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«MISIÓN: ¡RECUPERAR LA MÚSICA!» (Pt. 2)



II


—Esto me deja exhausto —exhaló el niño mientras frotaba sobre sus cejas con sus dedos medio y pulgar.

Ahora bien, mientras Lily, Eleanor y Erick se preparaban para pasar una tarde tranquila a orillas del estanque, Elliot pasaba la tarde en encontrar la elusiva respuesta del enigma que lo había intrigado durante esa semana. Las horas de esfuerzo, meditación y concentración, acompañadas de una ligera trasnochada, comenzaban a cobrarle factura en forma de una jaqueca que lo fastidiaba.

—Debí acompañar a mis hermanos... —masculló, y pasó a tomar de un pequeño estante en su cuarto un remedio que tenía para los dolores de cabeza—... aunque... No me siento cómodo en la presencia de esa joven. Sé que ellos no son almas impías, pero el hecho de saber que yo los acusé con tanto esmero... —Un recuerdo vino de pronto a su mente, uno sobre un evento ocurrido la noche anterior, lo que provocó que el niño suspirara molesto y se llevara la mano a la frente—... Fui un necio —reclamó.

Elliot pasó a quitarse de encima el disfraz que usaba y colocarlo en una mesa de su habitación, luego buscó su abrigo, algunos utensilios de escritura y un poco de dinero para después bajar a la sala de estar.

—Voy a salir por un momento —avisó, y pasó a dirigirse a la puerta principal.

—Tus hermanos están en la cabaña —indicó el señor Castlegar.

—De acuerdo. Solo quiero ir primero a comprar algo para llevar —respondió.

—Está bien. Ve con cuidado.

Elliot asintió y pasó a dejar su hogar para dirigirse a la panadería del señor Baker, en donde compró una bolsa de galletas de trigo y avena. Una vez que obtuvo el producto, en lugar de dirigirse hacia la cabaña en el estanque, tomó un camino que conducía hacia el Paseo del Malecón de Kaptstadt.

En la acera frente al malecón se encontraba un pequeño parque con jardines y áreas de recreación, el sitio que el niño buscaba y que, después de la cabaña junto al estanque y el ya mencionado malecón, era su sitio preferido para salir y pensar con mayor claridad.

Al llegar a ese lugar, pasó a sentarse sobre una banca solitaria. Entonces abrió la bolsa y tomó una de la galletas, misma que pulverizó en su mano hasta volverla migajas, y luego la arrojó al suelo.

En breve, un grupo de palomas se acercó a sus pies y comenzaron a comer las migajas. Luego tomó otra de las galletas y comenzó a comerla cuando, de pronto, un cuervo de gran tamaño con el plumaje de su cabeza un poco desaliñado se posó en la banca, al otro lado de donde él se encontraba, y lanzó un graznido fuerte.

—Hola, «Alan» —saludó el niño; entonces partió la galleta, tomó uno de los pedazos y lo colocó en la banca mientras él se comía el resto. El ave descendió, tomó el fragmento y se lo comió. Luego tomó una galleta entera y la colocó cerca del ave. El cuervo tomó la galleta y, en lugar de comerla, la tomó en el pico, levantó el vuelo y se alejó en dirección hacia el río para luego posarse sobre el muro del malecón. Después de ver esto, el pequeño tomó de su bolsillo sus herramientas de escritura y comenzó a anotar algunas líneas y frases que se le ocurrieron en el instante.

Luego de escribir en su cuaderno, el niño volvió su mirada hacia el malecón, y sintió el deseo de ir allá y dar un pequeño paseo para ayudarle a despejar su mente, por lo que se levantó, guardó las galletas en el bolsillo externo de su chaqueta y se dirigió hacia el mencionado lugar.

En ese momento, mientras caminaba con su mirada hacia el río y absorto en sus pensamientos, una persona ataviada en prendas de vestir de colores oscuros que caminaba con mucha prisa se topó de frente con él, al punto de casi derribarlo al suelo.

—Disculpa —expresó, y se quitó su sombrero de copa, mismo que era algo viejo y retorcido.

—Descuide —respondió Elliot; entonces el hombre se colocó el sombrero y se retiró a toda velocidad.

Conforme se retiraba, Elliot tuvo el presentimiento de que, por alguna razón que desconocía, la apariencia de esa persona le resultaba familiar. En ese momento, un recuerdo llegó de inmediato a su mente, por lo que pasó a buscar su cuaderno de notas, y fue entonces cuando se percató de que le hacía falta su monedero. Buscó alarmado en sus prendas de vestir, pero solo encontró una moneda de cinco mongelds que había dejado por descuido en el bolsillo de su pantalón.

Elliot hizo un esfuerzo por recordar dónde había dejado su monedero. Temía haberlo arrojado en la panadería o en el camino hacia el parque. Entonces, recordó que había tenido contacto con ese sujeto desconocido, y sus sospechas se encendieron al rojo vivo. Buscó de nuevo su cuaderno de notas y descubrió que la apariencia del ladrón concordaba en gran medida con la descripción que Lily había brindado de uno de los perpetradores.

—¿Será que se trata de uno de ellos? —inquirió, y se llevó la mano a la barbilla—. Solo existe una manera de saberlo —mencionó , y comenzó a seguirlo sin que se percatara de ello.

Caminó a través de la multitud reunida en el atractivo turístico, sin perder de vista su objetivo. De vez en cuando el sospechoso se volvía, y Elliot detenía su marcha y se ponía a hacer algo diferente, como leer de su cuaderno de notas, pretender que comía sus galletas, u ocultarse. Mientras lo seguía, descubrió que, en ocasiones, el hombre caminaba junto a otras personas, acercaba su mano a los bolsillos ajenos, y sustraía de ellos lo mismo un monedero que una cartera, billetes, pañuelos o relojes de bolsillo con tal maestría y sigilo que nadie se percataba de lo que desaparecía. Y no solo los compradores eran los afectados, sino que en ocasiones tomaba un producto del mostrador o un poco de las ganancias de los vendedores sin que se percataran de ello.

—¡Lo sabía, es uno de ellos! Debo dar parte de este suceso a algún oficial de policía de inmediato. Pero, ¿dónde se encuentran? —interrogó preocupado mientras buscaba uno de ellos en la cercanía.

A lo lejos se percató de la presencia de uno de los policías, una cara que le resultaba conocida y en la que podía confiar pues se trataba de un vecino suyo, por lo que corrió presuroso a encontrarse con él.

—¡Oficial Isaac! —llamó con gran fuerza, lo que atrajo la atención del policía quien se volvió sobre sus talones hacia el niño.

—Buen día, joven Castlegar —saludó animoso el oficial, un hombre joven en la mitad de su veintena, de estatura mediana y condición física no muy destacable, cabello rubio oscuro, ojos de color marrón y vestido con un uniforme azul con bandas blancas en los puños de sus mangas y en el lado izquierdo de su uniforme junto a su placa, lo que lo identificaba como un oficial recién ingresado a las fuerzas policiales.

Elliot llegó hasta donde se encontraba el oficial y se detuvo para tomar algo de aire, pues correr tanto lo había dejado sin aliento.

—¡Oficial Isaac, solicito sus servicios con urgencia! —informó una vez que logró reponerse del esfuerzo que hizo.

—¿Qué es lo que sucede, pequeño?

—¡He sido víctima de los actos criminales de un maleante, actos que acontecieron a tan solo un tiro de piedra de este sitio! —explicó mientras el oficial lo miraba algo perplejo, de lo que se percató el niño—. Quiero decir que hay un ladrón en...

—No, no, no es necesario que lo expliques, eso lo entendí a la perfección; solo quedé sorprendido por tu manera de expresarte. Pero luego hablamos de eso. Dime, ¿dónde se encuentra el criminal?

—¡Por aquél lado! —indicó con su mano hacia la multitud reunida en el malecón—. Era un hombre ataviado en prendas de vestir oscuras y con un sombrero de copa, una apariencia muy similar a la de uno de los ladrones que han plagado la ciudad estos días y que cometieron un agravio en contra de personas inocentes que conocemos de manera personal. Hurtó mi monedero, y también vi con claridad cómo tomaba monederos, relojes y demás pertenencias de otras personas.

—Entonces no debemos perder más tiempo. ¡Vayamos! —ordenó.

Elliot y el oficial Isaac cruzaron la calle y se dirigieron a la multitud allí reunida en busca de la persona que Elliot había visto cometer los atracos.

—¡Rápido, acabo de verlo por allá! —señaló Elliot.

—¡Y en pleno atraco! —agregó el oficial Isaac, quien observó con horror cómo el delincuente se apropiaba de la cartera de un hombre de edad avanzada, por lo que de inmediato tomó un silbato que colgaba de su cuello y sopló con fuerza—. ¡En nombre de las Leyes de Couland, le ordeno que se detenga! —gritó después. El sospechoso, por otro lado, se volvió hacia el oficial Isaac y pasó a internarse entre la muchedumbre.

Al escuchar la inconfundible señal emitida por el silbato del gendarme y su orden, todo el mundo allí presente dejó de hacer lo que hacía en ese momento y se volvió hacia el oficial. Este corrió aprisa hacia el lugar donde vio al malhechor por última vez, pero al llegar allí no lo encontró por ningún otro lado.

En breve llegó también el joven Elliot, quien comenzó a buscar al ladrón pero tuvo el mismo resultado que el policía, por lo que el niño chasqueó sus dedos y se cruzó de brazos en frustración.

—¡Lo hemos perdido! —rezongó.

—¡Estuvimos muy cerca! —protestó también el policía—. ¡Su atención por favor! —ordenó a la multitud allí presente—. Recibí un informe de una serie de robos hace unos momentos en este lugar del Paseo del Malecón, y se sospecha que fue perpetrado por uno de los ladrones que han cometido atracos en diversas partes de la ciudad durante estos días, por lo tanto les ruego que revisen sus pertenencias para ver si no les falta nada. Si alguien vio a un hombre alto, vestido con prendas oscuras y sombrero de copa, o si se han percatado de alguna pérdida material por favor háganme llegar su informe —solicitó.

La gente, alarmada, acató la orden del oficial, y muchos de ellos se percataron de que les faltaba algo. Muchos comenzaron a lamentarse y clamar llenos de desesperación, y rogaban por que sus pertenencias fueran buscadas de inmediato. Sin embargo, nadie parecía haber visto al perpetrador.

—¿Qué hay de ese sujeto? —acusó uno de los presentes a un hombre que se encontraba sentado en el suelo con su espalda reposada contra el muro del malecón—. ¡Es idéntico a la descripción que se brindó del criminal, y tiene un arma en su mano!

Elliot y el oficial Isaac dirigieron su mirada hacia el lugar donde se encontraba el aludido y se encontraron con una persona de edad similar a la del oficial, de cabello rubio, largo y enmarañado, ataviada con un largo y viejo abrigo bastante sucio de color oscuro, pantalones negros, zapatos estilo botín, una camisa de color amarillo, guantes tejidos a los que les faltaban las puntas de sus dedos, un lazo mal atado al cuello de color negro y un viejo sombrero de copa alto y retorcido como si alguien lo hubiera pisoteado.

—¿Se atreve a acusarme, señor? —habló el sujeto con voz aguardentosa como si tragara clavos y fragmentos de cristal con su café de la mañana, y dibujó una expresión hostil en su afilado y demacrado rostro. Entonces se puso de pie, lo que dejó ver mejor su desgarbada apariencia, y lo miró fijo con sus orbes de pupilas grises y escleróticas amarillentas rodeados por círculos negros debido a noches en las que se había privado del sueño.

El transeúnte y el oficial se sintieron intimidados, en especial porque, como señaló su acusador, portaba un gran cuchillo en su mano derecha, por lo que el oficial tomó con cuidado su arma preparado para usarla si las cosas salían mal. El hombre se dio cuenta de ello, así que colocó su cuchillo y una figura de madera que llevaba en su otra mano sobre el muro del malecón, después desabotonó su abrigo, se quitó el sombrero y levantó las manos.

—Puede inspeccionar, oficial Isaac, y se dará cuenta de que soy una persona inocente —ofreció.

El oficial se acercó con calma y arma en mano, y pasó a palpar al sujeto por todo su cuerpo. De vez en cuando notaba algo guardado en sus prendas de vestir, por lo que revisaba los bolsillos y extraía de ellos lo que encontraba.

—Un paquete de naipes viejos, un par de dados, bloques de madera, una caja de fósforos, algunas monedas, una polilla muerta —enumeró el oficial Isaac. Entonces revisó uno de los bolsillos del abrigo y tomó algo envuelto en un pañuelo, mismo que desenvolvió para ver su contenido—, y una galleta de trigo y avena —concluyó, lo que provocó que Elliot se riera un poco pues conocía esa galleta—. De acuerdo, parece que no eres tú quien ha cometido los hurtos.

—¡Por supuesto que no! Lo único que les he robado, y sin que haya sido mi intención, es el tiempo valioso que deberían usar para encontrar a los verdaderos criminales —reclamó mientras se colocaba el sombrero.

—De igual manera puede ser un cómplice de ellos —reprochó la víctima que lo acusaba, para mayor fastidio del individuo.

—Él no lo hizo —defendió Elliot, para mayor sorpresa de los presentes, incluido el oficial Isaac.

—¿Cómo es que estás tan seguro de eso? —interrogó el policía.

—Porque lo conozco. ¿No es así, «Snake»? —saludó, y el sujeto sonrió y efectuó una leve reverencia.

—Hola, Elliot —saludó con suma amabilidad y cortesía.

—El niño tiene razón —confirmó un comerciante que se encontraba cerca de allí y que se dedicaba a vender alimentos preparados—. También lo conozco desde hace tiempo. Ha estado aquí desde que llegué, y lo único que ha hecho es tallar figuras de madera —señaló en referencia a la que colocó en el muro, misma que tenía la apariencia de un ave—. No se ha movido de su sitio ni tenido contacto con nadie más, excepto con un pajarraco enorme. Muchas otras personas lo vieron, por lo que podemos defender su inocencia.

—¿Y de casualidad pudo ver al perpetrador? —averiguó el oficial Isaac.

—Lo lamento, tenía clientes qué atender; no puse atención en el momento que escapó.

—Yo sí lo vi —declaró el acusado—. Después de quitarle la cartera al anciano, se mezcló entre la muchedumbre para pasar desapercibido, y luego se escabulló y subió a un autwagen de carga de color azul. Su identidad la desconozco, lo que debo admitir me llena de frustración. Sin embargo, conozco al dueño del vehículo que abordó —agregó un tanto malhumorado—. Walter Smith; vive en la calle 23 esquina con «Goulld». Él podría decirle dónde dejó al sospechoso.

—¿Por qué no comenzó con eso? —interrogó el oficial Isaac.

—Porque antes quería y debía probar mi inocencia y que no se me involucrara en este asunto.

—Pues ahora forma parte de él, señor...

—Cotton, John Cotton, pero mis amigos me conocen como «Snake» —se presentó con una sonrisa retorcida y amarillenta.

—De acuerdo, señor Cotton, ahora se ha vuelto una pieza fundamental en la resolución de este crimen —informó mientras anotaba la dirección que se le había brindado—. Con su permiso, debo hacer algunas llamadas. Muchas gracias, señor Cotton —expresó, y él asintió con sus dedos índice y pulgar en el ala de su sombrero.

—¿Puedo acompañarlo, señor oficial? —averiguó entusiasmado el niño.

—Lo lamento, pequeño, no puedo arriesgar una vida inocente en un asunto oficial como este —respondió, lo que hizo que Elliot bajara su mirada, para después pasar a retirarse.

Elliot exhaló decepcionado al ver al oficial retirarse, pero al menos sentía alivio de que las cosas estaban por resolverse.

—¿Cómo sigue el músico? —curioseó «Snake» mientras guardaba sus pertenencias y abotonaba su abrigo.

—¿Cómo...? ¿Qué...? Espera, ¿hablas de Johann Lancaster? —preguntó el niño sorprendido, y Cotton asintió sonriente.

—Me enteré hace poco de lo que le sucedió —indicó, y pasó a tomar un periódico que se encontraba en el suelo—. Un hecho espantoso y lamentable —mencionó con tono melodramático—. Por este mismo medio me enteré que tu familia ayudó a los Lancaster en ese callejón. Si te interesa, conozco una forma de llegar pronto a ese sitio para que puedas cumplir ese objetivo.

—¡Me parece una idea magnífica! —opinó fascinado y con sus ánimos en alto; sin embargo, en ese momento recordó algo que difuminó su entusiasmo de poco a poco—. Pero, puede ser peligroso, como dijo el oficial Isaac.

—Sin duda. No obstante, puede ser una aventura increíble de la que podrías escribir más adelante. Además, piensa, ¿qué harían «Gato Negro» y «Lobo» en una situación como esta?

Elliot sintió un escalofrío recorrer su espalda, sobre todo por el hecho de que «Snake» había apelado a su interés por los héroes locales y su gusto por la escritura. Elliot ansiaba la aventura, le fascinaba sobremanera tener vivencias y experiencias únicas como los personajes de las historias que había leído y escrito, y eso se percibía en su expresión llena de entusiasmo. Además, era la oportunidad perfecta para resarcir su error y una forma de pagar por haber dudado de la inocencia de los Lancaster. Sin embargo, le preocupaba resultar herido, o peor, morir en el intento, lo que lo dejaba en un dilema.

—¿Qué opinas? Yo te ayudaré, lo prometo —susurró cerca de su oído, y extendió su mano hacia el chico con su mano izquierda sobre su pecho.

Las palabras de «Snake» infundieron un poco de tranquilidad en el pequeño, y sabía que era una persona de confianza, así que lo miró directo a los ojos y estrechó su mano.

—Hagámoslo —expresó resuelto.

¡Buen día, excelente tarde o agradable noche tengan ustedes, mis estimados Travenders!

¡Es viernes, y el cuerpo lo sabe! Aunque el mío lo siente por completo después de una semana ajetrada.

Pero, como siempre, les traigo con fidelidad una actualización de esta historia.

¿Qué les parece el rumbo que lleva el enigma?

¿Qué opinan del nuevo personaje?

¿Cómo se resolverá todo esto?

Estas y otras preguntas serán resueltas en las siguientes actualizaciones. ¡Manténganse atentos!

¡Que tengan paz, y un excelente día!


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