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VI

Llegaron a Coppershire un poco antes del mediodía. Nancy no había sufrido ningún daño, aunque las largas jornadas le estaban pasando factura y ya no podía mantener el galope. Supo, tras interrogar al mozo de cuadra y ofrecerle un jugoso incentivo económico, que Mortimer tan solo lo había intimidado y sobornado para asegurarse de que obstaculizara a Vladaril en caso de que quisiera irse. Pero más tarde, al darse cuenta de que su presa se estaba alejando —aunque su montura siguiera en el establo— le dijo que ya no necesitaba sus servicios y se fue a lomos de su propio caballo.

Habían trotado toda la noche y toda la mañana siguiente, haciendo pausas cortas y escasas. Aunque la yegua había gozado de un breve descanso en Freyheim, estaba claro que no había sido suficiente para sus viejos huesos.

—Tranquila, chica —susurró el elfo—. Pronto podrás descansar, te lo prometo.

La yegua resopló, enfurruñada, pero no se detuvo hasta que su jinete se lo ordenó, pasadas las puertas de la aldea. A juzgar por la cantidad de casas, era más o menos igual de pequeña que el pueblo a orillas de un lago donde ambos empezaron a viajar juntos.

A Vladaril le entristecía pensar eso, porque sabía que ahí era donde se iban a separar.

Desmontó, acarició el cuello del animal, que emitió un breve relincho en respuesta, y sacó el mapa de la mochila. Habían llegado al pie de la siniestra cordillera que delimitaba la frontera norte de Garbantia, de modo que el camino seguía hacia el oeste. Gruvorstad, la primera población en esa dirección, se encontraba a menos de treinta kilómetros, de modo que debía ser posible llegar antes del anochecer.

Llevó a Nancy a un abrevadero antes de ponerse otra vez el sombrero de ala ancha y dirigirse hacia la única tienda de la aldea, donde compró una nueva capa de color verde oscuro de una calidad muchísimo peor que la que ya tenía. En lugar de ataviarse con ella, la guardó en la mochila. Después dio un breve paseo para reconocer el terreno, notando las miradas curiosas de los habitantes, que no osaban acercarse a él. Se fijó especialmente en una chica de unos doce o trece años, desgarbada y de pelo corto y sucio, que no le quitaba ojo de encima.

Sin más dilación, Vladaril caminó hacia la muchacha, que hizo un amago de huir en cuanto se sintió amenazada.

—No muerdo, pequeña. —El elfo levantó las manos de forma conciliadora, y la chica se detuvo—. Acabo de llegar al pueblo y necesito unas indicaciones, ¿te importaría ayudarme?

—S-sí, claro, pero no lo haré gratis.

El elfo rio melódicamente. Que le importase el dinero eran noticias estupendas.

—Por supuesto, te pagaré —contestó, guiñándole un ojo—. De hecho, ya que lo mencionas, ¿te interesaría trabajar para mí?

—D-depende del tipo de trabajo, señor. —La muchacha se puso a la defensiva—. Tan solo tengo catorce años.

—Qué joven. Olvídalo, tus padres estarán preocupados por ti.

—Mis padres murieron hace dos años. Ahora solo estamos mi hermano pequeño y yo.

Vladaril torció el gesto, pero en realidad ya se lo imaginaba. Y, aunque fuera una auténtica tragedia que una chica tan joven estuviera dispuesta a hacer cualquier cosa para poder cuidar de su única familia, en aquel momento le resultaba muy conveniente.

—Entiendo... está bien. ¿Cómo te llamas, chiquilla?

—Catarina, pero todos me llaman Cat.

—Qué casualidad, a mí me llaman Matt —mintió—. Un placer, Cat. ¿Sabes montar?

—Sí, a veces Muriel me deja subir a los percherones y...

—Perfecto —la interrumpió, dando media vuelta y dirigiéndose al abrevadero—. Sígueme, por favor.

Llegaron frente a donde había dejado a Nancy hacía apenas una hora. El animal estaba totalmente quieto, pero despertó en cuanto Vladaril puso la mano sobre su lomo.

—Verás —explicó, ante la atenta mirada de la joven—, necesito que cabalgues hacia Gruvorstad y le entregues este mensaje a uno de los guardias.

Le tendió un rollo de papel que él mismo había escrito —y sellado en nombre del centinela de Freyheim al que robó en un despiste— donde relataba una extensa colección de fechorías inventadas y describía detalladamente a Mortimer Blackwater. Además del papel, también le entregó la bolsa de cuero con el dinero restante de la recompensa. Cuando la chica miró en su interior, por poco se le salieron los ojos de las órbitas: nunca había visto tantas monedas de oro juntas.

—Necesito que partas cuanto antes.

—¿T-tengo tiempo de ir a casa a despedirme de mi hermano? Es mucho dinero y no quiero llevarlo encima...

—Descuida, pero apresúrate. Es un mensaje de vital importancia y este animal está bastante cansado, así que no podrás forzarlo.

La chica asintió con la cabeza y salió despedida hacia una de las pequeñas casas. Por un momento temió que no fuera una simple rapaz que fuese a huir con el dinero, pero confió en que su buen criterio para ver el brillo de la honestidad en las miradas ajenas no se hubiera atrofiado. Sonriendo melancólicamente, sacó un puñado de zanahorias de su mochila y acercó una a la boca de la yegua, que la aceptó gustosa, antes de guardar el resto en el gran bolsillo de la capa.

—Parece que aquí nos despedimos. —Acarició su sedosa crin con una mano—. Hace poco que nos conocemos, pero has sido una gran compañera. Muchas gracias por tener tanta paciencia conmigo.

Cuando terminó de comer, relinchó y lamió repetidamente la mano de Vladaril, que sonreía con el corazón en un puño. Era la primera vez que sentía un vínculo tan fuerte con un animal. Tal vez fuera por el cansancio o porque tenía el corazón roto en mil pedazos... pero le dolía en el alma dejarla atrás y sabía que no la olvidaría mientras viviese.

Pero, precisamente por el aprecio que le tenía, no podía seguir exponiéndola al peligro. Vio de reojo que la chica volvía, corriendo y sujetando la misiva en la mano, y apoyó la frente contra la cabeza de su montura.

—Que tengas una buena vida, Nancy —murmuró, en lenguaje élfico.

—¡Ya estoy listo, señor Matt! —gritó Cat, deteniéndose a su lado.

—Es un trayecto corto, pero no vas muy bien preparada —la riñó el elfo, quitándose la capa—. Anda, ponte esto.

—L-lo siento... no suelo recorrer los caminos, así que no tengo ropa de viaje.

—Llévate también el sombrero —insistió Vladaril, colocándoselo sobre la cabeza.

—P-pero... No, no puedo acep-

—¿Acaso quieres desmayarte por una insolación? —la interrumpió.

La chica aceptó el regalo, cabizbaja, mientras él sentía un pinchazo de culpabilidad en el corazón. Era mucho más sencillo pensar un plan que ponía en riesgo a una persona inocente que ejecutarlo sin sentir remordimientos. Pero debía hacerlo... estaba convencido de que Mortimer terminaría adivinando que había seguido hacia el norte y necesitaba testigos que lo hubieran visto cabalgar en dirección a Gruvorstad. Mientras tanto, él podía desaparecer atravesando la cordillera hasta los infames Páramos, las tierras salvajes e inexploradas al norte de Garbantia.

—Intentaré estar de vuelta mañana. ¿Dónde podré encontrarlo?

—No, es mejor que pases la noche en Gruvorstad. No creo que nos volvamos a ver, Cat: debo marcharme hacia el sur.

—Pero el caballo...

—Ahora es tuya —la interrumpió—. Se llama Nancy. Le encantan las zanahorias, tienes algunas en el bolsillo de la capa.

Vladaril acarició el hocico del animal, luchando una vez más para contener las lágrimas, y la yegua resopló suavemente en respuesta.

—A tu regreso, puedes venderla y ganar un dinero extra para cuidar de tu hermano.

—No tengo palabras... muchísimas gracias, señor.

—Recuerda que tu misión es de vital importancia. —El elfo frunció el ceño—. Sin prisa, pero sin pausa, ¿de acuerdo? ¡Vamos, ve!

Asustada, la chica azuzó al animal, que dedicó un último relincho a su anterior dueño antes de aceptar la orden y empezar a trotar. Vladaril vio cómo la que ha sido su fiel compañera durante el viaje más peligroso de su vida se alejaba por el camino. Ya todo dependía de Mortimer y de su buen corazón. No dudaba que las encontraría, pero Nancy tenía muchas más posibilidades junto a esa pobre chica. Tal vez fuese implacable con sus enemigos, pero no lo imaginaba atacando a traición a una adolescente desarmada.

Tan solo esperaba no equivocarse.

Con lágrimas en los ojos, el elfo sacó su nueva —aunque no flamante— capa verde de la mochila y se la ató al cuello, echándose la capucha por encima. Cuando se dio cuenta de que debería recorrer el resto del camino a pie, el cansancio acumulado lo golpeó como un ariete. Todo se volvería mucho más difícil a partir de ese punto: los pasos de montaña que atravesaban la Cordillera de Tanatos eran transitables en aquella época del año, pero terriblemente traicioneros. Sin contar que lo que le esperaba más allá era una tierra inhóspita y peligrosa, hogar de monstruos, animales salvajes y tribus barbáricas.

Por desgracia, no podía permitirse perder ni un minuto. Se ajustó bien las tiras de la mochila y fue hacia el noreste donde, afortunadamente, ningún centinela vigilaba la salida. Ya no le convenía llamar la atención como antes, no vistiendo ese nuevo atuendo.

Nadie lo vio ni lo detuvo, así que, triste y extenuado, Vladaril inició el ascenso al monte Koppar.

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