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Capítulo 13. Una Pequeña Tormenta

WingzemonX & Denisse-chan
CRÓNICAS del FÉNIX del MAR

CAPÍTULO 13
UNA PEQUEÑA TORMENTA

Shui y Katori observaron en silencio mientras Day se retiraba, incluso haciéndose a un lado cuando pasó entre ambos para salir. El navegante se estremeció un poco en el momento en el que azotó la puerta de esa forma, mientras que Shui sólo la miró con desagrado; similar a como lo había hecho más temprano en la cubierta.

—¿Interrumpimos algo? —murmuró la contramaestre con algo de ironía, virándose hacia el capitán pirata.

—Nada que te importe, Julieta —le respondió éste con desdén, y se dirigió sin espera de regreso a la silla de su escritorio—. ¿Qué es lo que quieren? ¿No ven que estoy ocupado?

—¿Haciendo qué? —le cuestionó Shui, aproximándose al frente del escritorio—. Te has pasado toda la tarde encerrado sólo leyendo.

—¡Estoy trabajando!, aunque no lo creas.

—Pues no lo creo...

Ambos se miraron el uno al otro con una ferviente furia en sus ojos, teniendo en esos momentos el escritorio de madera como una barrera entre ambos para que eso no se convirtiera en una de sus usuales peleas campales. Y eso era un escenario que definitivamente Katori no deseaba presenciar, sobre todo estando tan cerca y en una habitación cerrada como esa...

—Capitán —intervino el navegante rápidamente, aproximándose a ambos por un costado—, veníamos a avisarle de una situación. La contramaestre Shui dice que justo en la ruta hacia Nostalkia cruzaremos por una tormenta.

—¿Una tormenta? —exclamó Jude, intrigado, y se giró entonces en dirección a una de sus ventanas, por las que sólo se podía percibir el cielo totalmente azul y despejado—. ¿Te golpeaste la cabeza o algo, Julieta? Hace un día hermoso allá afuera.

—Yo tampoco lo creí al principio —señaló Katori, apresurándose a hablar antes que Shui—, pero el viento ha estado cambiando, y hay una formación de nubes en el horizonte que debemos tener en cuenta.

—Una formación de nubes en el horizonte. Ay, qué miedo —murmuró el capitán con marcado sarcasmo; cada palabra se veía que hacía hervir aún más la sangre de la contramaestre.

Jude tomó entonces su catalejo del escritorio y se dirigió a su ventana. La abrió por completo, y el sonido y la brisa del mar penetraron rápidamente en la habitación. El capitán sacó casi medio cuerpo hacia afuera, con tal de poder ver hacia el frente, en la ruta que iba. Mientras con una mano se sujetaba firmemente del marco de la ventana, con la otra sujetó el catalejo contra su ojo para así poder ver mejor. En efecto, en el horizonte, el cielo ya no se veía más sólo azul, y en su lugar algunas nubes grises parecían moverse lentamente, ocultando el panorama.

—No se ve como la gran cosa —masculló Jude con tranquilidad, volviendo de nuevo al interior del camarote.

—No dije que lo fuera —declaró Shui con firmeza—. Pero una tormenta es una tormenta, y eso hasta el pirata más inútil, que eres tú, debería saberlo.

—Ya, ya —farfulló Jude, agitando una mano con indiferencia en el aire—. ¿Y qué opciones tenemos? ¿Podemos rodearla?

—Bueno... —susurró Katori, un poco indeciso.

El navegante se aproximó al escritorio, y desplegó sobre éste un mapa que traía consigo bajo su brazo derecho.

—La única alternativa sería tomar esta ruta alterna hacia el suroeste —indicó mientras recorría con su dedo en el mapa la línea imaginaria de la ruta que proponía—. La mala noticia es que, si mis cálculos son correctos, para poder evitarla del todo la desviación que tendríamos que hacer le sumaría casi dos días a nuestro viaje a Nostalkia.

—¿Dos días? —espetó Jude, escandalizado—. Nada de eso. En dos días estos muertos de hambre querrán mi cabeza colgada del mástil principal.

—Quizás en menos —añadió Shui, irónica.

—No haremos ninguna desviación: cruzaremos esa tormenta de frente y sin miedo.

Katori se sobresaltó un poco al escuchar tal sugerencia, aunque no demasiado en realidad. Una parte de él preveía que terminaría dando una instrucción como esa; había suficientes antecedentes que respaldaban dicha sospecha.

—¿Cree que sea lo más recomendable? —murmuró Katori despacio—. No sabemos aún siquiera que tan fuerte sea.

—No sean cobardes —dijo Jude de forma asertiva, dejándose caer justo entonces de regreso en su silla y sentándose con bastante soltura—. Los dos olvidan que el Fénix del Mar ya ha soportado monzones, maremotos, ¡y hasta ataques de pulpos gigantes!

—¿Pulpos... gigantes...? —musitó Katori, intrigado y a la vez asustado por esa última declaración. ¿Habrá sido algo que ocurrió antes de su llegada a ese barco?, ¿o era otra de las tantas cosas que acostumbraba inventarse de repente?

Como fuera, en realidad no hubo tiempo de cuestionarle al respecto, pues Shui dejó de lado en ese momento la inusual calma que había mantenido durante todo ese rato, y se aproximó rápidamente hacia el pelirrojo con actitud agresiva. Katori tuvo la disposición de intervenir para intentar detenerla, pero un sólo vistazo a la mirada casi asesina de la mujer lo detuvo en seco de realizar siquiera el intento.

Shui le sacó la vuelta al escritorio, se paró a un lado de la silla de Jude, lo tomó de sus ropas de una forma para nada delicada, y lo alzó de un jalón sin que pudiera siquiera resistirse. Lo aproximó como a un niño hacia ella, mirándolo fijamente a los ojos a una corta distancia el uno del otro.

—¡¿Sabes que cuando te pones así de terco me dan ganas de ponerte tu cara tan roja como tu horrible cabello?! —le gritó furiosa en su cara.

—¡Pues sí lo sé! —le respondió Jude alzando la voz, quizás no muy consciente de si realmente su respuesta servía como defensa o no—. ¡¿Y tú no sabes que cuanto te pones a gritar así pareces un gorila en celo?!

—¡Capitán! —exclamó Katori, alarmado por tal provocación.

Shui agudizó aún más su mirada, y sin soltarlo alzó su otro puño al aire y lo jaló hacia atrás, dejando en claro que tenía la disposición de estrellarlo en el centro de su carota. Jude, sin embargo, se mantuvo firme sin desviar siquiera su mirada o cerrar los ojos.

El golpe no llegó al final. Por un motivo que quizás sólo la propia Shui pudiera entender, terminó en su lugar volviendo a bajar su puño, y luego empujó con ímpetu al pirata de regreso a su silla. Ésa, por el impulso del empujón, terminó ladeándose hacia un lado y cayó al suelo, con todo y su ocupante, creando un fuerte estruendo.

—Si vas a insistir en no desviarnos, al menos tenemos que asegurar el barco —masculló Shui, volviendo a su posición inicial frente al escritorio.

—Sí... hagan eso —murmuró Jude desde el suelo, intentando volverse a levantar—. Es justo lo que estaba por decir.

—Sí, claro —ironizó Shui, dirigiéndose sin más a la salida—. Vámonos de aquí, miope, antes de que pierda los estribos.

—De acuerdo —suspiró Katori, al menos aliviado de que esa reunión no haya pasado a mayores—. Con su permiso, capitán...

Ambos se retiraron sin hacer más escándalo, aunque Shui igualmente azotó la puerta con fuerza al salir, hasta que ésta casi pareció por un segundo que se saldría de sus bisagras.

Una vez solo, Jude logró pararse y acomodar de nuevo la silla en su lugar. Tomó el libro que estaba estudiando desde antes de que todos lo interrumpieran de esa forma, y lo hojeó rápidamente para volver a encontrar la parte en la que se había quedado. Aunque Shui no lo creyera, su investigación sería provechosa al final, e incluso ella estaría contenta con el resultado.

Sin embargo, antes de reanudar su búsqueda en verdad, su atención se fijó en el plato de comida, el tarro de cerveza y la manzana que Loreili le había llevado, y que estaban colocados ahí a su lado, esperándolo. Habían pasado tantas cosas en ese pequeño lapso de tiempo que se le había borrado por completo de la cabeza que la sirvienta había ido ahí en un inicio justamente para llevarle su comida.

Contempló en silencio un rato el plato, como si dudara entre tomarlo o no. Luego, casi por mero reflejo, se viró hacia un lado, y su atención se fijó en el libro con la colorida pintura que había captado tanto la atención de Loreili, y no pudo evitar volver a pensar en lo que había ocurrido un instante antes de que Katori y Shui entraran de esa forma...

Se talló su rostro con una mano, y agitó su cabeza intentando dispersar sus pensamientos. No había tiempo para perderlo en eso. Además, por coincidencia o quizás destino, escuchó su estómago gruñir en ese mismo instante, y éste sonido se complementó con un pequeño dolor punzante que le indicaba que en efecto debía comer. Así que dejó de lado su libro, y colocó su plato de comida justo delante de él para así poder degustarlo.

Para su sorpresa, estaba particularmente delicioso.

— — — —

Luego de su infructífera visita al camarote del capitán, Day caminó de regreso al comedor principal del barco, algo cabizbaja y pensativa. Cuando ingresó de nuevo en el comedor, se sorprendió un poco al ver éste un poco más concurrido de lo que estaba cuando se fue. En específico había un grupo de unos diez, cinco sentados en una de las mesas y cinco más de pie a su alrededor, observando lo que hacían. A esas horas ya ninguno estaba comiendo en realidad, sino que parecían estar jugando algún juego de cartas mientras bebían y reían. Entre ellos, Day reconoció al hombre que llamaban Luchior (Romeo para el capitán) y su grupo de amigos habituales con los que siempre lo veía.

—No hay nada como un rato de diversión tras tantas horas de trabajo, ¿no creen? —mencionó Roman con voz tranquila, al tiempo que acomodaba las cartas en su mano.

—No hay nada como quitarles su poco dinero, querrás decir —le contestó Arturo con voz un tanto arrogante. El hombre de nariz puntiaguda se encontraba sentado de una forma más que relajada, y por las monedas colocadas justo delante de él cualquier podía adivinar que iba ganando el juego—. Si es así, estoy más que de acuerdo —añadió, comenzó incluso a mover las cartas en su mano como si fueran un abanico, en un gesto casi de burla hacia sus compañeros—. A este paso creo que podré pagar una noche entera con la linda Anastasia una vez que lleguemos a Nostalkia.

—No confíes tanto en tu temporal suerte —masculló Luchior entre dientes, no siendo capaz de ocultar del todo su ferviente enojo. En el extremo contrario de Arturo, un sólo vistazo a las monedas de Luchior dejaba en evidencia que no le estaba yendo tan bien, y que eso no le agradaba en lo más mínimo—. Aún no hemos jugado la última mano.

—Pero qué mal perdedor eres, Luchior —soltó Arturo, un poco burlón—. Acéptalo, ya casi no te queda nada más que apostar.

Pero por supuesto que Luchior no lo iba a aceptar.

Mientras ellos estaban enfrascados en su juego, Day los pasó de largo sin voltear a verlos demasiado, y procurando no llamar su atención. Luego de lo ocurrido hace unos momentos, no estaba de humor para lidiar con ese grupo y sus usuales ocurrencias a sus expensas. Pero claro, a ellos no les importaba demasiado su humor en realidad.

—¡Day! —pronunció Arturo con suficiente fuerza, haciendo que la sirvienta se sobresaltara un poco—. ¿Podrías traerme un poco más de cerveza, linda? Si lo haces rápido, te daré una pequeña propina.

Y al hacer aquella última declaración, tomó una moneda de bronce entre sus dedos, y la alzó sobre su cabeza para que la joven pudiera verla con claridad.

—¿Ahora te crees un gran derrochador sólo por haber ganado algunas manos? —comentó Luchior con marcado desdén.

—Igual, ¿crees que puedes convencer a nuestra polizona con sólo media corona? —añadió Roman con sorna—. Recuerda que ella vale cincuenta mil coronas, a lo menos.

Casi todos soltaron una fuerte carcajada en ese mismo momento, y un par añadió de su propia cosecha algún comentario hiriente referente a la supuesta recompensa que recibirían por ella. Day, por su parte, se limitó a simplemente oírlos. Y sin decir nada, se dirigió a la cocina; a regañadientes pero aun así a cumplir el encargo que le habían hecho. Al final había sido sirvienta toda su vida, y existían hábitos que no se quitaban tan fácil.

Al ingresar a la cocina, vio a Kristy tallando con fuerza una de las ollas que habían usado para la comida de esa tarde, y al parecer batallando un poco para retirar algo del fondo de ésta. Los pasos de los botines de Day contra el entablado llamaron lo suficiente su atención para virarse hacia su compañera de tareas en cuanto ingresó.

—Hola, Day —le saludó Kristy, con su frente adornada con algunas gotas de sudor por el aparente esfuerzo que estaba aplicando—. Te tardaste más de lo esperado en el camarote del capitán. ¿Acaso hizo alguna otra de sus...?

No terminó de formular su pregunta, pero igual Day se pudo hacer una idea de lo que quería decir.

—¿Excentricidades? —susurró la sirvienta con sombría seriedad. Tomó entonces uno de los tarros, se acercó al barril de cerveza, y jaló la manija para así servir un poco del líquido opaco en el recipiente—. Podría decirse que sí. Pero descuida, ésta vez no fue nada... grave, supongo.

A pesar de lo que decía, a Kristy le llamó particularmente la atención la manera en lo que lo hacía. No era ese enojo habitual en ella, especialmente luego de cruzar palabras con el capitán Jude. En esa ocasión a Day le pareció un poco... ¿triste? No sabía si era la mejor forma de describirlo, pero era lo más cercano que se le ocurría a la joven cocinera.

—¿Todo está bien? —le preguntó con reserva en su tono.

—Sí, por supuesto —le respondió Day, volteándola a ver sobre su hombro con una media sonrisa, que no hizo más que hacerla ver más triste de lo que ya parecía—. Llevaré esto y luego vuelvo para ayudarte a lavar el resto, ¿sí?

—Está bien —respondió Kristy, un tanto dudosa.

Day volvió al comedor con el tarro de cerveza en su mano. El ambiente en la mesa de juego parecía no haber cambiado. Arturo seguía pavoneándose por su aparente y arrolladora victoria, Luchior estaba casi jalándose sus cabellos del enojo, y los demás hombres se burlaban de ambos de una u otra forma.

—Aquí tiene —murmuró Day inexpresiva, colocando el tarro a un lado de Arturo.

—Gracias, hermosa —exclamó éste con orgullo, atreviéndose incluso a tomarla de su mano de repente. Esto puso nerviosa a Day e hizo que sus sentidos se pusieran en alerta—. Y lo prometido es deuda...

Arturo hizo entonces que girara su mano con su palma para arriba, y colocó sobre ésta la moneda de bronce que le había prometido. Justo después la soltó y su atención volvió al juego.

—Gracias, qué amable... —murmuró Day, un poco vacilante mientras contemplaba la moneda en su mano. Aunque no era mucho, esa era la primera vez que alguien le daba una propina por su trabajo.

Quizás no sería tan mala mesera después de todo.

—Yo que tú no regalaría mi dinero así —soltó Luchior, casi como una amenaza—. Aún te puedes quedar sin nada en la siguiente jugada.

—Supéralo, Luchior —soltó Arturo, risueño—. Todos sabemos que no tienes nada en esa mano. Ya gané...

Y en ese mismo momento, la relativa tranquilidad del comedor y de su juego fue interrumpida por la imponente presencia de la contramaestre Shui, que se hizo notar desde el momento mismo en el que puso un pie en el sitio.

—¡Levanten esos traseros ahora mismo, bolsa de cangrejos perezosos! —gritó Shui con gran fuerza, su voz retumbando como un relámpago en las paredes del comedor y haciendo que todos los hombres presentes (y Day) se alteraran asustados—. Viene una tormenta, así que muévanse que hay que preparar el barco.

—¿Ahora? —exclamó Arturo en tono de queja—. Pero si estoy ganando...

—¡Ahora! —espetó Shui con impaciencia, y justo entonces pateó con fuerza la banca a un costado de la mesa, haciendo que Arturo y dos más de los hombres cayeran al suelo de espaldas—. Aseguren las ventanas y las escotillas, y preparen las velas. ¡Muévanse! ¡No quiero ver a nadie perdiendo el tiempo!

Rápidamente todos comenzaron a levantarse y apurarse a cumplir la instrucción que les habían dado. Pero claro, ninguno se retiró sin antes tomar de regreso sus apuestas de esa mano que aún no se había cobrado.

—Es una lástima, Arturo —comentó Luchior con malicia al recuperar de regreso sus monedas—. Creo que tendrás que visitar a Anastasia en otra ocasión.

—¡No!, ¡espera! —masculló Arturo indignado, intentando alzarse rápidamente del suelo apoyándose en la mesa—. ¡Pero si ya iba a ganar!

—Mala suerte —murmuró Roman al pasar a su lado, dándole un par de palmadas en su cabeza—. Quizás aún te alcance para un trabajo manual, amigo.

—Pero si eso lo puedo hacer yo solo... —farfulló con molestia, apoyando su rostro contra sus manos y sus codos contra la mesa.

Sintió entonces una incómoda sensación en la nuca, una sensación de hecho bastante similar: la mirada juzgadora de una mujer. Y en efecto, cuando alzó su mirada hacia un lado y arriba, se encontró con Day, parada a un par de metros de él, y mirándolo hacia abajo con una nada disimulada expresión de aversión en su rostro, muy seguramente inspirada por sus últimos comentarios...

—Digo... ¡Vamos! —exclamó Arturo con apuro, parándose de un brinco del suelo—. ¡Hay que asegurar este barco! ¡¿Qué no oyeron que viene una tormenta?!

Y sin más se dirigió prácticamente corriendo a la puerta del comedor junto con todos los demás. Shui igualmente se fue con ellos, y de un momento a otro el sitio se había vaciado bastante rápido.

Una vez que las cosas se calmaron, Day notó que Katori igualmente estaba ahí; posiblemente había entrado junto con Shui, pero de seguro ésta había opacado totalmente su presencia. Igualmente Kristy había salido de la cocina, llamada por todo el escándalo que se había suscitado de pronto.

—¿Qué ocurre, navegante? —le preguntó la cocinera con curiosidad, mientras se secaba sus manos húmedas con un trapo.

Katori respiró lentamente y se acomodó sus anteojos con sus dedos.

—Vamos a cruzar por una tormenta en nuestro camino —les informó con seriedad—. Quizás la alcancemos en un par de horas. Puede que no sea nada grave, pero igual aseguren la cocina y la bodega, por favor.

—Descuide, navegante —asintió Kristy—. Nosotros nos encargamos.

—Gracias —murmuró Katori con una ligera sonrisa, misma que Kristy le devolvió de la misma forma sin siquiera darse cuenta del todo; aunque Day en efecto lo notó.

Una vez les dejó ese pequeño encargo, Katori se retiró, posiblemente a él mismo hacer sus propios ajustes. Kristy se dirigió por su cuenta de regreso a la cocina, y Day se apresuró a alcanzarla.

—¿Una tormenta? —murmuró la sirvienta con preocupación en su voz—. ¿Este viejo barco puede aguantar navegar en algo así...?

—Sí, no te asustes —le respondió Kristy con sorprendente tranquilidad—. Aunque parezca frágil, es un barco muy fuerte. El señor Lloyd lo ha estado mejorando cada vez más, haciéndolo mucho más resistente de lo que parece. Además, la tripulación ya sabe cómo navegar y preparar el barco para estos climas.

—Ya veo —susurró Day despacio, mientras observaba en silencio a todo su alrededor. A pesar de la seguridad que su nueva amiga expresaba, ella ciertamente tenía sus dudas.

—Supongo que será tu primera vez en una tormenta en altamar, ¿verdad?

—Es mi primera vez de cualquier cosa en el mar —respondió Day, quizás sonando más sarcástica de lo que se proponía. Igual Kristy no pareció tomárselo a mal.

—Bueno, es probable que te marees un poco. Pero descuida, tengo un remedio para eso.

Al escuchar eso, Day se detuvo abruptamente a mitad de la cocina. Entrecerró un poco sus ojos en expresión reflexiva, y llevó una de sus manos a su estómago, presionándolo un poco.

—Ahora que lo mencionas —musitó despacio—, en todo el tiempo que llevo aquí no me he sentido mareada; ni una sola vez que yo recuerde, al menos. Escuché de algunos marineros en el puerto que es usual que eso pase cuando no estás acostumbrada a navegar.

—Sí, de hecho a mí me pasó mis primeras semanas aquí —explicó Kristy—. Bueno, quizás en el fondo tú estás hecha para ser una marinera, ¿lo has pensado?

—No creo... —musitó Day despacio, esbozando una pequeña sonrisa.

Aquello era algo inusual en lo que no había pensado en verdad hasta ese momento. Pero de hecho, salvo por su situación con Jude, esa esfera en su tobillo, o la incomodidad esperada proveniente de estar en un sitio extraño con gente extraña... en realidad se había sentido demasiado cómoda estando ahí, rodeada únicamente de mar en todas direcciones; como en sus sueños.

Quizás simplemente su cuerpo no se había dado cuenta todavía de que el piso sobre el que se paraba no estaba de hecho pegado a tierra firme. Quizás ahora que era un poco más consciente de ello comenzaría a sentir alguna de esas molestias esperadas.

Aunque, obviamente, preferiría que no.

— — — —

Los tripulantes del Fénix del Mar dedicaron toda la hora siguiente a la preparación del barco, siempre bajo el ojo vigilante y estricto de la contramaestre. Como Kristy bien le había comentado a Day, era un proceso que ya tenían bien dominado, pues esa no era ni de lejos la primera tormenta en la que se encontrarían. Para cuando el cielo sobre ellos comenzó a nublarse y los primeros rasgos de llovizna tocaron sus caras, ya estaban prácticamente listos, y avanzaban lentamente siendo empujados principalmente por la misma corriente.

El primer oficial Henry se hizo presente en ese momento en la cubierta, y caminó por ella mientras observaba en silencio lo que los otros hacían. Debía aceptar que sentir un poco del rocío sobre su rostro le resultaba agradable; no lo sería tanto cuando la verdadera lluvia empezara.

—¿Cómo va todo, Shui? —le preguntó a la contramaestre, una vez que se cruzó con ella en su recorrido. Ésta se encontraba gritándole instrucciones a un par de hombres trepados en los mástiles.

—Ya está casi todo listo; justo a tiempo —le respondió Shui un poco distraída, pues gran parte de su atención seguía puesta en otras cosas.

Henry asintió, conforme con la respuesta. Alzó entonces su mirada hacia el frente, donde el horizonte era cubierto con nubes oscuras, e incluso se percibían los destellos de algunos relámpagos, acompañados de sus estruendosos sonidos que ya no eran rugidos tan lejanos como hace una hora.

—¿Crees que estamos en verdadero peligro? —le preguntó Henry, más curioso que preocupado

Shui se encogió de hombros con bastante tranquilidad.

—No lo sé. Pero sea lo que sea, en algo el idiota de nuestro capitán tiene razón: el Fénix del Mar ha resistido cosas peores.

Henry se sintió un poco intrigado, y a la vez tranquilo, por el optimismo de Shui, en especial cuando su comentario venía acompañado de una mención a Jude.

—¡Muy bien!, ¡vayan a comer algo y a descansar una hora! —gritó Shui a todo pulmón para que todos los hombres la escucharan. Al estar tan cerca, el grito definitivamente afectó un poco al primer oficial, pero intentó no dejarlo tan evidencia—. Luego de eso los quiero ver a todos en sus posiciones, ¡así que muévanse antes de que me arrepienta!

Los hombres comenzaron poco a poco a dirigirse al interior del barco para tomarle la palabra a la contramaestre; algunos con más ánimos que otros.

—Hablando de Jude —susurró Henry, captando de nuevo la atención de la mujer morena—, no lo he visto afuera de su camarote en todo el día.

Shui bufó con molestia, y se cruzó de brazos.

—Está con su nariz metida en los libros. Ni idea de qué esté haciendo en realidad, pero si sigue así terminará tan miope como el miope. Aunque, aquí entre nos, lo cogí en una situación un tanto extraña con la sirvienta esa hace un par de horas.

—¿Con Day? —inquirió Henry, intrigado.

—Con cómo se llame. Se estaban echando unas miraditas un poco extrañas. No me digas que recién llega esa mujer aquí y ese idiota ya se la está queriendo ligar.

—¿Celosa, acaso? —masculló Henry con tono socarrón. El comentario obviamente no le agradó ni un poco a la mujer, y de inmediato lo tomó de sus ropas con una mano, jalándolo hacia ella para encararlo fijamente.

—¿Quieres que te haga tu cara un poco menos atractiva? —musitó Shui entre dientes, apretando sus dedos contra la tela de su saco.

—Ciertamente no me gustaría —respondió Henry con tranquilidad, al parecer no afectado por la reacción tan adversa de su compañera.

Shui lo siguió sujetando un rato, como si se debatiera entre cumplir su amenaza o no. Al final, como Henry bien esperaba, lo soltó dejando de lado la intención de maltratarle su "atractiva cara".

—Entonces, ¿Jude estaba hablando con Day esta tarde? —cuestionó Henry, intentando retomar un poco del tema anterior.

—Supongo, pero en realidad no sé qué estaban haciendo, ni me importa mucho. Espero que la polizona tenga mejor gusto antes de enredarse con ese cretino.

Y sin tener en realidad muchos deseos de seguir hablando, la contramaestre se dirigió también con apuro al interior del barco para así poder comer algo, antes de que las cosas realmente feas comenzaran a suceder. Henry la acompañó andando a su lado, y por mera supervivencia no tocó de nuevo ni el tema de Jude ni el de Day. Igual, como Shui había dejado muy claro, no había mucho más que pudiera decirle.

— — — —

Varios de los hombres se habían congregado en el comedor para descansar como Shui les había indicado, y claro también en busca de algo para cenar. Sin embargo, para cuando llegaron, Day y Kristy ya habían terminado de asegurar todo lo de la cocina y la bodega, incluida a la pequeña cabra Mowi. Así que cocinar como tal no era una opción, pero igual la jefa de cocina del barco no los iba a dejar sin nada que comer.

—Lo siento, chicos —expresó Kristy justo cuando Day y ella salían de la cocina, cada una con una bandeja en sus manos—. Como el barco ya se está agitando demasiado, no podremos hacer nada para cenar. Pero les traje algo de pan y queso para que calmen su hambre. Gracias por todo su esfuerzo.

Las dos mujeres colocaron en las mesas varios platos, cada uno con un medianamente generoso pedazo de queso, varias rebanadas de pan, y algunas galletas de mar secas. El aperitivo ciertamente no emocionó demasiado a los hombres, pero tampoco les desagradó del todo.

—Pan y queso —masculló Roman, suspirando resignado pero aun así permitiéndose tomar una de las rebanadas de pan, y cortar un pedazo de queso para colocárselo encima—. Supongo que es mejor que nada...

—No se estén quejando, caballeros; ¿son hombres o niños? —comentó como una reprimenda la reconocible voz de la Dra. Melina al ingresar al recinto.

Ante su presencia, varios de los hombres se sentaron derechos y comenzaron a modular un poco más su voz. Ese era el efecto que la doctora del barco solía tener en la mayoría de ellos; debían tratarla bien si querían que los atendiera como era debido cuando se enfermaban o lastimaban.

—Ustedes también siéntense a comer algo —les indicó Melina a Kristy y Day, al tiempo que ella misma tomaba asiento en el extremo de una de las mesas—. Ya han trabajado demasiado el día de hoy. Vengan.

La doctora agitó sus manos, indicándoles que se le acercaran y se sentaran junto a ella. Jaladas quizás por el mismo tipo de influencia que afectaba a los otros, las dos cocineras se sentaron en una de las bancas, justo enfrente de la elegante mujer de cabellos castaños.

—Gracias, doctora —agradeció Kristy, sonriendo con gentileza.

Day, por su lado, se limitó sólo a asentir un poco. La presencia de esa mujer en el barco le resultaba aún extraña, por muchos motivos. Pero, como bien le habían informado antes, todos tenían su motivo para estar y quedarse ahí, así que la Dra. Melina igualmente debía tenerlo; aún a pesar de que el capitán la tratara como si fuera un hombre.

Las tres chicas tomaron un poco de pan y queso, y comenzaron a comer en silencio. Mientras masticaba, Melina miraba pensativa por una de las pocas escotillas que tenía el comedor, por la cual se podía percibir el exterior ya un poco oscurecido, al igual que las gotas que comenzaban a golpear el cristal, cada vez con más fuerza.

—Me gustan los días lluviosos, ¿y a ustedes? —comentó Melina de pronto, jalando la atención de las dos chicas delante de ella—. Claro, me gustarían más si estuviera en tierra firme, y si nuestras vidas no peligraran cada vez que cruzamos por una de estas tormentas.

—¿Peligrara? —masculló Day, casi palideciendo por el comentario. Kristy se apresuró a tomarla de la mano, y negó rápidamente con su cabeza, intentando decirle con esos pequeños gestos que todo estaba bien, que no tenía que asustarse. Aquello funcionó, al menos en parte.

—¿Qué tal si jugamos a algo, chicas? —les propuso Melina justo después, tomándolas aún más por sorpresa.

—¿Jugar? —musitó Day, curiosa—. ¿Los piratas tienen juegos para noches lluviosas?

—¿Qué tal un juego de cartas por prendas? —exclamó la juguetona voz del Sr. Lloyd desde un par de asientos de distancia de ellos; era evidente que ya estaba algo (o muy) tomado—. Yo solo contra ustedes tres, chicas. ¿Creen poder ganarme o les da miedo?

La propuesta, y la manera tan libidinosa en la que la había hecho, ciertamente puso incómodas a Day y a Kristry, y esto se volvió muy evidente en sus respectivas miradas inseguras.

—¿Es que acaso no recuerdas que la última vez que propusiste eso la contramaestre te dejó sólo con tus calcetas, viejo loco? —señaló Luchior con tono de burla, acompañado de las risas de algunos de sus compañeros.

—Y definitivamente no quiero volver a ver ese espectáculo —añadió Shui con molestia desde el otro extremo de la mesa—. Ni siquiera usabas ropa interior esa vez, ¡agh!

Shui sacó una lengua en señal de asco, al parecer a rememorar aquel lejano y desagradable recuerdo.

—Bueno, ustedes se lo pierden —indicó Lloyd encogiéndose de hombros, y siguió bebiendo con calma en su asiento.

En ese momento la contramaestre terminó de comer su pan y queso, y se empinó lo que quedaba de su tarro de cerveza de un sólo trago. Se limpió los labios con su antebrazo, y se paró de la banca rápidamente, tallándose sus manos para limpiarlas de cualquier rastro de comida.

—Ustedes quédense aquí con sus jueguitos —señaló la mujer morena con algo de agresividad en su tono—. Alguien tiene que dirigir este barco.

Y dicho eso, fue claro que tenía intención de volver de inmediato a cubierta, pese a que se suponía les había dado a todos una hora descanso a todos.

—Yo la acompaño, contramaestre —indicó Luchior, parándose y terminándose rápidamente su respectiva cerveza—. Alguien tiene que cuidarle la espalda.

—Sólo no me estorbes —fue la única respuesta de Shui mientras salía del comedor, sin detenerse a mirarlo siquiera.

Ambos salieron en dirección a cubierta. En los minutos siguientes, algunos otros se les irían uniendo conforme terminaban de comer o de descansar.

—No creo que debamos ponernos a jugar —comentó Kristy una vez que todo se calmó un poco—. Después de todo, debemos estar alerta por si algo ocurre, ¿no?

—Supongo que tienes razón, pequeña Kristy —suspiró Melina, sonando en parte molesta, pero en parte conforme pues sabía que en efecto la cocinera estaba en lo cierto—. En ese caso, creo que volveré a mi oficina en caso de que alguien me necesite —indicó la doctora, parándose una vez que terminó de comer—. Tengan cuidado y no se lastimen, ¿está bien?

—¡Sí! —respondieron Day y Kristy al unísono sin proponérselo, apenándose un poco por ello. Melina sólo rio divertida y se retiró con paso tranquilo.

Al salir, la doctora se cruzó con Henry que venía entrando. Tras bajar de la cubierta, el primer oficial había optado tomar rigurosamente su turno de ese día en el cuarto de baño (mejor ahora mientras aún podía) antes de pasar al comedor. Traía en esos momentos sus largos cabellos rubios sueltos, y alrededor de su cuello portaba una de las toallas nuevas que Day había traído consigo (sin querer).

—Buenas noches, oficial Henry —le saludó Melina al pasar a su lado, asintiendo lo debido con su cabeza.

—Buenas noches, doctora —le respondió Henry del mismo modo, y avanzó entonces hacia una de las mesas.

Day se sobresaltó un poco al verlo. No le había tocado verlo con el cabello así, sin su habitual cola, pero debía admitir que así se veía incluso un poco más apuesto que de costumbre.

—Buenas noches, primer oficial —le saludó Kristy, poniéndose de pie—. ¿Quiere que le prepare algo de pan y queso?

—Descuida, Kristy —le indicó el hombre rubio mientras tomaba asiento—. Yo puedo atenderme solo, gracias.

Henry tomó un poco del pan que aún quedaba en unos de los platos y una generosa rebanada de queso. Acercó también un tarro a él, que en esos momentos estaba vacío pero no por mucho pues en ese momento sacó del bolsillo interno de su traje su licorera, donde tenía servido algo de licor de caña de su reserva personal. Vertió un poco del líquido opaco en el tarro para beber con más comodidad.

Una vez teniendo todo listo, comenzó a comer con calma de su pan y beber pequeños sorbos de su licor. Ambas cosas lo terminaron de relajar, más de lo que ya lo había hecho su baño de hace unos momentos.

Mientras comía, su atención se viró unos momentos hacia la mesa de honor y a sus tres sillas vacías, en especial la de en medio.

—Kristy, ¿Jude no ha salido aún de su cuarto? —preguntó de pronto con voz alta para que la cocinera lograra escucharlo.

—No, oficial —le respondió la jovencita—. No lo he visto en todo el día, de hecho.

—Entiendo —masculló Henry despacio, intentando no darle más importancia.

Ese tonto; casi parecía que se estuviera escondiendo, mientras todos se encontraban preocupados por la tormenta. Más le valía que lo que fuera que estuviera haciendo fuera algo en verdad importante. Consideró si acaso debería ir y cuestionarle al respecto, pero la idea de momento le provocaba demasiada pereza. Quizás lo haría más tarde.

Sentadas en la otra mesa, Day y Kristy siguieron comiendo un poco más, aunque en realidad ninguna de las dos tenía demasiada hambre; no tanto como cansancio. Pero Day parecía tener algo más encima, algo que le presionaba los hombros y la tenía cabizbaja al tiempo que daba pequeños mordiscos a su galleta. Pero ese estado de ánimo no era algo que se hubiera suscitado en ese lugar o momento, pues Kristy ya lo había notado desde la tarde.

—¿Qué pasa, Day? —murmuró despacio y con suavidad la joven cocinera, pero aun así la sirvienta terminó por al parecer encresparse un poco.

—¿Eh? —murmuró Day, un tanto distraída.

—Has estado algo divagante desde que... Bueno, desde que fuiste en la tarde a ver al capitán. ¿Segura que no pasó nada?

—No, nada... —respondió Day rápidamente, virando de nuevo su atención a su galleta, y volviendo a dar una pequeña mordida de ésta.

Kristy supuso que esa conducta era su forma de decirle que ya no quería hablar, y así lo tomó. Así que, en lugar de seguir insistiendo, ella también se volvió de regreso a su merienda, quedándose en silencio. Sin embargo, una vez que Day tragó por completo su bocado, ella misma fue la que rompió el silencio, tomando sin embargo una ruta que (aparentemente) no tenía relación con lo que estaban conversando en un inicio.

—Oye, Kristy —dijo en voz baja para llamar la atención de su compañera—. ¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Es cierto que tú no sabías leer o escribir cuando llegaste a este barco?

Kristy la observó, un tanto confundida por la pregunta, mas al parecer no molesta.

—¿Cómo supiste de eso? —le preguntó con curiosidad, aunque no esperó mucho a que le diera una respuesta; no era un gran secreto, después de todo—. Bueno... Sí, es cierto. Como te dije, crecí en las calles, y... ahí no hay muchas partes donde aprender algo como eso.

—¿Y aprendiste aquí? —inquirió Day, al parecer más segura en sus acercamientos.

—Un poco. Aún se me dificulta, pero el capitán me ayuda cuando puede.

La sola mención de Jude causó un visible rastro de molestia en Day, notándosele principalmente en la forma en la que había arrugado su entrecejo y volteaba su cara hacia otro lado.

—El capitán... —masculló con desdén en su voz—. ¿Ese sujeto en verdad te enseñó a leer?

—Sí, así es —asintió Kristy—. De una manera un poco extraña, y a veces gritaba más de lo que me gustaría... Pero hizo el esfuerzo por ayudarme, y lo aprecio. ¿Por qué lo preguntas?

Day se mordió ligeramente su labio inferior, y sus dedos tamborilearon nerviosos sobre la superficie de la mesa.

—Sólo por curiosidad —respondió con una calma que se sentía bastante artificial—. Sólo me parece algo increíble... Eso de no saber algo, y luego aprenderlo en un sitio como éste...

Day guardó silencio unos momentos, con sus dedos aun moviéndose nerviosos sobre la mesa. Y tras un rato que necesitó para poder tomar la fuerza suficiente, se animó al fin a pronunciar en voz alta el pensamiento que le rondaba tanto por la cabeza.

—Y... ¿crees que tú... pudieras enseñarme? —murmuró de pronto despacio, como un simple pensamiento que no fuera en realidad dirigido a nadie en especial. Pero Kristy, por suerte, igual lo captó.

—¿A ti? ¿Acaso tampoco sabes leer, Day? —le preguntó un tanto extrañada, sin disimularlo demasiado. Se dio cuenta de que quizás no había tenido el suficiente tacto en el momento en el que Day agachó su mirada, al parecer apenada—. Lo siento —se apresuró a pronunciar la cocinera—, es sólo que me sorprendiste un poco. Como eras sirvienta en la casa de un regente, di por hecho que... bueno, tenías un poco más de educación que varios de nosotros.

—A los señores no les interesa demasiado que su servidumbre sepa más de lo que ocupa para sus labores —declaró Day con animosidad—. Los otros sirvientes de la casa aprendieron de sus padres, pero yo... bueno, simplemente nunca pude aprender; dejémoslo así.

—Entiendo —asintió Kristy—. Podría intentar enseñarte, pero no creo tener las habilidades necesarias para hacerlo. Pero quizás el capitán...

—¡No! —exclamó Day de golpe, quizás alzando de más la voz pero sin remordimiento de por medio—. No se lo pediré a ese sujeto. No quiero...

Se volteó molesta hacia otro lado, refunfuñando un poco en voz baja.

—Está bien, tranquila —susurró Kristy con voz calmada—. Podríamos quizás preguntarle al navegante, pero él siempre está tan ocupado...

Su sugerencia quedó sin completarse, pues tuvo que callar abruptamente cuando ambas sintieron como el suelo debajo ellas se agitaba con violencia hacia un lado, haciendo que prácticamente todo en el comedor se sacudiera. Day se sujetó rápidamente de la mesa, pero Kristy terminó cayendo de la banca, golpeándose su trasero contra el piso.

—¡Ah! —gimió Kristy adolorida en el suelo, aunque el espanto era mucho más que el dolor, y el sentimiento era claramente compartido por Day.

—¿Están bien? —cuestionó Henry preocupado, parándose rápidamente de su asiento.

—Sí, eso creo —susurró Kristy, intentando volver a la banca mientras se sobaba su adolorida parte trasera.

—¿Esa sacudida fue algo normal? —masculló Day un tanto insegura. Nadie le respondió, pero un sólo vistazo a las caras serias de Henry y Kristy le indicaron que, probablemente, no lo era.

—Vayan a su cuarto y pónganse seguras —les ordenó el primer oficial con firmeza, y luego se giró hacia tres hombres que seguían comiendo en la otra mesa—. Ustedes, vengan conmigo.

Los tres se pusieron de pie, y lo siguieron sin dudarlo en cuanto Henry salió del comedor, y se dirigieron directo hacia las escaleras de cubierta.

Las dos chicas se quedaron en un parpadeo totalmente solas, con la incertidumbre inundando sus cabezas.

—Todo está bien, ¿verdad? —le preguntó Day a su compañera, con su voz temblándole un poco.

—Sí, por supuesto... eso espero —respondió Kristy, no logrando transmitir demasiada confianza en realidad—. Vayamos a nuestra habitación como nos indicaron.

Day sólo asintió como apoyo a su sugerencia, y entonces ambas se dirigieron hacia el pasillo. Estando ya en el arco de la entrada, sin embargo, Day se detuvo abruptamente, plantó sus dos pies en el piso, y se viró hacia atrás, como si buscara con la mirada a alguien más que siguiera sentado en las mesas. Sin embargo, tal como le había parecido hace unos momentos, no había nadie más ahí.

—Day, ¿qué pasa? —le cuestionó Kristy al verla ahí parada.

—¿Oíste eso? —le preguntó la pelinegra, sintiéndose un poco desconcertada.

—¿Si oí qué cosa?

—¿No lo oíste? Fue como una...

Calló de golpe, claramente vacilante.

—Nada, olvídalo —declaró tras un rato, intentando restarle importancia—. Quizás estoy más nerviosa de lo que pensaba.

Y sin más espera, siguió con su marcha a lado de su jefa, intentando convencerse a sí misma de que, en efecto, aquello había sido sólo su imaginación.

— — — —

La lluvia y el viento habían ya arreciado para esos momentos, y ambos golpeaban con fuerza al Fénix del Mar. En cubierta, los hombres trabajaban todos juntos para mantener el barco navegando seguro por la tormenta. Varias de las velas estaban bajadas, y se movían lentamente con las secundarias. Luchior estaba en el timón, intentando mantenerse en la dirección justa para salir de esa tempestad, antes de que empeorara.

—¡Esto se está poniendo violento! —espetó Roman desde su posición, mientras junto con algunos otros hombres jalaba con fuerza de las cuerdas para mantener una de las velas en su lugar.

—¡Aún no es para tanto! —declaró Luchior con ímpetu desde el timón—. Creo que si mantenemos el rumbo fijo podremos salir de esta molesta tormenta en menos de una hora. ¡¿Qué opina usted, contramaestre?!

Su última pregunta la pronunció con gran fuerza, prácticamente como un grito, para que la receptora de ésta pudiera oírla, en especial con toda la conmoción. Y es que Shui Jun se encontraba en esos momentos de pie en la proa, con sus dos pies bien plantados en el suelo, sus brazos cruzados, y su mirada estoica y fija en el frente. La lluvia y el viento le golpeaban con fuerza la cara, pero la mujer morena no parpadeaba ni se movía de su sitio; casi como si fuera una parte inamovible más del barco.

—¿Qué hace ahí parada exactamente? —cuestionó Arturo entre curioso y fastidiado.

—¿Siendo una con el mar? —respondió Roman, encogiéndose de hombros—. ¿O estará usando alguna especie de conjuro del Ártico para que salgamos a salvo de esto? Quizás está hablando con sus dioses o algo así.

Algunos de los hombres rieron divertidos como respuesta a sus comentarios socarrones. Pero todos cortaron de golpe sus risas en cuanto notaron que la contramaestre de viraba directo hacia ellos sobre su hombro izquierdo.

—Puedo oírlos, imbéciles —soltó con ferviente amenaza—. Mejor cierren sus bocas, antes de que se las cierre con brea.

Aquello fue suficiente para que todos agacharan sus cabezas, y no tuvieran muchas más ganas de seguir haciendo bromas o teorías sobre lo que fuera que Shui estuviera haciendo ahí.

—Si fuera ustedes no me burlaría tan a la ligera de esas cosas —declaró Luchior con inusual seriedad—. He oído algunas historias sobre cómo la gente del Ártico tiene una conexión especial con el mar y sus criaturas. Aunque yo no sepa con exactitud qué está haciendo ahí parada, me siento mucho más seguro sabiendo que lo está haciendo.

—¡También te puedo oír a ti! —volvió a gritar Shui desde su posición—. Mejor enfócate en mantener fijo ese timón, ¿oíste?

Luchior de hecho sonrió complacido de escuchar su grito, más que preocupado o asustado como los demás. Y, por supuesto, se enfocó en cumplir esa encomienda que le acababa de vociferar, sujetando firmemente el timón con sus dos fuertes brazos.

Henry y los tres hombres que lo acompañaban se hicieron presentes en ese momento en cubierta. El primer oficial recorrió su mirada rápidamente por el alrededor, intentando vislumbrar la situación, pero especialmente buscando a Shui. Tardó un poco, pero la visualizó de pie en la proa, por lo que rápidamente se abrió camino hacia ahí, pasando entre los hombres, las cuerdas y las gotas de lluvia.

—Shui, ¿qué fue esa sacudida de hace unos momentos? —pronunció con fuerza cuando estuvo a la distancia prudente de la contramaestre.

La mujer morena se viró lentamente sobre su hombro hacia él, con aparente confusión en su mirada.

—¿Sacudida? —masculló despacio—. ¿De qué sacudida en específico estás hablando...?

Y en ese preciso momento todos sintieron como el barco era empujado con fuerza; pero no hacia un lado o hacia el otro, sino hacia arriba... La parte delantera se elevó un poco, y por unos segundos el barco se inclinó hacia atrás. Shui se agarró firmemente del barandal, e igual Henry se sostuvo de una cuerda. Sin embargo, otros más terminaron cayendo al suelo o incluso deslizándose por el suelo mojado.

Luchior incluso soltó el timón y cayó al suelo sobre su hombro derecho. El timón de madera comenzó a girar libremente, y para cuando el barco volvió a bajar y tocar el agua, comenzó a virar hacia otra dirección. Luchior se apresuró a pararse, y tomó firmemente el timón, girándolo rápidamente para intentar colocarlo de regreso en su posición.

—¡Supongo que ahora habla de esa sacudida! —espetó Luchior con fuerza. Al igual que él, poco a poco todos intentaron alzarse lo más rápido posible y volver a sus tareas, antes de que el barco perdiera por completo el control.

—¿Eso acaso fue una ola? —cuestionó Henry, virándose hacia Shui. La contramaestre en ese momento miraba pensativa hacia el suelo.

—No, no se sintió así —murmuró despacio, y entonces se agachó lo suficiente para colocar una mano sobre el suelo húmedo—. Fue como si hubiéramos golpeado algo por abajo. O...

Su mirada se endureció aún más, e hizo una repentina pausa.

—¿O? —cuestionó Henry, un poco impaciente. Pero la respuesta quizás sería más de lo que quería escuchar

—O más bien algo nos golpeó a nosotros...

Y antes de que cualquiera pudiera digerir por completo aquella declaración, el barco volvió a ser sacudido una vez más, ahora sí hacia un lado. E igual como antes, varios de los hombres en cubierta se zarandearon, y sólo algunos lograron mantenerse de pie.

— — — —

La sacudida se sintió en todo el barco por igual, haciendo que muchos de los que se encontraban en el interior perdieran el equilibrio y terminaran de bruces contra el suelo. Y uno de estos fue inevitablemente Jude, que hasta ese momento había de cierta forma permanecido apartado de toda la conmoción. Eso cambió cuando su silla se deslizó por el suelo, estando él aún sobre ella, hasta chocar contra su librero, y él terminara de narices al piso, y al menos ocho de sus libros le cayeran encima.

Todo fue tan rápido que el capitán se quedó unos instantes ahí tirado boca abajo, intentando digerir qué había pasado. Cuando al fin pudo reaccionar, se puso de pie de un salto, quitándose los libros de encima con algunos manotazos. Plantó sus dos pies en el suelo, buscando la estabilidad que, al menos de momento, había vuelto. Luego alzó su mirada hacia sus ventanas, donde se percibía el cielo oscuro y las gotas de lluvia que golpeaban el cristal con fuerza, así como el mar embravecido. Sin embargo, Jude lo supo con claridad...

—Eso... eso no fue una ola... —murmuró para sí mismo, impresionado y, en parte, asustado. Y claro, no podía ignorar que también se sentía un poco adolorido por el golpe, pero eso era secundario.

Sin dudarlo mucho, y antes de que otra sacudida se suscitara, se dirigió apresurado a su silla. Del respaldo colgaba su espada guardada en su funda de cuero, por lo que rápidamente la agarró con su mano y se dirigió a la salida. No se tomó el tiempo para ponérsela en el cinturón, pues su instinto le decía que aquello ameritaba su atención inmediata.

FIN DEL CAPÍTULO 13

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