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Extra


ADVERTENCIA: Este capítulo contiene escenas de sexo explícito, y es específicamente la mayor razón de la etiqueta madura en este fic. Originalmente fue posteado separadamente, pero aquí no vi razón para hacerlo, ya que básicamente es una escena extra del capítulo anterior entre Hilda y Rio. Ya con eso claro, sigamos adelante.


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Luego de que su segundo beso llegó a su final, Rio volteó ligeramente la cabeza de Hilda mientras sus labios exploraban la mandíbula y garganta de ella. Hilda suspiró, y en ese momento no quería otra cosa que entregarse por completo a su toque, pero sabía que no podían continuar.

– Rio, espera. – dijo ella de repente. – Detente.

Rio detuvo sus besos mientras continuaba sujetándola contra él por unos segundos más.

– Lo siento. – le dijo mientras finalmente se alejaba. – Creo que me dejé llevar.

– En realidad... estaba pensando que sería mejor irnos a un lugar mucho más privado. – Hilda se sonrojó al decir esto. La expresión de Rio cambió de decepción a sorpresa.

– ¿Estás hablando en serio?

– Sí. Esta vez sí quiero hacerlo. ¿Tú no?

Ella se lo había ofrecido hacerlo como compensación cuando él accedió a ayudarla a rescatar a Ange, pero para su confusión no lo hizo. Le llevó todo este tiempo entender que Rio era demasiado caballeroso como para obligar a una chica a hacer algo como eso contra su voluntad.

– ¿Qué? ¡Sí! Claro. En verdad lo quiero. Es sólo que... el sexo con un hombre es diferente que con otra mujer. ¿Estás segura de que eso es lo que realmente quieres?

Hilda se presionó contra él, acariciándole la barbilla con su melena carmesí y haciéndole cosquillas en la barbilla. Rio enterró su nariz en la suave masa, e inhaló profundamente el olor de miel y canela que salía de ella.

– La batalla podría empezar en cualquier momento. – le dijo ella. – Cualquier cosa podría suceder y no quiero pasar el resto de mi vida arrepintiéndome porque no pude tenerte cuando tuve la oportunidad.

Algo captó la vista de Rio, y al mirar se dio cuenta que había una sombra muy familiar observándolos desde atrás de la esquina. Seguramente el jefe debió contarle sobre lo que le pasó a su esposa e hija.

– Muy bien. – dijo él. – Vámonos.

Tomándola de la mano, Rio se la llevó por la nave hacia los cuarteles que compartía con Tusk. Con su compañero de cuarto atendiendo a Ange y Rosalie quedándose con Hilda, era la mejor opción. Rio la llevó adentro y notó lo tensa que estaba.

– ¿Nerviosa?

– ¡No estoy nerviosa! – Ella frunció el ceño. Rio se rio y la besó en la frente.

– Lo tomaremos con calma. – le prometió. – Y si hago algo que no te gusta, sólo dímelo y me detendré.

– Está bien.

– Además... – Rio sonrió – ... hay ciertos placeres que sólo puedes experimentar con un hombre.

– ¿Como cuáles? – le preguntó. Antes de darse cuenta, Rio se arrodilló y la levantó, cogiendo a Hilda entre sus brazos mientras ella gritaba alarmada.

– Como este. – dijo mientras la cargaba hacia la cama.

Luego que la sorpresa pasó, Hilda se relajó y le vino una sensación de emoción muy ansiosa que se apoderó de ella.

«Muy bien,» pensó mientras lo envolvía con sus brazos alrededor del cuello. «Esto no está tan mal.»

Se aferró más cerca de él, y notó ese familiar aroma fuerte, y una memoria le vino a la mente. Estaba tirada en el suelo, herida y abandonada, sólo quería morir. Pero entonces, alguien con ese aroma la recogió, la sostuvo con fuerza, y se encontró deseando vivir de nuevo.

Colocándose en el borde de su catre, Rio la posicionó sobre su regazo y volvió a besarla en el cuello mientras su mano se deslizaba dentro de su falda, para apretarle y acariciarle los muslos. La sensación era casi hipnótica, y Hilda comenzó a gemir suavemente. Rio estaba totalmente en control, pero su toque no tenía esa posesividad del de Zola, acariciándola de una forma que le prometía darle tanto placer como el que recibiría. Levantando las piernas, Hilda se quitó las botas y las dejó caer en el suelo con un golpe seco mientras flexionaba los hombros y se quitaba el chaleco.

Rio gruñó y volvió a sujetarla con una mano mientras continuaba palpando sus muslos de seda. Las piernas de Hilda eran muy suaves y hermosas, y él podía sentir los músculos debajo de su piel con cada toque. Quitando la mano de sus piernas, Rio tiró de la cremallera de su top y lentamente la bajó. Sus senos empezaron a asomarse y a pesar de sus ansias, se abstuvo de lanzarse a ellos.

– Levántate por un minuto. – le dijo.

– ¿Por qué?

– Será más fácil quitarte la ropa así. Además, quiero verte.

Hilda obedeció y se irguió, girándose para encararlo. Desabrochando su top hasta el final, Rio lo retiró de sus hombros y cayó sobre la cubierta detrás de ella, exponiendo su sostén rosáceo y los encajes que adornaban sus copas. Luego retiró su falda interna y externa, una tras la otra, y observó cómo caían como cascada por sus piernas. Hilda salió del manojo de ropa y Rio se echó un poco atrás para poder observarla mejor. Su cuerpo era increíble. Delgado pero con curvas. Suave pero tonificado. Su cabello rojo contrastaba con su piel clara y ojos violetas. Su sostén y bragas de color rosa tenían encajes en los bordes, los cuales le daban un aire que era al mismo tiempo seductor e inocente. Totalmente embriagado por la vista, volvió a poner a Hilda sobre su regazo. El calor de sus muslos parecía atravesar sus pantalones mientras ella se rozaba, y sintió temblar una erección en respuesta. Hilda también la sintió, y soltó un chillido de alarma.

– ¿Segura que no estás nerviosa? – le preguntó. Hilda se sonrojó e hizo un puchero con fastidio.

– ¿Quieres que te golpee? – le preguntó, y Rio se carcajeó y la besó en la mejilla.

– Eres muy linda cuando te enojas.

Le quitó el sujetador de su pelo, y la coleta de Hilda se soltó, dejando que su cabello cayera en una cascada sobre sus pálidos hombros y pecho, en olas carmesís. Los dedos de él comenzaron a recorrerlo, acariciando suavemente su cuero cabelludo antes de hundir su rostro entre sus senos, cuya suavidad firme y calor lo envolvieron mientras él respiraba profundamente su perfume natural.

– ¿Te parece que huelo bien? – preguntó ella, sólo para inhalar cuando sintió que él acariciaba con su lengua la curva de sus senos.

– Absolutamente divino. – dijo él.

Hilda enredó sus dedos en el cuero cabelludo de él, y gimió cuando él comenzó a besar la piel expuesta de sus pechos antes de levantar sus manos para masajearlos. Hilda se mordió el labio mientras Rio masajeaba sus pechos y los acariciaba a través de la tela de su sostén al tiempo que ella se llevaba las manos a la espalda para desabrocharlo. Su sostén se deslizó fuera de sus senos, y Hilda tembló ligeramente al sentir el aire frío de los ventiladores del Aurora acariciando sus ya erectos pezones cuando Rio comenzó a mover sus dedos en ellos, incrementando la presión y haciendo que Hilda casi gritara de ese tortuoso placer que le estaba infligiendo.

«Ya no aguanto más,» pensó ella. Agarrándolo de la barbilla, Hilda lo besó ferozmente mientras le agarraba la camisa y se la sacaba por encima de la cabeza. Hilda se lamió los labios al ver sus duros pectorales y las cicatrices que los decoraban, mientras deslizaba sus manos sobre él. Una vez más, Hilda se quedó sorprendida de lo diferente que era su cuerpo comparado al de una mujer, y cómo Rio la hacía sentirse segura. Le hacía querer darle tanto placer como él lo estaba haciendo con ella. Bajando la cabeza, Hilda comenzó a besar y a recorrer todo lo largo de una cicatriz con su lengua. Rio gruñó ante su gesto y le acarició detrás de la cabeza y la espalda, mientras ella se movía hacia otra cuando de repente, él la agarró del trasero para levantarla y colocarla de espaldas en el catre. Hilda observó cómo él se ponía de pie y se quitaba los pantalones, pudiendo ya ver su erección a través de la tela de sus bóxers, lo que hizo que le diera una sacudida en el estómago.

«Va a meter eso dentro de mí,» pensó mientras él se acercaba a ella. Hilda se quedó tendida mientras Rio se colocaba encima de ella y se dio cuenta que estaba nerviosa. Rio debió notarlo también mientras descendía sobre ella, sosteniendo su peso con los codos antes de acariciarle la mejilla con una mano. Su toque gentil sirvió para aliviar su ansiedad, y Hilda la sujetó con su propia mano, aferrándola a su palma.

– ¿Estás bien? – le preguntó.

– Estoy bien. Sigamos adelante. – le respondió ella. Rio sonrió bajando para besarla en la frente, luego en el puente de la nariz, y finalmente sus labios.

– Como digas. – dijo Rio. Su boca continuó dejando un rastro por el mentón de ella y por su garganta, y Hilda sintió que él volvía a hundir la cara en sus senos antes de volver a besarlos. Hilda gimió y jadeó al sentir la boca de él subir más y más hasta llegar al borde de sus pezones, que ahora estaban tan duros que le dolían. La lengua de él los circundaba, y Hilda chillaba del dolor y placer que le provocaba cuando comenzó a succionarlos. La sensación de su boca y su lengua sobre ellos mientras le tocaba las puntas la hacía sentir que iba a enloquecer. Tanto que casi se corrió cuando Rio empezó a succionarle con más fuerza antes de soltarla con un suave "pop". Finalmente, Rio terminó su asalto en sus senos y le dio a Hilda la oportunidad de recuperar el aliento antes de moverse hacia su estómago. Hilda le acarició el cabello mientras sentía sus abdominales tensarse con cada beso, especialmente cuando él empezó a meterle la lengua en el ombligo.

– Detente. – jadeó ella mientras se retorcía debajo de él.

– Sabes que eso te gusta. – dijo él. Siguió bajando por su cuerpo, y la boca de Rio se detuvo al borde de sus bragas antes de sujetar su última prenda y quitársela. Hilda levantó las piernas mientras él retiraba las húmedas gradas y las arrojaba lejos antes de tomarse un momento para admirar la vista. La entrepierna de Hilda estaba totalmente expuesta. Tenía sentido que estuviera afeitada considerando las tangas que ella y las demás debían llevar con sus trajes de pilotos. Cualquier pelo extra sólo les haría sentirse incómodas. Con su objetivo en la mira, Rio le abrió las piernas y comenzó a besarle el interior de sus muslos mientras lentamente volvía a subir.

Hilda volvió a gemir al sentir la boca de Rio acercarse cada vez más. Sabía lo que venía, pero la sensación de la lengua en su vagina le hizo soltar otro chillido cuando Rio la besó, lamió y acarició, haciéndola gemir y chillar mientras sus caderas se sacudían como si se movieran por sí solas. Ella hundió los dedos en su cuero cabelludo y arqueó las caderas contra su rostro hasta que finalmente llegó al límite y su cuerpo fue totalmente invadido por un orgasmo. Una vez que pasó, Hilda colapsó sobre el colchón mientras respiraba con dificultad. Rio acababa de darle su primer clímax, y era increíble.

Secándose la boca, Rio no pudo evitar sonreír mientras miraba a Hilda, cuya mirada desorientada parecía como si hubiese visto a Dios. Mientras ella se recuperaba, él se movió para quitarse sus bóxers, encontrando algo de alivio de lo que se habría vuelto una erección muy dolorosa. Bajando para ponerse junto a ella, Rio acarició el estómago de Hilda hasta que ella recobró el sentido y al mirar abajo, tragó saliva al ver que ambos estaban desnudos.

– ¿Estás lista? – preguntó él. Hilda gimió y se mordió el labio.

– Supongo.

– No tenemos que hacerlo si no quieres.

Hilda le rodeó el cuello con los brazos y se acercó para besarlo. Aún pudo saborear algo de sí misma cuando insertó su lengua para enredarla con la de él.

– Estoy lista. – le dijo.

– Muy bien entonces. – Insertando la mano entre los muslos de ella, Rio los separó mientras se posicionaba entre ellos. Hilda sintió la punta de su miembro presionarse contra su entre pierna, y soltó un jadeo asustado ante la sensación. Él la miró, como pidiéndole permiso, y Hilda asintió mientras sentía que Rio tensaba sus caderas e introducirse en ella. Hilda gritó al sentir la penetración, mientras se estiraba y la llenaba de una forma que nunca había experimentado con otra Norma. Era doloroso y extraño, pero también cálido y pulsante. La sensación era completamente abrumadora, y comenzó a gritar.

– Hey... – le dijo Rio mientras le besaba sus ojos cerrados. – Está bien. Sólo necesitas acostumbrarte. ¿Estás bien?

– Yo... no lo sé... – dijo ella jadeando. – Me duele. Y me cuesta respirar. Pero... es muy caliente. Y pulsante. Oh Dios, Rio. Puedo sentir tus latidos dentro de mí.

– ¿Quieres continuar?

– Sí. Por favor no te detengas. – le dijo ella. Rio asintió y la besó de nuevo.

– No te preocupes, no lo haré.

Preparándose con sus piernas, Rio comenzó a empujar dentro de ella, asegurándose que su pelvis le rozara el clítoris con cada movimiento. Hilda no era virgen, pero aun así se sentía increíblemente apretada y su pasaje estaba tan caliente que Rio sentía como si se derritiera. Hilda entretanto daba un espasmo y gritaba con cada empuje. Al principio iba lento, pero gradualmente iba yendo más rápido mientras su cuerpo iba ganando ritmo. Hilda hundió las uñas en su espalda mientras envolvía sus piernas alrededor de la cintura de él y comenzaba a mover sus caderas al mismo tiempo que él. Rio la besó en la garganta el rostro, y pudo sentir el orgasmo incrementándose dentro de él. Con el poco control que le quedaba, se contuvo hasta que finalmente Hilda gritó y se aferró a él, mientras él explotaba dentro de ella. Sujetándose con los brazos para evitar aplastarla, Rio se quedó encima de Hilda mientras ambos jadeaban de satisfacción antes de reposicionarse para que ella ahora estuviera al lado de él.

– Rio... – jadeó Hilda mientras se levantaba. – ¿Por qué te detienes?

– Creí que querrías descansar un poco. – dijo él. Hilda le agarró el mentón para besarlo y Rio sintió que volvía a endurecerse de nuevo.

– Estoy descansada. – La boca de ella se dirigió hacia el cuello de él, y luego hacia su pecho, donde pudo sentir como deslizaba la lengua a lo largo de una de sus cicatrices. Los labios de Hilda y su lengua siguieron vagando por sus pectorales y Rio se quedó de espaldas, contento con dejar que ella hiciera lo que quería con él.

Hilda gimió de nuevo mientras continuaba administrando la misma tortura que él mismo le había infligido. Rio ciertamente parecía estar disfrutándola a juzgar por sus gruñidos. Las manos de ella se deslizaban por el estómago de él, acariciándole y haciéndole cosquillas en los abdominales antes de encontrar finalmente lo que estaba buscando. Él todavía estaba cubierto con los fluidos de ella, y su mano fue deslizándose de arriba abajo sobre su erecto miembro. Mientras ella jugaba con él, Hilda sintió cómo su propia mano se deslizaba hacia la entrepierna de ella, donde comenzó a introducir los dedos a tientas en su vagina, haciéndola retorcerse y jadear con cada toque. Decidiendo que ya habían tenido suficiente de esos juegos, Hilda se movió sobre él mientras se levantaba sobre su erección, y se deslizó sobre ella. Pudo sentir cómo su miembro se deslizaba dentro de ella, sólo que al parecer esta posición le permitía llegar aún más profundo. Apretándose las caderas, Hilda se echó atrás mientras Rio comenzaba a empujar dentro de ella. Otra vez, la razón de Hilda se hizo a un lado para su instinto, y comenzó a sacudirse de arriba abajo, con el colchón crujiendo mientras ella lo montaba como un Para-mail en batalla hasta que ambos volvieron a alcanzar su punto de quiebre, y un chorro de calor líquido brotó de Rio dentro de ella. Hilda estaba exhausta, pero puso las manos contra su pecho para evitar colapsar. Todavía no se había salido cuando Rio se levantó y la sujetó con fuerza, provocando que ella soltara un grito de sorpresa mientras le volvía a asaltar sus senos con la boca. Hilda sintió que el miembro de Rio volvía a endurecerse en ella, y se retorció en su regazo, lo cual pareció excitarlo aún más. Rindiéndose ante el placer, Hilda sujetó con sus cuatro extremidades a Rio mientras él comenzaba de nuevo a empujar dentro de ella. Esta posición parecía ofrecer lo mejor de las dos anteriores. Ponía a Rio en control, pero también permitía máxima penetración. Al quitarle los brazos de la espalda, Rio los deslizó debajo de sus piernas y las levantó por encima de sus antebrazos. Al hacerlo, se sintió aún más apretada, y Hilda descendió en una espiral hacia el clímax más rápido que antes.

«¡Oh Dios, esto va a doler!» pensó Hilda al llegar a su límite, y gritó por un orgasmo que le sacudió todo el cuerpo. Cuando pasó, colapsó en los brazos de él. Ambos estaban empapados en sudor, y sus respectivos pechos no dejaban de temblar por el cansancio.

– Rio... – jadeó ella. – Podemos... ¿podemos tomar un descanso?

– Sí, claro. – le dijo él. – Toma tanto como quieras.

– Gracias. – Hilda sintió que su cuerpo lentamente se relajaba en los brazos de él, y su respiración fue calmando su ritmo hasta que finalmente se quedó dormida. Gentilmente, Rio los bajó a ambos sobre el colchón y las cubrió con las sabanas. El calor y respiración de Hilda tuvieron un efecto en él y Rio pronto se dejó ir a un reino donde se podía olvidar de todo, dejándole sólo a Hilda y el paraíso donde ella lo llevó.

...

Hilda nunca se habría imaginado que estaría de vuelta aquí. De alguna manera, estaba caminando por uno de los corredores de Arzenal. Desde atrás de un par de puertas dobles, el sonido de maquinaria pesada se podía escuchar, y Hilda se dio cuenta que debía estar cerca del hangar. Empujándolas para abrirlas, los ojos de Hilda se ensancharon al ver a una mujer alta y voluptuosa vestida con un traje de piloto púrpura, y con su lujoso cabello rubio cayéndole por debajo de las caderas.

– Zola... – murmuró. Su antigua capitana y amante se giró y le sonrió a Hilda.

– Ya era hora de que llegaras. Ya estaba a punto de irme.

– ¿Cómo es que estás aquí? – le preguntó. – Estás muerta.

– Sólo pensé que podía pasar por aquí y desearte suerte. Tienes una gran pelea muy pronto. Sólo quería hacerte saber que yo, Sarah, y todas las demás Normas que murieron por culpa de ese bastardo estaremos animándote. – Mientras hablaba, Zola se quedó mirándola de arriba abajo con una sonrisa. – Para ser honesta, me gustaría hacer otras cosas también. Pero me temo que no tengo tiempo.

Incluso en la muerte, Zola seguía siendo Zola.

– Zola... acerca de nosotras... – dijo Hilda. Zola simplemente levantó la mano restándole importancia.

– Hey, olvídate de eso. – le dijo a Hilda. – Hacemos lo que tenemos que hacer para sobrevivir. Me gusta pensar que les enseñé a ti y a las chicas eso, al menos. – Acercándose, Zola levantó la mano y le acarició la mejilla. – Pero tú estás haciendo mucho más que sobrevivir, ¿no? Encontraste un motivo por el cual vivir. Y alguien que vive por ti.

– Sí. – Hilda sonrió. – Amo a Rio. Y quiero vivir con él, y con los demás.

– Entonces hazme un favor. Gana esta pelea. Vive por un largo tiempo, y muere como una anciana. Y cuando veas a Chris y Salia, dales un buen golpe para que recobren el sentido por mí. – Subiéndose a su unidad, Zola conectó el cordón en la cámara de plebium y saludó a Hilda. – Nos vemos.

Con un destello en los motores, el Arquebus púrpura despegó, y salió disparado de la entrada del hangar a toda velocidad...

...

Los ojos de Hilda se abrieron lentamente cuando despertó y sintió una presencia junto a ella. Las memorias de la noche anterior sobrepasaron los remanentes de su sueño, y Hilda sonrió mientras se apretaba felizmente contra el cuerpo de Rio mientras dormía. El sonido de su corazón y el ascenso y descenso rítmico de su pecho mientras respiraba le resultaron increíblemente tranquilizantes. Hilda nunca se había sentido tan bien después de tener sexo. Cálida y llena, en lugar de fría y solitaria. ¿Era porque lo había hecho con un hombre? Después de todo, Rio no le mintió cuando le dijo que se sentía diferente que con otra mujer.

«No,» decidió. «Es porque lo hice contigo.»

Se habría sentido igual si Rio fuese hombre o mujer. Humano o Norma. Esto era lo que se sentía hacer el amor con alguien y no sólo tener sexo. Alegrarse del placer de la otra persona, entregarte a ella y saber que ambos hacían lo mismo. Montándose sobre él, Hilda se inclinó y lo besó. Sintió cómo él se sacudía debajo de ella y se levantó en cuanto los ojos de él se abrían.

– Hey. – lo saludó. – ¿Te desperté?

– Sí. – respondió él. – Pero no me quejo.

Hilda sonrió y volvió a acurrucarse contra él, mientras Rio la rodeaba con sus brazos. Pronto tendrían que volver a la batalla, pero podían quedarse así, sólo un poco más.

– Más te vale no hacerlo.

Esta historia continuará...

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