Capítulo 19. La Villa Libre de Nostalkia
WingzemonX & Denisse-chan
CRÓNICAS del FÉNIX del MAR
CAPÍTULO 19
LA VILLA LIBRE DE NOSTALKIA
Casi una semana después de aquel cruento enfrentamiento con la medusa tiburón monstruo, y de paso también su primer combate de frente con un barco de la Marina Real, el Fénix del Mar navegaba bastante más tranquilo, y estaba a nada de llegar a su destino; un puerto seguro en el que podrían descansar, reabastecerse, y reparar los daños causados por la tormenta, el monstruo, y el cañonazo que habían recibido.
La tripulación, bajo la guía del Sr. Lloyd, se las había arreglado para realizar las reparaciones menores necesarias para que el barco siguiera su curso, pero era evidente para cualquiera que ocuparían bastante más tiempo, esfuerzo y material para que se restableciera por completo. Y, por algún motivo, esto parecía poner de un particular buen humor a Lloyd, que gran parte de esos días se las había pasado en su taller, haciendo sólo él sabía qué con exactitud, y la mayoría prefería mejor no saberlo.
Aquella mañana, en preparación a su ya pronto arribo, una parte importante de la tripulación estaba de pie desde temprano. El oficial Henry se encontraba al timón, la cocinera Kristy servía el desayuno, el navegante Katori se encargaba de cuidar que mantuvieran el rumbo, y la contramaestre Shui gritaba órdenes en la borda a todos sus hombres, en especial a aquellos que veía aunque fuera dos segundos holgazaneando. Pero quién no había hasta ese momento asomado la cara por ningún lado aún, era precisamente el capitán Jude.
La noche anterior, en celebración a que al día siguiente tocarían tierra al fin, los hombres se la habían pasado bebiendo y jugando a las cartas. Y, por supuesto, el capitán no pudo evitar ser parte de la celebración. Pero mientras la mayoría de los hombres estaban ya de pie, aunque fuera con resaca, esa noche de juerga tenía a Jude tirado en su cama, roncando de lo lindo.
Estaba tan profundamente sumergido en su sueño, que ni siquiera los estridentes llamados a la puerta de su camarote lograban perturbarlo. Y conforme pasaba el tiempo, la persona en el pasillo se exasperaba cada vez más al no recibir alguna respuesta.
—No puedo creerlo —murmuró Day, mirando con el ceño fruncido a la puerta cerrada. Con un brazo abrazaba contra sí el cuaderno de ejercicios que Jude le había dado, mientras con su mano libre golpeaba desesperada la gruesa puerta de madera.
Por supuesto, en su estado de juerga, el capitán no había sido capaz de recordar que, como los días anteriores, había citado a Day temprano para seguir con sus lecciones de lectura y escritura. O, quizás, se había sentido lo suficientemente capaz para levantarse por sí solo de todas formas, lo cual evidente no pudo.
—Él fue quien acordó la hora de nuestras clases, y me hace esto —farfulló molesta, dejando salir al instante un largo bostezo.
Day también se había desvelado, pero a diferencia del capitán, ella lo había hecho para terminar los ejercicios que le había dejado, y no para beber y apostar. Su rutina de esos últimos días había consistido en ir cada mañana temprano al camarote del capitán para tomar su lección del día, de una o dos horas; luego se retiraba a realizar sus labores diarias de la cocina y limpieza; y por último, dedicaba algunas horas antes de dormir en la privacidad de su cuarto para repasar su lección, y hacer sus ejercicios con el cuaderno y la pluma que Jude le había proporcionado.
Además de Jude, la única en el barco que sabía que tomaba clases con el capitán era Kristy; era una ventaja, ya que sería difícil realizar sus ejercicios a escondidas de ella si compartían cuarto.
Todo aquello resultaba ciertamente agotador, pero también gratificante a su modo, pues aunque fuera a pasos pequeños de bebé, Day comenzaba a sentir que entendía de qué iba todo eso. Era sorprendente ver cómo las letras, que para ella habían sido siempre nada más que garabatos y dibujos sin sentido, comenzaban a tomar forma y significado ante sus ojos. Aún no estaba en nivel de leer siquiera una línea de corrido, mucho menos escribirla. Pero tenía muy claro que lo lograría, tarde o temprano.
Claro, si es que su instructor estuviera tan comprometido con su enseñanza como lo estaba ella.
—Se va a acabar mi hora —soltó al aire como una queja, al seguir sin recibir respuesta. Decidida, acercó una mano a la manija de la puerta.
«Apuesto a que estaba tan borracho anoche, que ni siquiera tuvo el cuidado de cerrar la puerta antes de acostarse» pensó con una mezcla de amargura y reproche. Sorprendentemente, tenía razón. La puerta se abrió por completo sin ninguna oposición con el primer intento.
—Grandioso —murmuró Day con ironía. Asomó entonces un poco su cara hacia adentro, recorriendo su mirada por todo aquel espacio. No le sorprendió ver libros esparcidos por todo el suelo, platos de comida, y la visión de su descuidado capitán, tirado como un muñeco de trapo en la cama; su cabeza en esos momentos incluso colgaba de un costado del colchón. Traía puestos sólo sus pantalones, dejando su torso expuesto. Su respiración profunda y sonora inundaba el cuarto, como los ronquidos de un oso ebrio y gordo.
Day dejó escapar un pesado suspiro de resignación, y se permitió entonces ingresar al cuarto sin más.
—Con permiso —avisó de forma sarcástica, cerrando la puerta detrás de sí. Avanzó hacia la cama, pero a medio camino sus pies terminaron tropezándose con las botas del capitán, tiradas ahí a mitad del suelo. Day tuvo que dar pequeños saltos para recobrar el equilibrio y no caer, lo que por suerte resultaba más sencillo sin aquella molesta bola atada a su tobillo.
«Además de ebrio, es un descuidado, desordenado, desconsiderado, ruidoso, peleonero, testarudo...»
Mientras en su cabeza listaba todos los adjetivos negativos que conocía, y que encajaban con el loco capitán, Day se dirigió al escritorio y dejó sobre éste su cuaderno de ejercicios. Y, quizás jalada un poco por la fuerza de la costumbre debido a sus años como sirvienta, comenzó a moverse por el cuarto, recogiendo las botas del capitán, su camisa, su sombrero y su saco, para colocar todo en su sitio, que por supuesto no era el suelo. Todo aquello le tomó quizás unos cinco minutos, en los cuáles el durmiente pelirrojo en la cama no se había dignado aún a dar alguna señal de vida.
Ya incluso más molesta que antes, Day se aproximó a la cama dando fuertes pisotones, ahora sí con la clara intención de despertarlo, sin importar qué pasara a continuación. Se paró justo a un lado de él, y lo observó atentamente...
Muy atentamente.
Observó cómo su cabeza colgaba de un costado, y su larga y brillante cabellera rojiza caía libre como cascada hasta el suelo, dibujando una curiosa forma en éste como si de una pintura al óleo se tratase. Su torso desnudo dejaba a la vista de la sirvienta los músculos formados de su amplio pecho, abdomen y brazos, adornados estos de diferentes cicatrices, fruto de seguro de peleas pasadas. El capitán era alto y fuerte, eso lo tenía claro, pero no se había imaginado que tuviera bajo su gastado abrigo rojo un cuerpo tan... bien formado. Técnicamente esa no era la primera vez que ella observaba su torso desnudo, pero prefería mejor no pensar mucho en aquella primera ocasión real. Además, en ese momento estaba bastante alterada como para ponerse a observar de más lo que tenía delante de ella. Quizás debería haber puesto más atención...
«¡¿Qué tontería estás pensando, Day?!» se regañó a sí misma, y negó rápidamente con la cabeza intentando alejar cualquier rastro de ese pensamiento.
Decidió mover su atención hacia otro punto, pero aquello no resultó mucho mejor. El rostro de Jude, a pesar de estarlo viendo de cabeza, parecía apacible y tranquilo. Le adornaba una sutil sonrisa alegre, señal de que quizás estaba teniendo un agradable sueño. Day permaneció quieta, mirándolo quizás más tiempo del que ella misma se esperaba. Era extraño ver al capitán tan calmado y pacífico. Sería difícil adivinar por esa sola imagen que era un loco ruidoso y desalmado cuando estaba despierto.
Ensimismada en sus propios pensamientos, su cuerpo se agachó casi por sí solo, hasta colocarse de rodillas cerca de él. Su mano se dirigió con timidez hacia un mechón de ese cabello tan largo y de apariencia sedosa. Un cabello rojo como ese era bastante inusual en Kalisma; Day sólo lo había visto en marineros extranjeros que llegaban al puerto. Era por eso que inevitablemente desde que llegó al barco, había puesto sus ojos en esa melena de fuego, aunque no lo admitiría abiertamente.
Tomó el mechón delicadamente entre sus dedos, acariciándolo sutilmente con sus yemas.
«¡Es tan suave!» pensó sorprendida, con sus ojos bien abiertos. Titubeó un instante, miró hacia el rostro de Jude para asegurarse que seguía dormido, y sólo entonces se aventuró a aproximar aquel mechón rojo sangre hacia su rostro, lo suficiente como para percibir su aroma. «¡Y huele tan bien! ¿Cómo puede mantener su cabello tan bien cuidado viviendo en un barco como éste? ¡No es justo!»
La respiración de Jude cambió ligeramente, y dejó escapar un pequeño gemido. Day instintivamente se hizo hacia atrás, y se quedó quieta y en alerta. Creyó por un momento que se despertaría, pero pareció de inmediato volver a su estado anterior de reposo, sin mutarse. Day suspiró, y se percató de que aún sostenía el mechón en su mano. Y unos segundos después, sin darse cuenta del todo, comenzó a tejer una trenza, disfrutando del tacto de los cabellos entre sus dedos.
«¿Qué estoy haciendo?» se cuestionó a sí misma, pero no dejó aun así de hacerlo. Se encontraba tan sumida en su tarea, que no se percató del momento en que la respiración del capitán cambió una vez más, o de cuándo sus ojos comenzaron a abrirse perezosamente.
Jude, aún con su cabeza colgando, lo primero que distinguió de forma borrosa fue la silueta oscura de algo a unos centímetros de su cara. Esta imagen poco a poco se fue aclarando, hasta tomar la forma del reconocible rostro delgado de Day, con sus grandes ojos azules y cabellera negra que caía sobre su frente.
Un pequeño quejido de confusión se escapó de sus labios, sin poder de momento procesar del todo lo que veía. El sonido logró que Day al fin apartara su mirada de la trenza que armaba, y su mirada se cruzó directamente con los ojos dorados del capitán. Ambos se quedaron en silencio unos segundos, mirándose entre sí quietos como estatuas, hasta que el cerebro de Jude logró desperezarse lo suficiente para lograr reaccionar.
—¡¡Aaaah!! —gritó con fuerza por reflejo, y rápidamente jaló el torso para alzarse. Al hacerlo, sin embargo, y por la posición en la que se encontraban, su frente terminó golpeándose de lleno y directamente con la de Day.
—¡Auh! —exclamó la sirvienta adolorida por tal golpazo, cayendo de sentón hacia atrás y aferrando sus manos fuertemente a su frente.
A Jude no le fue mejor, pues el golpe lo hizo caer de lleno al suelo, en donde comenzó a revolcarse de dolor mientras se quejaba y pataleaba.
—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —exclamó molesto, sentándose rápidamente en el suelo, con una mano presionada contra su frente—. ¡¿En serio creíste que podrías matarme mientras dormía, asesina?! —gritó al tiempo que la señalaba con un dedo de forma acusadora.
—¡Yo no te quería matar, tonto! —se defendió Day con voz aguerrida, encarándolo; su frente se encontraba enrojecida por el golpe, igual que la de él—. Yo sólo...
Vaciló antes de poder darle forma a su respuesta, en especial cuando sus ojos se fijaron en la trenza a medio formar que colgaba en ese momento a un costado del rostro de Jude, y en la que aparentemente él no había reparado. Un ligero rubor se asomó en las mejillas de la sirvienta, e instintivamente desvió su mirada apenada hacia otro lado.
—¡Ya era la hora de nuestra clase! —exclamó Day intentando transmitir seguridad—. Pero tú seguías dormido, así que... quería despertarte... Y, bueno...
La vergüenza era más que palpable en su rostro, y era claro que incluso Jude notaría que había algo más además de lo que decía. Por un momento, al mirarlo de reojo, Day percibió que le diría algo o le cuestionaría más al respecto. En lugar de eso, sin embargo, el capitán adoptó rápidamente su actitud usual y espetó en alto:
—¡Ja! ¡¿Acaso crees que soy un tonto?! Sé muy bien lo que tramabas, ¡pero tendrás que esforzarte mucho más para tomarme por sorpresa, asesina!
Y sin más, comenzó a reír de esa forma estrepitosa y burlona que sólo él era capaz de emitir.
Fuera su intención o no, aquello ayudó a que Day recobrara su compostura perdida. Suspiró con pesadez, se puso rápidamente de pie, y pasó sus manos por su vestido de sirvienta para alisarlo un poco. Podría haberle señalado el hecho de que había entrado ahí sin la menor intención de no hacer ruido, y aun así él no había logrado despertarse ni un poco; eso sin mencionar que la puerta ni siquiera tenía seguro. Así que, si en verdad alguien quisiera matarlo, no la tendría muy difícil en realidad. Pero prefirió no darle más vueltas a eso y concentrarse en lo que en verdad importaba.
—Bueno, como te decía, se hace tarde. Deberías vestirte para que comencemos de una buena vez con la clase, porque además tuve que dejar a Kristy sola en la cocina.
—¿Eh? —exclamó Jude un tanto perdido por el comentario. Bajó entonces su mirada, notando en ese momento su torso desnudo—. ¿Qué?, ¿acaso te distraigo? —inquirió con tono burlón, cruzándose de brazos—. Creía que una asesina de tu calibre estaría mejor entrenada.
Day miró hacia otro lado, sin decir nada. Se sintió tentada a responderle algo, pero no creía tener las suficientes armas para desmentir su afirmación. Ciertamente sí la distraía bastante más de lo que admitiría, incluso a sí misma.
Jude se puso entonces de pie y se encaminó hacia donde Day había colgado sus ropas.
—Si quieres tener tu clase, al menos limpia un poco este desorden, Loreili —le ordenó, al tiempo que esquivaba un par de libros caídos.
Day resopló, inconforme.
—Sí, enseguida —masculló entre dientes, y empezó de mala gana a acomodar los libros en pilas a un lado.
Se aproximó también al escritorio para recoger algunos libros caídos debajo de éste. Sólo hasta ese momento se percató de algo bastante llamativo sobre el mueble, que no había visto cuando colocó su cuaderno de ejercicios. Extendido en el centro, cerca de la silla, se encontraba un mapa en pergamino opaco, bastante grande como para ocupar la mitad del escritorio. Day se inclinó sobre éste, y pasó sus dedos lentamente sobre las líneas trazadas en él. Los sitios que mostraba no le resultaron nada familiares, pero le llamó principalmente la atención un conjunto de islas en la parte superior; eran decenas de ellas. Alguien, muy probablemente Jude, había trazado con tinta más oscura varias líneas, y notas al margen que, por supuesto, ella no lograría entender con su nivel de lectura actual, aunque lo intentara.
—¿Hiciste las repeticiones que te encargué? —exclamó a sus espaldas la voz de Jude, mientras se colocaba su camisa negra—. Más te vale no haber olvidado tu tarea.
Day oyó que le hablaba, pero no pareció comprender del todo su pregunta. Su atención, por algún motivo, se había concentrado por completo en aquel mapa.
—Es muy grande —susurró por lo bajo—. ¿En verdad el mar es así de extenso?
Ya con su característico abrigo rojo puesto, Jude se giró a mirarla, y sólo entonces notó lo que ella observaba con tanto interés.
—Oye, ten cuidado con eso, que me ha tomado tres noches marcarlo —le indicó con severidad, al tiempo que se aproximaba con paso rápido a ella—. El mar es muchísimo más extenso; ese es sólo un mapa del mar noreste.
Day asintió, aún ensimismada, dejando que las palabras de él cayeran poco a poco. Le asombraba la idea de que el mar fuera mucho más grande que eso.
—¿Y estamos actualmente en algún sitio de aquí? —preguntó con curiosidad, señalando con su dedo hacia el mapa.
—Oh, no —rio Jude, divertido, ya en ese momento de pie a su lado mirando hacia lo mismo que ella—. Estamos de hecho bastante lejos del mar del noreste en estos momentos. Luego de enseñarte a leer, tengo que enseñarte un poco de geografía básica, porque se nota que estás un poco pérdida.
Normalmente aquello le hubiera molestado, pero Day tenía su mente bastante ocupada en otras cosas como para que eso le afectara demasiado. El único mapa que había visto en su vida fue el que estaba colgando en el despacho del regente en la mansión, y era un mapa local de Turell, más enfocado en la ciudad y sus alrededores, y sólo mostraba una pequeña parte del mar en la zona del puerto.
¿Hasta dónde se extendería...? Era lógico pensar que debía ser bastante inmenso. Después de todo, llevaba ya varios días viajando en ese barco, en los cuales no había visto a su alrededor más que aguas azules. Aunque una pregunta más pertinente sería: ¿por qué le causaba tan extraña emoción pensar en ello?
—¿Y por qué lo tienes aquí? —preguntó de pronto con curiosidad, volteándolo a ver directamente—. ¿Estás buscando algo?
Jude se sobresaltó un poco ante su pregunta.
—Bueno... —murmuró dubitativo—. Es un pequeño proyecto en el que he estado trabajando... Pero, ¡basta de preguntas! ¿No viniste a estudiar? Muéstrame tu tarea.
Le extendió entonces una mano, exigiéndole que le entregara lo solicitado.
—Está bien, está bien —murmuró Day molesta, al tiempo que tomaba su cuaderno de ejercicio—. No tienes por qué ser siempre tan explosivo por todo, ¿sabes? —le recriminó con un hilito de voz, mirándolo de reojo.
Algo curioso que había pasado en esos días que habían pasado juntos, era que Day había comenzado, casi sin darse cuenta, a llamarlo de "tú" con bastante más regularidad. Él, por su parte, no había hecho hasta ese momento algún comentario al respecto para corregirla, por lo que quizás no lo había notado, o quizás no le importaba.
—Toma —pronunció Day de malagana, extendiéndole el cuaderno. Jude le había encargado cada día ciertas tareas a realizar antes de su siguiente lección, y la del día anterior consistía en intentar escribir cada letra del abecedario Kalismeño en su cuaderno, al menos diez veces cada una, y con el trazo más limpio que le fuera posible.
Jude tomó el cuaderno, lo abrió y lo hojeó hasta las últimas hojas, observándolas con una expresión indescifrable en su rostro, que a Day sólo puso aún más nerviosa.
—Lo... hice lo mejor que pude, ¡¿de acuerdo?! —exclamó defensiva, aún antes de que Jude dijera nada, y se cruzó de brazos con cierto nerviosismo. Había hecho la tarea por completo, pero una parte de ella se apenaba mucho por las notables patas de araña que parecían las letras que había dibujado. Realmente intentó hacerlas lo más parecidas a las del libro, justo como él le había indicado, pero no estaba conforme ni segura del resultado—. ¿Y bien? —preguntó un poco ansiosa, luego de un rato sin que Jude dijera nada—. ¿Cómo lo hice...?
Jude siguió callado un rato más, limitándose a recorrer lentamente su mirada por las hojas del cuaderno, letra por letra.
—Necesitas mejorar muchísimo tu caligrafía —suspiró con tono de queja. Pero justo después cerró el cuaderno, y se giró a mirarla de soslayo con una sonrisita astuta en los labios—. Fuera de eso, lo hiciste bastante bien, asesina. Ya comienza a verse un progreso notable aquí.
Day se sobresaltó sorprendida al escucharlo. Ella estaba más que preparada para recibir algún regaño ruidoso y molesto de su parte, y responderle como tal del mismo modo. Sin embargo, en lugar de eso, el escuchar aquellas palabras provocó que su rostro se iluminara de emoción, y sus ojos se abrieron grandes y miraran al capitán con sumo interés.
—¿De... de verdad? —preguntó, insegura—. ¿En verdad ves mejora? ¡No es otra de tus tontas bromas!, ¿verdad?
—Nada de bromas —recalcó Jude, negando con la cabeza—. No esta vez, al menos.
Caminó entonces hacia el escritorio, e hizo algunos libros a un lado para poder colocar el cuaderno abierto sobre él, además del mismo libro que habían estado repasando esos días, en específico en las páginas que listaban los diferentes caracteres del abecedario Kalismeño, incluyendo los más actuales.
—Mira, éste es un fallo común cuando vas empezando a escribir, ¿ves? —dijo Jude con un inusual tono serio, inclinado sobre el cuaderno y señalando con su dedo hacia una fila en específico de las series que Day había hecho—. El gancho al final de esta letra es hacia al otro lado, ¿ves? Es usual que por el movimiento tu mano lo haga al revés de forma natural, pero debe ser así ya que debe unirse a la letra que le sigue, y así formar un solo carácter. Observa.
Jude tomó una pluma y tinta, y comenzó a trazar sobre una hoja en blanco tres ejemplos de lo que se refería. Day se aproximó y se inclinó sobre el cuaderno también para observar con sumo interés su ejemplo, y entender lo mejor posible la explicación. Le impresionó además contemplar el trazo delicado y fluido de la mano de Jude sobre el papel. Le resultaba fascinante que pudiera hacerlo de esa forma, contrastando bastante con ella que cada trazo individual le resultaba por sí solo un reto para que saliera derecho.
—¿Lo entiendes? —recalcó Jude una vez que terminó su ejemplo, aproximando más el libro hacia ella para que pudiera verlo mejor—. De la otra forma puede resultar confuso. Además que con el tiempo tu mano se irá acostumbrando sola al movimiento, y lo harás sin siquiera pensarlo.
—Ya veo —murmuró Day, pensativa. Jude podía ser bastante molesto la mayor parte del tiempo, y sus críticas algo incómodas de recibir. Pero debía admitir que cuando se ponía serio en su plan de maestro, se esforzaba por darle buenos consejos. Además de que tenía una voz bastante clara al momento de explicar las cosas—. Entonces, sólo tengo que dirigir mi mano sin dudar a la derecha, ¿verdad?
—¡Correcto! —exclamó Jude en alto, y a Day le pareció percibir incluso un rastro de orgullo en su voz—. Practicar escribiendo tu nombre te puede servir, ya que por su estructura tiene un par de sílabas que se componen de esto te digo.
El capitán volvió a escribir más abajo en la misma hoja, una sola palabra de siete palabras:
—Loreili, ¿ves? Ahora intenta escribirlo tú, al menos unas diez veces. Y procura trazar cada letra en un sólo movimiento fluido, sin despejar la pluma del papel.
Day asintió rápidamente con decisión.
—De acuerdo, ¡lo intentaré! —exclamó con firmeza en su voz, y sin dudarlo tomó la pluma con una mano y se inclinó sobre el cuaderno para comenzar a realizar el ejercicio justo como se lo había indicado.
Trazó cada letra del primer "Loreili" con muchísimo cuidado. Y aunque no le quedaron tan bonitas como las del capitán, al menos cumplía con su condición de no separar la pluma del papel. Cuando estaba en la tercera letra de la segunda repetición, sin embargo, se detuvo de pronto en cuanto una pequeña revelación le cruzó la cabeza.
—Un momento —susurró entrecerrando los ojos, y se giró a mirar a Jude rápidamente—. Pero yo no me llamo Loreili... ¿Por qué no me enseñas primero a escribir mi nombre real y no ese extraño sobrenombre que sólo tú usas?
—¡Menos queja y más escritura! —le reprendió Jude con tono cortante.
Day resopló, inconforme pero resignada, y siguió escribiendo letra a letra aquel nombre, tomando como referencia el que Jude había hecho para no errar.
—Tienes la mano muy tensa —soltó el capitán como otra de sus reprimendas, mientras observaba por encima del hombro de ella lo que hacía—. Tienes que empezar a soltarla más; déjala que fluya con el movimiento.
Al tiempo que daba aquella instrucción, se posicionó justo detrás de Day, y dirigió sin titubeo una de sus manos hacia la de la muchacha con la que sostenía la pluma, apretándola ligeramente entre sus dedos.
Day respingó, poniéndose tensa de golpe por el repentino contacto de sus manos, que la había puesto bastante más nerviosa de lo que se hubiera imaginado.
—Sólo relájate y deja que te guíe —susurró Jude despacio, con su rostro a un costado del de ella, quizás ignorante (quizás no) de la reacción que acababa de provocarle. Sin más, comenzó a mover la mano de Day con la suya, haciendo que se moviera a su ritmo y forma, y que las letras del nombre se fueran plasmando en al papel una detrás de la otra.
Day temblaba nerviosa, aunque en esa ocasión no precisamente porque le preocupara hacerlo mal, y eso lo tenía muy claro. Pero lo más extraño, y que ocupaba la mente de Day mucho más que cualquier otra cosa, era por qué no simplemente retiraba su mano de la suya, se apartaba de él, y le propinaba una de sus buenas bofetadas por el atrevimiento de tocarla de esa forma; difícilmente podría creerse que eso lo hacía con meros fines educativos. Y unos días atrás, estaba más que segura de que lo hubiera hecho sin chistar.
Y sin embargo, ahí estaba, en silencio, y dejando que él moviera su mano con total libertad. Y en lugar de sentir rechazo ante tal acción, pareció sumirse más y más en la sensación cálida de la mano de su capitán contra la suya, en especial en ese momento que él no traía sus guantes y lograba percibir plenamente la sensación de la piel del pelirrojo contra la suya. Day sintió que se perdía un poco en el momento, tanto así que no se percató de que ya habían terminado de escribir el nombre, hasta que Jude apartó su mano, y eso la hizo reaccionar.
Una vez que Jude la soltó, ella instintivamente dio un paso hacia un lado para crear aunque fuera un poco de distancia entre ambos. Miró nerviosa hacia un lado, y sus dedos tímidos acomodaron uno de sus mechones oscuros detrás de su oreja.
—¿Acaso así te... enseñaron a escribir a ti? —cuestionó en voz baja, en parte quizás rozando en un reproche, en parte como una pregunta genuina.
—Algo parecido —respondió Jude con tono burlón, cruzándose de brazos—. La clave es la práctica, asesina. No hay habilidad que no puedas dominar sin práctica. Pero eso ya lo sabes, ¿no? Tu notoria dedicación y entusiasmo, será lo único que compensará tus demás deficiencias.
—¿Deficiencias? —susurró Day despacio entre dientes, su tono tornándose más grave como respuesta a tal comentario—. ¿Se supone que debo tomar eso como un halago?
—Tómatelo como quieras, asesina —le respondió Jude con un tono juguetón al tiempo que le daba un par de palmaditas en su cabeza, que por supuesto no hicieron mucho por calmarla—. Ahora sigue practicando justo como lo acabamos de hacer. Si tienes alguna duda, me dices.
Antes de que Day pudiera decir algo más, él avanzó rodeando el escritorio en dirección a su silla. Day rodó los ojos, y se concentró de nuevo en su ejercicio, aunque parte de sus pensamientos divagaban inevitablemente en el extraño capitán pirata, y en su aún más extraña actitud. Cada vez que pensaba ya haberse acostumbrado, o incluso comprendido, su forma de ser, salía de repente con alguna otra cosa.
¿Qué pensaba ese hombre de ella realmente? ¿Todo era un juego para él? ¿El estarle enseñando a leer y escribir lo consideraba algún tipo de caridad? ¿Un acto para aliviar su culpa? ¿O genuinamente le interesaba ayudarla? Era difícil decirlo; dependiendo del momento, parecía ser una cosa o la otra.
Jude se aproximó a la silla detrás del escritorio y se dejó caer en éste. Rebuscó rápidamente entre los diferentes libros apilados sobre el escritorio, hasta encontrar justo el que buscaba.
—Aquí estabas —murmuró con tono animado, tomando entre sus manos un pequeño libro de forro de piel. Abrió el libro por el centro, en la página que tenía marcada con su separador desde el día anterior, se apoyó contra el respaldo de su silla y subió sus pies de forma relajada al escritorio para así retomar su lectura.
Day lo miró de reojo unos segundos, pero rápidamente se concentró de nuevo en escribir todos los "Loreili" que le había pedido, y quizás un par más. Sin embargo, entre cada repetición que terminaba, su mirada se desviaba sutilmente en dirección al capitán al otro lado del escritorio. Le llamaba la atención en especial la expresión concentrada, pero al mismo tiempo animosa, que el pelirrojo tenía en su rostro mientras pasaba las páginas de aquel pequeño librito.
—Sí, sí; esto es justo lo que buscaba —exclamó Jude de pronto tras un largo rato de silencio, y eso hizo que Day agachara su vista al papel instintivamente, como si temiera que él notara que lo estaba viendo. Aun así, pudo ver de reojo como tomaba presuroso papel y pluma, y comenzaba a hacer anotaciones, turnando su vista entre el papel y el libro.
Parecía en verdad entusiasmado; más que otras ocasiones. Eso inevitablemente despertó la curiosidad de Day, lo suficiente para alzar la mirada sólo lo suficiente de sus planas, y animarse a romper el silencio y preguntarle:
—¿Qué estás haciendo? Te he visto algo extraño últimamente. No tu "extraño" habitual, sino de... otro tipo.
—¡Ja!, por supuesto querrías que te dijera —exclamó Jude con marcada jactancia, sin mirarla—. Para que así puedas compartir mis planes con tus jefes, ¿no? ¡Pero no te lo dejaré tan fácil!
Day suspiró.
—Bien, no me lo digas.
Sin más volvió su atención a la hoja, y a escribir "Loreili" por octava vez. Jude la miró de reojo, casi como si esperara que le insistiera un poco. Tras ser evidente que no sería así, volvió su atención al libro, pero igual comenzó a hablar al aire en voz alta, como si fuera una declaración ante un público.
—Si tanto te interesa, te diré que éste es uno de los pocos ejemplares que quedan del Diario de Robert Johans; un libro prácticamente imposible de conseguir luego de que tu rey decidiera darle caza a cualquier publicación escrita que, según él, alentara la piratería, e hiciera grotescas pilas de libros para quemarlos todos.
Day notó algo inusual en su voz al relatar aquello. No era su tono burlón y desafiante habitual, sino que incluso sonaba algo... enojado; un enojo real, no uno fingido o sobreactuado.
—¿Sabes quién fue Robert Johans? —le preguntó de pronto, volteándola a ver. Day negó lentamente con la cabeza—. Fue un explorador e historiador, que viajó durante dos años en el barco de ni más ni menos que Jake el Demonio, antes de que comenzara la gran cacería de piratas del rey Leonardo. Y documentó cada una de sus experiencias en este libro. Es un pedazo valioso de historia, pero a tu rey eso no le importó. No sabes lo mucho que me costó conseguirlo.
—Deja de decir que es mi rey —exclamó Day con brusquedad, destanteando un poco a Jude—. Que no sea una... pirata o ladrona como tú, no significa que a mí me gusten las cosas que ese hombre hace, o no hace. Pero cuando alguien es pobre y huérfana como yo, tienes que preocuparte más para sobrevivir como puedes. Pero, ¿tú qué vas a saber de eso? Se nota que naciste en una buena familia, que te mandó a la escuela y pudiste aprender a leer y todo eso desde niño...
Jude enmudeció ante sus palabras, y a Day le pareció percibir un ligero rastro de vergüenza en su mirada; de nuevo, una genuina, no una actuada, o al menos así le pareció. Eso hizo que Day se arrepintiera un poco de sus palabras; quizás se había pasado con su comentario.
Carraspeó un poco, e intentó recuperar rápidamente la compostura.
—En todo caso, si ese libro es tan importante y no confías en mí, ¿por qué me estás contando esto?
Jude se sobresaltó al escuchar su pregunta, y vaciló un poco antes de responder.
—Pues, porque... —Calló de golpe, y miró pensativo hacia un lado. Lo cierto era que no tenía un motivo para hacerlo; simplemente le había nacido—. Pues... ¡¿Por qué me preguntas tú lo que estoy haciendo en lugar de trabajar en tus ejercicios?! —soltó de golpe con tono de recriminación—. ¡¿Acaso no quieres aprender a escribir o qué?!
—¿Ah? —exclamó Day, siendo ahora su turno de quedarse estupefacta ante el cuestionamiento. Balbuceó un poco, dubitativa, mientras jugaba con la plumilla entre sus dedos. La verdad era que ella tampoco tenía motivo para interesarse en asuntos piratas que no le concernían—. Bueno, eso es porque... te ves muy entusiasmado, y hay un brillo inusual en tus ojos en estos momentos. Y supuse que era por ese pequeño librito que has estado leyendo. Y aunque yo aún no pueda leerlo, o algún otro de los que están en esta habitación, creo que tu sola sonrisa me contagia tu emoción de cierta forma...
Day sintió que sus mejillas se acaloraban conforme iba diciendo aquello. ¿Por qué lo había dicho tan de repente? No solía ser tan abierta con sus pensamientos, mucho menos con él. Pero eso había ido cambiando en esos días, de una forma de la que Day no había sido tan consciente como en ese momento. Era como si supiera que podía compartir cualquier cosa con ese extraño hombre, y él de alguna forma la comprendería.
Jude la miraba en silencio; su expresión le resultaba indescifrable. No estaba segura si sus palabras lo habían molestado, alegrado o incomodado. Pero la forma en la que la miraba en ese momento no le resultó molesta ni desagradable. De hecho, la percibía bastante cándida. Tenía deseos de pedirle directamente que le dijera qué era lo que pasaba por esa cabeza suya en esos momentos; qué era lo que pensaba de verdad. Incluso su boca se abrió con la intención de hacerlo, pero no surgieron palabras de ella. Y un segundo después...
—¡¡Tierra a la vista!! —se escuchó que la voz resonante de uno de los tripulantes exclamada con ahínco desde la cubierta.
Aquello hizo que tanto Day como Jude alzaran sus rostros expectantes, y éste último prácticamente saltara de su silla.
—¡Bien! ¡Al fin vamos a llegar! —exclamó el capitán con júbilo. Cerró entonces su libro y lo dejó sobre el escritorio—. Ven, Loreili. No querrás perderte nuestra llegada.
Sin más, comenzó a avanzar presuroso hacia la puerta. Tomó su sombrero y se lo acomodó rápido en la cabeza.
—¡Vamos! ¿Qué esperas?
—Ah, está bien —murmuró Day dubitativa, pero aun así lo siguió hacia el pasillo.
— — — —
Cuando Jude y Day llegaron a cubierta, el movimiento constante de todos los tripulantes yendo y viniendo de un lado a otro en preparación a su próximo desembarque, ciertamente agobió un poco a la sirvienta, e instintivamente se hizo a un lado para no estorbar.
—Llegaremos aproximadamente en treinta minutos —indicó la voz férrea de Henry desde el timón—. Estamos en territorio amigo, así que alcen la bandera en alto para que puedan verla desde el puerto.
Un par de los tripulantes se apresuró al instante a cumplir con su orden.
—¿Territorio amigo? —susurró Day, pensativa, siguiendo con la mirada al hombre que jalaba la cuerda para subir la bandera en su improvisado mástil, reemplazando el que se había roto durante el último ataque—. ¿Dónde estamos exactamente? —soltó al aire, aunque no estaba segura si la pregunta era para alguien, o sólo para sí misma.
Lo único que Jude le había dicho hace un rato, era que estaban lejos del mar del noreste, lo cual por sí solo no le decía nada ya que ni siquiera ubicaba bien donde se encontraba dicho mar.
Miró entonces hacia la proa y más allá, hacía la formación de montañas que comenzaba a verse a lo lejos; el primer indicio de tierra que veía luego de todas esas semanas viajando en el Fénix del Mar. Instintivamente se aproximó al barandal, apoyó ambas manos en éste, y contempló en silencio el horizonte. ¿Era ahí a dónde se dirigían?
—Ese es nuestro objetivo, Loreili —escuchó que la sonora voz de Jude pronunciaba al colocarse a su lado. El capitán sujetaba en ese momento un catalejo contra su ojo, para mirar a la distancia—. La Villa Libre de Nostalkia.
—¿Nostalkia? —susurró Day despacio, pronunciando aquel nombre desconocido para ella, pero que a la vez dejaba un sabor familiar en su lengua al decirlo. Recordaba que Kristy lo había mencionado en aquella ocasión en la cocina, e igual lo había oído de labios de algunos otros miembros de la tripulación. Sin embargo, no creía haber escuchado de ese sitio antes, ni siquiera de boca de ningún marinero del puerto de Turell o de algún visitante de la mansión.
—Lo de "libre" es más un decir, que otra cosa —añadió de pronto Lloyd, parándose frente al barandal a su otro lado—. Oficialmente seguimos dentro del territorio de Kalisma, pero en un extremo al que no suelen ponerle mucha atención. El sitio ideal para una banda de inadaptados como nosotros.
—Entonces, ¿la Marina Real no los buscará aquí? —preguntó Day, un poco escéptica
—Para nada —declaró Jude con bastante convicción—. Pasarán semanas antes de que esos mentecatos puedan seguirnos el rastro; eso si es que mi medusa tiburón los hizo pedazos.
—¿Tu medusa tiburón? —rio Lloyd, sarcástico—. Da igual, lo importante es que ahí podremos descansar, y estar tranquilos un par de días, en lo que realizo las reparaciones del barco.
—Siempre y cuando no intentes matar a nadie mientras estemos aquí —indicó Jude con tono burlón, acompañado además de una palmada contra la espalda de Day, que casi la hizo inclinarse sobre el barandal, sino fuera porque pataleó rápidamente para evitar caer.
—¡Oye! —exclamó molesta, girándose hacia él cuando logró ya recuperar la compostura, pero para ese momento Jude ya se había movido a otro lado de la cubierta para gritarle órdenes a sus hombres.
Day lo contempló con el ceño fruncido unos segundos, y luego se giró una vez más hacia la lejana costa. ¿En verdad se trataba de un sitio seguro? Le atemorizaba un poco imaginarse exactamente qué sería un "sitio seguro" para una banda de piratas. Su imaginación no tardó en ofrecerle las peores opciones que podía darle.
— — — —
Para decepción de Day, o más bien alivio dependiendo de cómo lo viera, conforme más se acercaban al puerto, más claro era que éste se apartaba bastante de lo que sus imaginaciones habían dibujado. La Villa Libre de Nostalkia, como Jude la había llamado, parecía tratarse de un pequeño pueblo, bastante bonito y pintoresco, construido a las faldas de una alta y larga cadena montañosa, cubierta en esos momentos de un frondoso verde. Sus edificios eran todos muy coloridos, resaltando tonos rosados, amarillos, verdes y azules, que distaban mucho de los opacos grises y beiges que Day estaba acostumbrada a ver en Turell.
El puerto era igualmente pequeño, poblado por apenas un par de barcos pesqueros, y unos cuántos botes más pequeños. Pero lo que más sorprendió a la Srta. Barlton, fue ver a una numerosa multitud de personas reunidas en el entablado del muelle, cientos de ellos, agitando sus manos en el aire y gritando con emoción mientras observaban el Fénix del Mar anclando en su puesto asignado. Incluso le pareció escuchar un poco de música venir de algún lado, como si hubieran llegado a la mitad de un festival.
«¿Cómo es que estas personas los reciben con tanta alegría?» pensó Day con incredulidad. «Pero, ¿saben bien quiénes son?»
Cuando estuvieron más cerca, a Day le llamó la atención ver entre la multitud las caritas sonrientes y animadas de varios niños y niñas de diferentes edades. Y pudo escuchar entre el ruido sus vocecillas pronunciar:
—¡Es el Fénix del Mar! ¡Te lo dije!
—Se ve un poco roto. ¿Qué le pasó?
—¡De seguro tuvieron una increíble batalla!
«Ni se lo imaginan» pensó Day, soltando justo después un pesado suspiro.
De pronto, cuando el barco estaba ya detenido en su sitio, Day sintió como las miradas de varias de esas personas se fijaba justo en ella, en especial la de los niños.
—¡Hola! —exclamó en alto una pequeña niña de no más de seis años, agitando su manita frenética en el aire—. Hola, Srta. Pirata.
Day se sobresaltó, y miró frenética a su alrededor para asegurarse de que no le hablaban a nadie más. Parecía que en efecto no era así.
—Ah, hola —masculló un tanto nerviosa, alzando una mano para regresarles el saludo. La niña y sus acompañantes parecieron ponerse aún más emocionados que antes.
«¿Qué les pasa...?»
No tardaron mucho en colocar el tablón para el desembarco. Y, por supuesto, el primero en bajar, con paso seguro y agitando sus brazos de forma teatral, fue el mismísimo Jude el Carmesí, y detrás de él venían el resto de sus hombres.
—¡Ahoy! Hola una vez más, Villa de Nostalkia —exclamó en alto con su estruendosa y característica voz—. Gracias por tan cálido recibimiento como siempre, amigos míos.
—¡Jude! —gritaron los niños de la multitud al unísono, y todos se dirigieron al mismo tiempo contra él, comenzando a rodearlo, e incluso parecían querer escalar por él como si de un alto árbol se tratase—. ¡Volviste!
Jude rio con energía, mientras avanzaba con todo y la masa de niños que lo rodeaba.
—Oigan, tranquilos; yo también los extrañé.
—¿Qué le pasó al barco? —preguntó uno de los pequeños.
—¿Lo estrellaste contra las rocas?
—¡Yo no estrellé nada! —exclamó Jude con tono defensivo.
—Poco le faltó —se escuchó como pronunciaba Shui con tono burlón al pasar a su lado, tomándose sin embargo la oportunidad de darle un fuerte zape en la cabeza de pasada, tumbando así su sombrero.
—¡Tú cállate, Julieta! —le gritó molesto, al tiempo que recogía y se acomodaba de nuevo el sombrero. De inmediato adoptó una postura más segura, incluso un tanto pretenciosa—. La verdad es que, aunque no lo crean, ¡estos daños los hizo un enorme y feroz monstruo marino! —espetó con fuerza, extendiendo una mano hacia el barco.
Todos los niños pusieron caras de asombro, abriendo muy grandes sus bocas y ojos.
—¡¿De verdad?!
—¡¿Un monstruo de verdad?!
—¡¿Y lo derrotaste, Jude?!
—¡Claro que lo derroté! —respondió el pelirrojo con firmeza en su voz—. Y eso no es todo, ¿ven ese agujero parchado en la proa? —añadió señalando directo a un punto en el casco que Lloyd y sus ayudantes se las habían ingeniado para cubrir con maderos—. ¡Lo hizo ni más ni menos que una bala disparada por una las máquinas de muerte de la Marina Real! A los que también les di su merecido el mismo día.
—¡No es cierto! —gritaron algunos de los niños.
—¡¿Cómo lo hiciste?! ¡Cuéntanos!
—¡Sí! ¡Cuéntanos!
Los niños comenzaron a gritar y saltar exaltados, exigiendo que les contara toda la historia completa. Y Jude reía y jugueteaba con ellos, sólo aumentando más su emoción.
Aún desde el barco, Day observaba todo aquello con curiosidad, apoyada contra el barandal de cubierta.
«Así que además de todo, también es bueno con los niños» pensó reflexiva. «Supongo que tiene sentido. Después de todo, él mismo es un niño gigante»
Sin apartar demasiado su vista de Jude y los pequeños, avanzó hacia el tablón para bajar junto con el resto. Kristy no tardó en reunirse con ella.
—¿Qué te parece, Day? —preguntó la joven cocinera, risueña—. ¿No es un sitio lindo?
—Eso creo —susurró la sirvienta, algo distante. Toda la situación la tenía aún bastante confundida.
Mientras Jude entretenía a los niños, el resto de la tripulación se fue acercando a las demás personas en el puerto, que igualmente los recibía con júbilo, los abrazaba y estrechaba sus manos.
—Miren chicas, es Henry —le susurró una jovencita de pecas a sus amigas en cuanto vieron pasar a su lado al segundo al mano del Fénix del Mar.
—Hola, oficial Henry —lo saludaron todas al unísono con tono cantarín. El primer oficial las miró y les ofreció una de sus sonrisas más cándidas y galantes.
—Señoritas —las saludó, acompañado de un discreto y respetuoso asentimiento de su cabeza. Esto fue suficiente para que las chicas soltaran un largo gritito de emoción, y tuvieran que desviar sus miradas por la pena.
Henry se aproximó hacia la gente, estrechando las manos de cualquiera que se lo ofreciera, y saludando con amabilidad y por nombre a cada uno.
—¡¿Dónde están mis niños?! —se escuchó de pronto una voz que sobresalía por encima de todas las demás—. ¡A un lado!, ¡déjenme pasar!
Rápidamente alguien se abrió paso entre la gente, aunque incluso tuviera que empujar con rudeza a un par de hombres para lograrlo. De un momento a otro, ante Henry apareció el rostro redondo de una mujer robusta de mediana edad, de estatura baja, y cabello castaño corto sujeto en una cebolla. Usaba un vestido largo de colores opacos, y sobre éste un delantal blanco, algo sucio de grasa y manchas de comida. En cuanto sus ojos se enfocaron en el apuesto hombre de cabellos rubios, su rostro se iluminó de alegría como el mismo sol.
—¡Henry! ¡Ven acá, muchacho! —exclamó la mujer en alto, rodeándolo con fuerza con sus gruesos brazos y pegándolo contra ella.
—Sra. Cecilia, qué gusto volver a verla —pronunció el primer oficial con una amplia sonrisa, aunque sólo logrando alzar su voz lo más que aquel fuerte abrazo se lo permitía.
—Pero mírate, te ves delgado —indicó la mujer, apartándose un poco para poder verlo mejor, pasando además sus manos por sus brazos—. Apuesto que no han podido comer como se debe, ¿no es así? —le cuestionó con un marcado tono de regaño.
—Nos hemos alimentado lo mejor posible, se lo aseguro —respondió Henry con calma, aunque alzando sus manos al frente en son de paz—. Hemos pasado por algunos días difíciles, no le mentiré. Pero estamos bien.
La Sra. Cecilia lo miró con los ojos entrecerrados con cierta desconfianza, pero rápidamente volvió a sonreír alegre.
—¿Y dónde está ese idiota?, ¿eh? —preguntó risueña, y entonces recorrió su mirada por el gentío, hasta que divisó la nada discreta cabellera rojiza de Jude, moviéndose junto con los niños—. ¡Ajá! ¡¿Crees poder esconderte de mí, mequetrefe?!
De la nada, la Sra. Cecilia comenzó a correr en su dirección, como un toro en estampida. Y antes de que Jude pudiera siquiera girarse por completo hacia ella, la voluptuosa mujer lo tacleó de lleno con todo su cuerpo por la espalda. Y acompañado de un largo grito de confusión, el cuerpo del capitán salió disparado hacia adelante, volando por el aire hasta caer de narices al entablado de muelle, justo a los pies de Kristy y Day.
—¡Ah! —exclamó esta última sobresaltada, pegándose por instinto contra Kristy—. ¿Qué pasó? —preguntó nerviosa, mientras contemplaba al capitán tirado en el piso.
—Esa maldita mujer... —masculló Jude furioso entre dientes, mientras comenzaba lentamente a levantarse. Antes de que lo lograra, sin embargo, la mujer que lo había tirado lo tomó firme de los brazos y lo alzó de un tirón.
—¡Siempre descuidando tu retaguardia, chico! —exclamó Cecilia en alto con voz risueña mientras lo sujetaba—. ¿Qué te digo siempre? ¡Protege tu retaguardia!
—¡Fue porque me tomaste por sorpresa! —farfulló Jude, molesto.
—¿Y cómo crees que usualmente te atacarán por la retaguardia, niño tonto...? ¿Qué es esto?
Cecilia tomó entonces entre sus dedos un pedazo del cabello rojo de Jude, o más bien lo que a todas luces era una trenza a medio armar, y lo observó con curiosidad. Day se puso tensa de golpe al notar esto, soltando sin querer un pequeño gritito que inevitablemente captó la atención de la mujer desconocida.
—¿Qué es qué...? —masculló Jude, ligeramente preocupado, pero Cecilia lo ignoró, e incluso lo empujó hacia un lado para apartarlo, provocando que volviera a caer al suelo con demasiada facilidad.
—Ah, veo una cara nueva por aquí —murmuró la Sra. Cecilia con entusiasmo. Se talló sus manos entre sí y dio un par de pasos más en dirección a la joven con atuendo de sirvienta—. ¿Y tú quién eres, querida?
—Ah, yo... —balbuceó Day, presa de los nervios. Por suerte, Kristy salió rápidamente a su rescate.
—Sra. Cecilia, déjeme presentarle a nuestro nuevo... miembro temporal de la tripulación. Ella es Day Barlton, nuestra... Subjefa de Limpia Pisos... o algo así. Day, ella es la Sra. Cecilia, la dueña de la posada del pueblo, y se podría que la líder no oficial de Nostalkia.
—Títulos más, títulos menos —exclamó la mujer, agitando sus manos con indiferencia en el aire—. ¡Vengan aquí las dos! —gritó en alto, y sin espera rodeó a ambas chicas en sus brazos, apretándolas muy fuerte y jalándolas hacia ella—. ¡Kristyta!, ¡has crecido mucho! Te has puesto más hermosa que nunca.
—Gracias —gimoteó Kristy, lo mejor que ese fuerte abrazo le permitía respirar, y Day no se encontraba en mejor condición. Definitivamente esa mujer era más fuerte de lo que parecía.
Tras unos segundos las soltó a ambas, y eso les permitió volver a jalar aire a sus cuerpos con mayor libertad. Cecilia entonces se concentró directamente en Day, inspeccionándola enteramente de arriba a abajo de una forma muy poco disimulada. Esto, por supuesto, sólo hizo que los nervios de Day se acrecentaran significativamente.
—Ajá —asintió la Sra. Cecilia—. ¡Eres todo un encanto, querida! Y qué cabello, tan oscuro y sedoso. —Extendió entonces su mano hacia ella, pasando sus dedos por su cabello con un roce casi maternal que a Day dejó paralizada—. Hacía tiempo que no se unía un nuevo tripulante al Fénix del Mar. Y menos mal que sea una chica tan bonita. ¡Que ya dejen de recoger a tipos feos y degenerados!
—¡Oiga! —exclamaron Arturo y Roman, que pasaban justo a su lado cuando soltó aquella declaración.
—Ay, no se crean, muchachos. Yo los quiero —comentó con tono bromista, guiñándoles un ojo.
—Ah, bueno... Gracias, señora —susurró Day, algo nerviosa—. Es un placer conocerla también...
De un segundo a otro, Day notó como la misma multitud de niños que hace unos momentos rodeaba a Jude, ahora se paraba justo delante de ella, y todos ellos la miraban fijamente con sus ojitos grandes, brillando de emoción. La sirvienta instintivamente dio un paso hacia atrás ante la repentina proximidad.
—¡Ah!, ¡¿eres nueva?! —exclamó un niño con una amplia sonrisa—. ¿También eres pirata?
—No creo —mencionó otro niño con desconfianza, mirando el atuendo de Day—. ¿Qué clase de traje pirata es ese?
—No, yo... —murmuró Day, vacilante—. Yo no soy... una pirata...
«No exactamente» pensó justo después. Después de todo lo ocurrido en los días anteriores, no estaba tan segura de esa afirmación.
—Qué bonita eres —comentó otra niña, mirándola con tanta emoción que sus ojitos parecían casi brillar como estrellas.
—Ah, gracias —asintió Day, sonriendo levemente.
Al segundo siguiente, la ráfaga de preguntas no tardó en ser disparada.
—¿Qué haces en el barco?
—¿Cómo te uniste a ellos?
—¿Qué puedes hacer?
—¿De quién eres novia?
—De seguro de Henry, porque Jude aún es novio de la contramaestre.
—Claro que no, tú no sabes nada. ¡Jude está con la doctora!
—¡Qué no!
Y pareció desatarse de pronto una extraña discusión entre los pequeños, la cual Day no fue capaz de seguir del todo.
«¿Qué le pasa a estos niños?» pensó Day, estupefacta. ¿Por qué estaban tan interesados, y a la vez informados, de la vida en el barco?
—Oigan, ¡niños! —se escuchó como pronunciaba en alto la voz de Jude. Cuando las miradas de todos se giraron hacia él, el capitán ya se había puesto de pie, y caminaba en dirección a ellos; o, más bien, en dirección a Day—. Si yo fuera ustedes, no me confiaría tanto en presencia de esta mujer —declaró con tono risueño, parándose a un lado de Day y justo después rodeando el cuello de ésta con su brazo—. Parecerá inocente e inofensiva, ¡pero es en realidad una peligrosa y letal asesina al servicio del Rey!
—Pero, ¿qué...? —exclamó Day alterada, y se volteó rápidamente a ver al pirata con confusión—. Espera, ¡no les digas eso! ¡Van a creer que es cierto!
Sus palabras exudaban preocupación. Una cosa era que dijera esas cosas en el barco, donde era claro que nadie le creía o hacía caso cuando las decía, y todos tenían claro que ella no era ninguna asesina. En cambio, con esas personas que no la conocían, ¿en verdad iba a dejar que su primera impresión de ella fuera esa mentira?
Jude, sin embargo, ignoró por completo sus quejas, y siguió hablando como si nada.
—De hecho, la capturé a mitad de un fallido intento para asesinarme, y ahora es mi rehén. Y si el gordo rey de Kalisma la quiere de regreso, ¡tendrá que pagarme un enorme y cuantioso rescate!
Remató sus palabras con una de sus sonoras y estridentes risas, que retumbó en el aire.
—¡Jude! —exclamó Day en alto, con su rostro enrojecido de la pena y el enojo. Estaba por exigirle que parara y desmintiera todo eso, cuando de pronto...
—¡Wow!, ¡¿en verdad?! —exclamaron los niños con notoria excitación.
—¿Eres una asesina? ¿Una de verdad? —le preguntó emocionado uno de ellos, agitando sus puños.
—¡Qué increíble! —exclamó otra niña entre ellos—. ¿Qué puedes hacer? ¡Dinos!, ¡Dinos!
Day se volteó a verlo, estupefacta. Miró con detenimiento a cada uno, y no logró ver ni una pizca de miedo o desconfianza en alguno de sus rostros. Todos parecían, de hecho, bastante emocionados por la idea de que fuera una asesina de verdad...
O, quizás, ¿se tratara de algún tipo de juego para ellos? ¿Acaso todos en ese pueblo también participaban de eso?
Miró de reojo a Jude que aún la rodeaba con el brazo, y notó como éste la miraba también, y le guiñaba sutilmente un ojo con complicidad. Day respingó, sorprendida y confundida. Miró de nuevo a los niños, que aguardaban expectantes su respuesta. Y ciertamente había algo en esas caritas inocentes y llenas de emoción, que volvió imposible romperles su pequeña fantasía.
Suspiró con pesadez, carraspeó un poco, y llevó las manos a la cintura, dibujando además una mueca malvada en sus labios, que de sólo imaginarse cómo debía de verse podría haberse muerto de la pena en ese mismo instante, pero resistió. Y con la voz más grave y firme que le fue posible recitó:
—¡Sí!, ¡así es! ¡Soy... Loreili, la letal asesina del rey! Tengan cuidado, enemigos de Kalisma. No se metan conmigo, ¡o sufrirán mi ira!
—¡Ah! —gritaron todos los niños al mismo tiempo con falso miedo—. ¡Corran! ¡Es la asesina del rey!
Y sin más, todos comenzaron a correr entre risas.
—¿Eh? ¡Oigan! —exclamó Day, e instintivamente comenzó a correr detrás de ellos, extendiendo sus brazos—. ¡Vengan acá! ¡Los atraparé!
De un segundo a otro, toda la pena y ansiedad de hace un rato se esfumó, y sin que se diera cuenta ahora se encontraba corriendo detrás de toda esa multitud de niños, que se las arreglaban para escurrirse de sus brazos a la menor cercanía.
—¡Tú puedes, Day! —le gritó Kristy risueña desde su posición—. Digo, ¡Loreili!
—¡Corran más aprisa, mocosos! —les gritó Jude a su vez con fuerza—. Si dejan que los atrape, ¡ni yo podré salvarlos! ¡¿Me oyeron?!
Volvió a reír, y varios de los adultos con él lo acompañaron. Pero mientras todos contemplaban la escena, la atención del capitán Carmesí estaba de hecho centrada principalmente en la joven sirvienta; en sus largos cabellos ondeando con sus movimiento, y en su rostro divertido y alegre, que no recordaba haber visto en ella, salvo esa noche en la que bailaron juntos en la cubierta. Y sin darse cuenta, se había quedado más tiempo del que se había propuesto observando únicamente esa radiante sonrisa. E inevitablemente, esa expresión de alegría terminó igualmente haciéndose presente en el propio Jude.
Esto, por supuesto, no pasó desapercibida para algunos, en especial a la Sra. Cecilia, que miraba atenta el rostro del pelirrojo, mientras éste contemplaba a su nueva tripulante.
—Vaya, vaya... —murmuró la Sra. Cecilia con un tono vivaracho.
—¿Vaya, vaya, qué? —cuestionó Jude, un tanto defensivo, mirándola de reojo.
—No, nada —respondió la mujer rápidamente, negando con la cabeza—. Yo no dije nada.
Y en efecto nadie había dicho nada, pero en ese caso resultaba innecesario.
—Muy bien, todos —pronunció la Sra. Cecilia en alto, aplaudiendo además con fuerza para que todos la escucharan—. Llevemos a nuestros visitantes a la posada, y allí les daré un buen banquete de bienvenida a todos. ¡Vamos!, ¡vamos!
Comenzó a apurar a la multitud para que avanzara, y en efecto todos parecían obedecerla sin chistar. Antes de avanzar demasiado, sin embargo, la atención de la mujer se centró en Lloyd, que bajaba a paso tranquilo del barco, acompañado detrás de él por Connor, que cargaba un par de cajas bajo sus brazos.
—Oh, Lloyd —pronunció en alto, agitando una mano para llamar su atención—. Cuando puedas, deberías pasarte por el taller de Bailey. Él de seguro estará más que feliz en ayudarte a reparar el barco. Y es obvio que vas a necesitar su ayuda...
Al hacer aquel último comentario, se giró a mirar la gran embarcación a su lado, y sus más que evidentes daños.
—¡Ja! —exclamó Lloyd con desdén, al tiempo que se acomodaba sus lentes oscuros—. ¿Y qué te hace pensar que necesito la ayuda de ese viejo loco para reparar mi preciado Fénix del Mar? Conozco este barco a la perfección de punta a punta, y ya diseñé yo solo todas las reparaciones y mejoras, sin ese imbécil —declaró con orgullo, agitando en el aire los planos que sostenía en una mano.
—Sí, sí, lo que tú digas —murmuró Cecilia, restándole total importancia a sus quejas—. Cuando lo veas, recuérdale pagar sus deudas, o lo arrastraré yo misma de la oreja para que lo haga. Todos los demás, vamos a comer, que todos se ven como que no han tenido una buena comida en un buen tiempo. Nada contra ti, Kristy. Sé que debes hacer lo mejor posible con lo poco que te dan.
—Sí, gracias, señora —masculló la cocinera, un tanto apenada.
Sin más, todos comenzaron a avanzar en una gran procesión en dirección a la posada, incluida Day, que le tocó ir de la mano de más de un niño. Al parecer ya no estaban tan preocupados de que la asesina los atrapara.
FIN DEL CAPÍTULO 19
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