«PRESUNTOS CULPABLES» (Pt. 2)
II
—¿Escucharon eso? —preguntó Elliot con el dedo índice de su mano derecha levantado.
Para el momento en el niño hacía esa pregunta, los Castlegar habían terminado un magnífico, cuantioso y merecido almuerzo, habían repuesto sus energías y se encontraban en camino hacia el sitio donde el señor Castlegar había aparcado su vehículo.
—¿A qué te refieres? Hay muchos sonidos en esta ciudad —mencionó Eleanor llena de incertidumbre.
—Es como un rechinar de ruedas, y parece que se aleja —explicó el pequeño; sin embargo, eso solo hacía crecer el misterio de lo que trataba de decir.
—¿Y eso qué significa o que tiene de especial? A muchos vehículos les rechinan las ruedas —replicó la joven, quien todavía no lograba resolver el enigma de lo que su hermano trataba de decir.
—No es cualquier sonido, sino uno muy característico. Lo he escuchado antes. ¿Lo recuerdas, Erick?
—Ni siquiera tengo la más remota idea de lo que hablas —expresó el joven con el ceño fruncido en frustración porque lo que su hermano decía parecía un desvarío.
—¡Es el carrito de carga de los músicos! Aquél domingo, cuando pasaron junto a nosotros, escuché el rechinar de las ruedas de su carrito, y este era peculiar, con un tono rítmico, como el que se escucha ahora —aclaró.
—No tengo idea de si eso debe asombrarme, o preocuparme —comentó Erick con una expresión intranquila en sus ojos.
—Creo que alguien tiene una fijación con esos jóvenes mucho mayor que la mía —opinó Eleanor todavía más fastidiada—. Ahora, dinos, ¿por qué eso es relevante ahora?
—Porque si ellos andan por aquí, significa que tal vez cometieron alguna de sus fechorías en las cercanías, o están por hacerlo. ¡Miren! ¡Por allá! —señaló hacia la derecha.
Sus padres y sus hermanos entonces se volvieron en esa dirección y divisaron un carrito de carga que se alejaba con rapidez por una calle solitaria.
—Interesante. El niño tenía razón, sí es su carrito —mencionó Erick, quien alcanzó a identificar el objeto en la distancia.
—Y van muy apresurados. Seguro huyen de la justicia, sin embargo, no imaginan que pronto caerá sobre ellos —aseguró el niño con confianza.
—¡Esto no puede ser verdad! ¡Lo tuyo raya en una obsesión! ¿No puedes dejar el tema de lado? —reclamó Eleanor.
—¡Lo haré hasta que el misterio sea esclarecido, y no me importa si debo hacerlo con mis propias manos! —exclamó efusivo con su mano derecha en alto cerrada en un puño—. ¡De ser necesario, seguiré los pasos de «Gato Negro» y «Lobo», y en nombre de ellos resolveré este caso!
El explosivo entusiasmo del niño comenzaba a volverse irritante, no solo para sus hermanos, sino también para sus padres, lo que les hizo a todos ellos exhalar en conjunto.
—Como digas, «Dupin» —se mofó Eleanor.
—¿Sabes? Debido a que te mofas de mis teorías y demuestras tanta fe y certeza en que yo estoy errado, ¿qué te parece si hacemos una pequeña apuesta? —sugirió, y pasó a tomar un cuaderno de anotaciones y una pluma de su bolsillo.
—Si tu insistes...
—Aquí va otra vez —suspiró el señor Castlegar con los ojos vueltos hacia arriba.
—Por lo menos sabe cómo mantener las discusiones interesantes —comentó su esposa con sorna.
—Tengo veinticinco mongelds ahorrados, lo suficiente para comprar un par de libros nuevos —declaró el niño.
—La misma cantidad de dinero. Tal vez lo use para comprar un vestido que usaré en los bailes de la temporada de invierno —replicó la joven.
—Bien —anotó el niño en su cuaderno—. Este es un pequeño contrato. Si «Jackster» y «Blossom» son los criminales, yo gano. Si no son ellos, tú ganas. El perdedor acepta entregar su...
Ni siquiera terminó de explicar las reglas cuando Eleanor tomó la hoja y la firmó.
—Acepto. Ya rogarás de rodillas que cancele la apuesta cuando veas que tengo razón —aseguró ella.
—De acuerdo —dijo él, y firmó el papel; luego entregó el papel a sus padres para firmar como testigos, y Erick colocó su firma para tomar el papel de juez mediador del asunto.
Elliot pasó a tomar el papel y a entregarlo a Erick para que lo guardara, y él accedió suspirante.
—Ahora solo queda esperar a ver los resultados de la investigación. Me mantendré atento al periódico de cada día, y cuando aparezca la nota de la captura de los criminales y ellos aparezcan en primera plana, lo restregaré en tu rostro con gozo inconmensurable y cobraré con todo el placer de mi corazón esos veinticinco mongelds —alardeó el niño, certero de su éxito—. Ya quiero ver qué libros me voy a comprar con...
Quisieron las circunstancias que, en el momento que Elliot decía esto, una voz llamó desde un callejón cercano por el que pasaban.
—¡Señorita Castlegar! ¡Eleanor! ¡Por favor, ayúdanos! —suplicó una joven que gritaba angustiada.
Eleanor se detuvo, lo mismo que el resto de su familia, y lo que vieron en ese callejón los dejó helados y llenos de horror.
En el suelo sucio y húmedo yacía una persona con signos de violencia sobre su cuerpo. Estaba consciente, y profería quejidos con cada respiración. Tenía un golpe en su rostro sobre su ojo izquierdo y su nariz, le brotaba un poco de sangre de la parte de atrás de su cabeza y había huellas de zapatos sobre su cuerpo, además de manchas de sangre sobre sus prendas de vestir. A su lado se encontraba la joven que había suplicado por ayuda, y ella también tenía indicios de haber sufrido el ataque de una persona pues tenía un golpe en su nariz del que brotaba un hilo de sangre y sus prendas estaban sucias. En el suelo se encontraba un cuaderno pequeño de color azul, un mapa a medio extender, una larga y vieja bufanda oscura, un viejo abrigo gris, un abrigo azul celeste, un sombrero de copa con una banda blanca y una taza metálica con una moneda de dos mongelds, todos ellos desperdigados por el callejón.
Los ojos de Eleanor se abrieron en gran medida y llevó sus manos al rostro al percatarse de la identidad de ambos jóvenes. Y no menos conmocionado estaba el señor Castlegar al identificar a las personas con las que había conversado momentos atrás.
—¡«Jackster»! ¡«Blossom»! —clamó, y de inmediato corrió hacia el interior del callejón.
—¿Los conocen? —averiguó la señora Castlegar.
—Son los jóvenes músicos —explicó Erick, quien pasó a adentrarse a paso lento y se acercó a su hermana.
El señor y la señora Castlegar se vieron el uno al otro con gesto preocupado. Ella en particular guardaba algo de sospecha, en especial luego de escuchar las suposiciones que el menor de sus hijos había hecho durante ese día, por lo que observaba atenta a su alrededor en busca de alguna señal que les indicara un posible riesgo. Elliot, por otro lado, miraba la escena en silencio, con mucha seriedad, se mostraba impactado y su expresión dejaba ver gran arrepentimiento y pesar.
El señor Castlegar le entregó a su esposa y a Elliot los recipientes con la comida y se apartó del lado de ambos para prestar su ayuda.
—Tengan cuidado —pidió la señora Castlegar.
—¿Qué sucedió? —averiguó Eleanor intrigada a la vez que tomaba un pañuelo que guardaba en su vestido y lo usaba para limpiar la sangre del rostro de Jack, mismo que usó para cubrir la herida en la parte trasera de la cabeza. Tomó además una cinta azul que usaba en su cabello e improvisó un vendaje que colocó en la cabeza del joven para mantener sujeto el pañuelo contra la herida.
—Fue sorpresivo... No tuvimos idea de dónde salieron... Todo... ¡Todo sucedió tan aprisa! —comenzó a gemir la muchacha. La pobre estaba tan alterada que le costaba ordenar en su mente lo sucedido.
—Trate de tranquilizarse, por favor —pidió el señor Castlegar con sus manos sobre los hombros de la muchacha.
—Tiene un poco de sangre, aquí —indicó Erick, para después tomar del bolsillo de su chaqueta un pañuelo mismo que le entregó a la joven, y ella pasó a limpiarse.
—Gracias —sollozó Lily.
—¿Cuál es su nombre? —averiguó el señor Castlegar.
—Lily —respondió con cierta timidez—; Lily Anne Mary Lancaster.
Al escuchar su respuesta, el señor Castlegar la miró pensativo por unos segundos, como si intentara resolver una duda en su mente.
—De acuerdo, señorita Lancaster, ¿qué fue lo que ocurrió? —preguntó con calma un momento después.
—Fuimos víctimas de un grupo de ladrones. Nos preparábamos para salir de este sitio cuando se adentraron en el callejón y nos rodearon. Uno de ellos, un hombre alto vestido de negro, comenzó a golpear a mi hermano e intenté ayudarlo, pero me derribaron. Entonces se llevaron nuestras pertenencias y luego huyeron a toda prisa —explicó la joven entre gemidos.
La resumida pero concisa historia de Lily fue más que suficiente para que los dos hermanos Castlegar se miraran el uno al otro consternados e intranquilos.
—Tenemos que llamar a la policía y llevar al joven a un hospital cuanto antes —sugirió el señor Castlegar luego de escuchar la historia de la joven.
—No tenemos dinero suficiente para pagar una consulta de emergencia. ¿Y si llegara a complicarse y necesitara más tiempo para recuperarse? ¡No podríamos pagar eso, y dudo que ellos tampoco puedan hacerlo! —comentó la señora Castlegar.
—¿Entonces qué otra opción tenemos?
—El doctor Lang —sugirió Erick—. Es la única persona que nos puede ayudar en una situación como esta.
—Bien pensado, hijo —encomió, y le dio una palmada en el hombro al muchacho—. Debemos llevarlos con él cuanto antes. Eleanor, ayúdame a llevar al joven hasta el autwagen. Querida, tú, Elliot y Erick acompañen a la joven y busquen ayuda de la policía. Nos veremos en el consultorio del doctor Lang —ordenó el señor Castlegar, quien pasó a acercarse al joven músico para tomarlo por debajo de los brazos mientras que su hija lo tomaba de las piernas, y entonces lo levantaron del suelo.
En ese momento el joven emitió un quejido y exhaló con pesadez. Abrió su ojo derecho e hizo una mueca que evidenciaba el dolor que sufría.
—Lily... —masculló Jack.
—¡Hermano! —llamó ella, luego se levantó del suelo donde se encontraba en cuclillas, se acercó a él y tocó su rostro con su palma izquierda—. Tranquilo, ya llegó la ayuda. Todo va a estar bien —susurró Lily.
El chico volvió a exhalar y cerró su ojo.
El señor Castlegar y Eleanor pasaron entonces a dirigirse hacia el autwagen. Elliot, quien hasta ese momento había permanecido inmóvil, gélido cual estatua y sin decir palabra alguna, se apresuró y abrió la puerta trasera del lado izquierdo del autwagen para que la joven y su padre pudieran subir al muchacho al vehículo.
El señor Castlegar fue el primero en ingresar al vehículo mientras Eleanor lo levantaba de las piernas para ayudarle a introducirlo. Una vez que lo acomodó sobre el asiento trasero del autwagen, abrió la puerta trasera de la derecha para salir del vehículo y dirigirse al asiento del conductor mientras que Eleanor se subió al asiento del copiloto. Hecho esto, partieron a toda velocidad rumbo al consultorio del doctor Lang.
¡Buen día, excelente tarde o agradable noche tengan ustedes, mis estimados Travenders!
¡Se llegó el día esperado por los lectores, el día de la actualización de su historia «Crónicas del Club Castlegar»!
Ha sido una semana larga, y admito que poco productiva en el ámbito de la escritura; sin embargo, me pondré las pilas este fin de semana en lo que me resulte posible.
Y, a propósito, hablen, platiquen, ¿qué opinión tienen respecto a esta parte?
¿Qué les espera a los Lancaster y los Castlegar?
¿Cobrará Eleanor el dinero de su apuesta?
Por cierto, ¿han hecho apuestas alguna vez en su vida? Yo no, no me suele ir bien en ese tipo de cosas, pero tal vez ustedes sí. Comenten, si lo desean, sus experiencias en ese ámbito.
Y, bueno, ¡no dejen de visitarnos! ¡Les agradezco en gran medida por su apoyo!
¡Hasta la semana entrante! ¡Que tengan paz, y un excelente día!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro