«PROMESA» (Pt. 2)
III
—Señor Lancaster, queremos hacerle una propuesta —mencionó el menor de los Castlegar.
—De acuerdo. Los escucho de manera atenta —comentó el joven músico, quien hizo a un lado su instrumento para prestar atención a lo que el niño tenía que decir.
Ahora bien, Elliot había anunciado a sus amigos la solución a la que llegó para resolver el problema de William; sin embargo, en lugar de ser recibida con vítores, la única reacción que recibió de sus amigos fue que se llevaran las palmas de sus manos a sus frentes y exhalaran en frustración.
—Es un chiste, ¿verdad? —expresó Bruno.
—No —respondió con calma el pequeño.
—Pero ninguno de nosotros tiene la edad suficiente para ingresar a una taberna, ni mucho menos participar en una partida —señaló Alejandra.
—¿Cómo piensas lograrlo? ¿Intentarás hacerte pasar por un adulto? ¿O quieres subirte a mis hombros, ponerte un abrigo enorme, un bigote falso y sombrero y pretender que eres un adulto? —añadió con sorna.
—Para ser precisos, no. En realidad necesitamos de una persona mayor de edad que sepa cómo jugar cartas —indicó el niño.
—Oh, vaya; menos mal que es tan sencillo porque «TODOS» conocemos a alguien con esas características —comentó Bruno con marcado sarcasmo en sus palabras—. ¿Alguna otra brillante idea?
—A pesar de su actitud al señalarlo, no voy a negar que mi hermano tiene toda la razón —recalcó Brenda—. Tenemos que afrontarlo, Elliot; esto va más allá de lo que podemos lograr.
Elliot bufó en frustración al escuchar la respuesta de Brenda y se sentó en el sofá con su mano en el rostro. Entonces dejó las cartas sobre la mesa, mismas que Bruno tomó y comenzó a barajar un poco para después cortar el mazo y comenzar a repartirlo como si estuviera en una partida real.
De pronto, la puerta de la cabaña se abrió y por ella ingresaron Jack y Lily para sorpresa de los niños.
—Vaya, volvieron pronto —comentó Elliot.
—Al parecer la zona de la ciudad donde trabajaríamos estaba ocupada por un evento multitudinario, por lo que no conseguimos el permiso para efectuar nuestra labor —explicó el joven decepcionado, y entonces puso su atención en la mesa donde Bruno había colocado las cartas—. ¿Van a... jugar? —inquirió un tanto nervioso.
—De hecho, era una partida en solitario —señaló—. ¿Sabe cómo hacerlo?
—Esto... Sí... Un poco —respondió, y se acercó a una de las manos, misma que tomó.
Lily y Elliot, por su parte, los miraban desde la distancia con atención y gesto serio.
—Dame dos —dijo, y arrojó dos cartas a la mesa.
Bruno tomó el mazo y le entregó dos cartas que Jack añadió a su mano. Su rostro se percibía inmutable y miraba con atención su mano. Luego, tomó algunas de sus cartas y las reorganizó a su gusto. Bruno, por su parte, hizo algo similar con su mano, solo que él cambió tres cartas.
—De acuerdo, ¿qué tenemos?
—Solo basura —comentó Jack.
—Yo tengo dos pares —dijo Bruno, y mostró dos cincos y dos nueves además de un ocho.
—Yo nada interesante, solo cuatro de estas —le mostró su mano, y contenía cuatro reinas junto a un diez, lo que hizo al muchacho arrojar sus cartas a la mesa. Luego miró a Jack, quien disimulaba una tenue sonrisa.
Bruno tomó las cartas de nuevo, las barajó y repartió de nuevo.
—Juguemos otro —pidió el niño con tono desafiante.
—Esto... de acuerdo —dijo Jack, y se frotó el costado izquierdo con su mano derecha.
Jack tomó su mano, la miró de un lado al otro, y la colocó sobre la mesa boca abajo. Bruno tomó la suya, y luego de ver sus cartas y analizarlas, tomó dos y las arrojó a la mesa para cambiarlas por dos del mazo. Jack entonces tomó su mano de nuevo, tomó una de las cartas y la cambió por otra del mazo para después dejarla sobre la mesa de nuevo.
—¿Todo en orden? —preguntó Bruno.
—Quisiera —contestó Jack.
—¿Qué tienes?
—Me faltó una cuarta carta para ganar —dijo desanimado—. Ahora solo tengo estos tres dieces y un par de nueves —dijo, y mostró su mano, lo que hizo a Bruno arrojar la suya en frustración y Jack mostró una tenue sonrisa.
—Solo tenía un par —señaló, y mostró dos cuatros, además de un siete, un tres y un cinco, ninguna de la misma figura.
Elliot, quien miraba la partida, tomó de su cuaderno varias piezas de papel de forma rectangular y con cifras anotadas en ellas.
—No tenemos fichas para jugar —dijo Elliot—, pero llevo esto conmigo —señaló, y mostró las piezas de papel, mismas que repartió en tres montones iguales—. Papel moneda de juguete. Siempre resulta útil en situaciones como esta. Esto hará el juego más... «interesante»; y, esta vez, yo entraré a la partida.
—Por mí está bien —dijo Bruno, y Jack suspiró.
—Bien —dijo quedo, lo que captó la atención de su hermana.
Jack tomó las cartas de la mesa y comenzó a barajarlas. Sin embargo, lo hacía con rapidez, como todo un profesional, o efectuaba trucos con ellas, lo que dejó boquiabiertos a los niños.
—Tienes... talento en esto —comentó Bruno.
—Gracias.
—¿Trabajaste como repartidor de cartas? —preguntó Elliot, y Jack solo permaneció silente.
—Es... una historia que... prefiero no recordar —dijo después de unos momentos, y repartió las cartas.
—La entrada serán cinco billetes —anunció Elliot, y los tres colocaron cinco billetes en el centro de la mesa.
Los tres analizaron sus cartas, y Elliot miraba también a cada uno de sus oponentes con atención.
—Pago dos billetes, y quiero dos cartas —anunció Elliot.
—Yo cambio de mano —dijo Bruno, quien dejó sus cartas en la mesa y pagó otros cinco billetes.
—Yo tres —dijo Jack, y dejó su paga y sus cartas.
Luego de recibir sus cartas, reanudaron el juego.
Elliot analizó su mano y a sus oponentes. Jack estaba sereno, aunque parecía un tanto perturbado, a diferencia de Bruno, quien esta vez sonreía un poco.
—Apuesto diez —dijo Bruno.
—Yo pago, y subo otros cinco —respondió Elliot.
Jack exhaló y dejó los quince billetes en la mesa, además de su mano, lo que hizo a Bruno pagar los otros cinco.
—Dos pares —dijo Bruno, y mostró dos sietes, dos dieces, y una jota.
—Otros dos pares, pero más alto —respondió Elliot, y mostró dos jotas y otros dos dieces, además de un rey.
—Así que allí estaban esas tres jotas —comentó Jack—. Digo, porque me deshice de una... Y me tocaron estos cuatro —añadió, y mostró cuatro aces junto a un rey, para después recoger sus ganancias.
—¡Juguemos otra! —exclamó Bruno, y así lo hicieron.
Y no solo jugaron una, sino varias partidas más, pero nunca ganaron una sola debido a que Jack los vencía con facilidad.
Al terminar la última partida, Jack se levantó y se fue a buscar su piano orphica.
—¿Cómo lo hace? —espetó Bruno, y Elliot le hizo una seña para pedirle que aguardara un momento.
Entonces Elliot y Jack tuvieron la interacción mencionada al comienzo.
—Verás, eres un jugador increíble, y tienes un gran talento para ocultar tus emociones, tus reacciones, sabes cuándo apostar, cuándo pagar y cuándo retirarte, y has ganado todas las partidas. Es por eso que debo decirte que necesitamos de tus habilidades —señaló el pequeño.
—¡Oh, no! —reclamó Jack enérgico con sus manos al frente—. Una cosa es el juego inocente, por diversión y entre amigos, y otra muy distinta es apostar para ganar dinero; y si ese es el objetivo de su propuesta, entonces me negaré.
—¡Por favor, señor Lancaster! ¡Es para una buena causa! —exclamó Brenda.
—¡Exacto! El hermano de Benjamin, William, tiene enormes deudas, y necesitamos recaudar el dinero para pagarlas; y qué mejor manera que ganárselas a quien le ha arrebatado su dinero.
—Un momento... ¿Me necesitan para hacer trampa en las apuestas?
—¡Por supuesto que no! Ganará el dinero de manera justa, solo que lo hará en la misma casa de apuestas en la que él perdió su dinero. Para fines básicos, solo recuperaremos lo que se perdió.
—Entiendo. De igual manera, me niego a hacerlo, y lo hago por principios personales y muy profundos.
—«¡POR FAVOR, SEÑOR LANCASTER!» —imploró Benjamin en su libreta de notas.
Jack se volvió hacia Lily, quien lo miraba angustiada. Ella entonces se acercó a él y lo llevó fuera de la cabaña.
—Hermano, no olvides tu promesa —mencionó la muchacha.
—Lo sé, aunque este es un caso especial.
—Entonces deberás elegir con inteligencia. Sin embargo, te apoyaré en lo que sea que decidas.
Jack asintió y Lily se retiró a la cabaña mientras su hermano meditaba en la soledad con su mirada al estanque, y frotaba su cadenilla y su reloj de bolsillo.
Minutos después, él ingresó a la cabaña, se volvió hacia los niños y, con aire resignado, dijo:
—Acepto.
Buen día, excelente tarde o agradable noche tengan ustedes, mis amados Travenders y gente bonita que nos visita.
Es dominguito, fin de semana luego de una ardua y larga semana de clases para algunos y de trabajo para otros. Espero se la hayan pasado bien, y que hayan disfrutado de su semana.
En mi caso, todavía queda esperar a que mi situación mejore por completo, así que si de pronto no ven actualizaciones de esta historia, es debido a mi situación de salud.
Pero, bueno, ¿qué les pareció esta parte?
¿Cómo creen que le irá a Jack?
Quiero leer sus comentarios, conocer sus reacciones. Los leo.
Saludos. Que tengan paz y un excelente día.
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