«ENTRE CELOS Y SECRETOS» (Pt. 3)
III
Las horas transcurrieron veloces, y la cercanía de las seis de la tarde anunciaba que era el momento de volver a casa, por lo que se despidieron de Jack y Lily, lo que resultó una pena para el público que los hermanos musicales tenían esa tarde debido a que se habían deleitado en gran medida del talento, tanto de los jóvenes músicos, como de la cantante invitada a quien colmaron con aplausos y elogios una vez culminó su participación.
Antes de que Amanda pasara a retirarse, Jack la tomó de las manos y la miró con ternura a sus ojos.
—Le agradezco en gran medida por el inestimable privilegio del que nos ha hecho merecedores al compartir el escenario con nosotros. Sin duda, usted merece gran reconocimiento por su talento —le dijo con voz suave y una sonrisa cariñosa en su rostro.
—Gracias, señor Lancaster, por su bello cumplido —respondió la muchacha, a quien se le contagiaba la sonrisa del joven.
Eleanor, quien miraba la escena desde la distancia, sintió cómo algo en su interior parecía resquebrajarse, y un intenso ardor invadió su pecho, lo que le hizo llevar su mano a su pecho y jadear un poco a causa de la congoja.
Esperanza, por otro lado, sonreía animosa y llena de ternura por la escena que contemplaba; sin embargo, cuando volvió su mirada hacia Eleanor, su expresión se tornó seria.
—Oh, ya veo —musitó la muchacha.
Lily, quien también se percató de la reacción de Eleanor, le dedicó un gesto compasivo a la joven.
Luego de unos momentos, Jack soltó las manos de Amanda.
—Por cierto, permita que le entregue esto —señaló Jack, y le cedió a Amanda su taza repleta de monedas y billetes de diversas denominaciones, gesto que sorprendió tanto a Amanda como a Lily.
—Pero... ¿por qué? —preguntó Amanda.
—Este dinero le corresponde a usted —explicó Jack—. Su magnífico talento tiene que ser remunerado.
—¡Oh, no! ¡No es necesario! —expresó la muchacha con un gesto de su mano.
—Insisto, no fui yo quien hizo todas estas ganancias, sino usted, y por ello las merece.
—Se lo agradezco, pero no lo tomaré —aclaró ella—. No sería justo de mi parte quedarme con eso.
—Tampoco sería justo que yo conservara lo que no me corresponde —argumentó él, y esta vez tomó el dinero de la taza para entregárselo a ella.
—De hecho, no le corresponde nada a la señorita Hart —adujo Erick, a lo que ambos se volvieron hacia él con gesto lleno de incertidumbre—. En ningún momento hubo un acuerdo para que ella recibiera una parte de las ganancias. Nadie firmó nada, ni hubo un trato de palabra. Por lo tanto, ese dinero le pertenece a usted, señor Lancaster —concluyó.
—Erick Castlegar tiene razón —defendió Lily—. Si no hubo arreglo previo, no hay por qué hacerlo —añadió, a lo que Erick respondió con una leve sonrisa y un guiño de su ojo.
Solo de escuchar esto, Jack suspiró lleno de resignación y comenzó a frotar la cadenilla de su reloj de bolsillo.
—Está bien —musitó—. Al menos tome algo, lo merece —indicó.
Amanda asintió, tomó unas cuantas monedas de la taza para después entregárselas de regreso a Lily y agregar dos mongelds.
—Aquí tienes. Es un donativo —dijo Amanda.
—¡Oh, gracias! ¡Muy amable de su parte! —respondió.
Lily se volvió hacia Jack, quien solo mostró un gesto serio en su rostro, y ella le sonrió con ternura, lo que le hizo exhalar un poco.
—De acuerdo, volvamos a casa —indicó Eleanor, y entonces se volvió para buscar a su hermano—. ¿Y Elliot? ¿Dónde está ese niño? —preguntó cuando, al volverse, no lo encontró por ninguna parte.
—¿A dónde se habrán ido? —averiguó Amanda, quien tampoco veía a su hermano menor Benjamin.
