Capítulo 12. Yo Podría...
WingzemonX & Denisse-chan
CRÓNICAS del FÉNIX del MAR
CAPÍTULO 12
YO PODRÍA...
Las cosas comenzaban a sentirse un poco raras en el Fénix del Mar; es decir, más raras de lo usual. Aunque, siendo justos, esta sensación había comenzado a percibirse desde tiempo antes; desde ese último golpe que algunos llamarían exitoso, y otros un tremendo desastre.
Las cosas para ese entonces eran una extraña combinación de calma y tensión en el barco pirata. Por un lado, todos atendían en silencio sus respectivas labores. No había discusiones ni pleitos, y nadie pronunciaba en voz alta sus descontentos o preocupaciones. Sin embargo, eso no significaba que no estuvieran ahí. Por supuesto que la tripulación no estaba precisamente feliz tras el resultado de los últimos golpes, o la reducción de sus raciones de comida, o por el hecho de que habían estado navegando sin un rumbo fijo desde hace algunos días, sin ninguna otra instrucción especial.
Y aun así, en efecto, todo estaba relativamente calmado. Sin embargo, eso posiblemente no duraría mucho...
Al mediodía, ocurrió una pequeña reunión casi secreta (aunque por supuesto, casi todos se enteraron de ella al final) en el camarote del capitán. En ésta sólo participaron éste, el primer oficial Henry, el señor Lloyd, y el navegante Katori, que también se encargaba de las finanzas del barco, como bien se dijo antes. El hecho de que hubieran invitado únicamente al navegante y no a la contramaestre Shui, daba ya bastante de qué hablar. Normalmente eso ocurría cuando el tema era tan, pero tan delicado, que la "volátil" personalidad de la mujer guerrera podría prestarse más para estorbar que ayudar; todos lo pensaban, pero nadie lo diría en voz alta, y menos en presencia de ella.
El propósito de la reunión se le dejó saber a Katori muy claro desde el inicio, y era en efecto el dinero y los suministros. Katori ya preveía que algo como eso sucedería, así que ya se había tomado el tiempo de revisar ambos temas a detalle. Y aunque lo que tenía que compartir con el capitán y los otros no eran del todo un desastre, tampoco eran lo que muchos llamarían buenas noticias.
—...con los ajustes a las raciones que decidí con Kristy y Day, creo que estaremos bien máximo una semana más —concluía Katori con su detallada explicación, intentando mantenerse lo más firme posible. Él se encontraba sentado en una silla delante del escritorio del capitán. Éste estaba sentado del otro lado, con Henry y Lloyd de pie a sus lados. Desde esa perspectiva, el navegante se sentía casi como si fuera el acusado en algún tipo de juicio, y eso no lo tenía para nada cómodo—. Si usamos nuestro fondo de emergencias, quizás podamos abastecernos en el siguiente puerto para algunos días más —prosiguió—. Pero si llegáramos a esa situación... bueno, está de más decir que sería preferible que eso no pasara, pues nos quedaríamos sin flujo para una verdadera emergencia.
Henry soltó un pequeño quejido que Katori interpretó acertadamente como molestia, pero esperaba que ésta no fuera hacia él. El primer oficial alzó su mano derecha a continuación, y se tomó su barbilla con ella, adoptando una pose reflexiva.
—Entiendo —murmuró Henry despacio—. Sería seguro entonces decir que nuestra situación es preocupante. ¿O me equivoco?
—No quisiera decirlo de esa forma, pero... —Katori vaciló un poco, intentando encontrar la forma correcta de expresar sus ideas—. Sí sería recomendable tomar alguna medida pronto.
Directa o indirectamente, la atención de todos los presentes se viró hacia Jude. Éste, durante toda la exposición de Katori se había mantenido inusualmente callado, considerando que era una persona que solía siempre tener una opinión para todo. Se había quedado simplemente ahí sentado en su silla terciopelada, con sus pies arriba del escritorio, y su mirada pensativa puesta más en el techo que en el hombre xinguense delante de él.
Katori se preguntó si acaso su mente se encontraba perdida pensando en la situación tan apremiante... o quizás estaba divagando en otro asunto y lugar.
—Jude —murmuró Henry con fuerza de pronto para llamar su atención. El capitán se sobresaltó un poco, haciendo que su silla se balanceara sobre sus patas traseras. Bajó su atención del techo hacia el primer oficial a su derecha, mirándolo con un poco de desconcierto—. ¿Tienes algo que agregar a la cuestión?
El Carmesí lo observó en silencio por unos instantes con una severa gravedad en su mirada. Sin decir nada, bajó de un jalón sus pies del escritorio, los plantó en el entablado, e inclinó entonces su cuerpo al frente, en dirección a Katori. Sus intensos y amenazantes ojos dorados pusieron aún más nervioso al navegante en cuanto estos se fijaron de esa forma en él.
—¿Qué hay de nuestros últimos dos botines? —cuestionó el capitán de pronto sin ninguna vacilación—. ¿No hay nada que rescatar de ellos para solventar esta situación?
—¿Habla en serio? —soltó Katori con incredulidad, prácticamente por mero reflejo pues normalmente no habría sido su intención dar una respuesta como esa. Se las arregló un segundo después para recuperar la compostura, y hablar a continuación con bastante más moderación—. Bueno... podríamos seguir intentando vender el resto de los afrodisíacos en los diferentes puertos, al igual que los ositos. Pero la verdad no estoy seguro de qué tan productivo sea eso a la larga. Aun suponiendo que encontráramos a las personas adecuadas para comprarlos, es probable que el gasto por el esfuerzo termine siendo mayor a la ganancia obtenida.
—Suena a una muy pésima idea, entonces —exclamó Lloyd como conclusión lógica. Suspiró con algo de cansancio justo después, y entonces se viró hacia Jude y Henry, mirando a ambos fijamente a través del cristal oscuro de sus anteojos—. Bajo estas circunstancias, o incluso menores, creo que todos sabemos lo que un verdadero grupo pirata haría. ¿O no?
La mirada de Henry se endureció con seriedad, aparentemente no sólo comprendiendo lo que Lloyd les estaba insinuando, sino incluso siendo capaz de poner la idea en palabras claras:
—Dar un gran golpe que nos llene los bolsillos, ¿no es así?
Lloyd no dijo nada, pero su sólo silencio era suficiente respuesta.
—No es una opción, ni siquiera lo piensen —espetó Jude de pronto, parándose abruptamente de su silla. En su voz se percibía algo de fuego—. No voy a asaltar un barco de pasajeros inocentes, ni atacar un puerto, ni nada parecido. No somos esa clase de piratas. ¡Somos corsarios de Florexian!, ¡no vulgares ladrones!
—No creo que para Kalisma haya mucha diferencia, muchacho —señaló Lloyd con cierta mordacidad—. Además, ¿qué tanta diferencia hay entre robarle a un regente o a un gobernador, a cualquier comerciante o viajero?
—Hay mucha diferencia —declaró Jude con firmeza—. Nosotros no robamos indiscriminadamente. Nuestros actos siempre son con la única intención de golpear en lo más hondo a la gorda y sucia aristocracia de Kalisma, y en especial a su despreciable familia real. ¡No el hacer fortuna a costa de los inocentes así como lo hacen ellos!
—¿Y qué nos ha dado de recompensa tus últimos "golpes a la gorda y sucia aristocracia de Kalisma"? Afrodisiacos, vestidos, muchos ositos... y claro, una chica. Los hombres te tienen paciencia, Jude; más de la que te mereces, definitivamente. Pero ésta no es infinita. Tú mismo ya sufriste no hace mucho la ira de Shui Jun, ¿no? Si no le das un buen botín pronto, perderá sin remedio la compostura. Y los golpes que te dio el otro día habrán sido sólo un juego de niños. Y quizás no sea la única en querer hacerlo.
—No creo... que llegue a tanto —intervino Katori con voz temblorosa—. Estoy seguro de que la contramaestre preferirá mantener el orden, antes de dejar que se desate el caos por este asunto.
Los tres hombres delante de él lo miraron de reojo, en silencio. Era evidente que ninguno de ellos compartía su misma confianza en Shui, o en la compostura de los demás hombres. Incluso Henry, que era siempre el que más alegaba por la armonía entre la tripulación, debía aceptar que la situación se podía tornar peligrosa si no hacían algo al respecto, y rápido.
—Jude —murmuró el primer oficial, tomando la palabra—. Yo estoy de acuerdo contigo en que hay límites que podemos cruzar, y límites que no. Pero si no contamos con alguna alternativa viable a la propuesta de Lloyd, me temo que tendremos que considerarla seriamente. Y creo que sabes muy bien que si lo ponemos a votación, la mayoría de la tripulación estará de acuerdo.
El capitán frunció el ceño con frustración, y se dejó caer sin más de regreso en su silla. Agachó su cabeza pensativa, mirando al suelo. Y así permaneció, quieto y en silencio, por al menos un par de minutos más.
—¿Cuál es su decisión, capitán? —susurró Katori despacio, un poco temeroso de que su osadía le costara algún grito de parte del pelirrojo.
Sin embargo, no hubo un grito, un reclamo, ni ninguna otra reacción violenta que Katori se esperaba. En su lugar, Jude permaneció en silencio unos instantes más, y luego soltó su instrucción con sorprendente calma:
—Fija rumbo hacia Nostalkia, Cort.
—¿Nostalkia? —exclamaron los otros tres hombres al mismo tiempo, cada uno con niveles diferentes de sorpresa, pero sin lugar a duda esa era la emoción compartida por todos.
—Le llevaremos las mercancías de los últimos atracos a Tommy, y que él se encargue de venderlas en dónde pueda —añadió Jude con simplicidad, aunque ello no ayudó demasiado a aclarar su idea.
—¿Afrodisiacos y ositos? —soltó Katori, aprensivo—. Capitán, Tommy de ninguna manera nos recibirá mercancía como esa...
—¡Pues tendrá que hacerlo!, ¡carajo!; si no quiere que le parta el trasero en dos —gritó Jude entonces, ahora sí alzando la voz justo como Katori se esperaba anteriormente—. Y si no, en el peor escenario si la situación es tan precaria como dicen, tomaremos un poco del dinero que nos está guardando, y así sobreviviremos un poco más hasta que encontremos otro objetivo más viable.
Al escuchar esa última proposición, más que sorprendido o confundido, lo que Katori sintió inmediatamente fue una tremenda preocupación. Ese dinero del que hablaba con tanta soltura eran básicamente sus ahorros de todos esos años de atracos, que tenían resguardado con personas de confianza para mantenerlo seguro. Era de cierta forma su "tesoro pirata"; y no uno muy grande, en realidad.
—Capitán, el dinero que dejamos en Nostalkia no debería de tocarse al menos que sea una situación de vida o muerte...
—¡No estás aquí para cuestionarme, Cort! —espetó Jude con enojo, chocando justo después su puño contra su escritorio y haciendo que las cosas sobre éste saltaran—. ¡Fija rumbo a Nostlakia y se acabó la discusión!
Katori agachó el rostro, y soltó un pequeño y apenas apreciable suspiro de resignación.
—Sí, capitán...
Y sin aparentemente tener nada más que decir, el navegante se paró de su silla y se dirigió cabizbajo hacia la salida del camarote.
—Vamos, muchacho —añadió Lloyd, andando a lado de Katori para también retirarse—. Hiciste lo que pudiste para meterle un poco de sentido común en la cabeza. Pero ya debes haber entendido que eso es caso perdido.
—¡Puedo escucharte, viejo! —exclamó Jude desde su asiento, pero Lloyd siguió caminando sin voltear a verlo.
Cuando la puerta se cerró detrás de Katori y Lloyd, la actitud de Jude se relajó un poco; por así decirlo. Se retiró su sombrero negro de la cabeza, y lo lanzó casi de forma despectiva hacia el escritorio, quedando en el centro de éste. Luego soltó un fuerte quejido, que poco después se convirtió en bostezo. Lo siguiente fue entrecruzar sus brazos sobre la superficie de la mesa delante de él, y agacharse al frente para recostar su cabeza sobre estos, como si tuviera la intención de dormirse ahí mismo. Y quizás en efecto lo habría hecho, pero aún no estaba del todo solo...
—Jude —murmuró Henry a su lado con firmeza—, ¿en verdad crees que ir a Nostalkia sea la mejor movida en estos momentos?
—¿Por qué no lo sería? —respondió el capitán sin alzar su cabeza—. Es un puerto seguro en el que tenemos amigos, después de todo. Podremos estar varios días ahí para descansar y... pensar un poco mejor en lo que haremos.
—Bueno, eso es cierto —reconoció Henry—. Y también sería un buen lugar para que nuestra última recluta forzada se establezca, ¿no es así?
Jude no demostró reacción alguna a su comentario.
—¿De casualidad ese razonamiento no tuvo algo que ver con tu decisión? —insistió el primer oficial, sonando casi como una acusación.
El capitán Carmesí continuó inmutable con su cabeza agachada, casi como si quisiera dar a entender que ya se había quedado dormido. Sin embargo, tras unos segundos musitó despacio:
—No tengo idea de qué hablas. Esa polizona sólo dejará este barco cuando me entreguen el rescate por ella, o con los pies por delante. Y de ninguna otra forma.
Henry no pudo evitar sonreír ligeramente al escucharlo decir eso. Aunque sus palabras decían una cosa, presentía con bastante fuerza que su intención real iba en la dirección opuesta.
—Como digas —asintió el hombre rubio dejando el tema por la paz (de momento), y al parecer pasó igualmente a retirarse—. De cualquier forma, en efecto Nostalkia será un lugar seguro para nosotros, al menos por un tiempo. Pero terminado ese tiempo, tendremos que reconsiderar nuestras opciones, Jude. Y creo que ambos sabemos que ese supuesto rescate de cincuenta mil coronas no llegará para salvarnos.
—Eso lo veremos.
Ya estando con un pie fuera del camarote, Henry se detuvo un instante pues algo más se le vino a la mente de momento. Se giró una vez más de regreso hacia su capitán, y dijo:
—A propósito, ¿qué decidiste sobre lo que hablamos el otro día?
—¿Qué tendría yo que decidir al respecto? —respondió Jude a regañadientes, dándole a Henry una sensación parecida a la de su respuesta anterior.
—Tú sabrás lo que haces. Pero espero que te decidas antes de que lleguemos a Nostalkia.
Y lanzada esa pequeña advertencia, el primer oficial se retiró para dejar al fin a su capitán solo.
Jude se quedó recostado en su escritorio unos cinco minutos más, pero pasado ese tiempo se alzó y se sentó de nuevo derecho en su silla. Estiró sus brazos y soltó un par de quejidos de dolor, aunque también de satisfacción.
En lugar de dormir como parecía que necesitaba, se paró y se dirigió a uno de sus libreros, recorriendo con sus dedos los lomos de los libros, hasta dar justo con el que buscaba: un libro grueso de pasta rojiza, que en realidad no se veía tan viejo y gastado como los otros. Lo tomó en sus manos, examinó la portada para asegurarse que en efecto era el que buscaba, y una vez seguro volvió a su escritorio para sentarse en él y comenzar a recorrer poco a poco las páginas del libro, en busca de algo en específico...
Si Nathan y Lloyd querían que les diera una alternativa para ganar dinero, se las daría. Sólo debía encontrarla.
— — — —
—Nostalkia, ¿eh? —exclamó Luchior con desinterés al escuchar la instrucción del navegante Katori a su lado. El ladrón de cabellos verdes tenía su mirada fija en el horizonte, mientras sujetaba firme el timón del barco en cubierta. A su alrededor, varios de los demás hombres se encargaban del manejo de las velas y las cuerdas, mientras que otros lanzaban una red por el estribor para intentar atrapar aunque fuera algún pez, y otros más fregaban con fuerza la cubierta—. ¿Y por qué ese cambio de rumbo, exactamente? —cuestionó justo después—. ¿Acaso el capitán quiere ir a esconderse ahí un rato en lo que el rey le entrega su "enorme rescate" a cambio de su "asesina"?
El sarcasmo que desbordaba en cada palabra era impresionantemente obvio, y Katori no pudo hacer más que sólo sonreír nervioso y responderle:
—Al parecer quiere llevarle nuestra última mercancía obtenida a Tommy, y ver cuánto le puede sacar a...
—¿Es broma? —le interrumpió Luchior entre risas—. ¿Qué mercancía? ¿Los afrodisíacos y los ositos? ¿O se refiere a la chica?
Al hacer aquel último comentario, apuntó con su rostro hacia la proa, en donde Day Barlton, y su leal esfera de acero acompañante, se encontraban lustrando con un paño el barandal de madera; con bastante esfuerzo, cabía mencionar.
—Es a lo único que creo que Tommy podría sacarle algo de verdadero dinero —comentó Luchior con tono de broma—. Pero dudo que vayamos a hacer eso, ¿verdad? Y lo otro, si le llevan a Tommy esa basura, se las tirara en la cara y no volverá a hacer negocios con nosotros. Lo sabe, ¿o no, navegante?
—Sé que es una... posibilidad —respondió Katori con voz entrecortada—. Pero quizás dada nuestra situación actual, nos venga bien buscar un lugar seguro en el cual estar hasta que decidamos qué hacer ahora.
—A mí se me ocurren un par de cosas que podríamos hacer justo ahora —murmuró Luchior con tono mordaz—. Y casi todas involucran a nuestro "capitán" atado de pies y manos, y siendo lanzado por estribor al océano.
Katori se sobresaltó, un tanto asustado e incómodo por tan pavorosa sugerencia.
—No está hablando en serio, señor Luchior... ¿o sí? —le cuestionó nervioso, no estando seguro si quería o no escuchar su respuesta.
Luchior sonrió complacido, sin quitar sus ojos del horizonte lejano.
—No aún, navegante; no aún —le respondió un tanto críptico, y definitivamente dejando a Katori aún más preocupado que antes—. Cómo sea, ¿hacia dónde debemos girar esta cosa para ir a Nostlakia?, ¿eh?
—Ah, sí... Deme un segundo...
Katori sacó sus mapas y brújula y las colocó sobre la mesa a un lado del timón para trazar la ruta más adecuada para llegar hasta el puerto de Nostalkia. Unos minutos después le dio las instrucciones a Luchior, que giró el timón pronunciadamente hacia un lado haciendo que el barco se girara más de cuarenta y cinco grados en dirección al sur. El cambio repentino sacudió a algunos de los tripulantes en cubierta, incluida la propia Day en la proa. Por suerte nadie cayó al agua.
Una vez que Katori terminó de momento ahí, guardó de nuevo sus cosas y se dispuso a retirarse. Su siguiente labor debía ser, para su pesar, inventariar los ositos con el fin de estar seguro de qué era lo que llevaría a Tommy exactamente. Contar e inventariar ositos de peluche no era la peor tarea que había llevado a cabo en ese barco, pero tampoco era la más glamurosa.
Cuando había apenas avanzado algunos pasos, notó una sombra pasando sobre su cabeza, haciéndolo reaccionar con un poco de temor. Alzó su mirada al cielo, y logró ver a lo lejos la figura alada que volaba sobre el barco, dando al menos dos vueltas completas alrededor. Luego, se precipitó abruptamente hacia un costado del barco, casi como si fuera a sumergirse de cabeza al agua. Katori lo perdió de vista unos momentos, pero unos instantes después se alzó de nuevo, victorioso pues entre sus garras traía bien sujeta su presa.
Katori la reconoció cuando emprendió el vuelo una vez más: era Shunray, el hermoso halcón mascota de la contramaestre Shui. Y lo que sujetaba entre las afiladas garras de sus patas, era un pez de tamaño mediano color azul, que se revoloteaba y agitaba, pero en vano pues no podía librarse de las afiladas zarpas que se encajaban en sus costados. El ave descendió de nuevo, parándose justo en el barandal de cubierta. Con una de sus patas presionaba a su presa contra la madera, inmovilizándolo, mientras comenzaba con su largo y puntiagudo pico a arrancarle pedazos de carne con precisión casi quirúrgica. El pez dejaría de moverse unos segundos después.
Más allá de lo incómodo que ponía al navegante presenciar esa escena de la naturaleza, lo que llamó principalmente su atención fue notar la repentina presencia de la dueña del ave. Shui se abrió paso desde el otro extremo de la cubierta, y se paró justo delante de su mascota.
—Eso es, ¿qué atrapaste, pequeño? —murmuró la contramaestre con un inusual tono dulce y manso, mientras recorría lentamente dos de sus dedos por el suave plumaje del ave—. Tú sí eres un buen pescador, no cómo este montón de perdedores que no pueden ni pescar un resfriado. Te adaptaste tan bien al océano. Pero claro que sí, si eres un guerrero como yo, ¿cierto?
Katori no pudo evitar quedarse un rato ahí de pie, contemplando en silencio a la mujer de piel oscura. Era tan raro el poder verla así: sonriendo con gentileza y hablando con cariño. Casi parecía una persona totalmente diferente. E incluso a Katori le parecía un poco más hermosa, casi como si su rostro resplandeciera. E inevitablemente él también sonreía al ver esto, aunque quizás ni él mismo se daba del todo cuenta de esto.
Estuvo tan ensimismado en sus pensamientos hacia la contramaestre, que no se dio cuenta de en qué momento Shunray dejó unos momentos de lado su pescado, y se viró a mirarlo a él fijamente con sus grandes y profundos ojos dorados. Katori se sobresaltó al percatarse de eso, casi asustado. Y fue un poco peor cuando justo después los ojos verdes de Shui se viraron también en su dirección, sintiéndose como dos dagas calientes acariciándole su piel. Aún con la emoción neutra que reflejaba su rostro al mirarlo, esos ojos seguían siendo como intensas centellas.
—Ah, lo siento... —murmuró el navegante, nervioso—. Yo, ya me iba...
—¿Qué pasa, miope? —murmuró Shui con tono burlón. Sus dedos siguieron acariciando la pequeña cabeza del halcón, que ya había vuelto a su merienda—. No me digas que Shunray te pone nervioso.
—No, claro que no —se apresuró Katori a responder.
—¿No? Pues deberías, porque bien podría sacarte los ojos a través de esos anteojos tuyos en cualquier momento —soltó Shui de pronto, de regreso a esa emoción tan neutra que no podía identificar si acaso eso era una amenaza o una advertencia—. A propósito, ¿por qué cambiamos de rumbo tan de repente? —cuestionó la contramaestre, cambiando abruptamente de tema—. ¿El imbécil ya decidió nuestro nuevo objetivo al fin?
—Algo así. Iremos a Nostalkia.
Shui soltó un notable bufido de molestia al escuchar tal respuesta.
—A Nostalkia. Típico, siempre que no sabe qué hacer, ese idiota corre a esconderse bajo las faldas de mamá Cecilia.
—No creo que se trate de eso exactamente —murmuró Katori intentando de alguna forma sonar seguro, pero en su lugar su voz de seguro sonó más temblorosa de lo debido.
Shui no pareció del todo interesada en cuestionarle más al respecto, o incluso de terminar de alguna forma su conversación. Sólo se viró de nuevo hacia su halcón, que al parecer ya había devorado lo suficiente, y tras soltar lo que quedaba del pescado de regreso al agua, se elevó sólo un poco agitando sus alas y se posó delicadamente en el brazo de su ama. Ésta lo recibió con gusto, y con su otra mano volvió a acariciarle su cabeza y lomo.
Katori notó por un costado que Kristy salía por la puerta que daba al interior del barco, y caminaba hacia el frente cuidando de no pisar nada indebido, pero también de saludar a todo con el que se cruzara. Incluso a Katori le ofreció un sutil saludo con su cabeza, mismo que el navegante le respondió con un gesto similar, antes de que la cocinera siguiera de largo. Al parecer iba hacia Day, que seguía pasando su trapo por la madera del barandal.
—Contramaestre... —musitó Katori, armándose de valor y dando un paso (casi) firme hacia Shui. Ésta sólo lo miró de reojo—. ¿Podría decirme cómo ha percibido el humor de los hombres?
La mujer arqueó una ceja, intrigada o quizás confundida por la pregunta.
—Day, es hora de hacer la comida —le murmuró Kristy en ese momento a su compañera de labores, y aunque no lo hizo demasiado fuerte ambos lograron escucharla desde su posición.
—Voy —le respondió Day sonando como un suspiro. Arrojó entonces el trapo que traía en el interior de una cubeta, y tomó ésta con ambas manos para así dirigirse a la cocina junto con su jefa. Su pie arrastrando la bola de acero por el entablado de la cubierta, haciendo bastante ruido al hacerlo.
—¿Cómo crees tú que está su humor? —soltó Shui Jun con agresividad en su voz, mirando de nuevo hacia el hombre xinguense delante de ella—. Por supuesto que están molestos. No les agrada en lo absoluto que les estén racionando su comida, o que hayamos tenido dos golpes en un solo día, y estemos más pobres que antes...
En ese mismo momento Kristy y Day pasaron justo a su lado, y la atención de la contramaestre se centró en ellas unos instantes; o, más bien, se centró en la supuesta polizona, de una forma tan poco sutil que Day en efecto sintió que la miraba... y no de una buena manera.
—Y encima con una boca más que alimentar —exclamó alto, lo suficiente para que Day la oyera. Ésta sólo la miró de reojo unos instantes, pero luego siguió de largo sin decir más.
Katori respiró hondo, un poco nervioso por ese tenso momento. Al parecer Shui seguía descontenta con la presencia de Day en el barco, y estaba seguro de que no era la única. Aunque más que un desagrado directo hacia la nueva chica, Katori quería pensar que era más lo que significaba su presencia ahí, en lugar del valioso tesoro que la contramaestre esperaba ver en el interior de ese baúl.
—¿Usted cree que por ese descontento... las cosas pudieran ponerse... violentas? —le preguntó Katori bajando lo más posible la voz. Se notaba que hacer esa pregunta le causaba mucha conmoción, pero de seguro se lo causaba más sus posibles respuestas.
—No lo sé —respondió Shui con simpleza, encogiéndose de hombros—. Pero si ocurriera... tampoco sé si me opondría demasiado a que pase lo que tenga que pasar.
El tono con el que lanzaba esa pequeña declaración al aire no dejaba claro si en efecto estaba bromeando o no. Katori realmente quería creer que pese a lo mal que parecían llevarse, la contramaestre no permitiría que alguien fuera o dentro de ese barco le hicieran algún daño real al capitán. Ambos eran bastante más unidos de lo que a cualquiera de los dos le gustaría admitir. Y, para bien o para mal, un motín no los ayudaría mucho en su situación actual.
Shui pareció distraerse con otra cosa de pronto, pues abruptamente viró su cabeza hacia el frente, y se quedó mirando fijamente hacia el horizonte un silencio.
—¿Ocurre algo, contramaestre? —le preguntó Katori un poco sorprendido, pero Shui no le respondió de inmediato. En su lugar, comenzó a avanzar hacia la proa, con todo y Shunray aún posado en su brazo.
La mujer se paró justo en el frente del barco, y siguió contemplando pensativa hacia el horizonte. Katori, casi por mero reflejo, la siguió despacio por detrás. Y justo cuando se paró a sus espaldas, la escuchó murmurar despacio:
—Huelo una tormenta a lo lejos.
—¿Una tormenta? —exclamó Katori un poco sorprendido, e instintivamente alzó su mirada al cielo; un cielo totalmente azul—. Pero si el día está despejado.
—Quizás no lo esté por mucho tiempo —le advirtió Shui con una seriedad casi lúgubre—. Si fuera tú, buscaría una ruta para poder rodearla.
Extendió en ese momento su brazo al aire, y Shunray saltó de éste, elevándose en lo alto por encima de los mástiles del barco, hasta casi perderse de sus vistas. Katori lo contempló hasta que ya no lo vio, y cuando bajó su mirada de nuevo, Shui ya se había alejado de él, posiblemente a revisar lo que el resto de los hombres estaban haciendo.
Katori suspiró, y se retiró sus anteojos para tallarse un poco sus dedos. Pensó, acertadamente, que una tormenta en altamar era lo última cosa que necesitaban en esos momentos.
— — — —
Pasaron un par de horas luego de eso, y todo en el barco siguió con bastante calma. Llegó la hora de la comida, y los hombres fueron yendo en sus respectivos horarios a degustar el estofado de pollo que las chicas habían cocinado para ellos, prometiendo que los pescados que habían logrado atrapar se usarían para la cena de esa noche.
Quien no se paró en lo absoluto en el comedor a la hora de la comida fue el capitán Jude, y de hecho prácticamente nadie lo había visto fuera de su camarote en todo el día. Pese al pasar del tiempo, el Carmesí continuaba casi en la misma posición en la que se encontraba minutos después de que Henry lo hubiera dejado solo. Continuaba aún sentado en su escritorio, revisando exhaustivamente página por página de un libro. Aunque claro, lo que sí había variado era el libro en cuestión. De hecho, en esos momentos ya se encontraba a la mitad del tercer libro, mientras que los primeros dos reposaban apilados a su zurda. Además, tenía una libreta a su lado con la que hacía algunas anotaciones con pluma y tinta; con una letra tan confusa que apenas él era capaz de comprender.
¿Qué búsqueda era la que tenía tan absorto al capitán pirata como para sumergirse tantas horas en sus libros? Eso, de momento, era algo que sólo su pequeña cabeza pelirroja comprendía.
Alguien llamó de pronto a su puerta, con bastante fuerza cabe mencionar, haciéndolo casi saltar en su silla por el susto, y jalándolo violentamente fuera de su concentración.
—Pasa, quien quiera que seas —masculló con molestia, lo suficientemente alto para que la persona al otro lado de la puerta pudiera escucharle.
Jude volvió de inmediato a su libro, sin mucho interés al inicio de siquiera ver de quién se trataba. Escuchó la puerta abrirse, el sonido de un par de botas pisando fuerte contra el suelo, y el... inconfundible sonido de una pesada esfera de acero siendo arrastrada.
El capitán se sobresaltó y se giró de inmediato hacia la entrada. Y ahí de pie, frente a la puerta aún abierta, se encontraba Day, sujetando una bandeja con un plato humeante de estofado, un tarro de cerveza servido al tope, y una manzana. Y, además de ello, lo miraba fijamente con marca molestia y apatía en su rostro.
—¿Tú...? —exclamó Jude, sorprendido.
—No estoy aquí por gusto —masculló Day con desdén, mirando de reojo hacia otro lado—. Kristy está muy ocupada, y me pidió que le trajera su comida. Así que quiero pensar que será capaz de comportarse como una persona decente al menos por unos minutos. ¿O no?
—Claro que no... —respondió el pirata por mero reflejo, pero casi de inmediato cayó en cuenta de lo que había dicho en realidad—. ¡Digo!, ¡claro que sí! Pasa, anda...
Day avanzó derecho hacia el escritorio, arrastrando su leal esfera compañera por el piso. Por su parte, Jude volvió de inmediato a su libro, casi como si quisiera fingir que la sirvienta no estaba ahí. Para ésta era mejor así; después de todo, sólo quería dejar la comida e irse de inmediato, antes de que las cosas se pusieran raras (cómo siempre solían ponerse en presencia de ese hombre). Sin embargo, su plan se vio frustrado, aunque en esa ocasión más por culpa de su propia curiosidad que por alguna de las rarezas del capitán Carmesí.
Al colocar la comida y la bebida en el escritorio a un lado de Jude, su atención se fijó unos instantes en el libro que él parecía leer con tanto detenimiento. Hojas blancas, llenas de letras casi minúsculas, y nada más. Giró su cabeza sólo un poco hacia un lado, donde los dos primeros libros que había estado leyendo reposaban uno sobre el otro. Y al mirar más al fondo en la habitación, contempló los libreros, casi llenos de más libros, a pesar de que también había algunos en el suelo, o apilados en pequeñas torres.
Ya se había percatado antes de todos ellos, la primera vez que estuvo en ese camarote; amarrada y tirada en el suelo sufriendo la tortura mental de no saber lo que ese lunático haría con ella. Pero quizás por el miedo o la confusión, no se había permitido reparar en la gran cantidad que eran en realidad. Se preguntó si acaso podrían ser incluso más de los que el regente tenía en su escueta biblioteca.
—¿Qué? —escuchó de pronto que le cuestionaba la voz de Jude con brusquedad, sacándola de sus pensamientos.
Day se viró rápidamente hacia el pirata, notando que éste la miraba desde su asiento con confusión en su mirada. Igualmente se dio cuenta de que estaba de pie bastante más cerca de él de lo que le hubiera gustado, y en especial por más tiempo. Por ello, su reflejo fue retroceder rápidamente tres pasos.
—No, nada... —respondió la sirvienta rápidamente, abrazando con fuerza la bandeja contra ella, como si quisiera de alguna forma protegerse con ella—. Sólo estaba viendo... que tiene muchos libros aquí. ¿Se los robó todos?
—¡Claro que no! —exclamó Jude con fuerza, aunque casi de inmediato añadió despacio—: sólo la mayoría...
Se aclaró su garganta carraspeando un par de veces, y luego tomó los otros dos libros sobre su escritorio y se los extendió a Day, aunque sin voltear a verla al hacerlo.
—¿Podrías...? —murmuró despacio, con tono un tanto ausente—. Digo... ya que estás aquí... ¡Argh!, ¡¿podrías acomodar esto en los estantes, maldita sea?!
La volteó a ver de reojo. Day lo miraba con sus ojos entrecerrados y labios apretados, al parecer no muy contenta por la petición, o quizás más por la forma en la que la había hecho.
—¿Por favor...?
Day lo siguió mirando en silencio sin mayor reacción aparente. Al final, sin embargo, soltó un rápido suspiro y se encogió de hombros.
—Supongo...
Dejó de momento la bandeja sobre el escritorio, y tomó los dos libros entre sus manos, casi arrebatándoselos al pirata. Rodeó el escritorio y se dirigió cuidadosa hacia los libreros, pero de vez en cuando miraba sobre su hombro hacia atrás, más que nada para asegurarse de que el pirata seguía sentado, y que la puerta seguía abierta por si ocupaba salir corriendo. Ambas cosas parecían seguir así.
«Se está comportando muy raro —pensaba Day mientras avanzaba. En efecto, se había portado mucho menos... él que de costumbre—. Me pone más nerviosa que actúe así. ¿Qué está tramando?»
Una vez que estuvo ante los libreros con los dos libros en mano, miró pensativa hacia un extremo y hacia el otro intentando adivinar en dónde iban, algo que descubrió rápidamente no era tan simple. Todos esos lomos se veían iguales para ella, salvo por algunas pequeñas variaciones de colores y tamaños.
—¿En dónde los pongo? —preguntó curiosa, mirando sobre su hombro a Jude.
—Acomódalos en el estante de en medio por orden alfabético, por favor —masculló Jude, al tiempo que daba vuelta a una página, y se sumergía de nuevo en su lectura.
—¿Alfa... bético? —masculló Day despacio, sintiendo como si su lengua se trabara al pronunciarla.
La sirvienta sujetó ambos libros enfrente de ella, turnando su mirada entre la portada de uno y la portada del otro. Luego miró uno a uno los libros colocados en el estante de en medio, y volvía después de regreso a los dos en sus manos. Y siguió así por varios minutos, con sus pies fijos en su lugar, su ceño fruncido y boca torcida en una mueca de confusión; incluso sintió como una gota de sudor le recorría un costado de su frente.
—¿Qué pasa? —escuchó de pronto pronunciar la voz de Jude. Pero ésta no se oía lejos desde su escritorio, si no justo a su lado, prácticamente junto a su oído derecho. El pirata se le había acercado sin que ella se diera cuenta siquiera, y se había parado a su diestra.
—¡Ah! —exclamó Day asustada, y rápidamente comenzó a moverse hacia un costado para alejarse de él, llegando incluso a derribar un par de pilas de libros con el movimiento abrupto de su esfera de acero—. ¡No se me acerque! —gritó con fuerza, incluso arrojándole al hombre los dos libros en sus manos, uno detrás del otro.
—¡Oye! —pronunció Jude sorprendido y enfadado, cubriéndose con sus brazos de los dos proyectiles. Estos terminaron golpeándolo y cayendo al suelo—. ¡No hice nada! ¡No exageres! ¡Y ten cuidado que son delicados!, ¡boba!
Jude se agachó preocupado a recoger rápidamente los libros que le había arrojado, y a revisar que no se hubieran dañado demasiado.
Day respiraba agitadamente, pero poco a poco se fue calmando al darse cuenta de que quizás su reacción había sido un poco más de lo debido.
—Lo siento... —murmuró despacio la subjefa de limpia piso—. ¡Pero es que usted me asustó!
—¡Te estaba hablando pero no reaccionabas! —se defendió Jude aún agachado en el suelo—. ¿Qué te pasa? Te quedaste ahí parada como estatua. Creí que te habías quedado dormida...
—¡No me quedé dormida!, ¡yo sólo...! —Day calló de pronto, con sus palabras atoradas en su garganta. Miró hacia otro lado, balbuceó un poco con nervios, pero luego dejó de lado cualquier cosa que quisiera decir y sólo pronunció—: no importa, lo siento...
Sin decir más, se giró hacia los libros en el suelo que había derribado con su bolsa de acero, y comenzó a recogerlos.
Jude la miró con enojo quizás queriendo decirle más pero conteniéndose; justo como lo había estado haciendo. Así que en lugar de eso, se alzó de nuevo y pasó a acomodar él mismo los dos libros en el estante de en medio.
Day suspiró, con pesar y un poco de pena, mientras alzaba los libros y volvía a apilarlos. No puso principal atención en alguno de ellos, salvo por uno en particular que en cuanto lo levantó del piso y miró su portada, ésta la atrajo. A diferencia de la mayoría cuyas pastas eran de un solo color y lisas, quizás sólo con los títulos en ellas, ese libro tenía una imagen en la portada. Más que imagen, era prácticamente como una pintura, llena de colores brillantes, sobre todo azul, blanco y dorado. La pintura mostraba el mar azul, que parecía perderse en el horizonte y combinarse con el cielo de una manera armoniosa. Y al mero frente se encontraba la figura de una mujer de espaldas, con un largo y ondulado cabello azul celeste cayendo sobre su espalda; parecía estar viendo fijamente hacia lo lejos, fijamente hacia el mar.
No había nada más en esa pintura; sólo esa mujer, el mar y el cielo. Ese paisaje le trajo de golpe una combinación de sensaciones en el pecho. Se sintió un poco abrumada, pero también nostálgica. Recordó de inmediato sus sueños, esos en los que estaba de pie rodeada por el agua, y por nada más. Recordó también cómo miraba por la ventana de su habitación hacia el puerto todas las mañanas. Y por un instante se sintió justo como la chica en ese dibujo...
—Tienes buen ojo —escuchó de pronto que Jude pronunciaba a su lado, aunque no tan cerca como la vez anterior. Day alzó su mirada y lo notó observándola desde su posición con una amplia sonrisa en sus labios. Pero no como sus habituales sonrisas astutas que te hacían sentir que se estaba burlando de ti de alguna manera, sino con una mucho más genuina y llena de emoción—. Ese es justo uno de mis favoritos. ¿Por qué te llamó la atención?
—Por nada —respondió Day sonando casi como susurro lejano, pero igual volviendo su mirada de regreso a la colorida portada—. Es sólo que el dibujo me pareció muy bonito.
—Y la historia que esconde detrás lo es aún más —añadió Jude con entusiasmo. Se atrevió entonces a aproximársele y agacharse a su lado de cuclillas; Day no reaccionó de manera asertiva esa vez a su cercanía—. Es una novela clásica sobre una sirena.
—¿Sirena? —pronunció la sirvienta, intrigada, arrugando un poco su entrecejo—. ¿Qué es una sirena?
—¿No sabes que es una sirena? —inquirió Jude, sonando casi como una burla, pero arrepintiéndose de inmediato de ese tono—. Son... criaturas que viven en el mar... Bueno, si quieres te lo presto, para que así descubras tú misma qué son.
Day se exaltó, casi asustada al escucharlo decir eso; más de lo que había estado cuando se le acercó. Incluso lo volteó a ver fijamente con sus grandes ojos azules bien abiertos, y su rostro un poco pálido. Su reacción fue tan espontánea y aversiva que Jude se esperó incluso alguna otra bofetada de su parte, o quizás incluso que le volviera a lanzar el libro a la cara. Pero ninguna de las dos cosas ocurrió. En su lugar, Day se quedó ahí, paralizada y mirándolo atónita.
—¿Me... lo presta? —susurró despacio, apenas con un pequeño hilo de voz asomándose por su garganta—. ¿Se refiere para... que yo lo...? —guardó silencio unos instantes, y luego soltó de la nada una sonora risa nerviosa—. No, gracias...
Colocó entonces el libro en la pila, y se viró hacia los demás que seguían en el suelo para recogerlos con notoria rapidez.
—¿Por qué no? —cuestionó Jude, confundido—. ¿No te gustan las novelas, acaso?
Day no le respondió, y continuó con lo suyo sin siquiera mirarlo, una vez que estuvo todo aparentemente en su lugar, la sirvienta se puso de pie casi de un salto, le sacó la vuelta al pirata y se aproximó con paso veloz hacia el escritorio, posiblemente para recoger de regreso su charola. Jude la siguió con la mirada todo el trayecto. Y antes de que la chica alcanzara el escritorio, un pensamiento se le vino rápidamente a la mente:
—O... ¿es acaso que no sabes leer? —le preguntó de golpe, a lo que Day reaccionó parándose en seco a mitad de su camino, temblando como si un escalofrío le hubiera recorrido la espalda.
—¡¿Eh?! —exclamó Day, virándose rápidamente hacia él y dejando en evidencia su rostro enrojecido como tomate—. ¿Quién?, ¿yo? ¡Claro que sé leer! —respondió seguida de otra risa nerviosa como la anterior—. ¿Quién no sabría a mi edad?, ¿cierto...?
Y se viró hacia otro lado, intentando ocultar su rostro de la vista inquisidora del capitán. Y, por supuesto, toda esa extraña respuesta hizo más que evidente para Jude el hecho de que le estaba ocultando algo.
Jude se paró también de golpe, y Day se sobresaltó un poco, algo aprensiva. El capitán avanzó con rapidez, y Day pensó que se dirigía hacia ella y sus pies se prepararon para salir corriendo por la puerta abierta. Pero no fue del todo derecho a su encuentro, sino que fue a su escritorio, tomando de éste el libro que estaba revisando, cerrándolo y extendiéndole éste a la sirvienta con la portada apuntando hacia ella.
—A ver, léeme el título de este libro, entonces —le pidió Jude de pronto, sonando más como una amenaza que una petición.
—¿Que se lo lea? —masculló Day agitada, volteándose hacia cualquier otro lado en el que no tuviera que ver de frente aquel maldito libro—. ¿Por qué? ¿Acaso el que no sabe leer es usted?
—¡Anda! —insistió Jude, acercando el libro más hacia ella—. ¡Es una orden de tu capitán! ¡Léelo!
—¡No quiero!, ¡aléjese de mí! —exclamó Day con molestia, manoteando en el aire, y sin querer (o un poco sí queriéndolo) tumbándole el libro de sus manos y haciendo que éste casi volara por la habitación.
Ambos se quedaron quietos siguiendo con su mirada la trayectoria del libro, y se estremecieron al escuchar el sonido pesado de éste golpeando el suelo. Luego de que el pequeño eco de dicho golpe pasara, todo el camarote se quedó quieto por unos segundos, como si ninguno de sus dos ocupantes se animara del todo a siquiera moverse de su sitio.
Luego de un rato, y sin decir nada, Day caminó cabizbaja hacia el libro que había tumbado para poder recogerlo.
—No tienes de qué avergonzarte, ¿sabes? —soltó el pirata con inusual seriedad, aunque de inmediato tomó una postura mucho más relajada, y con voz mucho más alta y risueña añadió—: Era obvio que al gordo del rey no le iba importar que una de sus asesinas lea, y sólo te enseñarían las habilidades requeridas para tu trabajo. No puedes matar leyendo después de todo, ¿o sí?
Soltó una fuerte carcajada astuta en esos momentos, de esas que normalmente obligarían a Day a taparse los oídos con tal de que no se los lastimara. Sin embargo, la sirvienta no hizo nada de eso. Aún en silencio y dándole la espalda al Carmesí, se agachó, tomó el libro en sus manos y comenzó a sacudirlo para quitarle el polvo de encima.
Jude la miró en silencio, y su sonrisa sagaz poco a poco se fue suavizando. Se recargó entonces contra el escritorio con sus brazos cruzados, y mirando al techo volvió a hablar; sin embargo, en esta ocasión lo hizo de una forma totalmente diferente...
—Hay muchos en Kalisma en tu misma situación —murmuró despacio, de una forma tan calmada que a Day le pareció incluso extraña, y la hizo virarse sobre su hombro hacia él—. La educación completa sigue estando limitada sólo para los nobles y gente acomodada. Para el resto, la única alternativa que queda es poder aprender este tipo de cosas directamente de sus padres. Pero muchos ni siquiera tienen el privilegio de contar con eso.
Day agachó su cabeza, pensativa. Su madre siempre estuvo tan ocupada, matándose trabajando por las dos en esa casa que aunque hubiera tenido la disposición o el deseo de enseñarle, definitivamente no habría tenido ni el tiempo ni las energías de hacerlo. Y una vez que ella misma tuvo edad para trabajar, en lo que menos pensaba era en darse el tiempo de aprender; ¿quién le enseñaría?, en especial luego de que su madre falleciera.
Pero igual nunca había sido un problema demasiado grave el no saber. En su día a día rara vez lo había necesitado; principalmente cuando le hacían algún encargo del mercado y se tenía que forzar a recordarlo todo de memoria pues una lista con los artículos anotados sería inútil en sus manos. Pero de todas formas, cada vez que veía a los señores sentados en sus salas de estar leyendo, o cuando le tocaba limpiar la biblioteca de la casa, siempre le dio un poco de curiosidad saber exactamente qué decían todas esas páginas en blanco con pequeñas letras negras; la misma curiosidad que le había dado aquel libro con la hermosa pintura en la portada.
—¡Pero las cosas no son así en Florexian! —exclamó Jude alzando de golpe la voz, casi haciendo que Day se sobresaltara asustada. Al mirarlo de nuevo, notó como el pirata la observaba con una sonrisa efusiva, y con sus ojos casi centellando—. En nuestro amado reino, la educación está abierta para que cualquiera, pobre o rico, pueda disponer de ella. Nuestra reina Estelyse se encarga de que en cada pueblo o ciudad exista al menos una escuela en la que cualquier niño que así lo desee pueda ir y aprender, no sólo a leer sino muchísimas otras habilidades que le servirán en su vida adulta.
—¿En... Florexian? —susurró Day despacio, bastante insegura. ¿Hablaba de nuevo de ese país del que nunca había oído hablar? No entendía mucho de lo que decía, pero ciertamente sonaba como un sitio bastante irreal; definitivamente debía ser algo sacado de su loca cabeza.
Jude prosiguió con su declaración sin bajar su entusiasmo, comenzando ahora a caminar orgulloso por la habitación mientras Day lo observaba en silencio.
—Su majestad cree firmemente en que la educación es la llave para que todos tengamos un mejor futuro, mientras que los avariciosos reyes de Kalisma prefieren tener a su pueblo lo más ignorantes posible para que nunca cuestionen su autoridad. ¡Es una más de las formas que tienen para esclavizarlos sin que se den cuenta! Y en este barco nosotros seguimos fielmente los ideales de nuestra reina, abriéndoles las mismas puertas a todos. Claro que a la mayoría de esos vagos de allá afuera no le importa aprender, pero otros pocos han abrazo la posibilidad. Por ejemplo, cuando llegó hace dos años, Loretta tampoco sabía leer.
—¿Loretta? ¿Se refiere a Kristy? —murmuró Day sorprendida, parándose de golpe con el libro que sujetaba abrazado contra ella—. ¿Ella no sabía? ¿Quiere decir que ahora sí sabe...?
—Más o menos. Aunque claro, aún le falta practicar más antes de poder leer entera alguna de estas novelas.
Day lo miró atenta con asombro inundando su expresión. Todo lo que ese hombre parloteaba le parecía un sinsentido. Sin embargo, si acaso entendía bien, lo que intentaba decirle era que...
—¿Usted le enseñó...? —preguntó de pronto, la pregunta brotando de su boca por sí sola sin que se lo propusiera.
—Lo mejor que pude —respondió Jude, inflando su pecho con orgullo—. Dime, Loreili, ¿no tienes acaso interés en librarte de ese yugo que tus antiguos amos te han impuesto y alzar tus alas hacia la libertad absoluta que te brinda la lectura?
—¿Qué? —exclamó Day, perdida.
—¡Que si no te interesa poder leer alguna de estas novelas, tontita! —exclamó con bastante fuerza, tomando uno de los libros en la pila y extendiéndolo al frente para que ella pudiera verlo.
—¿Yo?, ¿leer uno de esos libros? —masculló Day casi tartamudeando. Miró entonces nerviosa hacia un lado, mientras apretaba un poco sus dedos contra el libro que sujetaba—. No lo sé... ¿Vale la pena hacerlo? Digo... ¿acaso son... interesantes?
—¡¿Bromeas?! —gritó con fuerza el pirata, ahora así provocando que Day se cubriera los oídos (o al menos uno mientras seguía sujetando el libro con su otra mano)—. No tienes ni idea de lo que tengo aquí en las manos. Éstas son historias de aventura, amor, acción, misterio, terror... Mundos enteros creados por la imaginación de grandes escritores a lo largo de la historia; mundos plasmados aquí, en las palabras de cada una de sus páginas. Leer uno de estos es como transportarte a un mundo o un país diferente, donde cualquier cosa podría pasar en la siguiente página.
—¿Transportarte a otro mundo? No entiendo a qué se refiere con eso.
—Es algo que no lograrás entender hasta que lo experimentes por tu propia cuenta. Si tú en serio lo deseas, yo podría...
—¡¿Usted podría?! —soltó Day con marcado entusiasmo, pero manteniendo un atavismo de reserva en ella que le impedía dar un paso al frente con confianza—. ¿Usted podría enseñarme a leer... a mí?
Jude y Day se miraron el uno al otro en silencio, con esa pregunta flotando entre ellos como una pequeña mariposa que revoloteaba sobre sus cabezas. Day se veía envuelta en exaltación y emoción, sentimientos que no había sentido en sí desde hace mucho, mucho tiempo. Y Jude, de una u otra forma se dio cuenta de ello, sintiéndose incluso un poco intimidado por esos sentimientos tan intensos desbordándose en la chica delante de él.
El capitán pareció vacilar un poco antes de dar su respuesta, pese a que ésta estaba implícita en toda la verborrea que había soltado hace unos momentos. Aun así, respiró hondo y abrió su boca con la clara intención de contestarle y ponérselo en palabras más claras...
—¡Idiota!, ¡¿estás aquí?! —se escuchó pronunciar con fuerza la voz de Shui Jun desde el pasillo, haciendo pedazos el pacífico silencio en el que ambos se habían sumido.
La atención de ambos se giró de lleno hacia la puerta abierta, en la que unos segundos después se asomó la figura de la contramaestre, seguida un poco detrás por el navegante Katori. Éste último avanzaba algo encorvado y temeroso, a diferencia de Shui que había entrado segura y pisando firme, como si ese fuera su cuarto.
—Lamento de nuevo la interrupción, capitán... —murmuró Katori al ingresar, aunque calló al notar la presencia de Day ahí, y percibir de cierta forma un extraño ambiente en la habitación.
Jude volvió a mirar lentamente hacia Day con expresión vacilante al inicio, pero luego soltó de golpe una fuerte y estruendosa carcajada que hizo que los tres presentes sintieran casi como ésta les estremecía los huesos; como un pequeño y molesto zumbido.
—¡Sí!, ¡¿cómo no?! —soltó Jude de golpe, señalando a Day de forma casi acusadora—. ¡Como si fuera a hacer tal cosa por una mordaz asesina de Kalisma como tú! Buen intento, Loreili. Pero necesitarás más que eso para que caiga en tus trucos.
Day lo miró estupefacta, y totalmente aturdida.
—¿Qué trucos? Si fue usted el que...
—¡Basta! —le interrumpió el capitán con agresividad—. No escucharé más insensateces de tu parte, polizona. Retírate antes de que pierda mi paciencia.
Day se quedó unos instantes en su sitio, mirándolo como esperando que le dijera que era algún tipo de broma. Sin embargo, fue evidente que si algo en todo eso fue una broma, lo más seguro es que hubiera sido lo de hace unos momentos. Y eso, definitivamente, la hizo llenarse de una intensa rabia.
—¡Usted es...!
Lo que tuviera pensado decir, al parecer se quedó únicamente en la intención pues al final decidió no decir nada. En su lugar, sus acciones hablaron más. Como por ejemplo, la forma en la que dejó el libro contra el escritorio, prácticamente azotándolo contra éste y haciendo que la mesa temblara. O cómo tomó su bandeja de un tirón, golpeando el aire como ella como si se tratara de su pelirroja cabeza. Y cómo se dirigió apresurada a la puerta, dando fuertes pisotones contra el piso y haciendo que su esfera de acerco provocara el mayor ruido posible al arrastrarla. O como cuando al salir había azotado con todas sus fuerzas la puerta del camarote, sonando casi como un estridente disparo de bala. Todo esto ante el vistazo silencioso de Jude, Shui y Katori.
Ya afuera, su rabia se apaciguó un poco. Se detuvo unos momentos en el pasillo, respirando lentamente e intentando aclarar lo mejor posible su cabeza. Miró unos instantes sobre su hombro a la puerta cerrada detrás de ella, y pensó para sí misma:
«Bueno, igual no me quedaré mucho tiempo aquí. ¿Qué más da?»
E intentando dejar todo eso atrás, empezó a avanzar por el pasillo para seguir con sus labores del día.
FIN DEL CAPÍTULO 12
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro