«LÁGRIMAS FRÍAS» (Pt. 2)
II
Las palabras del joven Lancaster dejaron a Lily tan fría y pálida como la nieve afuera. Y no menos sorprendida se encontraba la joven Castlegar, quien se llevó la mano al pecho con su respiración agitada y llena de intriga por las palabras de Jack.
—¿De qué se trata? —inquirió Lily temerosa y con voz trémula.
—Como dije, los días nevados siempre han traído oscuridad a mi vida. Solo hubo una ocasión en la que un día nublado fue agridulce, un día en el que hubo júbilo en medio del lamento y luz entre la oscuridad, y ese día... Ese día fue el día de tu nacimiento —aclaró.
El gesto estupefacto de Lily, con sus ojos abiertos sin mesura y sus labios que temblaban, no decían otra cosa salvo que la noticia la había impactado sobremanera. Y no menos afectada se veía la señorita Castlegar, pues cubrió su rostro con sus manos de la impresión para después ver a Lily.
—Nunca te lo hicimos saber debido a que no queríamos hacerte sentir mal debido a ello, pero el día en que llegaste a este mundo estuvo precedido por una partida o, mejor dicho, dos.
»Fue... —Jack no alcanzaba a decir palabra alguna. Sentía un nudo que se formaba en su garganta y le impedía hablar, pero hizo todo el esfuerzo necesario y cogió fuerzas para continuar su narración—... En ese entonces tenía cuatro años, pero lo recuerdo con claridad como si hubiera sucedido ayer.
»La noche anterior había nevado, y nuestros hermanos James y Anna salieron a pasear a un terreno cercano en el que se encontraba un estanque con la intención de jugar en la nieve y patinar sobre sus aguas congeladas. Yo deseaba acompañarlos debido a que me encantaba patinar, pero no podía debido a que me había enfermado. Nuestro hermano Caesar había salido con unos amigos, nuestro padre se había ido al trabajo y nuestra madre se quedó a cuidarme, así que ellos se fueron con Tim, uno de sus amigos.
»Llegada la hora del almuerzo, nuestro padre y Caesar habían regresado de sus actividades, pero James y Anna todavía no, algo que no nos preocupó demasiado en un principio pues ellos solían hacerlo. De pronto, alguien llamó a la puerta. Pensamos que se trataba de ellos, pero en su lugar encontramos a Tim. Estaba bastante alterado, con lágrimas en sus ojos, y gemía con intensidad. Entonces dijo a nuestros padres lo que había ocurrido —su voz comenzaba a sonar temblorosa—: él y nuestros hermanos patinaban en el estanque cuando el hielo comenzó a romperse. Tim logró salir a tiempo puesto que se encontraba cerca de la orilla, pero James y Anna cayeron al agua congelada. Ella no sabía nadar, y él se golpeó la cabeza al caer, lo que le hizo perder la consciencia, y debido a ello no pudo sacarla del agua. Tim intentó buscar algo para ayudarles a salir, pero nada de lo que hizo fue suficiente para salvarlos, por lo que los dos se ahogaron y murieron en poco tiempo.
»La noticia nos devastó. Caesar no podía creerlo, y de inmediato corrió al estanque para buscar a nuestros hermanos. Nuestra madre, que en ese momento estaba embarazada de ti, se sintió mal de repente y entró en labor de parto, por lo que nuestro padre llamó a un médico para que la atendiera antes de irse a buscar ayuda para sacar los cuerpos del estanque.
»Naciste con varias semanas de antelación —dijo ahora von su voz algo quebrada, pero ahora sonreía y podía verse que sus ojos se humedecían—. Eras tan pequeña y débil que temieron que no lograrías sobrevivir, pero nos sorprendiste. De algún modo sacaste fuerzas para vivir y lograste salir adelante. Como lo había dicho, resultaste ser un destello de luz en medio de esos días oscuros, lo único que podía considerarse como algo bueno a pesar de la tragedia.
»El día que llegaste a casa y te vi por primera vez, hice una promesa. Juré que te protegería y que haría todo lo posible porque estuvieras a salvo, promesa que no he abandonado desde entonces. Esa es la historia del día en que naciste.
»Después de ese día, nuestra madre no volvió a ser la misma. Superar la pérdida de nuestros hermanos no le resultó sencillo, y le causó un dolor que la acompañó durante el resto de su breve existencia. Poco después, sufrió de una enfermedad que poco a poco minó sus fuerzas. Vi con dolor como poco a poco se convirtió en una sombra de la persona que solía ser. Ya no tenía ánimos ni energía para jugar con nosotros, cuidarnos o efectuar cualquier otra actividad, hasta el día en que no lo resistió más.
Jack parecía no poder continuar con la narración. Sus ojos volvieron a inundarse y un nudo enorme que le impedía continuar se formaba en su garganta, por lo que su voz se quebró, lo que lo llevó a hacer una pausa para recuperar la compostura, y una vez que lo consiguió, prosiguió.
—Ella murió una fría mañana de invierno después de una noche de nevadas. Tenías dos años, y yo seis, cuando eso ocurrió. Sin embargo, lo más doloroso no fue su pérdida, sino la indiferencia de nuestro padre y de Caesar, quienes parecían haber superado tanto la muerte de James y Anna como la de nuestra madre, y vivían con absoluta normalidad, como si no hubiera importado que ya no estuvieran entre nosotros o fuera su deseo que esto ocurriera.
»Desde ese momento le tomé odio a los días nevados. Cuando era niño, detestaba cuánto me recordaban los buenos tiempos que pasé con nuestra madre y hermanos, y sentía que me los habían arrebatado. Además, temía que algo malo sucediera esos días, por lo que rogaba porque no nevara.
Luego de escuchar la historia, tanto Lily como Eleanor sentían cómo su corazón dolía, en especial la primera, pues desconocía los eventos relacionados con su llegada al mundo. La congoja se apoderó de las muchachas al grado que los ojos de Eleanor se mostraban húmedos y su labio temblaba
—Esas no fueron las únicas ocasiones en las que los días nevados llevaron dolor a nuestros corazones. No olvides el día que nuestro abuelo perdió la vida, o lo que ocurrió hace un año.
—No es necesario recordar esto último —mencionó ella, y él asintió con rostro amargado y una mirada sombría. Acto seguido, ella se acercó al joven y lo abrazó con tanta fuerza que el chico se sorprendió en gran medida—. Lo comprendo —dijo mientras lo miraba a los ojos y acariciaba el rostro de su hermano para limpiar sus lágrimas—. Entiendo todo el dolor y todas las amargas experiencias que estos días evocan, entiendo por qué no habías querido decirme nada durante todo este tiempo. Lamento haberte presionado tanto para que hablaras de algo que te causa tanto dolor recordar.
—Está bien, Lily, no te preocupes; estaré bien —contestó con una dulce sonrisa temblorosa.
—Está bien si no quieres salir un momento con nosotros; sin embargo, no me gustaría que almuerces a solas. Te acompañaremos, si lo deseas —añadió.
—Pero, ¿no le molestará a los demás que los dejen para hacerme compañía? —preguntó él.
—No lo creo —respondió Lily.
—De hecho, yo tengo una idea mejor —comentó Eleanor, y pasó a decirla a los Lancaster, quienes se miraron el uno al otro y luego asintieron.
—¡Hay que intentarlo! —sugirió optimista la menor de los Lancaster.
En breve, Lily y Eleanor salieron y les hicieron saber a los demás lo que ocurría con Jack, además de la sugerencia de Eleanor. En breve, todos ellos pasaron a tomar todos sus respectivos platos, además de la mesa con los alimentos y la olla con sopa, y se adentraron en la cabaña.
Mientras tanto, en el interior, Jack había acomodado mantas y almohadas en el suelo, además de alguna que otra silla disponible, de una manera circular para que tomaran asiento. De esta forma todos ellos pudieron disfrutar de un almuerzo juntos dentro de la calidez de la cabaña.
El almuerzo fue un momento grato y dulce que apaciguó un poco la amargura que se había sentido horas atrás. Jack se sentía tranquilo, regocijado, pues estar rodeado de tantas personas le hizo recordar aquellos días cuando su familia se reunía para comer y conversar, por lo que a menudo tuvo que limpiar de sus ojos alguna que otra lágrima, no de tristeza ni nostalgia, sino de felicidad.
Así se pasaron un par de horas mientras comían y conversaban sobre temas variados, además de narrar experiencias gratificantes y divertidas. Elliot tuvo la oportunidad de leer alguna que otra de sus historias, y Erick y los Lancaster amenizaron con canciones y música.
Se respiraba dicha, paz y tranquilidad en esa cabaña junto al estanque aquella tarde nevada, pero poco se imaginaban los acontecimientos que estaban a punto de ocurrir.
Buen día, excelente tarde o agradable noche tengan ustedes, mis amados Travenders y gente bonita que nos lee este día.
¿Qué tal les fue esta semana? ¿Alguna novedad?
Yo esperanzado con algunos eventos recientes en mi vida personal que no están relacionados al mundo de la literatura. Solo espero que todo marche de maravilla.
Ahora, cuenten, ¿qué les ha parecido esta parte? ¿Les ha gustado?
¿Qué les parece la historia de la vida de los Lancaster?
¿Qué creen que pueda suceder ahora en ese día nevado?
Los exhorto a que compartan sus opiniones y teorías.
Sin más que decir, me despido de ustedes.
Que tengan paz, y un excelente día.
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