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«UNA SERENATA JUNTO AL RIO» (Pt. 1)


I

«Era una noche fría y tormentosa...»

Luego de escribir esa línea, el pequeño garabateó frenético sobre la hoja con la pluma a la vez que berreaba desesperado. Entonces dejó caer su cabeza contra el escritorio mientras apretaba la pluma con fuerza y con su otra mano sujetó la pieza de papel en la que escribía, la arrugó en una bolita y la arrojó hacia el rincón del cuarto de estudio junto al resto de ellas.

—Veintitrés —contó con sarcasmo su hermano, quien estaba sentado en una de las poltronas que allí se encontraban, para después pasar la página al libro que leía.

—Esto es nefasto —masculló—. ¡Soy toda una deshonra como escritor en ciernes! ¡Hugo! ¡Dumas! ¡Dickens! ¡Austen! ¡Shelley! ¡Brontë! ¡Les he fallado! —clamó con gestos dramáticos al tiempo que sostenía en sus manos volúmenes de algunos de los mencionados autores, y otros más, tanto de ellos como de otros autores, se encontraban desperdigados sobre su escritorio.

—Lamentable —comentó su hermano, quien ante la reacción del niño solo se limitó a volver los ojos hacia el techo y suspiró exasperado—; una carrera que culmina apenas inicia. Enviaré flores a tus sueños cuando termines de sepultarlos en tu miseria y autocompasión.

El niño arrancó otra hoja de papel de su cuaderno, la hizo bola en sus manos y la arrojó con fuerza hacia su hermano quien, sin inmutarse demasiado, ni siquiera despegó su atención del libro que leía y solo se limitó a levantarlo un poco a la altura de su rostro, por lo que la bola de papel rebotó en su cubierta.

—¡Tus palabras mordaces no me resultan útiles ahora, Erick! —replicó.

—No te presiones demasiado, Elliot; ya vendrá la inspiración. Tal vez lo único que necesitas es un cambio de ambiente —opinó ahora su hermana, quien se encontraba sentada en una silla junto a la ventana—. ¡Y conozco el remedio adecuado para ello! —añadió con entusiasmo, lo que provocó que Erick cerrara su libro de golpe.

—¡Oh, no, hermanita! ¡No plantes ideas como esas en su mente! —protestó Erick.

—Sabes que lo necesitan, querido hermano; en especial tú —contestó con una tierna y delicada sonrisa en sus labios, lo que provocó que Erick resoplara un tanto irritado—. Además, es una hermosa tarde de domingo. ¡No podemos desperdiciarla encerrados en nuestro hogar!

—Opino que la idea de Eleanor es estupenda, Erick —mencionó Elliot para mayor fastidio de su hermano mayor.

—Y no olvides las indicaciones de la señorita Fawkner: si quieres recuperarte, debes ejercitarte —agregó la joven para entonces ponerse de pie.

El entusiasmo de sus hermanos por la idea de tener que dejar lo que él consideraba la comodidad de su hogar era irritante para Erick, quien solo se limitó a cubrir su rostro con el libro y exhalar resignado.

—¡De acuerdo! Los acompañaré, pero solo porque necesitarán a alguien mayor con ustedes para que tengan permiso de salir —contestó a regañadientes.

—¡Perfecto! Iré por mis cosas a mi habitación —señaló Eleanor, quien pasó a tomar su cuaderno, lápices y demás herramientas para dibujar.

—Yo igual —añadió Elliot.

—Los espero afuera —suspiró Erick para después tomar su bastón con la mano derecha, y apoyado con fuerza con su mano izquierda sobre el reposo para brazos de la poltrona, hizo un gran esfuerzo por levantarse de su asiento.

—Permíteme ayudarte —ofreció Eleanor.

—Estoy bien. Puedo hacerlo por mi cuenta —indicó, y prosiguió en su intento de ponerse en pie. Le tomó varios segundos, pero al final lo logró, erguido y apoyado sobre su bastón—. ¿Ves? ¡Fue sencillo! —aclaró, lo que provocó miradas juiciosas en sus hermanos—. Por cierto, deberías revisarte el rostro antes de salir —señaló.

—¿De qué hablas? —averiguó Eleanor un tanto desconcertada, y se dirigió al espejo más cercano. Entonces, al ver su rostro, lanzó un breve grito de sorpresa—. ¡Tienes razón! ¡Parezco un mapache! Ni siquiera me di cuenta cuando me manché de carboncillo —mencionó mientras miraba tanto su cara como sus manos teñidas de un oscuro color, por lo que de inmediato se dirigió al baño que se encontraba en el piso superior para asearse.

Elliot, por otra parte, subió también a su cuarto para dejar allí sus pertenencias, tomó de la mesa de noche un cuaderno pequeño con cubierta de piel de color negro y una pluma, y los guardó en el bolsillo interior de su chaqueta de vestir. También tomó de una cajonera una pequeña bolsa de piel con una correa en la que llevaba algunas monedas, misma que metió dentro de un bolsillo de su pantalón. Por último, de un perchero de su cuarto tomó un abrigo de color azul oscuro. Hecho esto, se asomó a un espejo para acomodar un poco los largos mechones de cabello que caían a los lados de su rostro, además de su corbatín, y después dejó su habitación.

