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«UNA SERENATA JUNTO AL RÍO» (Pt. 3)



III


«El aire vespertino se perfuma por la suave fragancia de los sauces...»

«La frescura de la brisa acaricia con gentileza mi rostro...»

«La luz del atardecer se refleja en las aguas y resplandece como fragmentos de un espejo roto...»

Luego de escribir esas líneas en su cuaderno, el pequeño Elliot respiró profundo y mostró una grata sonrisa en el rostro para después volver su mirada hacia su hermana.

—¿Ha llegado la inspiración, hermano? —averiguó Eleanor con gran interés.

—Solo anoto algunas líneas que se me ocurren. Tal vez me sirvan para crear alguna novela con tintes románticos —comentó—. Y tenías razón, en realidad me hacía falta relajarme un poco y cambiar de ambiente.

—Me alegra que te haya servido este paseo —expresó Eleanor, a lo que Elliot respondió con una enorme sonrisa y luego volvió a su escritura—. ¿Y qué hay de ti, Erick? ¿Ya te sientes mejor?

—Al menos ya no me siento como si hubieran metido la parte inferior de mi cuerpo dentro de los engranajes del reloj gigante que se encuentra en el «Skimmel Castburg» —respondió con su mano izquierda sobre su muslo izquierdo.

—¿Quieres que regresemos?

—No es necesario; ya tomé mi medicamento, así que me sentiré mejor pronto. Además, no hace mucho que llegamos aquí. Sería una tontería desperdiciar la tarde solo por una nimiedad como esta.

—De acuerdo. Iré a la fuente que se encuentra por allá —señaló a un punto que se encontraba poco más hacia el sur por el malecón—. Venden bebidas calientes, y tengo antojo de un poco de té, pero quiero saber si no hay inconveniente en que los deje a solas por un momento.

—No te preocupes por eso, yo me encargo de vigilar que se encuentre bien —comentó Elliot, lo que provocó que Erick resoplara de forma burlona.

—¿Quieren que ordene algo para ustedes?

—Café, con un cubo de azúcar —señaló Erick con su mano en alto.

—¿Crees que tengan leche con chocolate? —averiguó el niño, y su hermana solo encogió los hombros como respuesta—. Si no, entonces un té de menta.

Eleanor asintió a los pedidos de sus hermanos y pasó a retirarse.

—Perfecto, me convertí en un bebé que requiere atención todo el tiempo —comentó Erick ofendido mientras se acostaba por completo sobre la banca.

—Se volvió un poco sobreprotectora desde aquél día —mencionó Elliot.

—¿Solo «un poco»? Es decir, no es que no aprecie sus esfuerzos o haga menos sus sacrificios. Todo lo contrario, los valoro y los atesoro en gran medida, y tú sabes que no miento cuando lo digo —expresó ahora para sentarse de nuevo en la banca—. Es solo que no considero sano que haya dejado de lado parte de su vida para cumplir el papel de «madre de apoyo». Incluso descuidó las amistades que tenía durante su educación media para estar más al pendiente de nosotros. ¿Y qué hay de su gran pasión, la pintura? ¿No soñaba con convertirse en una pintora reconocida? Y no olvides lo mucho que amaba ilustrar tus historias —añadió al tiempo que se ponía de pie de golpe sin usar el bastón, cosa que sorprendió a su hermano menor—. Ahora solo...

En el momento que dijo eso, Erick intentó dar un paso con su pierna izquierda. Sin embargo, esta cedió y él cayó de rodillas al suelo. Elliot, presuroso, dejó de lado sus herramientas de escritura y corrió de inmediato a ayudar a su hermano.

—No te preocupes, yo me encargo —avisó. Extendió su mano para recoger el bastón que yacía junto a la banca, y con la ayuda de este se levantó y se puso de pie de nuevo—. Tengo que pelear mis propias batallas —comentó al tiempo que sacudía el polvo de su ropa—. Eso es algo que ella debe aprender a aceptar.

—Tienes razón, hermano, pero no olvides que no hay nada vergonzoso en aceptar ayuda; al menos hasta que tu pierna sane por completo.

—Claro, claro; hasta que eso suceda —suspiró el muchacho de forma melancólica, lo que hizo que su hermano lo mirara desconcertado, y entonces pasó a sentarse una vez más en la banca.

En ese momento escucharon un curioso rechinar de ruedas que se acercaba poco a poco. Se volvieron para ver de qué se trataba y se percataron de que era un carrito de carga tirado por un joven, al que siguieron con la mirada conforme avanzaba.

El joven que halaba del carrito saludó a los dos hermanos al pasar a su lado, saludo al que ellos respondieron con amabilidad, y cuando ya los había pasado, vieron que en la parte trasera se encontraba sentada una joven. Ella fijó su mirada en la de Erick y luego esbozó en sus labios una sonrisa tenue, casi imperceptible, al tiempo que levantaba su mano derecha en señal de saludo. Erick respondió al gesto y levantó su mano izquierda, y ella ladeó un poco su cabeza hacia la derecha a la vez que su sonrisa crecía un poco más.

El joven condujo el carrito hasta acercarse al área en la que se encontraba la fuente. Se trataba de un hermoso jardín de forma circular cubierto de césped y rodeado por un pequeño cerco de arbustos. Cuatro corredores comunicaban el resto del paseo con la fuente, cada uno de ellos orientado hacia los cuatro puntos cardinales y rodeados por una fila de arbustos. La fuente se encontraba en el centro del jardín, encima de una plataforma circular con una escalinata que conducía a ella. Estaba encendida, aunque no arrojaba tanta agua como lo hacía durante los meses de verano. Por todo el jardín había lámparas que se encendían cuando oscurecía, y una gran cantidad de bancas, algunas mesas pequeñas con sillas, y vendedores de alimentos y bebidas. Entre los presentes se encontraba Eleanor, quien esperaba su turno para adquirir sus bebidas.

—Hemos llegado —anunció el muchacho, y se detuvo junto a la guarnición de la acera.

Su hermana se introdujo en el carrito y extrajo del interior un estuche pequeño de color negro. Luego lo hizo él para tomar una caja de piel similar a un cofre, muy larga y también de color negro.

La muchacha entonces se retiró el abrigo de sobre sus prendas de vestir para revelar un atuendo elegante, muy diferente de la vestimenta que llevaba puesta momentos atrás. Se trataba de un hermoso vestido completo de color rojo con bordados en color negro, mismo que le cubría desde el cuello hasta los tobillos. Las mangas de su vestido llegaban a la mitad de su brazo, eran anchas y estaban adornadas con encajes de color negro, y en sus pies portaba un par de botas blancas con negro atadas con listones rojos. Su hermano, por su lado, desabotonó su abrigo gris para dejar ver un conjunto de prendas bastante sobrias y elegantes, diferente de la ropa vieja y desgastada que antes usaba, compuesto por un traje completo en color negro, un chaleco gris con delgadas franjas verticales de un tono más brillante, una camisa blanca de mangas largas y cuello alto y una corbata de color negro. Usaba unas botas que llegaban casi a la rodilla, mismas que poseían tres correas con hebillas en el costado exterior para ajustarlas, y como accesorios portaba un par de guantes de piel de color oscuro, su larga bufanda negra y su reloj de bolsillo cuya cadenilla colgaba de su chaleco.

El joven ahora se adentró en el carrito y salió con un sombrero de copa con una banda de color blanco atada a este, y también una diadema de color negro que tenía adherido un pequeño sombrero de aspecto similar al suyo, con la diferencia de que este poseía un adorno de plumas rojas. Se retiró su sombrero de ala ancha y se puso el sombrero de copa, y le entregó la diadema a su hermana, misma que pasó a colocarse.

—Que bueno que encontramos un lugar cerca de aquí para cambiar nuestro vestuario —comentó la joven mientras se ajustaba la diadema.

—Por desgracia, ahora le debemos al vigilante dos mongelds —se lamentó el muchacho a la vez que limpiaba sus botas.

—Uno —corrigió, lo que hizo que su hermano la mirara con desconcierto—. Al parecer todavía queda gente de buen corazón que se apiada de una jovencita de pocos recursos —aclaró, y su hermano sonrió con ternura.

—De acuerdo. Ya veré la manera de pagarle. Por ahora, hay que concentrarnos en nuestro trabajo —señaló.

La chica tomó su estuche y lo abrió para ver su contenido, y al hacerlo se dibujó en su rostro una enorme sonrisa satisfecha y llena de orgullo. El chico, por otro lado, tenía su mano derecha sobre su pecho y la mirada vuelta hacia su estuche. Una sensación familiar comenzó a invadirlo, como si algo oprimiera su pecho y le impidiera respirar. Por su mente circulaban miles de pensamientos, no muchos de ellos alentadores, y podía percibirse que temblaba un poco. Su mirada estaba perdida, y su gesto denotaba una inmensa angustia.

Su hermana colocó su mano sobre el hombro del chico, y este se sobresaltó, lanzó un breve grito y agitó sus manos como si tratara de defenderse de algún peligro.

—¿Sucede algo? —preguntó la joven, quien se sentía intranquila por la reacción de su hermano.

—No es nada; solo me siento un poco nervioso —comentó a la vez que respiraba un tanto agitado.

—Entiendo, entiendo. —La joven comenzó a frotar el hombro y el brazo de su hermano con la intención de calmarlo—. Comenzaremos a tu señal, cuando te sientas mejor. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —respondió.

El chico entonces cerró sus ojos, luego inhaló profundo, contuvo su aliento por unos segundos y exhaló con lentitud. Hizo esto varias veces hasta que logró apartar un poco la sensación que lo dominaba.

—Bien. Creo que ya estoy listo —habló con calma—. Tú irás por la derecha, yo por la izquierda.

La muchacha asintió, y él pasó a abrir su estuche. Luego, volvió su mirada hacia la fuente y la gente que se encontraba allí reunida, y con gran resolución en su rostro, indicó:

—Es hora de actuar.


Buen día, excelente tarde o agradable noche tengan ustedes, mis amados Travenders.

Una vez más comparto con ustedes una porción más de esta historia.

Por cierto, acá en el Hemisferio Norte pasamos por la temporada del inviernito, y tal como a nuestros personajes, se nos antoja una bebida caliente. Ya sea un cafecito, un buen té, un chocolate caliente, o la bebidas típicas como el atole y el champurrado.

¿Y ustedes? ¿Cuál es su bebida preferida? Compartan sus opiniones aquí en comentarios.


Que tengan paz, y un excelente día.


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