«UNA SERENATA JUNTO AL RÍO» (Pt. 4)
IV
—¡Orden 145! ¡Té de manzanilla con miel y limón, un café con un cubo de azúcar y una taza de leche caliente con chocolate para Eleanor! —llamó un hombre en un puesto de bebidas calientes a la vez que presionaba una campanilla sobre la mesa de su puesto.
—¡Soy yo! —respondió la joven, quien pasó a levantarse de su silla y se dirigió al mencionado puesto para recoger su pedido, mismo que le fue entregado en una bandeja con el nombre del establecimiento en ella. Luego de pagar tres mongelds al vendedor, volvió de nuevo a su asiento.
Eleanor agitó su bebida con una cucharilla que le fue proporcionada con su orden y se preparó para darle un sorbo cuando se escuchó un sonido que atrapó la atención de todos los presentes, una melodía similar a la introducción de un espectáculo teatral o de baile en una taberna.
El sonido provenía de un instrumento que era tocado por el joven que tiraba del carrito de carga. Este era un piano orphica, una especie de piano en tamaño pequeño cuya apariencia era como si a una lira le hubieran agregado teclas, y poseía un cuerpo de madera que, por su diseño, recordaba mucho a un violonchelo, además de una correa que rodeaba el hombro del muchacho, de donde se colgaba y sostenía como si se tratara de una guitarra.
De pronto, otra melodía acompañó al piano. Se trataba de la hermana del muchacho, quien efectuaba algunos pasos de baile al mismo tiempo que tocaba un violín de bolsillo, muy pequeño y de aspecto elegante.
Entonces el joven asintió como señal, y ambos pasaron a acercarse poco a poco hacia la fuente y subieron la escalinata mientras continuaban con la melodía. Una vez que concluyeron, recibieron alguno que otro aplauso de los presentes, lo que agradecieron con una reverencia.
—¡Damas y caballeros! ¡Mozos y doncellas! ¡Niños y niñas! —habló efusivo el joven—. A todos los presentes en este punto del Paseo del Malecón de Kaptstadt, les enviamos nuestro cordial saludo y les agradecemos por la atención que nos han prestado, así como por sus calurosas muestras de aprecio. ¡Yo soy «Jackster»! —dijo, y se quitó el sombrero para presentarse.
—¡Y yo «Blossom»! —se presentó la joven con una leve reverencia.
—¡Y juntos formamos la «Compañía Musical Lancaster»! —clamaron a coro. Acto seguido, tocaron una melodía de acompañamiento y comenzaron a danzar al ritmo de esta.
—Somos músicos ambulantes que viajamos de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, y les llevamos a todos nuestro pequeño acto musical —anunció «Jackster»—. Hoy nos sentimos llenos de orgullo de estar por primera vez en la gran ciudad de Kaptstadt, y esta tarde seremos su entretenimiento. ¡Siéntanse cómodos, porque están a punto de disfrutar de un espectáculo como pocos han visto!
—Tocamos las melodías más reconocidas de célebres compositores, como Beethoven —mencionó «Blossom», y «Jackster» tocó las famosas primeras notas de la Sinfonía No. 5 en do menor, op. 67—, Mozart —dijo ahora, y su hermano tocó algunas notas de la Sonata para piano No. 11—, y muchos más.
—También tocamos canciones tradicionales, y música de nuestro repertorio —agregó «Jackster»—. Si lo desean, pueden pedir las canciones que quieran escuchar. ¡Estamos para complacer! —recalcó, y entonces hizo un arpegio en su instrumento.
—Agradecemos sus aplausos, y también agradeceremos si desean contribuir a que nuestro espectáculo llegue a otras personas. Pueden hacerlo con una simple moneda, lo que sea que venga de su corazón —mencionó ahora «Blossom» con una sonrisa cálida y efusiva. «Jackster», por su parte, metió su mano en el bolsillo exterior de su abrigo y extrajo una taza de metal bastante vieja que pasó a colocar sobre los escalones.
Un pequeño niño se acercó y dejó una moneda de cinco céntimos de mongeld, lo que los hermanos agradecieron. Después se acercó una señora de edad muy avanzada, quien pasó a dejar una moneda de un mongeld y, además, le dio un tierno beso a la joven y una palmada cariñosa en su brazo al muchacho.
Eleanor volvió su mirada hacia el sitio donde descansaban sus hermanos, y se percató de que ellos ya se acercaban hacia la mesa donde ella estaba sentada.
—Qué bueno que ya vienen, me ahorran el esfuerzo de ir buscarlos —comentó Eleanor.
—Escuchamos algo de música proveniente de ese sitio, y pensamos que sería buena idea venir para ver de qué se trataba —aclaró Elliot al tiempo que tomaba asiento y probaba su bebida.
—Son un dueto de músicos viajeros, dos jóvenes que tocan instrumentos bastante peculiares.
—Erick, ¡mira! —habló Elliot luego de dirigir su mirada hacia los músicos—, son esa joven de ojos azules y cabello rubio y largo, y ese sujeto alto que tiraba del carrito donde ella se encontraba sentada; los que pasaron por donde descansábamos hace un momento y nos saludaron.
—En efecto y, al parecer, ahora se encuentran en problemas —mencionó Erick.
El joven tenía razón, pues justo en el momento en que anunció esto, y que los músicos se disponían a interpretar un tema musical, unos oficiales de policía se acercaron hacia ellos, cosa que sorprendió a los presentes.
«Jackster» se quitó el sombrero de su cabeza y lo sostuvo con fuerza contra su pecho, mientras que su hermana se acercó a él con gesto preocupado.
—Buenas tardes, jóvenes —habló uno de los oficiales de policía.
—Buenas tardes tengan ustedes, oficiales —habló «Jackster» con calma y una expresión angustiada—. ¿Podemos ayudarles en algo?
—¿Ustedes no son de por aquí, verdad? —inquirió el oficial, y esa pregunta desconcertó a los hermanos.
—No, señor; somos de Villvindorf, un pueblo minero cerca de Gruvning.
—No sé cómo manejen estas situaciones en su pueblo, o si estén al tanto de las leyes de esta ciudad, pero no se permite hacer este tipo de «espectáculos» en la vía pública si no se cuenta con un permiso, en especial si reciben dinero de las personas por hacerlo.
—¡Oh! ¡Es eso! —suspiró aliviado el joven con su mano en el pecho, y pasó a sonreír junto con su hermana, quien también adoptó una postura más relajada—. No me resulta grato corregirlo, señor oficial, pero en realidad sí estamos informados de las leyes respecto a ese tema, y en efecto tenemos un permiso para tocar tanto en lugares públicos, como lo es esta área del Paseo del Malecón, como en eventos privados —señaló mientras hacía gestos con sus manos. Luego pasó a buscar en su chaqueta y de un bolsillo interior tomó un papel doblado, mismo que extendió y se lo mostró al oficial—. Es una de las copias oficiales, firmadas y selladas por el mismo rey de Couland.
Los policías tomaron el documento y lo examinaron desde arriba hacia abajo y por ambos lados con una lente.
—El nombre que aparece allí es mi nombre real. El que usamos en nuestras presentaciones es nuestro nombre artístico. Lo explica el documento —aclaró.
Los oficiales se vieron el uno al otro y asintieron.
—Es genuino —le dijo uno de ellos a su compañero, y se lo entregó a «Jackster»—. Sin embargo, solo vemos su nombre en el documento. ¿La joven que lo acompaña tiene algún documento?
—Es mi hermana —respondió, y ella extrajo de un bolsillo en sus prendas de vestir un documento que le entregó al policía, mismo en el que venía su información personal—. Ella solo tiene quince años, a unas semanas cerca de los dieciséis como podrá verlo en su documento oficial. Yo soy mayor de edad, y por lo tanto soy responsable por esta joven.
—Y créame, señor oficial, cuando le digo que no conozco persona más responsable que mi hermano —comentó orgullosa con una dulce sonrisa, lo que hizo que se dibujara una sonrisa a medias en los labios de «Jackster»—. Por esa razón, y de acuerdo con las leyes de Couland, mientras me encuentre con una persona mayor de edad con quien tenga relación sanguínea o parentesco, y esa persona tenga un permiso para tocar música o hacer cualquier otro espectáculo en la vía pública, yo no lo requiero —concluyó.
Los oficiales se dirigieron la mirada y asintieron de nuevo para después darle el documento a «Blossom».
—De acuerdo, jóvenes, todo está en orden. Pueden continuar —dijo uno de los oficiales.
—Lamentamos mucho los inconvenientes —agregó el otro oficial—. Estaremos aquí, en los alrededores, vigilaremos que no haya ningún problema, y también disfrutaremos de su música —finalizó, para depositar una moneda de un mongeld dentro de la taza de metal.
—Será un placer que nos escuchen —expresó «Blossom» con suma amabilidad, quién pasó a guardar su documento, y acto seguido efectuó una leve reverencia. «Jackster» entonces se colocó el sombrero sobre su cabeza y asintió para colocar sus papeles dentro de su chaqueta.
Los policías tocaron las viseras de sus gorras con sus dedos índice y medio en señal de saludo y pasaron a retirarse.
—De acuerdo, estimado público. Luego de esta breve pausa, ha llegado el momento de continuar con nuestro espectáculo —anunció «Blossom»—. A continuación tocaremos un gran éxito del célebre compositor coulandés Dusk Carton. Seguro la conocen, se llama «Geheimsterisk Forwaldkog».[1]
«Jackster» hizo una seña a su hermana, y ella asintió. Luego tocó cuatro veces una nota en su instrumento a la vez que golpeaba el suelo con su tacón izquierdo para marcar el ritmo, y su hermana inició la melodía con su violín de bolsillo.
—Nada mal —opinó Elliot conforme ellos tocaban, y volvió su mirada hacia su hermana—. ¿Qué opinas? —le preguntó.
—Tiene una voz... ¡increíble! Y un talento impresionante para tocar su piano —comentó Eleanor en cuyo rostro se había dibujado una sonrisa soñadora y no dejaba de posar sus ojos sobre el joven. Elliot no dijo nada al respecto, sino que se limitó a verla con una sonrisa burlona y exhaló un poco de aire por su nariz mientras que Erick, al escuchar la opinión de su hermana, meneó la cabeza de lado a lado.
—Uno más para la lista —suspiró, y Elliot se rió con algo de picardía. Eleanor, por su parte, no escuchó lo que su hermano había dicho pues seguía embelesada con el joven músico.
Poco más de dos minutos y medio después terminaron con su interpretación, y tuvieron una recepción del público un poco tibia, con no muchos aplausos como recompensa por su acto.
—¡Son maravillosos! —opinó Eleanor cuyos ojos irradiaban emoción y dicha, y entonces comenzó a aplaudir con suma intensidad.
—No lo hacen nada mal —replicó Elliot.
—¿Solo nada mal? En mi opinión, el talento de estos jóvenes artistas merece más reconocimiento que el que reciben —expresó Eleanor, quien se levantó con su taza de té y el resto de las galletas en su mano—. Iré a saludarlos y dejarles una pequeña contribución. ¿Vienen conmigo?
—De acuerdo —respondió Elliot, e hizo lo mismo que su hermana con la bandeja y su bebida.
Erick no dijo nada, sino que solo se levantó de su asiento con su taza de café y pasó a seguir a sus hermanos.
Mientras tanto, una vez terminaron de tocar la canción anterior y agradecieron al público por su atención, «Jackster» pasó a sentarse en la escalinata a la vez que exhalaba con algo de pesadez.
—Hermano, ¿qué sucede? ¿Te sientes bien? —averiguó una alarmada «Blossom».
—Estoy bien, solo me senté a descansar un poco —señaló con sus manos sobre sus muslos, y podía percibirse que temblaba un poco—. ¿Crees que puedas tocar algunos temas a solas?
«Blossom» percibió el cansancio en la forma de hablar y el rostro de su hermano, así que dibujó en su rostro una tenue sonrisa comprensiva y asintió.
—Conozco algunas que seguro les encantarán —aclaró, a lo que «Jackster» asintió—. ¡Estimado público! —Se dirigió hacia las personas allí reunidas—. Mientras mi hermano y compañero en la música se toma un breve receso, interpretaré algunos temas para ustedes. Esto es de nuestra autoría. Se llama «Dansen in thaen Schnew»[2], y esperamos sea de su agrado.
