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Capítulo 17. Siempre Volverá a Levantarse

WingzemonX & Denisse-chan
CRÓNICAS del FÉNIX del MAR

CAPÍTULO 17
SIEMPRE VOLVERÁ A LEVANTARSE

La tripulación del Fénix del Mar navegó por casi una hora antes de poder decretar la calma entre sus tripulantes. Para esos momentos ya había anochecido por completo, y habían colocado faroles por toda la cubierta para poder alumbrarse. Los nervios obviamente seguían a flor de piel. Muchos esperaban la tercera amenaza que fuera a salir de la nada, mas todo parecía indicar que, al menos de momento, estaban a salvo.

Cuando lo consideraron prudente, el capitán y el primer oficiar ordenaron que toda la tripulación se reuniera en cubierta, incluidos aquellos que habían pasado gran parte de la huida abajo en resguardo. Una vez que estuvieron todos reunidos, el Jude se encargó de contarles él mismo lo que había pasado a aquellos que no habían podido ser testigos directos de lo ocurrido. Sin embargo, como era de esperarse, su explicación distaba más de lo aceptable de la realidad, así que tocó el turno a Henry de complementar un poco aquella narración. Para sorpresa de todos, la parte del relato del capitán en la que la medusa tiburón había resurgido una segunda vez para atacar el barco enemigo, resultó ser cierta.

—No puedo creer en verdad que eso sea cierto —murmuró el navegante Katori, sonriendo nervioso—. Nadie en este mundo puede tener tan buena suerte...

—¡Qué buena suerte ni que nada! —exclamó Jude con fuerza, inclinándose hacia Katori de forma amenazante y haciendo que éste se hiciera hacia atrás, algo intimidado por la intensa mirada del capitán—. ¡¿Qué no escuchaste que todo fue parte de mi brillante y elaborado plan?!

—Pero... —masculló el xinguense con voz temblorosa—. Yo escuché su plan original, y estoy seguro de que no involucraba a la medusa tiburón...

—¡Se llama improvisación, Cort! —declaró Jude con voz ferviente—. Cuando estás en una situación extrema, tienes que adaptarte. Es algo que hasta un percebe como tú debería saber.

Jude se enderezó de nuevo, se cruzó de brazos y alzó su rostro en alto, incluso radiando algo de prepotencia. Las expresiones de todos los demás, sin embargo, oscilaban entre una silenciosa resignación, a un marcado enfado.

—¡¿Quieres callarte de una buena vez?! —exclamó la contramaestre Shui con voz desafiante, sentada sobre un barril a uno par de metros de él—. No engañas a nadie, pedazo de zoquete. Todos sabemos que estabas tan asustado como el resto de estos idiotas, y que no te volvió el alma al cuerpo hasta que viste a esa cosa salir del mar por su propia cuenta.

—¿Asustado?, ¡yo no estaba asustado! —respondió Jude con tenacidad—. Un verdadero capitán pirata nunca pierde la calma ni el temple, y menos ante una situación de combate como esa.

—Qué mal que nosotros no tengamos un "verdadero capitán pirata" por aquí —respondió Shui con voz mordaz.

—¡¿Qué dijiste...?!

Jude se le aproximó con paso apresurado, hasta pararse firme delante de ella. Shui, que no se veía en lo absoluto intimidada, se bajó del barril de un salto y se paró también delante de él, encarándolo y pegando su rostro tan cerca del suyo que sus narices casi se tocaron.

—Ya me oíste, idiota —masculló la contramaestre, que aunque de hecho sonaba serena, era evidente que escondía detrás una vehemente ira a punto de explotar.

Todos sabían cómo terminaría eso si acaso lo dejaban escalar, pero ninguno parecía particularmente interesado en intervenir para separarlos. De hecho, algunos parecían incluso deseosos de que la contramaestre le diera su merecido al capitán, para ver si así se le bajaban un poco los humos; incluso Henry no se sentía del todo renuente a ello.

—Disculpe, capitán —murmuró de pronto uno de los hombres, alzando una para para hacer notar su presencia. La atención de tanto Jude como Shui se viró hacia él al mismo tiempo al escucharlo hablar—. Es genial que hayamos escapado con vida y todo eso, pero... ¿ahora qué haremos?

Su pregunta permaneció flotando en el aire a su alrededor, como una densa neblina.

—Sí, no hay que olvidar que casi no tenemos municiones —añadió alguien más—, y perdimos dos mástiles... o uno y medio. Y ya casi no hay comida.

—Sin mencionar que ahora todo parece indicar que la Marina Real nos persigue —añadió Katori con voz apagada—. Antes era relativamente sencillo eludir a la Guardia Naval, pero ya vimos que la Marina es algo de otro nivel.

—Sus barcos son prácticamente monstruos —señaló Luchior con amargura desde su rincón—. Esas cosas son mucho más aterradoras que una maldita medusa. Si nos volvemos a cruzar con otra de esas naves, de seguro ya no tendremos otro golpe de suerte que nos proteja.

Las preocupaciones comenzaron a aflorar entre ellos, y todos comenzaron a cuchichear entre sí. Aire se volvió rápidamente denso y pesado. Era como sentir ya la soga de la horca alrededor de sus cuellos, o el calor de la bala contra el corazón. Una sentencia de muerte anunciada...

Pero no todos en esa cubierta compartían ese sentimiento de abatimiento.

—¡¿Qué están diciendo, montón de idiotas?! —resonó de golpe y con gran fuerza la voz del capitán Jude, haciéndolos saltar en sus asientos. El hombre pelirrojo se paró firme en medio de todos, y recorrió su vista por cada uno al tiempo que hablaba—. Al que siga con esa estúpida cara larga lo amarraré a la proa y se irá ahí todo el viaje hasta Nostalkia, ¡¿me oyeron?! Pedazos de inútiles, actúan como si hubiéramos sido derrotados, ¡cuando todo lo que vivimos el día de hoy ha sido uno de nuestros más grandes logros! La Marina Real, los bebés consentidos del Rey, la mayor fuerza de Kalisma y que acabó con todos los demás piratas hace años, vino en persona hacia a nosotros para enfrentarnos, ¡y pudimos eludirla y salir victoriosos!

—Sólo por suerte —masculló Luchior de malagana. Igual Jude no lo escuchó y continuó con su declaración, mientras se movía libremente entre su público cautivo.

—El sólo hecho de que el gordo Rey Leonardo nos haya enviado a sus perros de acero, demuestra que todo lo que hemos hecho hasta ahora ha servido. Nuestras acciones han logrado realmente golpear directo a los juanetes de la monarquía Kalismeña, y agitado su sucio avispero de corrupción y maldad. ¡Tanto así que han tenido que salir de su letargo, pararse de sus camitas con plumas, y venir a enfrentarnos! Ahora todos ellos lo tienen muy claro: nosotros somos el Fénix del Mar, ¡y con nosotros no se juega!

»Sí, quizás en esta ocasión estuvimos en desventaja por haber tenido que sortear esa tormenta y a esa medusa, ¡pero les aseguro que en la siguiente la historia será totalmente distinta! Iremos Nostalkia, justo como teníamos planeado antes de que esto pasara. Ahí descansaremos, repararemos el Fénix del Mar, ¡y lo haremos aún mejor y más fuerte ahora que sabemos a qué tipo de armamento nos enfrentamos! ¿Cierto, anciano?

Jude se giró abruptamente, señalando con su dedo hacia la multitud, en específico hacia Lloyd, sentado contra el palo mayor, aun con la botella en la mano, aunque de seguro no la misma. El hombre de cabeza calva y escaso cabello cano dio un largo trago, soltando un profundo suspiro en un curioso punto entre el dolor y el alivio. Y aunque parecía que en realidad no había estado poniendo atención a toda la verborrea del hombre pelirrojo, igual respondió con voz calmada a su abrupto cuestionamiento.

—Tal vez... Ciertamente hacer que este viejo barco pueda de alguna forma superar a uno de esos monstruos de acero resultará un reto interesante, por decirlo menos. Tengo un par de ideas, pero no prometo nada.

—¡Bien!, justo eso quería oír —exclamó Jude, desbordando incluso aún más confianza que antes. Se viró entonces de nuevo hacia sus hombres—. Compraremos también más munición, ¡toda la que podamos y la de mejor calidad! Y la siguiente vez que veamos al Sky... como se llame ese barco de pacotilla, ¡lo mandaremos directito hasta el fondo del mar y nos pararemos victoriosos en sus ruinas!

—¿Comprar toda la munición que podamos? —murmuró Luchior, incrédulo—. ¿Y con qué dinero? Si los dos últimos golpes no nos han dado nada...

—¡Pero esta noche no hay que pensar en nada de eso! —prosiguió el capitán, de nuevo ignorando las palabras del tripulante, haciendo que éste prefiriera mejor ya no insistir—. Esta noche lo que hay que hacer es celebrar; no por una, sino por dos victorias espectaculares. Así que saquen los barriles de cerveza de la reserva y preparen la música, ¡porque el Fénix del Mar bailará y cantará toda la noche!

La multitud a su alrededor se quedó quieta y en silencio, mirándose las caras unos a otros con aparente indecisión sobre qué hacer con exactitud.

—¡Muévanse, idiotas! —gritó Jude en alto, desenvainado de un tirón la espada de su cinturón y alzándola en alto—. ¡Es una orden de su capitán!, ¡así que muévanse!

De una u otra forma, un ferviente sentimiento de júbilo se fue contagiando entre todos. Sus rostros apagados se fueron iluminando, y sus voces alzándose hasta tomar poco a poco la forma de un animado bullicio.

—Bueno, nunca voy a despreciar una buena fiesta —rio Arturo con ánimo—. Y mucho menos una buena cerveza.

—Un poco de música para animar el ambiente no vendrá mal —agregó alguien más.

—¡No todos los días se derrota a una maldita medusa tiburón!

—Carajo, espero que no...

Las risas comenzaron a impregnar el aire, y los hombres empezaron a moverse, dispuestos a obedecer las indicaciones de su capitán: cerveza y música para toda la noche.

—¿En serio le seguirán la corriente a este sujeto por un poco de alcohol? —masculló Luchior con molestia desde su rincón, teniendo los brazos cruzados y su mirada de disgusto hacia otra dirección.

—Ay, ya déjalo —escuchó como pronunciaba Shui al pasar a su lado, y antes de que pudiera girarse por completo hacia ella, sintió la pesada mano de la contramaestre estrellándose contra la parte trasera de su cabeza; del mismo modo que reprenderían a un niño—. Deja de amargarte tanto; mejor ve y sube unos barriles, ¿quieres?

—¿Tú también? —masculló Luchior despacio arrastrando las palabras—. Si hace un momento estabas a punto de romperle la cara al capitán tú misma.

—¿Y? —pronunció Shui despacio con los ojos entornados, cruzando los brazos delante de su pecho—. ¿Qué importa al final si nos salvamos por mera suerte o si este idiota se lleva el crédito? Lo cierto es que estuvimos en un peligro mortal dos ocasiones seguidas en un día, y aquí estamos.

Shui se viró en ese momento, observando reflexiva a los demás tripulantes. Algunos comenzaron a colgar más faroles para que la proa estuviera aún más iluminada, y otros retiraban los barriles y cajas para abrirle paso a la que quizás sería una improvisada pista de baile.

—Luego de todo eso, nos merecemos una pequeña noche libre. Además, no actúes como si no tuviéramos pensado beber hasta caerte de borracho —añadió con tono de acusación, observándolo por el rabillo del ojo.

Luchior se sobaba su cabeza en donde lo había golpeado. No había sido tan fuerte como él sabía que podía hacerlo, pero sí lo suficiente para resultarle doloroso.

—Supongo que es cierto —respondió tras un rato, sonriéndole—. Una noche de fiesta no hará daño, ¿verdad? ¿Qué me dice, contramaestre? ¿Le apetecería acompañarme a beber esta noche?

Shui bufó con fuerza, y luego soltó una fuerte carcajada.

—¿A quién crees le hablas con ese tono de catrín de cuarta? —susurró la mujer de piel oscura, acercando su mano a su rostro para darle un par de palmadas en la mejilla con sus dedos—. Igual sabemos que no podrías seguirme el ritmo.

Terminó su comentario con un sutil guiño de su ojo, y sin decir más comenzó a alejarse de él, dirigiéndose quizás a ningún punto en especial. Luchior la observó en silencio uno rato, pero casi de inmediato desvió su atención hacia sus compañeros de juego, y se aproximó un tanto más relajado hacia ellos.

—Oigan, ¿y si terminamos ese juego de cartas? —propuso con voz alborozado—. Después de todo estaba a punto de ganarles, según recuerdo.

—¡Claro que eso no es cierto! —exclamó Arturo molesto desde prácticamente el otro extremo de la cubierta—. ¡Yo estaba a nada de barrer el piso contigo antes de que la contramaestre nos interrumpiera! ¡Quiero mi dinero...!

Todos rieron al unísono, dejando rápidamente el desasosiego y los temores de hace un rato atrás. Todos, excepto una persona que al parecer no compartía del todo el buen humor que los otros habían adoptado.

Day Barlton permaneció en silencio durante todo ese largo discurso del capitán Jude, sentada sobre una caja, un tanto apartada del resto. Incluso cuando todos comenzaron a moverse para preparar esa fiesta improvisada que habían mencionado, entre ellos también Kristy y la Dra. Melina, la chica pelinegra siguió en su sitio. No intercambió ninguna palabra con nadie más, ni tampoco demostró abiertamente su alegría o descontento con la situación. Su rostro era, de hecho, un muro de inquebrantable estoicidad. Sin embargo, eso no era ni de cerca un reflejo de la tempestad que se agitaba en su mente para esos momentos.

Cuando al parecer todos estaban demasiado concentrados en cualquier cosa, salvo en ella, Day se paró de su caja y avanzó cautelosa por la cubierta, inconscientemente alejándose un poco del barullo de la fiesta en potencia. Se aproximó hacia el barandal de madera, en un rincón donde apenas llegaba la luz de los faroles, y apoyó sus manos contra éste. Su mirada se perdió en el brillante y despejado cielo estrellado sobre de ella, mientras el viento movía sutilmente sus largos cabellos oscuros, en esos momentos totalmente sueltos.

Ese día había sido toda una confusión para ella, y de seguro para todos. Aun así, los otros parecían lo suficientemente acostumbrados a ello como para querer ponerse a beber en ese mismo instante; casi como si nada hubiera pasado. Quizás, en efecto, sí estaban acostumbrados a vivir así. Pero ella era una joven sencilla que hasta hace unos días trabajaba como sirvienta, y que nunca antes había estado tan alejada de tierra firme.

«Y que nunca había escuchado la voz de un monstruo marino hablándole directamente» pensó fugazmente, aunque por reflejo agitó efusivamente su cabeza, intentando disipar aquel pensamiento.

Eso, obviamente, no había ocurrido. No había forma de que aquello hubiera sido real.

«Quizás en verdad me estoy volviendo loca —pensó, sonando la voz de su cabeza bastante irónica—. Tan loca como...»

—¿Por qué tan cabizbaja, Loreili? —escuchó que pronunciaba abruptamente una voz a su lado, haciéndola sobresaltarse un poco. Y al girarse lentamente hacia un lado, captó de inmediato justo el rostro que menos deseaba ver en esos momentos; con esa sonrisa burlona y mirada astuta de ojos dorados—. Ja, no me digas; yo puedo adivinarlo —declaró Jude, aproximándose. Day se alejó unos pasos más de él; su cuerpo reaccionó prácticamente por sí solo. Pero Jude no intentó acercársele más de lo debido, y en su lugar se paró a lado de ella, con algunos metros de separación, y apoyó su espalda contra el barandal—. Estás decepcionada porque tus compañeros de la Marina Real fallaron en su absurdo intento de atraparme, ¿no es cierto? No te sientas así, asesina; es obvio que no eran el enemigo indicado para un grandioso Señor Pirata como hoy. Además, muy seguramente esos idiotas hubieran hundido este barco con todo y tú abordo con tal de atraparme. ¡Así es cómo funcionan las lealtades a Kalisma! Pero eso es algo que tú ya deberías saber, ¿no?

Day había fijado su vista en el horizonte, en un intento de ignorar por completo la presencia de aquel hombre a su lado. Sin embargo, ciertamente su voz era algo difícil de simplemente pasar por alto.

—No lo entiendo... —masculló la joven pelinegra tras un rato.

—¿No entiendes qué? —inquirió Jude, al parecer genuinamente curioso.

—No entiendo nada —soltó Day con algo más de agresividad—. No entiendo cómo es que de todos los sitios del mundo, terminé justo en este barco de locos. No entiendo nada de lo que pasó este día. No entiendo cómo puede existir un capitán cómo usted, que se la pasa tomando decisiones absurdas y saltando al peligro directamente sin pensar. Y en especial no entiendo cómo, aun siendo como es... —Se viró a la mitad de sus palabras a mirar sobre su hombro. Algunos hombres ya habían vuelto con varios barriles de cerveza, y los iban acomodando por la cubierta—. Cómo es capaz de hacer que estas personas estén tan tranquilas y felices luego del horrible día que pasaron.

—Esa última es simple, en realidad —musitó Jude sonriente, encogiéndose de hombros—. Dales alcohol y diversión a estos vagos, y estarán calmados.

Day suspiró con pesadez.

—Los he escuchado hablar, ¿sabe? Mientras les sirvo su comida o estoy limpiando. Ahora podrán querer beber y festejar, pero la verdad es que no están felices con la situación. Y en especial no están felices con usted...

—Ni siquiera lo intentes, asesina —le cortó de golpe, extendiendo una mano hacia ella en señal de alto—. Soy demasiado astuto para caer en tus ingeniosos trucos mentales.

—¡¿Es que acaso es incapaz de preocuparse en serio por algo?! —le gritó, casi furiosa—. No tienen dinero, casi no tienen comida, ni pólvora, ni balas, sus hombres están a un paso de amotinarse en su contra, la Marina Real los persigue, y un monstruo marino casi los come. ¡¿Qué acaso nada de eso le molesta ni un poco?!

—Todo eso se solucionará —respondió Jude, rápidamente y sin vacilación en su voz. Alzó su mirada al cielo estrellado, sonriendo ampliamente con tranquilidad—. Sin importar las travesías o problemas por los que pase, o qué tantas de sus naves el gordo rey de Kalisma mandé en nuestra contra, el Fénix del Mar siempre volverá a levantarse, justo como su nombre lo indica. Y no lo digo sólo por el barco, ni tampoco por mí como su capitán, sino por todo este montón de idiotas que son mi tripulación. —Se giró entonces en dirección al mar, y cruzó ambos brazos apoyados contra el barandal de madera—. Ninguno de nosotros dejará este mundo hasta que nuestra leyenda sea grabada con fuego en la historia de este mundo. Y los nombres de Jude el Carmesí, el Fénix del Mar, el Luminoso Reino de Florexian y nuestra majestad, la Reina Estelyse IV, nunca sean olvidados...

Day lo observó en un inicio de reojo mientras él pronunciaba todo aquello, en un tono tan calmado y suave que, basándose en el tiempo que llevaba en ese barco, había creído que le era totalmente imposible de pronunciar. Intentó mostrarse indiferente ante lo que decía, o incluso fingir que ni siquiera lo había escuchado. Pero lo cierto es que inevitablemente sus grandes ojos azules terminaron girándose por completo hacia él. El brillo de las estrellas y los faroles tocaba ligeramente el perfil de su rostro, resaltando sus facciones fuertes, pero a la vez con un toque elegante y delicado que Day siempre había distinguido sólo en los nobles de cuna como el regente y sus invitados. Sus ojos dorados brillaban con entusiasmo casi juvenil mientras miraban hacia las aguas oscuras meciéndose delante de ellos, contemplando algún sueño en la lejanía que muy seguramente sólo él podía ver. Sus labios se ensancharon en una amplia sonrisa que iluminaba su rostro, y un par de los mechones rojizos de su fleco que se asomaban de bajo su sombrero, se mecían lentamente por la gracia de la brisa marítima.

Sin proponérselo, Day se había quedado contemplándolo por más tiempo del que le hubiera gustado, como se quedó absorta en alguna ocasión admirando una de las obras de la galería del regente; una serie de colores variados, a los que intentaba tomarle forma. Y ciertamente, resultaba un sentimiento similar intentar comprender la forma de la persona parada ahí a unos metros de ella, como si fuera de hecho la primera vez que lo miraba o reparaba en él.

A darse cuenta del repentino calor que le había subido por las mejillas, Day desvió rápidamente su rostro de regreso al agua, sin mirar en realidad nada en aquella oscuridad.

—Usted es por mucho el hombre más extraño que he conocido —musitó Day despacio, no muy segura si acaso se lo decía a él o era un mero pensamiento para sí misma—. Es loco e impredecible, justo como todos los que conocí describían al propio mar; un día puede estar en completa paz, y al siguiente estallar como un huracán. No me sorprende que un hombre como usted se sienta tan cómodo en un sitio así.

—¿Me estás insultando o halagando? —inquirió Jude con tono defensivo, volteándola a ver con sus ojos entornados.

Day no pudo evitar dibujar una pequeña sonrisa en sus labios, pero con suerte las sombras de la noche la ocultarían.

—Puede tomarlo como lo desee.

—Pues entonces, gracias... supongo.

Ambos alzaron sus miradas hacia el horizonte, y permanecieron en silencio por varios minutos, casi como si se hubieran acostumbrado tanto a la presencia del otro que habían olvidado que estaba ahí. En un momento, Jude volteó a ver a Day sutilmente de reojo. Ella se veía realmente sumida en sus pensamientos, y no pudo evitar preguntarse en qué estaría pensando tan profundamente.

El capitán pirata respiró hondo por su nariz, y le entró una gran ansía por un trago de ron para así darse el último empujón de valor para decir lo que había estado postergando por un par de días. Pero al no tener ninguna botella a la mano, tendría que darse el valor él solo.

—Oye, Loreili —susurró despacio—. Ahora que mencionas eso de ser un poco loco e impredecible... ¿De casualidad recuerdas lo que pasó aquella noche en el cuarto de baño? Ya sabes, ese incidente...

Day giró su rostro muy lentamente hacia él, y casi desde el mero inicio de aquel movimiento el destello de recelo y molestia se volvió más que palpable en sus ojos entornados. Y si eso no era suficiente, un vistazo más agudo a su mano derecha, con sus dedos tensos y sus uñas casi arañando la madera del barandal, de seguro lo dejaría mucho más claro.

—Oh, no —musitó la sirvienta con un marcado tono sarcástico—. De hecho, ya lo había olvidado por completo.

—¿De verdad?

—¡Por supuesto que no! —exclamó un poco más alto, dejando salir más vívidamente su enojo y haciendo que el capitán pirata se hiciera instintivamente para atrás—. ¡¿En verdad cree que eso es algo de lo que podría olvidarme así de fácil?! ¿Y por qué me pregunta eso tan de repente? ¿A qué quiere jugar ahora?

—¡A nada! —espetó Jude, claramente defensivo—. No tienes que ser tan ruidosa, ya me quedó claro.

—¿Ruidosa? ¿Me dijo ruidosa...? —masculló Day con un frío tono de agresividad que no hizo más que poner a Jude incluso más nervioso de lo que ya estaba.

—¡Cálmate!, ¿quieres? Sólo quería decirte que... —Hubo una pausa, luego giró por completo su rostro de regreso a la oscuridad de la noche, y susurró despacio, aunque no lo suficiente como para que la sirvienta no lo escuchara—. Yo... lo siento... Lo siento de verdad. Todo eso fue sólo un verdadero malentendido, y no volverá a ocurrir; lo prometo.

La expresión completa de Day cambió de un segundo a otro, de marcado enojo a profunda incredulidad, luego a una enorme sorpresa.

—¿Se... está disculpando? —murmuró Day despacio, sus ojos bien abiertos y azorados—. ¿Se está disculpando por lo que ocurrió? ¿Es una disculpa en serio o sólo lo está diciendo para luego echarse para atrás como cuando dijo que podía enseñarme a leer?

—¡Por supuesto que lo digo en serio! —exclamó Jude con ímpetu, girándose a mirarla—. ¿Acaso crees que bromearía con algo así?

Day sólo lo observó en silencio, pero dejando implícita su respuesta a esa pregunta con su sola falta de palabras.

Jude suspiró con pesadez.

—Entiendo si no me crees. Pero quiero que sepas que nadie, rey, noble o plebeyo, tiene el derecho de hacerte sentir tan... insegura o menospreciada como sé que te han hecho sentir antes. Y mientras estés en mi barco, nadie, en especial yo, te molestará de nuevo de esa forma. Tienes la palabra de Jude el Carmesí, ¡y mi palabra es inamovible!

La intensa mirada del capitán pirata se volvió seria y firme al pronunciar aquello que casi parecía sonar a un juramento. Incluso se paró derecho y colocó una mano en su pecho para darle más solemnidad.

Por su lado, los ojos de Day se abrieron aún más que antes, totalmente atónita. No esperaba, ni siquiera en sus más locas imaginaciones, que aquel individuo tan extraño podría bajarse lo suficiente de su locura como para pararse ante ella y pedirle disculpas, mucho menos admitir que había cometido un error. Ambas cosas parecían estar totalmente lejos de todo lo que el supuesto pirata Jude el Carmesí representaba. De hecho, Day sentía casi como si ante ella se encontrara otra persona diferente, y no el excéntrico y extraño hombre que la había tenido como su "rehén" todo ese tiempo.

¿Quién era en realidad ese hombre...?

Day se dio cuenta que se había quedado contemplando el rostro del pirata por más tiempo del que le hubiera gustado, e instintivamente desvió su mirada hacia un lado, rehuyendo de esos profundos ojos dorados. Jude se volvió consciente de dicho movimiento, e igualmente se giró, aunque él casi por completo hasta casi darle la espalda.

—Bueno, eso era todo —declaró con normalidad, comenzando a alejarse de la joven sirvienta—. Pero ni creas que eso significa que bajaré mi guardia y dejaré que me mates tan fácil, ¡¿oíste?!

Jude se había alejado varios pasos, antes de que Day lograra al fin reaccionar.

—¡Espere! —exclamó con fuerza para llamar su atención. Jude se detuvo al momento y se viró de regreso hacia ella—. Yo... —masculló despacio, agachando un poco la mirada—. Yo supongo que podría creerle que en verdad está arrepentido... Podría hacer eso, si usted...

Day frunció el ceño pronunciadamente en ese momento, y entonces se agachó rápidamente, recogiendo con sus manos la bola de acero aún atada a su tobillo, alzándola hasta cargarla en su regazo delante de ella.

—¡Si usted me quita esa maldita y pesada cosa de una vez por todas! —espetó Day de forma tajante, y no dejando su petición abierta a ningún tipo de negociación—. Si habla con honestidad, entonces lo hará. Y sólo entonces... podremos hablar de hacer... las paces usted yo...

Day intentaba sonar segura y firme, pero no le fue del todo posible ocultar un ligero temblor en su voz al hablar, el cual la hizo sentirse abochornada. A pesar de todo, ese hombre loco era un pirata y, como ella misma había dicho, resultaba ser completamente impredecible para ella. No sabía cómo reaccionaría; si acaso le haría caso, querría ponerla de nuevo en el baúl de los ositos, o sólo se reiría de ella como acostumbraba. Tampoco tenía claro cómo ella misma reaccionaría a cualquiera de esos tres escenarios. Aún así, sabía que si quería liberarse de esa pesada carga, literal y figurativamente, sería en ese momento o quizás no lo haría nunca.

Tras lanzar aquella petición, Jude se le quedó viendo desde su posición por un largo rato, dejando sus pensamientos en un enigma para Day. De pronto, una de sus usuales y molestas sonrisas socarronas se dibujó en esos delgados labios suyos.

—¿Quieres que te quite la bola? —masculló con mofa, caminando hasta colocarse justo delante de ella, con sus brazos cruzados. Estando frente a frente, se volvía más clara, e incluso algo intimidante, la diferencia de estatura entre ambos—. No lo sé... —susurró despacio, cruzándose de brazos y volteando hacia el mar, aunque esa sonrisa burlona no se difuminaba ni un poco de su rostro—. Eso sería darle ventaja de movimiento a mi enemigo. No sería estratégico de mi parte, ¿o sí? Además, si fueras una buena asesina, tendrías la capacidad de acostúmbrate a moverte con ella; deberías de verlo como un entrenamiento.

Soltó justo entonces una pequeña carcajada irónica al aire. Y aunque no fue como sus habituales y ruidosas risas, fue suficiente para colmar la poca paciencia que a Day le quedaba encima.

—¡Se acabó! —gritó con fuerza, alzando además la bola de acero en sus manos lo más alto que le fue posible—. ¡Ahora sí voy a dejar caer esto sobre su pie apropósito! ¡Dígame cuál de ellos es el que menos va a extrañar! ¡Voy a ayudarle a ser todo un pirata de verdad con pata de palo!

—Ya, ya, qué carácter —le respondió Jude con voz risueña, agitando sus manos delante de él—. Las amenazas vacías como esa no son dignas de una asesina de élite. ¿Y así esperas poder matar al Gran Jude el Carmesí?

Mientras hablaba, introdujo su mano en el bolsillo izquierdo del abrigo rojo, sacando de éste un manojo que contenía varias llaves. Luego comenzó a recorrer con sus dedos una a una, buscando la indicada.

—Siempre tuve la llave aquí conmigo, ¿sabes? —pronunció con humor, al tiempo que se agachaba delante de ella, poniéndose de cuclillas—. Si fueras una buena asesina, lo hubieras descubierto con anticipación, y habrías buscando la forma más efectiva y sigilosa de quitármela. O tal vez sí lo notaste, pero te diste cuenta que era imposible pues soy alguien que siempre está al pendiente de su alrededor. Sí, debió ser eso, ¿verdad?

De nuevo, todo lo que salía de su boca eran puras incoherencias. Day comenzó a recriminarse a sí misma por en serio creer por un momento que ese sujeto podría ser alguien sensato. Incluso desde esa posición, estando él agachado delante de ella, la idea de soltar la bola de acero en su cabezota en lugar de su pie, no la repelía del todo. Sin embargo, sintió en ese momento como le tomaba su tobillo, jalándolo un poco hacia enfrente. Escuchó entonces un sonoro click, el ruido mecánico de engranajes moviéndose, y luego... una sensación de libertad en su tobillo tan placentera que le resultó casi inverosímil.

—Listo, ¿contenta? —masculló Jude, mirándola hacia arriba aún de cuclillas frente a ella, mientras hacía girar el manojo de llaves con un dedo.

Day en realidad ni siquiera alcanzó a escuchar esa pregunta. Toda su mente y sentidos estaban enfocados en la casi gloriosa sensación de libertad que le recorría desde su tobillo y subía por su pierna. Incluso agitó un poco su pierna para asegurarse de que en efecto aquello fuera real.

—Estoy libre... —murmuró despacio, y poco a poco una sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro—. ¡Estoy libre! —pronunció con más fuerza, llegando incluso a dar una vuelta sobre sí—. ¡Gracias! En serio, ¡muchas gracias!

—Nada de gracias —pronunció confiado el capitán pirata, poniéndose de pie—. Sólo espero que no sean tan loca como para intentar huir lanzándote al mar.

—Claro que no —pronunció Day con voz risueña—. Pero esto...

La sirvienta se aproximó rápidamente al barandal de cubierta, y alzó la bola de acero atada a la cadena con ambas manos sobre su cabeza. Y antes de que Jude pudiera reaccionar, la lanzó con todas sus fuerzas hacia el frente. No fue muy lejos en realidad, pero lo suficiente para precipitarse directo a las oscuras aguas, creando un fuerte chapuzón en éstas, y perdiéndose en un instante.

Jude observó en silencio todo aquel acto, estupefacto.

—Esa era la única bola para prisioneros que teníamos, ¿sabes? —refunfuñó Jude con molestia contenida, cruzándose de brazos.

—Perfecto —respondió Day orgullosa, chocando sus palmas entre sí—. Así me aseguro de que no se le ocurra ponérmela de nuevo. No sabe lo horrible que es traer esa cosa...

Day tomó la falda de su vestido entre sus dedos, alzándola sólo un poco para poder echar un vistazo a su tobillo. Tenía una clara laceración entornó a donde había estado el grillete rozándole todos esos días, que le ardía y le provoca comezón. Sin embargo, aquello era pasajero en comparación con la sensación de bienestar que le invadía, y eso era claro al contemplar cómo su rostro se iluminaba como el mismo sol. Jude no pudo evitar sonreír complacido al verla así.

—Bueno, será mejor que no te confíes, Loreili —murmuró con sorna, virándose hacia otro lado—. Ahora que ya no tienes la bola, no te quitaré los ojos de encima ni un momento. De eso puedes estar segura.

—Sí, sí, lo que usted diga, capitán —le respondió alegre la joven pelinegra, mucho más concentrada en ese momento en mover sus piernas que en lo que él le decía.

Algo captó en ese momento la atención de ambos. Los sonidos del mar, los crujidos de la madera del barco, y el ruido del movimiento de las velas sobre ellos, fueron opacados por el repentino resonar de guitarras, armónicas, tambores, y hasta un acordeón. Al virarse hacia el resto de los tripulantes, notaron que ya algunos habían comenzado con la solicitada fiesta mientras ellos conversaban, y la música y la cerveza comenzaban a fluir entre ellos.

—Vaya que son rápidos cuando se trata de holgazanear —masculló Jude, con una molestia más fingida que otra cosa—. Bien, polizona, ya que tienes esos pies libres, ¿por qué no demuestras cómo los mueves?

—¿Qué? —musitó Day, girándose a mirarlo algo confundida—. ¿A qué se refiere?

—¿Cómo que a qué? No eres la asesina más avispada del reino, ¿cierto? —masculló con un molesto tono burlón, pero justo después se inclinó hacia ella, de una forma que Day sólo había visto realizar a algunos nobles ante la esposa del regente, y le extendió una mano a modo de invitación.

La sirvienta se sobresaltó, sorprendida y confundida, quedándose sin palabras por unos segundos.

—¿E-eh? ¿Acaso me está invitando a bailar...?

—¿Qué pasa? ¿Acaso tampoco sabes bailar?

—¡¿Por quién me toma?! —exclamó Day con arrebato—. No sabré escribir o leer, ¡pero sé bailar muy bien!

Instintivamente mientras hacía aquella declaración, acercó su mano a la de él, sólo reaccionando hasta que sintió sus dedos fuertes rodeándola, y de golpe jalándola con rapidez hacia la improvisada pista.

—¡Demuéstralo entonces! —exclamó sonriente el pirata mientras se aproximaban a la multitud. Todos los demás tripulantes tocaban, bailaban, reían y bebían; sobre todo bebían—. ¡Nathan!, ¡mi violín! —exclamó con poderío una vez que estuvieron en el centro de la multitud.

Henry desde su posición les echó una mirada rápida a Jude y a su singular acompañante en la pista. Tenía varias cosas que quería comentar, pero se limitó a sólo sonreír y a cumplir su petición, lanzándole su violín y arco. Jude atrapó ambos en el aire, y los colocó de inmediato sobre su hombro. Se giró hacia Day, esbozando una de sus amplias sonrisas, pero ésta era un tanto más alegre y amistosa que las habituales, y no tanto presuntuosa y engreída. Y Day no pudo evitar notar lo realmente atractivo que se veía al sonreír de esa forma.

Jude comenzó a tocar, haciendo que el arco se deslizara por las cuerdas, creando un armonioso compás que resaltó por encima de todos los demás instrumentos.

—¡Sigan mi ritmo, idiotas! —les gritó con entusiasmo a sus hombres, comenzando a caminar a su alrededor—. ¡Vamos! ¡Qué Kalisma entero tiemble con nuestro rugido!

El capitán Carmesí comenzó a andar por todo aquel espacio, haciendo que el sonar de su violín se fuera acoplando a cada una de las otras notas. Sin proponérselo, Day permaneció de pie en su sitio, siguiendo con la mirada los movimientos de aquel individuo que se deslizaba saltarín como alguna criatura del bosque.

—¡Day! —escuchó que exclamaba la distintiva voz de su amiga Kristy por encima de toda la música. La joven sirvienta se giró instintivamente en su dirección, pero no antes de que la cocinera se le aproximara por un costado y la rodeara con sus delgados brazos—. ¡La bola de tu tobillo! —pronunció sorprendida, viendo hacia los pies de la pelinegra—. ¿Te la quitaron al fin?

—Sí... así es —respondió Day, algo aletargada.

—¡Qué bueno! Al fin podrás moverte sin tantos problemas. ¡Ven!, vamos a bailar —le sugirió Kristy con entusiasmo, tomándola de las manos y jalándola hacia el área más despejada para comenzar a moverse las dos juntas.

—Ah, espera... —pronunció la sirvienta, un poco nerviosa—. Creo que estoy más acostumbrada a bailar piezas más lentas que esto.

—¡Anda!, sólo muévete conmigo —rio Kristy con entusiasmo. Y teniendo sus dedos entrelazados con los de su compañero, comenzó a hacer que ambas agitaran los brazos de un lado a otro en el aire. La cocinera lo complementaba además con un vaivén de sus caderas y pies, un tanto poco agraciado, pero que a la jovencita no parecía importar o avergonzar en lo absoluto—. Estos son mis momentos favoritos en el Fénix del Mar —susurró despacio, no dejando muy claro si se lo decía a Day o a sí misma.

Day sonrió. Poco a poco comenzó a contagiarse del buen ánimo de su compañera, comenzando a reír con entusiasmo mientras ambas se movían giraban tomadas una de la otra.

—¡Está bien! ¡Te sigo!

Al baile no tardaron en unirse varios de los otros tripulantes, incluida la Dra. Melina que no tardó en unirse a Kristy y Day, convirtiéndo su dúo en un trío. Bailaban en círculos, tirando tomados de las manos, agitando sus pies y brincando al ritmo de la acelerada música. Connor tocaba la guitarra, Arturo hacía resonar su armónica, e incluso el sonido de la gaita de Roman se hizo presente. Otros se limitaban a cantar, aplaudir y beber en torno a la pista, alzando sus tarros al aire cada tanto.

Day comenzó a reír, a saltar y aplaudir como todos los demás. Y del mismo modo, todo lo que había pasado ese día comenzaba a difuminarse de su mente, así como las notas de aquella extravagante música, sin un ritmo o una forma fija. Era como si todos cantaran o tocaran los que le viniera en gana, y aún así todo en su conjunto transmitía una ferviente energía por todo su cuerpo que la hacía elevarse en alto.

—¡Lo estás entendiendo! —exclamó Kristy con fuerza para que pudiera oírla—. ¡¿No te sientes totalmente libre en estos momentos?!

—¡Sí!, ¡claro! —le respondió Day con entusiasmo, pensando en un inicio que se refería a su ya perdida bola. Sin embargo, al mirar con detenimiento el rostor de su amiga, el de la Dra. Melina, y el de todos los que los rodeaban, pudo notar que era algo más que eso.

Esa sensación de libertad, de verdadera libertad, que impregnaba a todos en ese barco, era algo que ella ni siquiera hubiera pensado que podía ser real. Eran un montón de ladrones en un barco viejo, con pocas provisiones y dinero. Habían sido atacado dos veces en un día, la Marina Real los acechaba de cerca. Y aún así ahí estaban, bailando y celebrando como si cualquier cosa, como si el mundo entero les importara un bledo, y no le debieran nada a este de regreso.

Por un instante, Day se vio de regreso en aquella habitación que compartía con las demás sirvientas, contemplando melancólica por su ventana hacia un horizonte que veía en aquel entonces tan lejano. Pero ahora ella se encontraba justo en ese sitio que admiraba de lejos. Estaba ya muy lejos de esa habitación, de esa casa, y de esa vida que nunca quiso.

Y entonces Day lo entendió, o al menos creyó entenderlo. Esos hombres y mujeres, a bordo de ese barco, navegando en esas aguas; todos ellos eran libres. Y, estando ahí, ella también lo era...

Aquel pensamiento la dejó azorada. Sintió entonces como esa soltura y ese alivio que había sentido cuando su tobillo se liberó del grillete, se extendía a todo su cuerpo. Sonrió entera, de oreja a oreja, y sintió incluso que sus ojos se humedecían un poco, amenazando con soltar unas cuantas lágrimas. Pero no dejó que eso la detuviera y siguió bailando, alzando sus brazos al aire, cerrando los ojos, dejando que su cuerpo entero se agitara al ritmo de aquellas notas que ya no le resultaban en lo absoluto ruidosas.

En algún momento escuchó la voz de la contramaestre Shui, riendo y gritando "¡más rápido!", y como la música se aceleraba como respuesta a su mandato. Los gritos preocupados del navegante Katori cruzaron el aire mientras algunos de los hombres lo obligaban a girar con rapidez con ellos. La sonora y grave risa de Lloyd retumbó también, y al gritar al aire se percibía las ya varias botellas que traía encima. Las palmas de varios alrededor de la pista aplaudían con fuerza, animando a todos a bailar más, y más rápido.

La música seguía y seguía retumbando, tan fuerte como balas de cañón, tanto que Day en verdad pensó que podrían llegar hasta las costas del mismísimo rey de Kalisma. En algún momento, mientras Kristy, Melina y ella giraban con entusiasmo, la música terminó abruptamente. Las otras dos mujeres se detuvieron, pero el cuerpo de Day siguió con su impulso. Su mano se soltó de las de sus compañeras, y salió prácticamente disparada hacia un lado, deslizando sus pies, ya en esos momentos descalzos, por el entablado húmedo, dando tumbos, hasta chocar directo contra la espalda amplia de alguien. Al abrir sus ojos, su rostro se encontraba de frente contra la tela rojo sangre de aquel largo abrigo.

—Cuidado, polizona —murmuró risueño el pirata Carmesí, volteándola a ver sobre su hombro—. ¿Qué pasa? ¿Este tipo de baile es demasiado para ti?

Day frunció el ceño con molestia, pero sus labios seguían en realidad aún dibujando esa amplia y alegre sonrisa.

—¿Qué dice? —masculló con tono burlón, respirando agitada por todo el ejercicio que había hecho—. Pero si usted es al que no he visto bailar ni un poco, capitán —le respondió sonando como una acusación—. Mírese, ni siquiera ha sudado un poco.

