Capítulo 2: Trifulca en el callejón
El bullicio era el principal protagonista de la ciudad de Nocream por el día. Las noches eran silenciosas, porque los Guardianes eran muy estrictos en los toques de queda. Las gentes se arremolinaban en las calles comprando, vendiendo y haciendo trueques. La ciudad en sí era un gran mercado. Se podían encontrar entes de todo tipo, pero sobre todo aquellos que solían habitar cerca de bosques y montañas: elfos, cíclopes, duendes y hadas circulaban a sus anchas por las abarrotadas calles. Por eso nadie prestó atención a la llegada de una ninfa y una mujer encapuchada. Taparse el rostro era algo habitual.
—Recuerda no separarte mucho, ¿de acuerdo?
Eso es lo que Scarlett habría oído si estuviera prestando atención a su amiga. Pero era una de esas pocas veces donde podía ver algo más allá de su pequeña granja y tenía intención de grabar cada detalle como si fuese un tesoro. De vez en cuando dejaba salir la punta de su nariz de la capucha para oler el pan recién hecho o la fuerte esencia de la herboristería. Una mancha roja pasó como el rayo por delante de ellas, casi atropellándolas y siguió su camino. Parecía ser un florista cargado hasta las cejas de macetas y a punto de perder el equilibrio.
—¿Eso no eran tulipanes?—preguntó Larissa—¿Compramos algunos?
Scarlett persiguió con la mirada las macetas hasta que el florista hubo desaparecido tras la multitud.
—Mejor...no.—dijo Scarlett—Tenemos el dinero justo para los recados que me mandó la señora Pania.
Larissa se encogió de hombros.
—Como quieras, pero deberías darte un capricho de vez en cuando.
—Lo sé.—dijo Scarlett dirigiendo una mirada pícara a su amiga. Metió la mano en el bolsillo justo en el centro de su vestido y sacó un pequeño saco de piel. Desató la cuerda que lo ataba y sacó un par de monedas de hierro de su interior.—He estado ahorrando.
La ninfa hizo un esfuerzo por aguantar la risa. No quería burlarse, pero dos monedas de hierro eran una cantidad ridícula para la sonrisa orgullosa que tenía Scarlett.
—¿Cuánto tiempo llevas ahorrando? ¿Dos días?—le preguntó tapándose los labios con la mano para que no viese la mueca burlona.
Scarlett alzó las cejas con sorpresa ante la pregunta.
—¿Qué? Claro que no, empecé hace un año.
Larissa bajó la mano de su boca porque ya no tenía mueca ninguna que esconder. A veces olvidaba lo duro que trabajaba su amiga cada día. Ella vivía con bastante libertad en lo que cabe, con tal de mantenerse alejada de las autoridades humanas podía hacer lo que quisiese en cierta medida y no tenía problemas en conseguir cosas materiales o beneficios. Tenía el arma de la persuasión consigo, y funcionaba muy bien, especialmente en hombres. Pero Scarlett nunca aceptaba regalos ni limosnas, decía que era feliz viviendo de forma modesta y que se sentiría mal porque no podría devolver los regalos.
Larissa frunció el ceño y decidió que su amiga no se iría de allí sin sus flores. Echó un rápido vistazo alrededor y encontró una presa fácil: un ogro. Bebía cerveza tras cerveza sin mesura, riendo a carcajadas con otro de su raza y dando fuertes golpes en la mesa. Cuando el tabernero se acercó a rellenarles las copas, el ogro sacó una moneda de oro y se la dio. Larissa sonrió triunfante: ¡tenía dinero! Seguro que suficiente para un par de flores si una hermosa ninfa se lo pedía. Los ogros se perdían por las ninfas, tan delicadas y elegantes, tan diferentes de ellos.
—Voy a saludar a un amigo que acabo de ver. Ve adelantándote hacia la pescadería y enseguida iré yo.—le dijo a Scarlett.
Scarlett asintió y dio media vuelta para dirigirse a la zona del mercado donde estaba el pescado.
En menos de cinco minutos, Larissa había vuelto al lado de la muchacha pelirroja con cara de repugnancia y reajustándose las ropas, pero con dos preciosos tulipanes rojos atados por un lazo azul. Scarlett, que ya había comprado medio salmón y pagado a la pescadera, se sorprendió mucho al verla llegar en ese estado. En un primer momento ni se fijó en las flores.
—¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?—preguntó preocupada.
Larissa soltó un bufido.
—Hay algunas criaturas demasiado estúpidas y deficientes como para entender lo que significa un “no” por respuesta.—Scarlett se enfadó y empezó a buscar al ogro con el que Larissa estuvo hablando, mas la ninfa sonrió y le entregó las flores—Había un Guardián cerca que lo detuvo y se lo llevó. Te juro que toda la Guardia me parece escoria, pero ese tipo parecía bastante decente...fue educado.
Scarlett abrazó a su amiga suspirando.
—Mira que ir tan lejos solo por esto...ay, Larissa, no hacía falta...—acarició un pétalo con ternura y olió las flores cerrando los ojos. Al final, aunque seguía preocupada, acabó sonriendo—Muchas gracias, son muy bonitas. Al llegar a casa las pondré en un jarrón y no dejaré que se pudran nunca.
—¿Eres tonta?—rió Larissa—Todas las flores acaban pudriéndose hagas lo que hagas. Cuando se mueran te compraré otras y punto.
Scarlett le lanzó una mirada furiosa y metió los tulipanes en la cesta con cuidado.
—¡Estas son especiales! Me gustan.—sacó sus dos monedas de hierro del bolsillo y se las dio—Y no me comprarás nada más. Toma. Sé que es menos de lo que te costaron, pero ahora mismo no puedo darte más.
—¡Yo...!—“No necesito para nada ese dinero” estuvo a punto de decir. Se contuvo a tiempo, pues pensó que sería grosero y que Scarlett se sentiría mal si despreciaba lo que le había costado tanto conseguir. Pero también ella se sentía mal por quedarse con lo poco que tenía.—Pero...
Scarlett le guiñó un ojo.
—No pongas esa cara, además, yo quería comprar las flores, así que es dinero bien invertido.
Se empezó a alejar canturreando por lo bajo, convencida de que Larissa la seguía detrás. Justo en ese momento, el Guardián que la había rescatado del ogro volvió a aparecer con intención de hablar con la ninfa. Esta se alarmó e intentó avisar a Scarlett, pero ya se había alejado demasiado y ya ni la veía entre el mar de gente.
Caminaba haciéndose hueco como podía sin mirar a nadie a la cara. Por eso no se dio cuenta de que tres hombres corpulentos la estaban acechando desde una esquina oscura de la calle.
Aquel extremo de la ciudad de Nocream, aunque era próspero y bastante alegre, estaba rodeado de barrios pobres y destartalados de los que salían individuos de lo menos recomendados.
Scarlett no tardó mucho en darse cuenta de que Larissa había desaparecido. Pero ese poco tiempo fue suficiente para que los hombres se pusieran en marcha y empezaran a seguirla. Ella ni siquiera se dio cuenta. Miraba a su alrededor buscando a Larissa. De pronto, alguien la empujó con ferocidad hacia el interior de un callejón.
Scarlett se giró en redondo, desconcertada y vio con horror como los tres hombres le cerraban la salida. Eran muy similares entre ellos: altos, anchos y con barba. De aspecto descuidado y mugriento, la muchacha retrocedió contra la pared asqueada cuando el del medio sonrió mostrando sus dientes amarillentos. Chocó contra un pilar de cajas amontonadas. El hecho de que retrocediera pareció divertirlos y rieron por lo bajo.
—M-me gustaría salir, si no les importa.—dijo Scarlett intentando que no le temblase la voz.
—¿Por qué tanta prisa?—contestó el hombre situado a la derecha con sorna.
Scarlett sabía que la situación tenía muy mala pinta, así que pensó que lo más sensato era ganar tiempo mientras se le ocurría alguna manera de salir de allí. Escondió las manos tras la espalda y las yemas de sus dedos tocaron un metal frío: debía ser una bandeja o una jarra tirada entre las cajas del callejón.
—Mi amigo debe estar buscándome y no quiero preocuparlo...—a los tres hombres no pareció importarles lo más mínimo que alguien pudiera estar buscándola. Scarlett agarró la bandeja—Es un soldado y...