Dicho esto, «Blossom» comenzó a tocar una melodía tranquila que poco a poco se tornaba en un ritmo un poco más rápido, mismo con el que se movía y ejecutaba pasos de baile como los de una bailarina de ballet, y en cierta parte de la canción hizo uso de la escalinata como elemento para su actuación, pues descendió de ella mientras danzaba.
Fue en ese momento cuando Eleanor y sus hermanos se acercaron a la fuente. Eleanor buscó en su monedero y tomó una moneda de dos mongelds, misma que depositó en la taza de metal. «Jackster», quien miraba la actuación de su hermana, se volvió hacia la joven al percatarse de su presencia.
—Muchas gracias, señorita —añadió con una tierna sonrisa, y levantó su sombrero de copa a manera de saludo.
—Solo vine a mostrarle mi aprecio por su música. Es usted un intérprete con un gran talento. Sé que solo he escuchado un par de sus canciones, pero puedo percibir, por la manera en la que toca y en la que canta, que le infunde pasión a su interpretación.
—¿En verdad lo piensa? —inquirió con aire inseguro.
—¡Por supuesto! —aclaró entusiasmada—. Se lo digo con toda sinceridad —añadió, lo que hizo que se dibujara una leve sonrisa en el rostro del joven.
—De nuevo, se lo agradezco tanto —expresó humilde, y ahora pasó a quitarse el sombrero y a sostenerlo a la altura de su pecho.
—De hecho, quería también hacer una petición especial —mencionó al tiempo que buscaba en su monedero y tomaba una moneda de dos mongelds y una de un mongeld que pasó a colocar dentro de la taza—. No estoy seguro de que conozca esta canción, y sé que pocos han oído hablar de ella, pero es mi favorita. Se llama «Vinter in thaen kigells», y quisiera que la interpretaran para mí.[3]
En cuanto escuchó el título de la canción, los ojos del muchacho comenzaron a humedecerse un poco y su gesto se llenó de nostalgia. La voz de la joven resonaba como un eco en sus oídos, y el rostro de Eleanor comenzó a transformarse poco a poco en otro que de inmediato llegó a su mente. Su sonrisa se había convertido en una mueca temblorosa y sus ojos estaban cerca de estallar en lágrimas. «Jackster» se dio cuenta de ello, por lo que bajó la mirada, parpadeó algunas veces y se limpió el rostro con el puño de su camisa.
—Claro que la conocemos, y con gusto la interpretaremos para usted —respondió. Su boca ahora intentaba esbozar una sonrisa trémula, lo que dejó un poco extrañada a Eleanor.
Cuando terminaron los casi cuatro minutos de la canción que su hermana tocaba, recibieron aplausos de no muchas personas del público, y hubo uno que otro espectador, en particular del género masculino, que se puso de pie para dejar una moneda de un mongeld y luego volver a su asiento.
—¡Eso estuvo maravilloso! —felicitó un emocionado «Jackster», quien pasó a ponerse de pie para rodear con su brazo a su hermana y darle un pequeño beso en la cabeza—. Jamás dejas de asombrarme —añadió.
—Gracias; aprendí junto al mejor —respondió «Blossom» en palabras que hicieron a su hermano sonreír un poco—. Veo que tienes compañía —señaló sonriente.
—Sí. Ella ha observado nuestro acto, y dice que le encanta. De hecho, quiere que toquemos algo especial para ella.
—¡Excelente! De acuerdo, me avisas cuando te sientas listo para tocar.
—Podemos hacerlo de una vez —sugirió.
—Bien. Anunciaré el siguiente número entonces. A propósito, ¿cuál es su nombre, y la canción que pidió? — preguntó a la chica.
—Mi nombre es Eleanor, Eleanor Castlegar —se presentó con una leve reverencia—, y la canción es «Vinter in thaen kigells».
Al escuchar el título de la canción, la reacción de «Blossom» no se dejó esperar. Su gesto animoso se transformó en uno serio y estupefacto, y sus ojos se abrieron enormes, casi al punto de salir de sus cuencas.
—¿De... verdad? —preguntó con vacilación, a lo que su hermano asintió—. Interesante —musitó con su mirada puesta en la joven—. De acuerdo —agregó, y se dirigió al público—. Para nuestro siguiente acto, como dedicatoria a la señorita Castlegar, tocaremos un tema musical de tiempos pasados. Cantado por la desaparecida intérprete Sylvia Nightingale —anunció, y un nudo se formó en su garganta—, es un honor para nosotros interpretar uno de sus temas. Para ustedes —dijo, y dedicó una mirada breve hacia Eleanor—, esto se llama «Vinter in thaen kigells».
«Jackster» marcó de nuevo el ritmo con el tacón de su bota, y acto seguido los dos hermanos procedieron a tocar una composición de ritmo tranquilo. Eleanor y sus hermanos, por su parte, pasaron a sentarse en una de las mesas cercanas a los músicos, misma que se había desocupado en el transcurso de la tarde, y allí, mientras disfrutaban el resto de las galletas que habían comprado y de las bebidas que pidieron, se deleitaban con la pieza musical.
A coro, los hermanos entonaron la letra de la canción. Cada nota tocada, cada tecla pulsada, cada paso con el arco sobre las cuerdas y cada verso cantado era un golpe al corazón de los jóvenes músicos y una guerra contra sus sentimientos, en especial en el caso de «Jackster», quien luchó con todas sus fuerzas para evitar ceder al llanto e hizo lo posible por mantener la tranquilidad y no quebrarse frente a su público.
Una vez concluida, fueron felicitados por su actuación de forma cálida por sus espectadores, entre ellos Eleanor quien se mostraba más efusiva en sus muestras de aprecio que el resto del público.
«Blossom» y «Jackster» permanecieron con el rostro bajo por un momento mientras algunos de los presentes les aplaudían, y entonces hicieron una reverencia en agradecimiento. Luego de esto se vieron el uno al otro con el gesto descompuesto, por lo que «Jackster» hizo un gran esfuerzo por mostrar una expresión serena y tranquila para sus espectadores y, en especial, a su hermana. Y si bien esto no fue del todo evidente para quienes presenciaban su acto, no lo fue así para Eleanor, quien se percató de que algo no andaba del todo bien con los jóvenes artistas. Se volvió hacia sus hermanos de forma breve, y ellos le dedicaron una mirada que parecía indicar que compartían la misma opinión, lo que hizo crecer un poco de incertidumbre en ella.
—¿Qué le pareció? —averiguó «Blossom».
—Soy sincera al decir que me encantó, por completo. Su interpretación fue fabulosa, conmovedora y tan llena de sentimiento. No he escuchado a alguien más cantarla o tocarla de la forma en la que ustedes lo hicieron.
—Nos alegra que la haya disfrutado —respondió «Blossom» con sus manos detrás de la espalda, e hizo una leve reverencia.
«Jackster» se quitó su sombrero, mostró en su rostro una cálida sonrisa y, antes de efectuar una reverencia, dijo:
—Ha sido todo un placer para nosotros tocar esta pieza para usted.
—Y ha sido un privilegio para mí escucharlo —comentó Eleanor, quien respondió a la reverencia con otra.
El joven músico se colocó de nuevo el sombrero y asintió.
—Póngase cómoda; el espectáculo va a continuar y seguro no querrá perdérselo —invitó con amabilidad, y entonces pasó a anunciar la siguiente melodía.
Eleanor, por su parte, asintió y regresó a su asiento, deseosa de escuchar más de la música del dúo. No obstante, ahora había algo en su interior, una curiosa sensación de inquietud, misma que debió hacer a un lado para que no le impidiera gozar de los números musicales pero que de alguna manera permaneció latente en su interior.
Buen día, excelente tarde o apreciable noche tengan ustedes, mis amados Travenders.
Estoy seguro que los he tomado por sorpresa con esta actualización de esta historia. Pues bien, como una forma de premiar su fidelidad y apoyo, decidí adelantar la publicación de esta parte.
Espero disfruten su lectura.
Por cierto, algunas preguntas a manera de dinámica:
¿Qué canción les gustaría pedirle al dueto musical Lancaster si tuvieran la oportunidad de conocerlos?
¿Qué creen que signifique o por qué piensan que es tan especial la canción que Eleanor le pidió al dueto?
Saludos. Cuídense mucho.
Que tengan paz, y un excelente día.
_____________
NOTAS ADICIONALES:
[1] Traducción: «Bosque Misterioso»
[2] Traducción: «Danza en la nieve»
[3] Traducción: «Invierno en las colinas»
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro