sus pensamientos cuando Nayeon la abrazó y pudo sentir su respiración.
—Estoy aquí, Jeongyeon. —La hizo separarse un poco-. Mírame todo lo que quieras.
La menor asintió y besó sus labios con ternura, sintiéndose tranquila, aunque había una sensación que se había atascado en su pecho. Era como un disgusto, uno que recordaba cada vez que miraba aquel moretón, y aunque éste a los días comenzara a desaparecer, la sensación no lo iba a hacer.
No desaparecería hasta que... Jeongyeon tuviera la oportunidad.
Un par de horas después la menor tuvo que retirarse del apartamento de Jeongyeon, para así no tener que cruzarse con Sun Ho, su esposo. Odiaba pensar que lo era. Nayeon se quedó sola, y con todo en casa hecho, no le quedaba de otra más que leer y así planear una clase cuando volviera de su "inconveniente".
La noche cayó, y sin darse cuenta, eran cerca de las once, la hora en la que generalmente llegaba Sun Ho; describía la llegada de esa hora como el final de su paz y su serenidad. Después de tanto silencio y tranquilidad en la casa, llegó su martirio, dejando caer su maletín en el piso para luego servirse un trago. Nayeon ya se sabía de memoria las acciones del hombre luego que llegaba del trabajo; cada día hacía lo mismo, aunque quizás esa noche sería algo inusual.
Ella lo miró en silencio, expectante ante cualquier movimiento, sin embargo, Sun Oh, parecía estar perdido... dentro de su mente. Las manos del hombre temblaban y su respiración era agitada, como si estuviese a punto de explotar. De inmediato Nayeon entró en alerta y se quedó paralizada observando lo que se aproximaba.
—¿Alguna vez te hablé de Hwang, mi compañero? —preguntó con tranquilidad sin mirarla. Nayeon no respondió—. Pues no vale la pena, es un estúpido.
Sun Ho bebió de su vaso de cristal, y luego lo observó con detenimiento como si fuera lo más interesante antes de estrellarlo en el piso. Nayeon abrió sus ojos con asombro al ver esto, y lo único que pudo hacer fue apretar sus puños totalmente tensa y en pánico. Sabía que lo que estaba a punto de presenciar no era nada bueno, porque sinceramente ya no esperaba nada bueno de su marido.
Tan solo desgracias. Tan solo martirio. Tan solo desastre.
—¡¿Y dónde queda el buen trabajo, eh?! —gritó mirando a Nayeon, con una mirada casi desesperada y dolida—. ¿Por qué siempre premian a los que no se esfuerzan?
Nayeon se movió hacia una esquina en el sillón, asustada, y deseando mantenerse a salvo de las manos de él. Estaba muy nerviosa, no lo podía negar. No acostumbraba a ver a Sun Ho en todo el día producto de su obsesión por el trabajo, y apenas llegaba se encargaba de hacer un completo escándalo como ese. Nayeon no sabía qué hacer, solo podía quedarse estática y en alerta, como últimamente tenía que hacer para sentirse segura.
Sun Ho la miraba con el rostro rojo, quizá por la ira que estaba expresando. Él seguía temblando y recorriendo la silueta de su esposa con intensidad, como si mirándola de tal forma sus pensamientos fluyeran con más facilidad.
—Ese imbécil... —dijo con recelo sin dejar de mirarla—, se la pasa acostándose con su secretaria en su oficina y le dan un ascenso —Sonrió resignado—. ¡¿Y qué mierda pasa conmigo?!
Y después de tal grito furioso, Sun Ho comenzó a romper todo a su paso; vasos, vajilla e incluso tiró muebles; y todo por su ira, ya que no sabía controlarla. Nayeon con miedo cubrió su rostro, intentado así que nada le cayera ahí. No sabía qué otro sentimiento podía sostener además del temor y el desagrado por ese hombre que en su presencia estaba actuando como el mayor imbécil de todos. Ya se estaba cansando de que cada día fuese igual, de que cada minuto que su esposo estuviera cerca solo pudiera asimilarlo con un infierno.
Fueron largos minutos en los que se escucharon tantas cosas rompiéndose, Sun Oh había destruido todo a su paso. El hombre parecía estar dejando salir todas sus frustraciones allí, parecía estar descargando lo que su mente inestable e inconforme le gritaba. Nayeon negó con la cabeza aún sin dejar de cubrir su rostro y saltar de impresión con cada sonido de cristales rompiéndose. Tal vez fue en ese momento que comprendió la raíz de desprecio que empezaba a germinar en su interior por él.
¿Cómo fue que Nayeon no se dio cuenta de lo que realmente era Sun Ho al casarse con él?
¿Desde hace cuánto tiempo Nayeon había empezado a odiar a su marido?
Ahora solo podía ver a un monstruo. Aunque quizá, desde el principio, siempre estuvo ahí. Ahora solo podía ver a un ser que sus ojos miraban con desprecio, cansancio, desagrado y mucha rabia. Ya no encontraba en él ese hombre gentil y amable que en su época de noviazgo la conquistó de algún modo, ahora solo veía a un hombre que le generaba asco, repulsión y mucho arrepentimiento por haberle dado el sí en aquel altar.
Ese monstruo se le acercó y sostuvo su rostro con fuerza mientras ella temblaba con miedo e ira contenida, totalmente cansada de soportarlo. Él soltó una risa antes de pronunciar palabra alguna. Nayeon respiraba lentamente y tragaba con pesadez.
—Oh, no, Nayeon, shh... —Acarició sus mejillas con una sonrisa escalofriante, como si no hubiera llegado a hacer un desastre, gritar y quitarle su tranquilidad—. No temas, preciosa.
No. Ya no más.
Sun Oh juntó sus frentes y Nayeon lo miró con furia, tanta que incluso sus ojos comenzaron a llorar, pero en la cabeza de él no podía ser más que miedo. Los ojos de Nayeon tan solo reflejaban odio, finalmente era ese sentimiento tan pesado que admitió experimentar mientras sentía el toque de aquellas ásperas manos en sus mejillas. El hombre suspiró en sus labios, y ella al sentir el olor del alcohol en su aliento apretó sus labios para no evidenciar su repulsión.
Definitivamente era eso, ahora sabía que lo que sentía por él no era nada más que odio.
—Tienes que estar bien para que puedas limpiar todo esto.
Nayeon cerró sus ojos, con fuerza. Sus puños estaban apretados y sus labios temblando de impotencia. Intentó calmar sus propios pensamientos para no llegar a extremos, pero sentir la respiración de Sun Ho aún cerca de su rostro le hizo pensar lo aliviada que se sentiría si algún día su esposo dejara de respirar. Abrió sus ojos y lo siguió mirando con rabia, deseando que algún día él simplemente ya no estuviera, que desapareciera por completo de su vida, y tal vez de la vida misma.
Nayeon nunca había enfrentado algún pensamiento similar, pero por ese momento la idea de que su marido se esfumara no parecía tan mala después de todo.
Los días pasaron, y el hecho de que Nayeon se desahogara con Jeongyeon, provocó que la menor se llenara de furia cada vez más. La menor meditaba todo el tiempo acerca de la situación, y cada que lo hacía, era inevitable que a su mente llegaran imágenes de Sun Ho, cubierto de sangre.
Era constante, ya no podía pararlo. En la escuela actuaba con normalidad, cuando el pensamiento la estaba consumiendo por dentro. Intentaba no ser sobreprotectora con Nayeon, y no hostigarla respecto a lo que vivía a diario con su marido, pero la ira la estaba dominando.
Realmente no sabía lo que estaba haciendo cuando llegó al punto de que cuando salía del edificio de Nayeon, esperaba alrededor de una hora, a que llegara Sun Ho, solo para verlo entrar al edificio.
Siempre de traje, con su maletín, con su "buena pinta", cuando ella sabía que era todo lo contrario. No soportaba la forma en la que caminaba, confiado, o su habla, su voz... Odiaba cada vez que saludaba al portero.
Todo lo que hacía era mirarlo, pensando siempre que ella podría entrar y evitar lo que sea que podría hacerle a Nayeon. Ella realmente podría defenderla. Ella sí se interesaba por Nayeon, ella sí la amaba, y su maestra estaba obligada a estar con un hombre abusador al que no amaba.
Pasaron algunas semanas, y Jeongyeon llegó al punto de esperarlo con una navaja cada noche, cada vez acercándose más a él, era sorprendente cómo él no lo notaba.
Justo esa noche, Jeongyeon había salido del edificio, y cómo estaba acostumbrando, espero ansiosa a que llegara el hombre. Tenía la navaja en mano, y estaba dispuesta...
Sun Ho se estacionó, bajó del coche y sacó algunas cosas de él, y con lentitud caminó a la entrada. Jeongyeon miró cómo cada vez estaba más cerca de ella, y comenzó a caminar hacía él, solo tenía que cruzar la calle.
El marido de Nayeon saludó al portero, y Jeongyeon estaba tan distraída en él, consumida por el odio que sentía, que olvidó mirar a ambos lados de la calle. Un claxon interrumpió su caminata y al darse cuenta que estaban a punto de arrollarla, dió un par de pasos hacía atrás con rapidez, y cuando volteó, Sun Ho ya había entrado al edificio.
Con desesperación aventó la navaja al piso, y gruñó por sentirse impotente. Llevó las manos a su rostro y lo frotó, intentando volver a sí misma. Suspiró antes de mirar una vez más al edificio, abrumada. Esto que estaba sintiendo la estaba invadiendo. Negó suavemente, intentando alejar sus pensamientos y recogió la navaja del piso, para continuar con su camino.
Definitivamente, la situación la estaba superando.
"Brillos mortales despuntan al alba..."
Yavine, aquí les dejo el segundo capituleichon, espero les guste. Les envío saludos, espero estén teniendo una bonita mañana/tarde/noche. Cuídense, nos vemos el día, martes.
No olviden comentar mucho mucho y votar si les ha gustado 🫶.
-B. A. F.
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