«SONATA PARA PIANO NÚMERO 5: LUZ DE VIDA» (Pt. 1)
I
—Joven Castlegar, por favor póngase de pie —solicitó el profesor Ruggeri, a lo que Erick asintió y obedeció la petición.
Ese día, el décimo segundo día en el primer mes del año 1872, era un día relevante para los estudiantes del Instituto de Educación Media-Superior. Como parte del plan educativo, tal y como lo mencionó Erick en su conversación con Jack, cada estudiante debía elegir una actividad extracurricular de carácter obligatorio. Entre estas figuraban actividades deportivas que incluían windenboll, schlackboll, gimnasia, atletismo, entre otras, actividades artísticas como canto, danza, teatro, música, pintura y escultura, el periódico escolar, el club de debate y el club de ajedrez.
Esa mañana, Erick se había levantado muy temprano y lleno de determinación. Luego de vestirse con su uniforme, se dirigió hacia la cajonera de su cuarto y abrió el primer cajón de donde tomó una cinta para el cabello de color verde brillante, misma que pasó a atar en su muñeca izquierda y la ocultó bajo su manga.
Una vez que llegaron a su instituto, y mientras caminaban rumbo al edificio principal, Eleanor decidió lanzar una pregunta inquisitiva.
—¿Estás listo para elegir una actividad extracurricular, hermano?
—Por supuesto —dijo con una gran calma y seguridad.
—Y, ¿qué elegirás? —curioseó.
—Es una sorpresa —respondió con la misma tranquilidad—, pero si quieres descubrirlo, te recomiendo que vayas al aula 2-B en la sección oeste después de las dos de la tarde —añadió, y su respuesta llena de misterio puso a pensar a su hermana—. A propósito, ¿tú que escogerás? —preguntó.
—Lo he pensado mucho durante estas semanas, y he considerado que es el momento de volver al camino del arte, por lo que ingresaré al club de dibujo y pintura.
—Bien pensado. Ya echaba de menos que nos sorprendieras cada semana con una obra maestra —comentó el joven, y la doncella sonrió con ternura.
—Y a propósito de sorpresas, ya quiero ver la que tienes preparada —expresó Eleanor, y Erick solo sonrió un poco.
—¡Eleanor! —llamó Amanda desde la distancia, y entonces pasó a acercarse a la muchacha.
—¡Amanda! ¿Lista para elegir tu extracurricular? —curioseó la joven, y la pregunta de Eleanor difuminó un poco el entusiasmo de su amiga, de lo que ella se dio cuenta—. Esto, ¿sucede algo malo? —inquirió.
—No para ser precisos; es solo que... —habló Amanda un tanto dubitativa e intranquila—... Bueno, mi deseo es ingresar al coro de la escuela, pero no estoy segura de que mis padres lo aprueben. Ellos saben que me gusta mucho cantar, y he hablado con ellos al respecto, pero prefieren que me esfuerce por tener otro tipo de carrera y actividades, algo que me permita ayudarles con el negocio familiar cuando me gradúe, y el problema es que no hay actividades similares en este instituto. Lo más cercano es el curso de Administración, pero estará disponible hasta que ingresemos al tercer grado.
—Y, ¿qué es lo que harás? —averiguó Erick.
—No lo sé. De cualquier manera, tengo todo el día para pensar en una solución, y si no logro resolverlo, entonces deberé ser fuerte y prepararme para hacer frente a mis padres.
—Te apoyaremos en lo que sea necesario —aseguró Eleanor, y Erick asintió con certeza y confianza en su expresión.
—¡Gracias, amada amiga! —dijo Amanda, y la tomó de las manos.
Luego de esa breve conversación, el trío de jóvenes pasó a dirigirse con presteza hacia su salón de clases debido a que ya casi era hora de iniciar.
El día transcurrió con normalidad hasta la hora del almuerzo, debido a que después de este los estudiantes se dedicarían a buscar entre las actividades extracurriculares a cuál de ellas ingresarían. Algunas de ellas, como las actividades deportivas y algunas actividades artísticas, como el grupo de teatro, el coro de la escuela o la orquesta estudiantil, requerían inscribirse de antemano para realizar audiciones y pruebas, por lo que sus cupos eran limitados, mientras que el resto era de libre acceso, lo que permitía a los estudiantes probar sus habilidades en ellas.
Erick y Eleanor ya sabían a qué actividad iban a ingresar, por lo que el primero se registró de antemano mientras que su hermana solo tuvo que dirigirse al aula de arte, tomar un sitio, y registrarse al finalizar para confirmar su asistencia a dicha actividad.
Llegado el momento señalado por el mayor de los Castlegar, Eleanor dejó el aula de arte y se dirigió al mencionado asignado con el número 2-B.
Al llegar, encontró sobre la puerta un letrero que decía «SALA DE ENSAYOS DE LA ORQUESTA ESTUDIANTIL, DIRIGIDA POR EL PROFESOR ANTONIO RUGGERI», lo que la desconcertó un poco.
Al abrir la puerta, encontró en el interior a varios estudiantes con instrumentos musicales sentados en sillas arregladas para ellos, y entre ellos se encontraba su hermano, aunque él no poseía ningún instrumento. A los costados había otros conjuntos de sillas, algunas de ellas ocupadas por estudiantes y profesores, y frente al grupo de estudiantes con instrumentos se encontraba una mesa en la que estaba sentado un hombre de edad madura, gran estatura, físico delgado y cabello canoso un poco largo, mismo que caía a los costados de su rostro y llegaba hasta sus hombros, ataviado de prendas de vestir de color marrón con una camisa de color amarillo claro y una corbata oscura, y a su izquierda había una silla más en la que se encontraba Ellen Vermont.
En el momento que ingresó, la joven Vermont se percató de su presencia, por lo que se levantó de su asiento y se acercó a ella.
—¡Eleanor Castlegar! ¡Qué maravilla verte por acá! —saludó la muchacha en voz un poco baja—. No sabía que estabas registrada para una audición —señaló, y comenzó a buscar en una lista que llevaba en sus manos.
—¿Audición? —preguntó extrañada.
—¿No estás aquí para formar parte de la orquesta estudiantil? Entonces de seguro vienes a ver a tu hermano.
—Esto... Sí, eso creo. Erick me citó para que viniera a este lugar y a esta hora, pero no tenía idea de qué se trataba, hasta este momento —respondió.
—Seguro quería que fuera una sorpresa para ti.
—Y no cabe duda que lo es.
—Acompáñame; puedes tomar asiento y disfrutar de las audiciones —invitó.
—Gracias —dijo, y siguió a Ellen hasta un lugar disponible en los asientos del lado derecho.
Una vez que Eleanor se acomodó, Ellen pasó a tomar de nuevo su lugar.
—Señorita Vermont, puede comenzar a llamar a los aspirantes —indicó el hombre de edad madura junto al que estaba sentada.
—De acuerdo, profesor Ruggeri —respondió—. Adams, Simon —llamó Eleanor, y de una de las filas de asientos se levantó un muchacho que llevaba en manos un violín.
—Adelante, por favor —indicó el profesor Ruggeri, y el muchacho se acercó al centro de la sala—. Bien, joven Adams, ¿qué nos va a interpretar? —averiguó con voz profunda.
—De Vivaldi, concierto número 1 en mi mayor, «La primavera», en su primer movimiento —respondió el joven.
—Bien. Puede comenzar cuando guste —solicitó el profesor Ruggeri; entonces el joven tomó su instrumento y comenzó a interpretar dicha melodía.
De pronto, mientras el muchacho se acercaba a la mitad de su interpretación del tema musical, el profesor Ruggeri hizo algunas anotaciones en una libreta que se encontraban en la mesa, después efectuó un gesto leve con la mirada en dirección hacia Ellen, y ella asintió.
—Es suficiente —dijo la joven Vermont, y el muchacho se detuvo de tocar su instrumento y volvió su mirada hacia ella y el profesor.
—Gracias, joven Adams, por su participación —agregó el profesor Ruggeri, a lo que todos los presentes, tanto los que estaban por audicionar como los que solo eran espectadores, reaccionaron llenos de sorpresa y con gesto un poco preocupado, con excepción del mayor de los Castlegar quien se mostraba tranquilo—. Que pase el siguiente aspirante —ordenó, y la joven Vermont llamó a la siguiente persona en la lista, una joven que tocaba la flauta travesera, a quien no le fue demasiado diferente que al anterior debido a que también interrumpieron su interpretación a poco más de la mitad de la melodía que había elegido.
Ellen llamó al centro a otros estudiantes que se encontraban en espera, y ellos no recibían un trato demasiado diferente. Hubo uno que otro al que sí le permitió llegar hasta el final de su prueba, pero la expresión de su rostro era un poco diferente que en los casos anteriores.
Este hecho provocó gran agitación entre los aspirantes, al grado que hubo uno que otro que dejó de inmediato la sala con su instrumento, temeroso de lo que el profesor Ruggeri fuera a decidir de su participación.
«Vaya, no esperaba que fueran tan estrictos al elegir miembros para esta actividad», pensó Eleanor un tanto preocupada por los jóvenes, y en especial porque no tenía idea de lo que le esperaría a su hermano, de quien estaba segura no tenía demasiadas habilidades para la música.
Fue entonces que Ellen llamó al mayor de los Castlegar. Erick se levantó de su asiento y se dirigió hacia una sección del salón en la que se encontraba un piano.
—¿Por qué Erick se dirige hacia el piano, si hace muchos años que ni siquiera lo practica, y el único piano que hay en casa está dañado? —susurró Eleanor para ella misma.
—Joven Castlegar, ¿qué nos va a interpretar? —averiguó el profesor.
—La sonata para piano número 5, «Luz de vida», del músico Stephen Lancaster —respondió él, y a la menor de los Castlegar se le cayó la quijada al suelo.
—¡Ese era el nombre del abuelo de Jack! —exclamó en voz baja, y entonces sus ojos se abrieron enormes debido a que, a su mente, había llegado una revelación—. ¡Eso explica todo! —añadió, aunque ahora lo hizo en un volumen más elevado, lo que permitió a otros de los presentes escucharla.
La reacción del profesor Ruggeri no fue demasiado diferente de la de Eleanor, quien miró al muchacho con gesto extrañado.
—Adelante —indicó, aunque ahora su voz sonaba un poco afectada, y Erick se sentó en el banquillo del piano. Luego, tomó del bolsillo de su chaqueta un conjunto de papeles, mismos que colocó en el atril del piano, deslizó sus dedos sobre las teclas y comenzó a interpretar el mencionado tema musical.
En cuanto tocó las primeras notas, el corazón de Eleanor dio un salto debido a que su estilo para tocar el piano era muy similar al de otra persona que conocía, por lo que de inmediato sonrió con ternura y ojos soñadores.
—Le enseñaste muy bien, amado pianista. Si pudieras escucharlo, te sentirías orgulloso —susurró la joven complacida.
En el caso del profesor Ruggeri, Ellen notó que su gesto era un tanto nostálgico, y en momentos movía su cuerpo al ritmo de la melodía de una forma sutil, cosa que le parecía bastante inusual debido a que, en esos dos años que llevaba de conocerlo, solo había visto de él una faceta seria y de carácter fuerte, sin ceder demasiado a sus emociones.
Erick continuó con su interpretación, y fue de los pocos a los que el profesor le permitió tocar su melodía hasta el final, misma a la que muchos de los presentes aplaudieron cuando concluyó.
—Gracias por su participación, joven Castlegar —expresó el profesor después de tomar algunas notas.
Erick se puso de pie con su rostro sereno y dibujó una leve sonrisa en su rostro para después efectuar una reverencia y regresar a su asiento con calma, gesto que pareció sorprender a Eleanor y a los presentes.
Uno a uno, la joven Vermont nombró al resto de los aspirantes hasta que terminó la lista. Hecho esto, el profesor Ruggeri se levantó de su asiento en compañía de Ellen Vermont y se introdujeron a un cuarto contiguo.
Mientras esto sucedía, Eleanor se levantó de su asiento y se dirigió hacia su hermano.
—Entonces de eso se trataban los paseos que salías a dar hace semanas y el tiempo que te quedabas después de clases —señaló la joven Castlegar—. Visitabas a Jack para que te impartiera lecciones de piano en secreto, y usabas la hora que te quedabas para practicar antes de la audición.
—Lo descubriste —respondió Erick con una tenue sonrisa en sus labios—. En efecto, así fue. El señor Lancaster ha sido un buen instructor, y Ellen me permitió usar el piano del salón para practicar durante estas dos semanas. Al parecer, ser la asistente del instructor de música tiene sus ventajas —expresó.
—Me da gusto que hayas encontrado al fin tu camino —expresó la muchacha para dar un breve abrazo a su hermano—, aunque jamás llegué a imaginar que te interesaras tanto en la música —añadió con sus manos sobre los hombros del joven.
—Como le dije al señor Lancaster en su momento, tengo mis razones —añadió.
Entonces el profesor Ruggeri y Ellen salieron de la habitación.
—De acuerdo, cuando mencione su nombre, pónganse de pie —indicó, y procedió a nombrar a varios de los aspirantes, incluidos varios de aquellos a los que interrumpió, cosa que les pareció inusual. A algunos de los que mencionaba les hacía llegar un elogio por su participación, lo que sin duda los hacía sentir lleno de alivio y con gran regocijo debido a que mitigaba la tensión que los embargaba, y entonces, luego de decir su nombre, le daba una cordial bienvenida a la orquesta estudiantil. Acto seguido, le dedicaba un caluroso aplauso al que el resto de los presentes se unía. Por otro lado, a otros de los que mencionaba solo les pedía que permanecieran en sus asientos.
Fue entonces que llamó al mayor de los hermanos Castlegar, a quien luego de ponerse de pie, le dijo:
—Con usted hablaré en privado en su debido momento. Si lo desea, puede volver a tomar su asiento.
Erick asintió con gesto serio y tranquilo, y entonces se sentó de nuevo. Entonces el profesor Ruggeri continuó en su labor de anunciar su veredicto a varios de los demás aspirantes.
—A los participantes a quienes les pedí que volvieran a tomar asiento, con excepción de Erick Castlegar, hagan el favor de venir conmigo al cuarto contiguo —indicó una vez que terminó de mencionar a los aspirantes. Entonces, los aludidos se pusieron de pie y acompañaron al profesor Ruggeri y a la joven Vermont al mencionado sitio.
Luego de cerrar la puerta, el resto de los aspirantes se felicitó el uno al otro por el privilegio que tenían de formar parte de la orquesta estudiantil, y aquellos que ya eran parte de la misma les dieron una calurosa bienvenida.
Eleanor se dirigió de nuevo hacia donde se encontraba su hermano, quien hasta ese momento se encontraba a solas y lo único que había recibido de los otros compañeros eran palabras de compasión debido a que esto les daba un mal presentimiento.
—Hermano, ¿está todo bien? —inquirió preocupada.
—Claro —habló con plena confianza y sin perder el porte tranquilo y estoico que le caracterizaba.
—¿Qué crees que vaya a suceder?
—No lo sé, pero no creo que sea algo de lo que deba preocuparme.
—Pero, ¿y si son malas noticias? ¿Y si no logras ingresar a la orquesta? No puedes quedarte sin una actividad extracurricular.
—Ya habrá algo; estoy seguro de ello —respondió, y pasó su mano por su cabello.
Entonces, en el momento que dijo esto, Eleanor echó un breve vistazo a la muñeca de su hermano, y alcanzó a ver el listón verde atado a ella. Erick se percató de ello, y de inmediato cubrió su muñeca con su chaqueta.
Eleanor le respondió con una cálida y tierna sonrisa mientras la tez del muchacho se volvió de un tono que las fresas desearían tener.
—De acuerdo —respondió la muchacha, y pasó a regresar a su asiento con la misma sonrisa dulce.
Unos minutos más tarde, aquellos aspirantes que acompañaban al profesor Ruggeri salieron del cuarto,
—Erick Castlegar, el profesor quiere hablar contigo ahora —indicó Ellen , y el aludido asintió.
Erick ingresó al pequeño recinto, en el que había un escritorio con una de silla de madera acojinada del lado del profesor y una silla pequeña pero cómoda del otro lado. Detrás de él se encontraba un estante con reconocimientos y un librero lleno de libros.
—Tome asiento, por favor —pidió, y Erick así lo hizo—. Joven Castlegar, de seguro se pregunta cuál es el motivo por el que lo llamé en privado.
—En efecto, profesor Ruggeri.
—Debo señalar que, en mis años de carrera como músico e instructor de música, pocas veces he tenido la oportunidad de atestiguar una clase de talento musical como el suyo. De acuerdo a lo que mencionó la señorita Vermont, usted no cuenta con un entrenamiento o educación musical formal, sino que recibió lo que podría considerarse un curso intensivo; a pesar de ello, he de señalar que tiene una habilidad natural para la música. Dista mucho de ser perfecta, por supuesto, y eso lo pude percibir con alguno que otro tropiezo que tuvo durante su interpretación; no obstante, puede mejorar, y de eso nos encargaremos.
»En cuanto a su interpretación, además de lo ya señalado, debo admitir que encontré su estilo como si fuera proveniente de otro tiempo. Es un estilo particular, poco común, pero que conozco a la perfección debido a que el nombre que mencionó, el compositor de la pieza que tocó, fue amigo mío, y solíamos convivir durante el tiempo que vivió en esta ciudad —comentó, lo que llenó de sorpresa y fascinación a Erick—. ¿Él fue su instructor? —averiguó.
—No, señor Ruggeri, sino su nieto —aclaró.
—¿Nieto? No tenía idea que Stephen Lancaster había tenido más hijos varones; a no ser que una de sus hijas haya conservado su apellido de soltera y lo haya legado a sus hijos.
—A decir verdad, no conozco por completo la historia de la vida de mi instructor, pero puedo dar fe de que es un músico talentoso, y su abuelo le enseñó muy bien todo cuanto sabía —indicó.
—Puedo percibirlo. Cada nota que tocaba era como si él estuviera presente, y podía sentir en usted la misma emoción que él sentía al tocar su música. Por eso le permití terminar su participación completa, pues deseaba recordar esos tiempos con mi amigo, y usted pudo trasladarlo casi a la perfección —expresó conmovido.
—Se lo agradezco, señor Ruggeri.
—Joven Castlegar, le doy una cordial bienvenida a la orquesta estudiantil —dijo el profesor Ruggeri.
—Gracias, señor Ruggeri. Le prometo que haré lo posible por dar lo mejor de mí.
—Estoy seguro de que lo hará, joven Castlegar.
El profesor extendió su mano hacia Erick, y él la estrechó de forma afectuosa con una sonrisa satisfecha. Luego, ambos salieron del cuarto.
El profesor Ruggeri felicitó a los nuevos integrantes de la orquesta estudiantil y, antes de despedirlos, les señaló que los vería el lunes de la semana entrante para iniciar las prácticas correspondientes, a lo que ellos accedieron llenos de gozo. Hecho esto, pasaron a retirarse del salón.
¡Buen día, excelente tarde o agradable noche tengan ustedes, amados Travenders y lectores que nos visitan!
¿Cómo les va en este fin de semana? Espero que todo muy bien.
Hoy no tengo demasiado qué decir en mis notas, solo pasar a saludarlos, y agradecerles por permanecer fieles a mi trabajo escrito, con la esperanza de que hayan disfrutado de la lectura de esta parte.
Y, a propósito de ello, quiero leer sus comentarios.
¿Qué tal les parece esta nueva faceta del mayor de los hermanos Castlegar?
¿Cómo le irá a Erick en su camino como pianista?
¿Qué sucederá con Amanda y su búsqueda de una actividad extracurricular?
Todo esto se resolverá en las siguientes entregas.
Por favor, permanezcan en sintonía, y no se pierdan las próximas actualizaciones.
¡Que tengan paz, y un excelente día!
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