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«UN HOGAR, UNA FAMILIA» (Pt. 2)



 II



—¿El nombre Giselle Lancaster les resulta conocido? —averiguó el señor Castlegar.

Sucedió que, tan solo unos minutos después de dejar la clínica, llegaron a la residencia Castlegar. Después de que los ocupantes abandonaran el vehículo, Jack se quedó de pie junto a la reja principal mientras miraba la propiedad.

—Se ve lindo y acogedor —comentó el joven Lancaster.

—Lo es. Y espera a ver el interior —respondió Eleanor, quien se colocó a su lado.

El señor Castlegar pasó a abrir la reja principal para que todos ellos pasaran e ingresaran a su casa.

Una vez que entraron, Jack fue invitado a pasar a la sala de estar. Erick, Elliot, Lily y Esperanza le hacían compañía mientras Eleanor y la señora Castlegar se encargaban de preparar algunas bebidas calientes para sus invitados. El señor Castlegar, por su parte pasó a llevar el instrumento musical de Jack a un armario que se encontraba en el pasillo y luego se unió a los jóvenes en la sala de estar.

Mientras se encontraban allí, Jack se percató de que en ese lugar se encontraba un mueble cubierto con una manta.

—Ese es el piano del que me hablaste, ¿no es así? —preguntó a Erick.

—En efecto —respondió el muchacho.

—Por desgracia, necesita reparaciones, pues no funciona desde hace tiempo —explicó el señor Castlegar.

—Mi hermano puede repararlo —mencionó Lily—. Nuestro abuelo le enseñó a reparar algunos instrumentos musicales, como pianos e instrumentos de cuerda.

—Tal vez lo haga, pero será en otro momento —aclaró Jack—. Por cierto, tengo una duda para la señorita Hernández García que espero pueda resolver, si no es mucha molestia.

—Adelante.

—¿Por qué su insistencia en llamarme «joven forastero»? Es decir, ¿cómo supo desde el principio que no provenía de este sitio?

—Su acento lo delata —declaró sonriente—. Es muy marcado, como el de toda persona proveniente de las tierras del norte, y pronuncia muy fuerte las letras «D», «R» y «T». Además, cuando lo vi llegar, tiraba de un carrito de carga, lo que me dio a entender que era una persona que viajaba.

—Oh... Es una... interesante observación —declaró Jack sorprendido.

—Sin duda tiene una impresionante cualidad —opinó Elliot con gesto fascinado.

—Si le molesta, o no le parece adecuado, puedo dejar de llamarlo de ese modo —comentó Esperanza.

—¡No, no! ¡Para nada! No me molesta, en absoluto; solo me pareció algo curioso —expresó—. Puede... Puede llamarme como desee —añadió mientras Esperanza solo se limitaba a sonreír.

—De acuerdo, Johann —dijo con humor.

Unos minutos después llegaron Eleanor y la señora Castlegar con bandejas en las que llevaban algunas tazas con té y café, además de galletas, panecillos y algunas frutas.

Los presentes se sirvieron y disfrutaron del aperitivo acompañados de conversaciones amenas. Cerca de una hora después, la señora Castlegar, Eleanor, Lily y el pequeño Elliot se dirigieron a la cocina para preparar el almuerzo mientras que el resto de ellos continuaba con sus conversaciones.

La llegada del mediodía anunciaba el momento del almuerzo, por lo que todos pasaron a la mesa. Los comensales fueron deleitados con un exquisito banquete compuesto por carne de pollo acompañada de vegetales y un guiso de arroz con carne de res. Al joven Lancaster le sirvieron una porción generosa; sin embargo, no terminó por completo su plato bajo excusa de que no tenía demasiado apetito en ese momento, situación a la que Lily y Eleanor se habían acostumbrado, pero que resultaba curioso para el resto de los presentes, en especial para Erick y Elliot.

Ahora bien, habían terminado de comer y ya se preparaban a limpiar cuando el señor Castlegar solicitó a Jack y Lily un momento para conversar con ellos.

—¿De qué es lo que desea hablar, señor Castlegar? —averiguó Jack.

—Hay una pregunta importante que deseo hacerles, si no les parece demasiado atrevimiento—respondió.

—De acuerdo, señor Castlegar. Puede preguntar lo que desee —indicó el joven, y el señor Castlegar pasó a realizar su interrogante.

La respuesta a dicha pregunta llegó silenciosa al principio. Jack y Lily abrieron sus ojos de tal manera que parecía que dejarían sus órbitas, su quijada casi daba contra el suelo y miraban al señor Castlegar con pleno asombro.

—E-en efecto. Es-ese era el nombre de nuestra madre —aclaró Jack—. ¿C-c-cómo es que la conoce?

—Como señalé, hay algo importante que decirles: una confesión que deseo realizar. Verán, hijos, su madre no fue la primera y única mujer en mi vida —respondió, y ahora los que miraban boquiabiertos eran Erick, Eleanor, Elliot y la señora Castlegar, quien tampoco lograba salir de su asombro—. Hace muchos años, conocí a una joven que vino de viaje con su familia. Su nombre era Giselle Lancaster, una talentosa cantante de la compañía musical de su familia, la «Compañía Musical Lancaster».

»La conocí cuando me encontraba de compras en una de las plazas comerciales de la ciudad. Fue un momento único, fantástico y hermoso. Quedé de inmediato fascinado por su apariencia, en especial sus hermosos ojos esmeralda y ese cabello rubio que caía como cataratas por sus hombros.

»La invité a salir ese mismo día, y desde entonces Giselle y yo mantuvimos una relación sentimental que duró algunos meses. Sin embargo, durante el transcurso de nuestra relación descubrimos que teníamos cierta incompatibilidad de caracteres, y perseguíamos objetivos diferentes. Asimismo, lo que en un principio nos unía comenzó a desvanecerse poco a poco, por lo que a la larga tomamos la decisión mutua de culminar nuestra relación y considerarnos solo amigos. De vez en cuando nos veíamos, en especial cuando asistía a los actos musicales de su familia, y solíamos conversar un poco al final de estos.

»Un año más tarde, ella inició una nueva relación con otra persona, con quien después se casaría. Asistí a su boda y le hice llegar todas mis bendiciones para su nueva vida. Tiempo después ella me envió una fotografía del día de su boda en la que aparecemos juntos —señaló, y tomó del bolsillo de su chaqueta una fotografía de ella ataviada con un vestido modesto junto a su esposo y él del lado de ella.

Jack tomó la fotografía y la miró con suma nostalgia para después pasar sus dedos sobre la imagen de su madre. Lily, quien se encontraba a su lado, miraba con aire mohíno a su hermano, por lo que posó su mano sobre el hombro del muchacho y este suspiró melancólico.

—La extraño tanto —se le escuchó susurrar.

—Lo sé —dijo Lily, y frotó el hombro de su hermano.

Jack le entregó de nuevo la fotografía al señor Lancaster, quien la dejó sobre la mesa para continuar su narración.

—Después de la boda se fueron a vivir a Gruvning, por lo que la única forma en la que lográbamos comunicarnos de vez en cuando era escribirnos cartas. Así lo hicimos durante años, pero poco a poco nuestra comunicación menguó hasta el punto en que ya no supe más de ella.

»Varios años después me enteré de su trágico deceso, un hecho que me entristeció en gran medida. No pude asistir al bongerfeuer debido a compromisos con mi carrera y mi familia, pero sí le envié al señor Walden, su viudo, una carta de condolencias; sin embargo, él jamás respondió. Lo último que supe de Giselle fue una carta que envió a su madre poco antes de fallecer, donde expresaba todo su dolor y arrepentimiento debido a la pérdida de dos de sus hijos.

—James y Anna, dos de nuestros hermanos mayores —mencionó Jack decaído a Lily.

—Así es —dijo el señor Castlegar—. Poco después, cuando asistí a una función del espectáculo musical de la familia Lancaster, su madre interpretó una canción nueva y original. Al escucharla, mi corazón dio un vuelco y me inundó la nostalgia. Me di cuenta de que mucho de lo que en ella decía se inspiraba por completo en nuestras experiencias como relación. Era una letra hermosa, colmada de sentimientos. Me enteré que esa fue la última canción que Giselle compuso para su madre, por eso la señora Lancaster solo la cantaba en ocasiones especiales.

—«Vinter in thaen kigells» —aclaró Jack, quien se veía bastante afectado al enterarse de esto, y el señor Castlegar asintió—. Nuestra madre solía cantárnosla cuando éramos niños, incluso Lily tuvo la oportunidad de escucharla como canción de cuna.

Al enterarse de esto, Eleanor sintió cómo su corazón se hundía en su pecho debido a la pena.

—Ahora lo comprendo todo. ¡Así es como nuestro padre conoce la canción! La letra en realidad habla sobre la madre de Jack y Lily y sobre él —susurró a Elliot y Erick.

—Eso explica la reacción de los Lancaster aquella tarde en el malecón —respondió Erick, y de inmediato por la mente de Eleanor viajaron los recuerdos de ese día, lo que le hizo sentir un poco más triste.

—Años más tarde, la madre de Giselle, Sylvia Lancaster, también conocida como Sylvia Nightingale, falleció —narró el señor Castlegar con gesto sombrío, lo que llevó a la mente de Jack el triste recuerdo de este suceso—. Su esposo, el señor Stephen Lancaster, se mudó de la ciudad poco después de esto, y desde ese momento no supe más respecto a ellos, o de cualquier otro miembro de su familia. Durante mucho tiempo pensé que no volvería a escuchar algo sobre ese apellido, o sobre su espectáculo musical, hasta el momento en que me enteré de que ustedes, señor y jovencita Lancaster, habían llegado a la ciudad, y me llenó de dicha saber que el legado de la «Compañía Musical Lancaster» no se había perdido.

Al terminar su historia, podían verse pocos ojos secos entre los presentes a la mesa, algunos de tristeza, otros de felicidad.

—Es... una interesante historia —comentó Jack.

—Cierto. No teníamos idea de esa parte de la vida de nuestra madre —añadió Lily.

—Ella no solía hablar de esos temas, ni siquiera con nuestro hermano mayor —aclaró Jack de nuevo—. Sin embargo, no entiendo por qué nos cuenta esto, señor Lancaster.

—Eso era justo lo que quería explicar —respondió el señor Castlegar—. Sucedió que, en algún momento después de que culminó nuestra relación amorosa, le prometí a Giselle y a sus padres que, si en algún momento ella o alguien de su familia necesitaban de mi apoyo, yo se los brindaría como amigo de la familia.

»Cuando escuché su apellido aquél día en el callejón, no estaba seguro de si se trataba de alguien que perteneciera a la misma familia, pero conforme conocía mejor su historia, pude comprobar que así era, y ha llegado el momento en que debo cumplir con dicha promesa —mencionó—. Señor y jovencita Lancaster, conocemos la gran cantidad de peripecias que han atravesado, y con todo el placer de nuestro corazón hemos estado allí para ustedes. Ahora, se encuentran en la búsqueda de un sitio dónde quedarse, un sitio al que puedan llamar hogar para establecerse en nuestra comunidad. Por esa razón, nuestros hijos, mi esposa y yo los hemos ayudado en su búsqueda, y hemos llegado a una decisión unánime.

»Como ustedes de seguro se han dado cuenta, nuestra casa es muy pequeña y humilde, y no podemos albergar a tantas personas. Sin embargo, contamos con un lugar que podemos ofrecerles que les puede servir como su nuevo hogar —mencionó.

En el momento que dijo esto, los ojos de Lily se abrieron en gran medida y su rostro se iluminó con una grata y radiante sonrisa, cosa que a su hermano le parecía un poco desconcertante.

—¡No puede ser! ¿En verdad lo harán? —averiguó la menor de los Lancaster.

—¿De qué hablas? ¿A qué se refiere? —curioseó Jack, quien no lograba salir de su confusión.

—Así es, Lily —confirmó Eleanor, y ella dio un salto lleno de emoción para mayor extrañeza de Jack.

—Les dejaremos quedarse en nuestra cabaña —anunció ahora el señor Castlegar.



¡Buen día, excelente tarde o agradable noche tengan ustedes, mis amados Travenders y gente bonita que nos lee!

¿Qué tal lo pasan este fin de semana que ya casi se acaba?

Espero encontrarlos con bien y llenos de gozo y salud en el momento de leer esta parte.

Y ahora, es el momento de opinar.

¿Qué les pareció esta parte?

¿Qué opinan de la historia del señor Castlegar?

¿Qué sucederá con los Lancaster ahora?

Bueno, si desean saber qué sucederá, no se pierdan la siguiente entrega. ¡Manténganse en sintonía!

¡Que tengan paz, y un excelente día!

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