Allí lo alcanzó Eleanor una vez que terminó de limpiarse y tomar algunas cosas de su habitación, entre ellas un gran bolso de piel de color oscuro y un abrigo gris claro, y juntos pasaron a dirigirse a la sala de estar, donde se encontraban sus padres a quienes dieron aviso de sus planes para esa tarde.

—Ya le dimos permiso a tu hermano —habló su madre sin apartar un segundo la vista de unos documentos que leía junto a su esposo—. Solo vayan con cuidado —aconsejó, luego se removió los anteojos y volvió su rostro hacia su hija con un gesto algo preocupado, mismo que compartía con su esposo quien también tenía la mirada fija en Eleanor, para entonces continuar—, y, por favor, cuiden y atienda bien a su hermano si lo necesita.

—De acuerdo. Llevo lo necesario conmigo —indicó con su bolso en mano—. Volveremos antes del anochecer —confirmó, y entonces ella y su hermano menor salieron de su casa para encontrarse con Erick, quien estaba sentado en el pórtico y llevaba en sus brazos un largo abrigo de color verde oscuro que había tomado del perchero junto a la entrada principal.

—Es una lástima que no puedan acompañarnos el día de hoy —se lamentó Elliot.

—Ya los conoces; suelen llevar mucho de su trabajo a casa —suspiró Eleanor.

Las palabras de su hermana hicieron que Erick colocara en su rostro una expresión seria, llena de culpa y reproche.

—En fin; vayamos antes de que se haga más tarde —espetó Erick.

—Bien; pero antes, hay que pasar a la panadería del señor Baker. Espero que tengan esas deliciosas galletas con forma de estrella que tanto me encantan.

Dicho esto, los tres comenzaron a marchar con rumbo hacia el sur, en busca del mencionado establecimiento comercial.

Mientras tanto, a poco menos de un kilómetro del hogar de los jóvenes hermanos, sobre un antiguo, solitario y desvencijado puente que atravesaba el rio «Flodelver» y unía las secciones este y oeste de la ciudad, una persona joven ataviada con ropajes algo desgastados miraba con asombro hacia la gran urbe.

—Lo hicimos —comentó feliz—. Hemos llegado a Kaptstadt —añadió a la vez que abría sus brazos.

Una leve ráfaga de viento lo empujó y lo hizo tambalearse un poco, por lo que se apoyó en uno de los barandales, pero apartó de inmediato sus manos al escucharlo crujir.

—¿No quieres subir y disfrutar del paisaje? —preguntó a su acompañante, una joven que se encontraba debajo del puente sentada en la parte trasera de un carrito de carga de cuatro ruedas con un toldo elevado formado por una gruesa tela.

Ella no respondió, sino que siguió cabizbaja con la mirada al suelo, por lo que él bajó del puente preocupado.

—¿Estás bien? —preguntó con calma.

—Solo estoy cansada, y me duele un poco la cabeza —confirmó en voz baja.

—Te entiendo. Hemos caminado todo el día sin descanso para poder llegar a la ciudad antes del anochecer, y por fin lo hemos logrado. Ahora nos queda buscar un sitio donde pasar la noche y conseguir víveres.

—¿No podemos acampar aquí?

—No creo que sea buena idea. Hay algo en este sitio que me da un mal presentimiento —comentó mientras observaba con temor e incertidumbre a sus alrededores—. Además, tal vez haya un lugar más seguro si nos adentramos en la ciudad. No te preocupes si sientes que no puedes dar un paso más. Siéntate en el carrito, y yo me encargaré de llevarlo hasta allá.

—¿En verdad podrás tú solo con todo esto? —preguntó, y él frunció el ceño y apretó los labios con humor.

—¿Acaso dudas de la fuerza de tu hermano? —preguntó de forma cómica con un tono de voz grave, como si intentara imitar a una persona de gran tamaño, a la vez que flexionaba sus brazos delgados como palillos, lo que hizo que la joven se riera y meneara la cabeza un poco—. No te preocupes, todo saldrá bien. Confía en mí —le dijo. Luego, posó sus manos sobre de la cabeza de la joven y la besó por encima de su frente—. Descansa.

La joven sonrió con dulzura mientras que él se dirigió hacia el frente del carrito. Ajustó su sombrero de ala ancha y luego hizo un gesto con su mano derecha como si agitara un látigo a la vez que imitaba con su boca el sonido que este hace.

—¡Arre! —gritó y, después de tomar el manillar del carrito, comenzó a tirar de él a paso tranquilo mientras que la joven se recostaba sobre algunas de sus pertenencias que se encontraban allí dentro y se cubría con un grueso y afelpado abrigo de color azul celeste.

¿Qué tal les ha parecido este primer capítulo?

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La siguiente semana habrá actualización. Manténganse alerta a sus notificaciones.

Que tengan paz y un excelente día.

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