—¿Ah no? Pues déjame enseñarte cómo se mueve un verdadero pirata. ¡Músicos! —espetó Jude con fuerza, señalando a los demás con el arco de su violín—. ¡Toquemosle a la Asesina del Rey la Balada del Fénix!

—¡De acuerdo! —exclamaron casi todos aquellos que tenían los instrumentos en mano.

—Y más les vale que no desafinen esta vez —les amenazó Jude, colocándose de nuevo el violín sobre su hombro—. Escucha bien esta melodía, polizona. Aquella que representa el corazón de nuestra amada Florexian, iluminado las oscuras aguas de Kalisma.

Jude cerró en ese momento los ojos, y volvió entonces a tocar. El inicio de la melodía resultaba ser lento, fluyendo con ritmo pausado como el movimiento de las olas bajo sus pies. El sonido de las guitarras y los tambores lo acompañaron de inmediato. El ritmo se fue volviendo más movido conforme progresaba, como una lluvia que iba acrecentándose. Todos los demás, que se habían detenido al terminar la música anterior, comenzaron igualmente a reanimarse, a aplaudir con entusiasmo, acompañando el compás de esta nueva balada.

Day contemplaba todo en silencio, sintiéndose un poco absorta por aquella nueva música. No era tan rápida o extravagante como la anterior, pero resultaba igualmente muy alegre y, sobre todo, muy cálida.

El capitán Carmesí volteó a mirarla fijamente en un momento, sonriéndole de esa misma forma cándida de antes, y Day sintió que su corazón daba un vuelco en su pecho. Jude comenzó de pronto a moverse mentras tocaba entorno a la sirvienta de cabellos negros, chocando sus pies y talones contra los tablones al ritmo de la música. Day se sorprendió un poco al ver como comenzaba a bailar a su alrededor, intentando seguirlo como le era posible con la vista, girando su cuello y cuerpo si le era posible. En un momento él se colocó detrás de ella, quedando espalda contra espalda, pero sólo un instante pues en un poco después la empuja con un movimiento de su cadera, haciendo que avanzara tambaleándose hacia el centro de la pista.

—¡Oiga! —exclamó algo confundida tras aquel empujoncito. Jude dejó salir una alegre y movida risa como respuesta a su queja. Siguió moviéndose en torno a ella, ofreciéndole de vez en cuando un fugaz vistazo de sus ojos dorados, atrayéndola a quererlos buscar.

—¡Todos juntos! —exclamó el pirata con ímpetu. El sonido de las palmas de los otros al aplaudir se volvieron más presentes, acompañados también por el retumbar de sus pies contra el suelo—. Anda, muévete conmigo, polizona.

Se colocó entonces justo enfrente de ella, moviendo sus pies con gracia contra el suelo, pero sin dejar el violín ni un instante.

Lo hacía muy bien, en realidad.

Day pareció no poder reaccionar al inicio. Se sintió de nuevo un tanto aturdida por todos las diferentes sensaciones que inundan su cuerpo entero. Pero no pasa mucho antes de que una vez más el buen humor de todos, en especial el del capitán, se le contagie y la haga sonreír, reír y moverse de nuevo.

—¡De acuerdo! —exclamó con entusiasmo. Tomó entonces su falda con ambas manos, alzándola un poco y comenzando a moverse de un lado a otro al ritmo de la música—. ¡Pero más le vale que no me pise los pies!

Ambos comenzaron a moverse uno frente a otro al mismo compás, contemplando fijamente el rostro de su compañero, pero con unos centímetros de separación entre ellos. Ambos estaban tan absortos en eso, que al parecer no se dieron cuenta que terminaron en algún momento justo en el centro de todos los demás, que sólo los observan bailar mientras aplaudían y hacían retumbar sus pies contra el entablado.

—¡Así se hace, Day! —resonó la voz de Kristy con fuerza entre la multitud.

—¡Usted tampoco lo hace nada mal, capitán! —secundó la voz de Melina.

—¡Pareces renacuajo sacado del agua! —gritó burlona justo después quien no podía ser otra que Shui.

—¿Así se mueven las asesinas del rey? —le murmuró Jude a su compañera, sin dejar de mirarla ni un instante—. Esperaba algo mejor. ¿Qué tipo de entrenamiento te dieron?

Una hora atrás quizás aquello hubiera hecho enojar a Day. Sin embargo, en ese momento sólo le sonrió y rió.

—No sé cómo habrán entrenado a las otras asesinas —le respondió con tono alegre—. Pero yo sólo sé moverme al propio estilo rústico de Day Bartlon. ¡Mira ésto, malvado pirata!

De repente, se alejó unos cuantos pasos de él y empezó a girar dando saltitos, subiendo y moviendo sus brazos sobre su cabeza. Y justo entonces comenzó danzar ahora ella alrededor de él, sin disminuir ni un instante el ritmo. Varios de los hombres lanzaron una exclamación de júbilo como apoyo.

—¡No lo haces tan mal, polizona! —escuchó exclamar a Luchior con entusiasmo. Day se sintió un poco abochornada, pero no se detuvo.

—¡Impresionante!, ¡eso está mejor! —exclamó Jude con ímpetu, y aumentó de golpe el ritmo de su violín, y los demás lo siguieron. De inmediato comenzó a girar también, y moverse junto con ella, intentando siempre quedar frente a frente mientras se deslizaban por toda la pista.

El tiempo parecía haberse congelado para todos en cubierta. Por esos segundos en los que duró esa balada, no había nada en el mundo más allá de esa cubierta. Sólo la música, los aplausos, los gritos, y el sonido de los pies contra las tablas. El viento del mar ondeando los largos cabellos rojos y negro de los dos bailarines, y acariciando sus caras.

La fiesta duró toda la noche, justo como habían dicho que sería. La música y el alcohol no pararon de fluir en todo ese tiempo. Al día siguiente, a muchos les dolerían los pies por tanto bailar, la cabeza por tanto beber, y las gargantas por tanto reír y gritar. Pero ninguno se arrepentiría en absoluto de la casi perfecta noche que habían pasado. Y en especial, Day nunca olvidaría la sensación de completa y verdadera libertad que la había poseído.

FIN DEL CAPÍTULO 17

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