La última parte de su mentira improvisada le pareció algo estúpida hasta a ella misma, pero aquellos entes reaccionaron, aunque no de la forma que ella esperaba. Pensó que se asustarían, pero tan solo se cabrearon. El tipo del medio avanzó hacia ella estallándose el cuello. Por algún motivo, los chasquidos que producía sonaban poco naturales, como si se estuviese rompiendo algún hueso.
—¿Un soldado has dicho? ¿Desde cuándo los soldados hacen migas con una ente pobretona como tú?—gruñó, aproximándose peligrosamente a ella. Le puso una mano enorme y peluda en el cuello, como si fuese a acariciarlo. Scarlett quiso apartarse, pero ya no podía retroceder más.—A menos...que no seas un ente.
El hombre pegó su desproporcionada nariz en el cuello de Scarlett, oliéndolo y la chica le pegó en la cara con la bandeja, apartándolo de ella.
—¡Aléjate de mí, cretino!—gritó, enfurecida.
—Humana...—susurró el ente, con la cara roja parte por el golpe y parte por la furia—¡Huele a humana!
Scarlett observó atónita como empezaba a convulsionar violentamente, como si estuviese teniendo arcadas. Los otros dos hombres también miraban al tercero, con sonrisas de cruel complicidad. Junto con las convulsiones aparecieron unos horribles ruidos de algo rompiéndose y entonces, la criatura comenzó a cobrar forma para horror de la pelirroja. De las uñas del hombre salieron garras de animal, su boca se abrió hasta los límites y se convirtió en un hocico con colmillos sobresalientes. Las ropas que llevaba puestas se rompieron en trizas cuando su espalda estalló con uno de esos crujidos y la bestia completó su transformación.
Un lobo negro, gigantesco y elevado sobre dos patas, se precipitó sobre Scarlett como un depredador dispuesto a cazar un ciervo. Scarlett entró en pánico: una bandeja oxidada no era rival para un hombre lobo. Aún así, no podía dejarse devorar sin poner resistencia, así que la asió con fuerza y se dispuso a utilizarla de escudo. Vio como las fauces del ente se cernían sobre ella y cerró los ojos, protegiéndose tras su escudo improvisado.
Escuchó un ruido seco, como el que hace alguien al aterrizar de una caída. Al oír gruñidos de la bestia y no notar ningún tipo de ataque hacia ella, decidió abrir los ojos.
El lobo se había girado para encarar a un joven que había aparecido de la nada. Scarlett pensó en aprovechar la distracción y salir corriendo, pero vio con angustia como los otros dos hombres se transformaban en bestias peludas y empezaban a lanzar mordiscos al aire, amenazantes. Viendo la única salida taponada, volvió su vista hacia el muchacho, con la esperanza de que quisiese ayudarla.
—La señorita te ha pedido que te alejes, amigo.—dijo este, sonriendo de oreja a oreja.
Tenía la punta de una espada casi clavada en el cuello del licántropo, y cuando otro se acercó, sacó una segunda espada de su espalda y le cortó un brazo de cuajo, sin dejar de sonreír. Scarlett abrió los ojos de par en par, sobrecogida ante la escena.
—Hagamos esto de manera fácil: vosotros os largáis ahora mismo y yo no os mato a todos.—el chico alzó una ceja como esperando respuesta.
El lobo que quedaba libre cargó contra él con brutalidad y las fauces abiertas de par en par, dispuesto a arrancarle la cabeza de un mordisco. Pero sucedió justo al revés. En un lapso de tiempo tan corto que a Scarlett le costó percibir el cambio, el chico se movió y la cabeza del hombre lobo que lo atacaba salió volando por el aire hasta caer en el suelo. Cuando rodó hasta sus pies, Scarlett se apartó a un lado con asco. Pero no tenía tiempo para pensar en lo asqueroso que era: vio que un licántropo seguía arrinconado por el joven y el otro había salido corriendo transformándose a mitad de camino en humano de nuevo. Lo que dejaba libre la salida del callejón. Sin perder la oportunidad, se arremangó el vestido y echó a correr. Oyó un golpe detrás de ella y justo cuando iba a conseguir salir, la funda de una espada apareció delante de su cuello, sujetada por un par de fuertes brazos.
—¿Acostumbras a no agradecer a aquellos que te salvan la vida?—le preguntó con tono divertido.
Scarlett se giró lentamente, alerta y su mirada chocó con un par de ojos azules eléctricos. Apenas se había fijado en el chico durante la pelea, pero ahora, teniéndolo delante, no tuvo otro remedio. La funda de la espada seguía pegada a su nuca, impidiéndole escapar entre ella y el muchacho. Eso la inquietó. Atrás, el licántropo restante estaba durmiendo en el suelo, inconsciente.
—Gracias.—dijo en voz baja, sonando más molesta que agradecida por la invasión de su espacio personal.
No quería admitirlo, pero estaba un poco asustada del chico. Por el rabillo del ojo podía ver la cabeza decapitada del hombre lobo tirada en el suelo, con el cuello rajado chorreando sangre. Un escalofrío le recorrió la espalda.
El chico lo notó y se rió. Era una risa jovial y distraída que calmó un poco a Scarlett. El chico sacó un pañuelo de su gabardina negra y se puso a limpiar sus espadas, dejando de prestarle atención. Iba vestido totalmente de negro: la gabardina, las botas, los guantes...También su pelo era negro azabache. Su piel hacía un gran contraste con su ropa, pues era pálida como la nieve. Ciertamente tenía un aspecto extravagante. Decidida a marcharse de una vez, se dio la vuelta, mas en el momento en que lo hizo, el chico volvió a hablar. Había acabado de limpiar sus armas.
—Te olvidas tu cesta.—comentó pasándole la destrozada cesta de mimbre.
Scarlett la cogió y abrió. La comida estaba algo aplastada (probablemente uno de los lobos la había pisado) pero en un estado aceptable. Sin embargo, los tulipanes estaban despedazados.
—No...—masculló apenada.—Oh, no...Larissa...
El muchacho la miró con una ceja alzada.
—¿No estás sola?
—No.—respondió de inmediato. No sabía si fiarse o no de él, aunque no parecía mala persona. Notó como su tono había sonado muy brusco e intentó solucionarlo—Estoy con una amiga, ella fue la que me compró estas flores...aunque ahora están un poco...bueno...
El chico volvió a reírse. Cuando se reía parecía más joven, lo que le hizo a Scarlett preguntarse cuántos años debía tener.
—Dándole conversación a un extraño...—suspiró con dramatismo el chico.—Te meterás en problemas así, pelirroja. ¡Anda! ¡Mira quién viene por allí!
Scarlett se giró para ver quien era y vio con alivio como Larissa entraba en el callejón a toda prisa. La mirada de la ninfa pasaba de ella, al brazo y la cabeza de lobo esparcidos en el suelo, al lobo desmayado, y de vuelta a ella. Corrió y la abrazó. Scarlett sonrió y devolvió el abrazo, contenta de volver a verla y saber que todo había pasado.
—¿Se puede saber qué ha ocurrido? ¡Me tenías muy preocupada!—arqueó ambas cejas y le echó un repaso de arriba a abajo—Aunque ya veo que has sabido arreglártelas sola. ¿Eres una habilidosa asesina en secreto y nunca me dijiste nada? Qué egoísta de tu parte.
Scarlett negó con la cabeza riendo y se dio la vuelta mientras contestaba:
—Yo no fui, fue este chic...
Pero el callejón estaba vacío.
—H-había un chico...¡hace un segundo estaba aquí!—la repentina desaparición de su salvador la cabreaba—¡Esto solo tiene una salida, como pudo...!
Larissa le puso una mano en la frente, para ver si tenía fiebre. Scarlett suspiró, dándose por vencida y agarró del brazo a su amiga.
—Venga, volvamos a casa y ya me contarás de camino tu pequeña aventura.—dijo la ninfa poniendo los ojos en blanco.—Si me vuelves a dar un susto como este, te mato.
La muchacha pelirroja se giró una última vez mientras se marchaban para comprobar que seguía sin haber nadie. Y así era.
Y por solo mirar hacia el oscuro callejón, no pudo ver que el chico de ojos azules las observaba mientras se iban, sentado en un tejado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro