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Capítulo 18. La Audacia de ese Imbécil

WingzemonX & Denisse-chan

CRÓNICAS del FÉNIX del MAR

CAPÍTULO 18
LA AUDACIA DE ESE IMBÉCIL

La ciudad de Korina había amanecido radiante y tranquila esa mañana. El clima se sentía deliciosamente templado, y no había ni una sola nube en el cielo. El príncipe Noah Vons Kalisma III había apenas apartado unos centímetros la cortina del ventanal de su habitación; lo suficiente para dejar entrar en el cuarto una generosa cantidad de luz, pero no como para que ésta perturbara el sueño de la hermosa mujer que aún yacía plácidamente en su cama.

El príncipe se había despertado temprano, colocado encima de su cuerpo desnudo sólo una bata de ceda color plateado, y se había sentado en una silla frente a la ventana; oculto entre las sombras, pero en el ángulo adecuado para poder vislumbrar la vista apreciable por aquella pequeña apertura. Primero se encontraban los techos de las amplias mansiones de la parte más alta de la ciudad capital. Más adelante, aunque de forma menos nítida, estaba el resto de los edificios más pequeños. Luego, en la lejanía, escasas manchas que en conjunto formaban una escueta pintura del muelle principal y de los barcos anclados en esos momentos. Y luego, por supuesto, el hermoso mar color turquesa que se extendía hasta dónde alcanzaba la vista.

Noah tenía su vista fija en aquel paisaje, y puede que incluso alguna parte de él se detuviera a apreciar la belleza y majestuosidad de su amada ciudad; la más grande y hermosa del mundo entero, al menos para los kalismeños. Pero lo cierto era que su mente divagaba bastante en otras cosas. Otros asuntos que no se encontraban ahí en Korina, sino muy lejos de ahí, en algún sitio de momento desconocido para él. Asuntos que no lo tenían como tal preocupado, pero sí distraído y pensativo. Tanto así que prefería estar ahí sentado en la oscuridad, que haber pasado al menos una hora más entre las sabanas, en los brazos de su prometida.

Pensar en su amada Leire hizo que inevitablemente desviara su mirada de la ventana, y la girara hacia la cama. La línea casi perfecta de luz que entraba por la apertura de las cortinas, le acariciaba sutilmente la piel blanquizca del muslo de su pierna izquierda, que se asomaba de forma casi sugerente de debajo de las sabanas. Casi todo el resto de su cuerpo se encontraba oculto bajo la delgada tela blanca, enmarcando su hermosa figura, como un misterio que incitaba a ser descubierto. Su cabellera lila y rizada caía totalmente libre, desperdigada sobre su espalda, totalmente apartada de los elaborados peinados que acostumbraba siempre llevar en público. Su mejilla derecha se presionaba por completo sobre la almohada de Noah, y su brazo izquierdo se extendía hacia el lado vacío de la cama, como si lo buscara incluso en sueños.

Era un cuadro bastante diferente al que le ofrecía la ventana, pero muchísimo más hermoso a ojos del príncipe heredero. Tanto así que no pudo evitar quedarse absorto contemplándola, quizás con tanta intensidad que su mirada terminó de alguna forma perturbando el sueño de la joven duquesa.

Su rostro fue el primero en contraerse, en un gesto similar a dolor, y luego el resto de su cuerpo comenzó a deslizarse lentamente sobre las sábanas, quitándose el pesado sueño que lo sometía. Se giró con todo y las sábanas, quedando recostada sobre su espalda. Abrió la boca soltando un apenas audible bostezo, y sólo entonces sus ojos se abrieron perezosos, intentando de alguna forma acostumbrarse a la combinación de luz y sombras que reinaba en la habitación.

—Buenos días —le saludó la armoniosa voz del príncipe desde su asiento, provocando que su rostro instintivamente se virara hacia él en su búsqueda—. Espero que hayas podido dormir bien, y que no haya sido mi silenciosa, aunque enajenada, mirada la que perturbó el hermoso sueño que de seguro estabas teniendo.

Leire Margaretta de Aguilez lo observó en silencio desde la cama, abriendo y cerrando sus ojos un par de veces. Su mente se encontraba aún demasiado dormida como para comprender por completo el significado de esas palabras que le compartía, pero lo suficiente despierta para poder apreciar la silueta fuerte y elegante del príncipe, sentado en aquella silla con el sol que entraba de la ventana alumbrándolo por detrás como si se tratara de una luz propia de él.

—Noah —susurró despacio la duquesa, esbozando una pequeña y embobada sonrisa. De pronto, la consciencia pareció llegarle de golpe, lo que fue evidente en cómo sus ojos esmeralda se abrieron grandes de un segundo a otro, llenos de alarma.

Leire se sentó rápidamente en la cama, sosteniendo la sábana contra su cuerpo para cubrirse, y mirando a su alrededor para cerciorarse que el sitio en el que estaba era el que pensaba. Y claro que lo era; incluso a media luz, la reconocible habitación del príncipe Noah le era más que conocida. Pero lo que más le alarmaba no era eso, sino que la luz del exterior dejaba claro que ya era, al menos, media mañana.

—Oh no... ¿Otra vez me quedé dormida aquí toda la noche? —murmuró apenada, mientras se cubría el rostro con una mano.

—Anoche, mientras nos abrazábamos, cerraste los ojos sólo un segundo y caíste dormida al instante —le informó Noah con un ligero tono jocoso en sus palabras—. Y te veías tan cómoda y hermosa mientras dormías, que no me atreví a despertarte.

El rostro de la duquesa se tornó aún más rojo mientras su prometido pronunciaba todo aquello. Por mero reflejo llevó ahora sus dos manos a su cara, intentando ocultar lo mejor posible la marcada vergüenza que la consumía.

—Esto es tan inapropiado —masculló despacio sin apartar sus manos—. ¿Qué va a pasar si los sirvientes o alguien más de la corte me ve saliendo de tu cuarto a estas horas de la mañana? Y usando el mismo vestido del día anterior, y con mi peinado en este estado. Las habladurías no dejarían de correr por todo el castillo... por toda Korina... ¡por toda Kalisma!

—¿Se solucionaría de alguna forma si fuera entonces yo el que te visite en su alcoba? —propuso Noah con tono bromista, que sólo hizo que Leire se sobresaltara y lo volteara a ver aún más preocupada de lo que ya estaba por esa idea—. Te preocupas demasiado. Eres mi prometida, y en cuestión de meses serás mi esposa y una Vons Kalisma. Y, en un futuro, serás la reina de todo Kalisma. ¿En serio crees que alguien se atrevería a esparcir habladurías de ti?

—Es fácil para ti decirlo —murmulló la duquesa, bajando sus manos sólo lo suficiente para que sus ojos verdes se asomaran por encima de sus dedos y poder mirarlo—. Nadie se escandaliza si un caballero hace... este tipo de cosas antes de casarse. Pero para una dama es diferente; incluso si lo hace con su prometido.

Había un dejo de reclamo en las palabras de Leire con el que Noah no se sentía familiarizado.

—Entiendo —asintió despacio—. Si el que pasemos tiempo así te es molesto de cualquier forma, estoy más que dispuesto a que dejemos de hacerlo en el momento que tú me indiques. No es mi deseo ser el culpable de cualquier acción que pudiera perjudicarte de algún modo.

Leire pareció sorprendida de escucharlo decir aquello. Desvió sutilmente su mirada hacia un lado, y Noah notó cómo sus dedos se movían inquietos contra los pliegues de la sábana.

—Yo... no dije que hacer esto... me molestara de alguna forma —murmuró la duquesa, aún claramente apenada—. Ni tampoco que quisiera que dejemos de hacerlo...

Noah sonrió complacido. Se paró de su asiento y caminó hacia la cama, sentándose en la orilla de ésta.

—Me alegra mucho oírte decir eso —murmuró con un tono astuto, colocando su mano dulcemente sobre la suave mejilla de la mujer—. Ya que no creo poder sobrevivir hasta la boda sin poder besar y acariciar tu exquisita piel, o poder apreciar la perfecta forma de tu cuerpo, o sentir como te estremeces en mis brazos en el momento justo en el que te hago mía. Tan sólo pensar en esa posibilidad ya me resulta una tortura.

Leire observaba ensimismada el hermoso rostro de su príncipe mientras le pronunciaba todas esas palabras y pasaba sus dedos con gentileza por su rostro. Sintió un fuerte ardor creciendo en su vientre mientras la seductora voz de Noah la embelesaba y la hacía olvidarse de cualquier preocupación que pudiera haber tenido hace un minuto.

—Yo tampoco creo poder sobrevivir sin ti tanto tiempo —le susurró Leire despacio, apenas con un pequeño hilo de voz surgiendo de sus labios—. Noah...

La duquesa extendió una mano tímidamente hacia adelante, colocándola sobre el amplio pecho de su amado, y subiendo por él hasta colocarla detrás de su nuca. Noah volvió a sonreír, y se inclinó hacia ella mientras la sujetaba de su mentón. Leire instintivamente cerró sus ojos, a la espera de ese primer beso del día, uno que sentía que podría tener el poder suficiente para encender las llamas de su interior a lo máximo con tan sólo el ligero roce de sus labios. Y si eso ocurría, ambos sabían que era probable que no pudieran salir de esa habitación pronto... pero a ninguno le importaba.

Pero como si el destino en efecto tuviera otros planes para ellos ese día, dicho beso y sus consecuencias no llegaron, pues ambos detuvieron su avance en cuanto escucharon unos pesados nudillos llamando a la puerta de la habitación, rompiendo el momento con su retumbar.

—¿Quién es? —preguntó Noah con brusquedad, mirando hacia la puerta sobre su hombro.

—Príncipe Noah, el rey pide su presencia en el estudio privado de su majestad —informó con voz solemne el guardia de pie al otro lado de la puerta.

—¿Ahora mismo?

—Sí, alteza. El rey... fue muy rígido al respecto.

A pesar de que su entrenamiento le incitaba a mantener el temple, fue evidente el dejo de nerviosismo que acompañaba a sus palabras. El rey debía haber amanecido otra vez de mal humor, o al menos esa era la deducción inmediata del príncipe Noah. Y si lo quería ver en su estudio, y tan temprano, lo más seguro era que le acabaran de informar de algo que no le agradó en lo más mínimo.

Bien, esa pequeña interrupción de su mañana con su prometida ciertamente tampoco le causaba alegría a su persona, pero no tendría caso desquitarse con aquel pobre guardia.

—Voy en un minuto —indicó el príncipe con voz seria y quizás algo resignada—. Sólo me pondré presentable.

Escuchó atento hasta que los pasos del guardia real se escuchaban lejos. Se giró entonces de regreso hacia Leire. En cuanto la voz de aquel hombre se hizo presente, la duquesa se había cubierto por completo con las sábanas hasta la nariz, casi como si temiera que pudiera verla de alguna forma a través de la puerta. Aquel acto logró de alguna forma arrancarle un poco del coraje a Noah, y esbozar de nuevo una cándida sonrisa.

—Creo que tendré que retirarme primero —señaló con voz calmada—. ¿Estarás bien por tu cuenta hasta que regrese?

Leire asintió tímidamente, aún escondida tras la tela blanca.

—¿Crees que haya pasado algo grave? —inquirió la duquesa con preocupación.

—Como el guardia se fue para darme tiempo de cambiarme, lo más seguro es que sea lo que sea no es un peligro inminente. Así que estate tranquila —le susurró con gentileza, recorriendo sus dedos delicadamente por el rostro de la mujer noble—. Si tardaré mucho. Vístete y te veo en el comedor para desayunar. ¿Te parece bien?

—Sí... pero como dije, me dará bastante pena salir de este cuarto así...

Al pronunciar aquello, instintivamente subió más la sábana hasta ahora cubrirse incluso sus ojos.

—Ya te dije que no le prestes atención a eso —señaló el príncipe, tomando la sábana por la orilla y bajándola sólo un poco para poder echarle un último vistazo a esos grandes y brillantes ojos verdes—. Dentro de poco tú serás la reina de todo Kalisma. Quien se atreva a hablar mal de ti... bueno, tendrá que rendir cuentas directamente a mí.

— — — —

Normalmente Noah se tomaría su tiempo para arreglarse como era debido antes de ver al rey, incluyendo un baño, o al menos un lavado de su largo cabello plateado. Pero como al parecer su presencia era requerida de forma urgente, lo único que pudo hacer fue ataviarse en uno de sus elegantes atuendos blancos y azules con botones y detalles dorados, y recogerse su cabello en la usual cola que caía libre por su espalda. A lo mucho se dio un momento para lavarse la cara en el tazón con agua fresca de su cuarto, y dirigirse justo después al pasillo y posteriormente caminar el largo trayecto hasta el despacho privado del rey Leonardo.

Aquel sitio, como era de imaginarse, era en donde el rey revisaba en privado cualquier documento que requería ser sólo para sus ojos; estudiaba y meditaba sobre cualquier circunstancia que ocupara su absoluta concentración; y recibía a personas que requerían tocar un asunto con él de una forma mucho más privada. Aunque claro, también era el lugar al que iba a esconderse para que nadie lo molestara, sentarse a leer alguno de sus libros, y en ocasiones recibir otro tipo de visitas privadas; en su mayoría femeninas. Si su padre lo citaba ahí, podía ser debido a algo en efecto importante o delicado... o quizás alguna tontería.

Resultó ser un poco de ambas.

Al estar frente a la gruesa puerta de caoba del despacho, llamó con fuerza con sus nudillos a ésta y aguardó la aprobación correspondiente para ingresar. Ésta vino apenas un par de segundos después, en la forma de un frenético: "¡pasa de una maldita vez!".

Si le quedaba alguna duda de que el rey había amanecido de mal humor, eso se la quitó por completo. Por suerte Noah era una de las pocas personas en Korina, por no decir en todo Kalisma, que lograba mantenerse calmado ante las explosiones de ira de su padre.

Al ingresar al estudio, se sorprendió un poco al notar que el rey no se encontraba solo. Mientras el regente estaba sentado detrás de su amplio y alto escritorio, con su superficie repleta casi por completo de papeles y libros, a unos cuatro metros de éste se hallaba un soldado, ataviado con el uniforme azul celeste de la Guardia Naval. Por el diseño bastante más simple de su saco, especialmente sus hombreras, era uno de baja categoría; un simple mensajero, si acaso. Y por su cara pálida y cuerpo tembloroso, pese a sus intentos de mantenerse firme con sus pies juntos y cada brazo pegado a sus costados, era evidente que no había estado antes frente al rey Leonardo, y mucho menos ante sus fieros ojos azules que casi parecían estarle atravesando la cabeza al pobre soldado como dos dagas.

Noah hizo de momento caso omiso de tan singular escena, y se limitó a ingresar al cuarto, cerrando la puerta detrás de sí.

—Buenos días, majestad —saludó con cordialidad, avanzando hacia el escritorio, pasando a un lado del soldado como si éste ni siquiera estuviera ahí—. ¿Pidió verme?

El rey Leonardo guardó silencio, y su mirada siguió fija en aquel hombre de uniforme militar delante de él. Y tras varios segundos sin decir nada, espetó de golpe, provocando que el hombre de azul se estremeciera:

—¡¿Qué estás esperando, idiota?! ¡Lee para el príncipe Noah el mensaje que me has traído! Y ni se te ocurra omitir una sola palabra, ¿está claro?

—Sí... majestad... —balbuceó el soldado totalmente aterrado, acercando su temblorosa mano derecha hacia el pergamino enrollado que sujetaba bajo el brazo izquierdo, y en el cual Noah sólo reparó hasta ese momento.

El príncipe comenzaba a hacerse una idea de qué había acontecido en ese sitio. Aquel mensajero había sido enviado a informarle algo a su majestad. El contenido debía ser de sumo interés para él para que se le hayan permitido ingresar hasta el despacho privado del rey, y darle de primera voz la información. Sin embargo, fuera lo que fuera, lo había molestado tanto, que de seguro había soltado su habitual sarta de gritos e insultos al pobre chico. Pero lo peor de seguro fue que había mandado a buscarlo a él, y en todo ese tiempo que habían tardado en ir a despertarle, y el que él se tomó para llegar, ese infeliz había estado ahí de pie aguardando, ante la mirada asesina del monarca de todo Kalisma, sin saber qué sería de él.

Si fuera una persona más cruel de lo que era, se reiría abiertamente de su sufrimiento. Como no lo era, se limitaría a sólo hacerlo por dentro.

El solado desenrolló el pergamino y lo tomó frente a él con ambas manos para así poder leer su contenido. Noah se paró firme a un lado del escritorio de su padre, con sus manos en su espalda, y observó y escuchó atento lo que tenía que compartirles. Fue claro que el soldado hizo el mayor intento de hablar con serenidad y firmeza, pero fracasó presa de todas las emociones que lo invadían en ese momento. Y, como pudo constatar el príncipe Noah al instante, el contenido del mensaje que estaba leyendo tampoco le ayudaba demasiado.

—Para el gordo... inútil... e idiota... rey Leonardo II, de la insípida y aborrecible Nación de Kalisma...

La ceja derecha de Noah se arqueó con intriga, siendo de momento la única reacción que se permitió exteriorizar. Ciertamente de todos los inicios que pudo haber imaginado para tal misiva, ese no era uno de ellos.

—De seguro piensa que fue muy astuto —prosiguió el soldado—, pero yo lo fui mucho más. Y ahora le informo con orgullo que tengo en mi poder el regalito que tenía oculto en el baúl del gobernador de Mustang Pent. Ahora está totalmente en mi poder, y puedo hacer con éste lo que me plazca. Pero soy un hombre justo. Así que si desea recuperar lo que ha perdido, tendrá que negociar conmigo. Le costará cincuenta mil monedas de oro, que serán una suma mísera en comparación con todo lo que le ha robado a su pueblo por años. El sitio de la entrega será en la pequeña isla marcada en el mapa adjunto a esta carta. Si acepta estos términos, coloque su respuesta como un anuncio en el tablón principal de la plaza de Korina, bajo el título de...

El soldado calló abruptamente, dejando bastante en evidencia que no deseaba en lo más mínimo leer la parte que proseguía. Sin embargo, un vistazo a la mirada furiosa del rey le instó a cumplir con su orden: "ni se te ocurra omitir una sola palabra". El muchacho suspiró con pesadez, y continuó:

—Bajo el título de: "Oda a Leonardo, el imbécil más grande de todos los reinos", en donde especifique la fecha y hora. Firma... El Gran Jude el Carmesí, capitán del Fénix del Mar, y Corsario de la Grandiosa Nación de Florexian...

Terminada su lectura, bajó los brazos, al igual que su mirada. El estudio se sumió unos segundos en un sepulcral silencio, que sorprendentemente resultó roto por una escueta, aunque bastante notable, risilla que surgió de los labios del príncipe.

—Oh, ¿te parece divertido, príncipe Noah? —exclamó el rey con ironía, pero no por eso carente de furia.

—Si me permite hablar con libertad, majestad... —musitó Noah, parándose de derecho—. Sí, lo encuentro hilarante.

Aquello no hizo ningún progreso en calmar al monarca, y ciertamente era claro que esa no era su intención. Noah avanzó entonces un par de pasos hacia el soldado, centrando de momento su atención en él.

—¿Puedo preguntar cómo es que llegó este mensaje a nuestras manos?

—Bueno... —balbuceó el soldado con indecisión—. Tengo entendido que se hizo llegar de forma anónima a una base militar al norte. Y normalmente se hubiera ignorado, pero por lo que dicen sus palabras, y como recientemente se pidió que se comunicara de inmediato cualquier información sobre Jude el Carmesí... Bueno, mis superiores consideraron que...

—Está bien —le interrumpió el príncipe, alzando una mano hacia él como seña de que podía dejar de hablar. Le extendió justo después la mano, con la orden silenciosa de que le entregara el mensaje, orden que el soldado obedeció sin chistar—. Puedes retirarte.

El muchacho asintió, le ofreció una profunda reverencia a ambos, y luego se dirigió con paso veloz hacia la puerta, más que contento de poder salir de ahí, en especial con su cuello intacto.

Noah repasó rápidamente su mirada por la carta, al igual que el mapa adjunto que se mencionaba en ésta. El mapa en efecto señalaba una pequeña isla de un archipiélago al noreste. El papel de ambos, la carta y el mapa, era corriente, y la tinta con la que se había trazado ambos era claramente también barata. Sin embargo, la caligrafía reflejaba unos trazos fluidos y suaves que había visto en otras de esas misivas que el tal Carmesí acostumbraba enviar de vez en cuando para molestar. Ésta, junto con el vocabulario usado, lo hacían concluir sin duda que se trataba de él y no algún imitador queriendo jugar una broma; además, habían logrado hasta el momento que el asunto del cofre de los ositos de peluche no se hiciera público, así que ese dato por sí solo era suficiente prueba.

Lo que realmente lo impresionaba, por decirlo de alguna forma, era que en verdad ese sujeto hubiera tenido el atrevimiento de escribir una carta como esa y enviarla. ¿Cómo había siquiera averiguado que esos osos pertenecían a las princesa Stephani como para saber que al rey le interesaría remotamente recuperarlos? ¿O esa posibilidad le habrá siquiera cruzado realmente por la cabeza?

Confiaba en que no hubiera sido en realidad tan ingenuo como para creer que en serio algo como eso llegaría a ojos del rey. Y, de haber dependido del príncipe heredero, justamente eso nunca hubiera ocurrido.

—Le ruego me disculpe, majestad —murmuró Noah, mientras seguía inspeccionando la carta—. Normalmente esto debería primero haber llegado a inteligencia antes de molestarlo, pero al parecer algún oficial quiso tener iniciativa.

—Me importa un pepino marinado —espetó el rey Leonardo con molestia, azotando una mano contra el escritorio—. Cuándo pensé que la audacia de este imbécil no podía ser mayor. ¿Se atreve a chantajearme? ¡¿Pedirme a mí, el Rey de Kalisma, cincuenta mil monedas de oro por un montón de míseros osos de peluche?!

—Siendo justos, si sumamos el costo individual de cada uno de esos osos... puede que nos acerquemos un poco a esa suma —señaló el príncipe Noah encogiéndose de hombros, y sin esforzarse mucho por ocultar el humor en su voz.

—Te sigues burlando, ¿eh?

—Con todo respeto, majestad, está dejando que su ira lo domine y no lo deje ver las cosas con claridad. Ningún hombre es tan estúpido como para querer pedir un rescate como éste por simples juguetes. Es obvio que sólo quiere hacerlo enojar, y le está dando justo lo que quiere dejándose llevar de esta forma.

—¡Pues no me importa lo que este cretino quiera! —exclamó el rey con fuerza, azotando igualmente con más ímpetu su mano contra la mesa, provocando que los papeles y demás objetos sobre ella saltaran ligeramente de su sitio—. ¿Qué pasa con los hombres de la Marina Real que asignaron a su caza? ¿Ya están cerca de atraparlo? ¿Tienen alguna pista al menos?

—No he recibido noticia aún de mi agente —respondió Noah con voz serena, pero en realidad aquello era una mentira.

Justo la tarde anterior su agente le había hecho llegar un reporte, informándole de todo lo ocurrido en el Skyliria hasta el momento, incluido su primer encuentro con el Fénix del Mar, ocurrido días atrás. Sin embargo, dado el... peculiar desenlace que dicho encuentro había tenido, de acuerdo a lo que describía el reporte, concluyó que de momento era mejor no compartir esa información con su padre. El hacerlo sólo empeoraría aún más su mal humor, y ciertamente nadie en ese castillo quería que eso ocurriera.

—Pero descuide —añadió justo después, esbozando una sonrisa confiada—. Estoy seguro de que recibiremos pronto alguna actualización que resultará agradable a su majestad. En cuanto a este mensaje —añadió alzando los pedazos de papel que sujetaba en su mano—. Quizás haya algo de provecho que podamos sacar de él.

—¿Cómo qué? —refunfuñó el rey, incrédulo.

—Lo más seguro es que todo se trate de una mala broma. Sin embargo, nos ha dado un sitio en el cual encontrarlo, y la opción de nosotros poner la fecha y hora. Si tentamos a su codicia, como el sucio ladrón que todos sabemos que es, podríamos arreglar que se presente ahí, y lleve consigo el cofre. Así podríamos atraparlo al fin, y de paso recuperar los ositos de Stephani.

—Por favor —farfulló Leonardo, agitando una mano don desdén en el aire—. Podrá ser un malandrín de cuarta, pero nadie sería tan estúpido como para en serio ir ahí y creer que le daremos cincuenta mil monedas de oro por un cofre lleno de ositos.

—Tal vez sí, tal vez no —respondió Noah, encogiéndose de hombros—. Aunque por el mensaje parece en verdad ser consciente de lo importante que son esos juguetes para usted. Incluso cuidó no mencionarlos directamente para que quien leyera esto lo tomara en serio. Ciertamente hay que reconocerlo, es un hombre inteligente... dadas las circunstancias, claro. ¿Cómo habrá descubierto que eran los ositos de la princesa?

—¡Eso no me interesa ni un poco! De ninguna manera voy a seguirle el juego, y mucho menos pondré ese absurdo mensaje en los tablones.

—Cómo usted desee —asintió Noah—. Pero como dije, si logramos manipularlo a nuestra conveniencia, podría ser la mejor forma de atraparlo y obtener los ositos sanos y salvos. De otra forma nos arriesgamos a hundirlos con todo y su barco.

—¡Por mí que se inundan todos hasta el fondo del océano! ¿En serio crees que me importan un montón de tontos juguetes...?

La puerta del estudio se abrió de par en par a mitad de su declaración, haciendo que tanto el rey como el príncipe se pusieran en alerta. Ambos se giraron al mismo tiempo hacia la entrada, la mano de Noah se dirigió presurosa al mango de su espada por reflejo. Sin embargo, ambos se calmaron, aunque no mucho, en cuanto vieron con mayor claridad a la personita parada en el marco de la puerta.

—¡Papi! —exclamó con fuerza la pequeña princesa Stephani Vons Kalisma I, de cabellos blancos rizados y rostro sonrosado, mientras avanzaba hacia el escritorio lo más aprisa que la amplia falda de su vestido azul le permitía. Sus zapatos resonaron contra el suelo, acompañando los cantarines murmullos que surgían de su garganta.

Noah suspiró aliviado y alejó su mano lentamente de su espada. El rey, más que recuperar algo de calma al divisar a su hija menor, por el contrario se puso un tanto pálido de golpe.

—Ay, no —susurró para sus adentros, y luego miró de soslayo a su hijo mayor—. Ni una palabra —le susurró muy despacio, a lo que Noah respondió sólo con una sonrisilla claramente burlona.

—Princesa Stephani, buenos días —saludó el príncipe Noah a su media hermana, inclinándose respetuosamente hacia ella.

—Buenos días, Noah —le saludó la pequeña, apenas reparando en él y siguiendo de largo hacia su padre, rodeando el amplio escritorio de madera del que su cabeza apenas y sobresalía unos centímetros.

—Cariño, te he dicho muchas veces que no vengas aquí sin anunciarte —murmuró el rey Leonardo, sonando algo nervioso—. El príncipe Noah y yo estamos discutiendo un asunto muy delicado.

La joven princesa pareció hacer caso omiso a las palabras de su padre, o quizás ni siquiera las escuchó. Se le aproximó por un costado, y se subió de un brinco sobre él, sentándose en sus piernas, y tomándose además el tiempo de acomodarse lo mejor posible en ellas.

—Papi, mira lo que dibujé —exclamó apremiante, desdoblando con sus manitas delante de ella la hoja de papel que había traído consigo. Era, en efecto, un dibujo, de lo que parecía ser un caballo blanco en un campo verde y un cielo azul de fondo.

—Ah, qué bello, cariño —susurró el Leonardo, esbozando una amplia sonrisa alegre—. ¿Qué es exactamente?

—Es el nuevo caballo que me vas a regalar —declaró la princesa con cierta jactancia—. Es blanco, de crin y cola doradas como el sol, y ojos muy azules como el cielo. Es fuerte, es grande, y muy cariñoso. Lo llamaré Copo de Nieve. ¿Cuándo puedes dármelo, papi?

—Pero, cariño... —musitó el rey, dubitativo—. ¿No tienes ya cinco caballos?

Al escuchar aquella pregunta, la alegre e inocente sonrisa que adornaba hasta ese momento el rostro de Stephani se fue difuminando, hasta dejar en su lugar una mueca de completa desaprobación. A ésta le acompañó por supuesto una expresión de burbujeante molestia en sus ojos, que amenazaba con explotar si acaso alguien daba un paso en falso en la dirección equivocada.

—Quiero otro —susurró despacio, sonando incluso amenazante al hacerlo—. ¿Cuándo me lo vas a dar? —preguntó de nuevo, dejando muy claro en su tono que no esperaba escuchar nada distinto a una respuesta afirmativa a dicha pregunta.

El rey tragó saliva, nervioso, y pasó una mano sutilmente por su frente, limpiándose una pequeña gota de sudor que había comenzado a resbalar por ella.

—Sí, claro —respondió vacilante—. Haré que busquen por todo el reino el caballo perfecto que quieres, cariño.

La expresión de Stephani volvió a mutar en un abrir y cerrar de ojos, volviendo repentinamente a sonreír ampliamente, y a dejar que todo su rostro brillara con la alegría y la inocencia propia de la niñez... o al menos una máscara que asemejaba bastante a ello.

—¡Gracias, papi! —exclamó en alto desbordante de emoción, y rápidamente rodeó al rey con un fuerte abrazo, que ella bien sabía lo desarmaba sin ninguna tregua.

Noah se giró hacia un lado, y soltó una disimulada risa burlona lejos de la vista de su padre y su hermana. Siempre resultaba divertido ver como su padre, el poderoso rey de todo Kalisma, siempre malhumorado y atemorizando a todo el mundo con su sola presencia, podía doblegarse de esa forma tan simple.

Cada vez era más claro que lo que le había dicho a Leire aquella mañana era por supuesto cierto:

"Hasta los más poderosos tienen un punto débil. Y para bien o para mal, el de mi padre es su falta de carácter frente a las mujeres de su familia. Pararse frente a un ejército y combatirlo sin pestañear, eso lo hace cuando sea. Decirle que no a su madre, hermana, esposa o hija y no sucumbir a sus deseos y chantajes... ahí sí estamos perdidos."

Pero quizás no debía ser tan injusto con él. Después de todo, él mismo lo había dicho: "hasta los más poderosos tienen un punto débil". Y bien o mal, eso también aplicaba para él.

Cumplido su cometido, Stephani se bajó de las piernas de su padre tan fácil como había subido. Caminó hacia la puerta con la intención de retirarse, pero a medio camino se detuvo cuando se acordó de otro asunto importante.

—Ah, casi lo olvidaba —exclamó en alto, y se giró rápidamente sobre sus pies de nuevo hacia el escritorio de su padre—. ¿Cuándo vuelven mis ositos de su viaje? ¿Ya lo sabes?

El rey se estremeció, claramente alterado por tan repentina pregunta. Volteó a ver de reojo a su hijo mayor, como buscando algún tipo de apoyo de su parte, que no vino. Noah incluso miró hacia el techo y hacia un lado de forma disimulada, como si no estuviera poniendo la menor atención a la conversación. El rey farfulló molesto, pero luego miró a su hija con una sonrisa amistosa, que resultaba de hecho bastante forzada, aunque esto no fuera apreciable a ojos de la joven princesa.

—Pronto, querida —asintió el rey con (falsa) convicción—. De hecho, ya están de camino.

«Valiente declaración» pensó Noah, maravillado.

—¡Qué bien! —exclamó la princesa en alto, casi saltando de alegría por la noticia—. Los extraño mucho. Cuando lleguen, quiero hacerles una gran fiesta de té.

—Sí, sí, eso suena excelente —masculló el rey, asintiendo—. Será grandioso. Yo te aviso cuando estén aquí. Ahora, ¿por qué no vas a jugar por ahí? Tu hermano y yo debemos discutir cosas complicadas de adultos.

—En efecto —añadió Noah con voz solemne—. ¿Por qué no se adelanta al comedor y busca a Leire, princesa Stephani? Estoy seguro que disfrutará de su compañía.

—¡Oh!, ¿Leire aún está en el palacio? —exclamó Stephani con entusiasmo—. Me agrada Leire. No sé qué es lo que ve en ti —soltó de repente, con una sonrisita alegre pese a lo mordaz del comentario.

—Yo igual me lo pregunto a veces —susurró Noah con tono juguetón—. Yo las alcanzo en un minuto.

Stephani le ofreció una reverencia rápida a su padre, y se retiró presurosa del mismo modo en el que llegó. Sólo hasta entonces el rey Leonardo se permitió respirar con normalidad. Recorrió una mano por su rostro, frotándose además su poblada barba albina.

—Está bien —soltó con malestar—. Haz lo que tengas que hacer para recuperar esos estúpidos osos.

—Me encargaré personalmente del asunto —contestó Noah, inclinándose hacia él ligeramente—. Ordenaré que coloquen el anuncio con la fecha y hora que nos convenga, y le informaré a mi agente para que la nave de la Marina Real asignada al caso se encargue de la entrega.

—Ni se te ocurra ponerle ese título que dice en la carta al anuncio —sentenció el rey, señalándolo tajante con un dedo acusador.

—Por supuesto. Aunque hay que dejar clara nuestra intención, para que así la trampa surta efecto. Usted lo comprende.

Era claro que Leonardo tenía más que decir, pero en su lugar se volteó hacia un lado, y soltó unas cuentas maldiciones por lo bajo que Noah no tuvo el privilegio de escuchar con claridad.

—Con su permiso, majestad —se despidió Noah ofreciéndole también una rápida reverencia, para después dirigirse a la puerta.

Al darle la espalda a su padre, se permitió sonreír complacido. Jude el Carmesí y sus extrañas andanzas seguían pareciéndole al menos entretenidas, no lo podía negar. Pero esperaba que esa imprudencia de su parte fuera la última y le diera la llave para aprehenderlo de una vez. Y lo mejor de todo, ahorrándose la molestia de tener que hundirlo a él y a toda su tripulación con su barco. Y no sólo por recuperar los ositos de su hermana, pero poco le importaban. Sino porque, a ignorancia de su padre y de casi cualquier otro en ese reino, la verdad era que ese neófito de pirata tenía algo más en su poder que le pertenecía a él. Y era un algo que deseaba con todas sus fuerzas recuperar intacto...

FIN DEL CAPÍTULO 18

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