—No puede ser... ¿perdimos a los niños? —preguntó Esperanza bastante intranquila.
—Solo se fueron a pasear con William, su hermano, señorita Hart —dijo «Snake», quien en ese momento tallaba una figura de madera.
—¿William? —curioseó Eleanor.
—Mi hermano mayor —aclaró Amanda.
—¡Ah! ¡Claro! Me hablaste de él hace poco. Estudia en la universidad, ¿no es así?
—En efecto.
—Espero tener la oportunidad de conocerlo por fin, aunque sea por un breve momento.
—Te agradará, créeme, y a tu hermano también.
—A propósito, y disculpen que los interrumpa, permítame decirle que tiene una voz cautivadora, señorita Amanda Hart —señaló «Snake».
—Gracias, señor... —expresó Amanda con una sentida reverencia.
—Cotton, John Cotton; pero mis amigos me conocen como «Snake» —se presentó.
—Es un gusto conocerlo, y de nuevo, mil gracias por su cumplido —expresó Amanda, y «Snake» asintió con sus dedos índice y medio en el ala de su viejo sombrero. Acto seguido, pasó a dirigirse donde Jack, quien lo miró extrañado.
—¿Se le ofrece algo, señor Cotton? —averiguó el joven Lancaster.
—Solo entregarte esto, querido pianista —indicó, y le cedió la figura de madera que tallaba, la cuál era una efigie en miniatura de Jack sobre un pedestal, con su piano orphica en manos—. Es una muestra de agradecimiento por la sentida melodía que me ha compuesto, y un obsequio de mi parte dedicado a su talento musical.
—Oh, vaya... Esto... Gracias —respondió, y el joven tomó la escultura de madera.
—Amé la canción. Cada nota, cada verso, ¡fue de lo más bellísimo! No esperaba otra cosa proveniente de ti; una pieza que desbordaba talento.
—Es una dicha y un alivio escuchar que la disfrutó. No estaba seguro de que tuviera la calidad suficiente —expresó con la cadenilla de su reloj entre sus dedos.
—Créeme, fue mejor de lo que esperaba. Muchas gracias por la experiencia, querido pianista —expresó para quitarse el sombrero y hacer una sentida reverencia. Acto seguido, se dio la media vuelta mientras se colocaba el sombrero de nuevo para después pasar a retirarse.
—Y bien, ¿qué haremos? ¿Buscaremos a los niños? —averiguó Eleanor.
—No creo que sea necesario —señaló Erick, y apuntó su bastón hacia su izquierda.
Eleanor, Amanda y Esperanza se volvieron en esa dirección y se percataron que, en la distancia, William y los niños se acercaban.
—Parece que tuvieron una tarde divertida —comentó Amanda.
—Así es —respondió William—. Ha sido una tarde... Interesante —agregó a la vez que abría grandes sus ojos.
—¡Yo gané un muñeco de felpa! —anunció Alejandra con gran satisfacción mientras sostenía en sus manos el mencionado premio, un oso de tamaño mediano ataviado en un elegante traje.
—Y de qué forma —indicó Elliot con gesto maravillado, aunque no compartía su reacción con el resto de sus amigos, en especial Bruno quien se mostraba aterrado.
—Puedo imaginarlo. Nadie tiene mejor puntería en la familia que nuestra pequeña; con la excepción de Nana Chelo, por supuesto —expresó una orgullosa Esperanza, quien se colocó detrás de ella y le dio unas palmadas en el hombro.
Eleanor la miró con gesto desconcertado luego de que dijera esto, y entonces Alejandra hizo un gesto con su dedo como si disparara una pistola, lo que le hizo abrir sus ojos en gran medida debido a la sorpresa, reacción que compartió
—Por cierto, y disculpen mi falta de modales, Eleanor, Erick, señorita Hernández García, les presento a William, mi hermano —dijo Amanda.
—Todo un gusto conocerlos —expresó William para después hacer una reverencia.
—El placer es todo nuestro —expresaron los tres.
—De acuerdo, nos gustaría quedarnos a platicar un momento, pero nosotras ya nos vamos —señaló Esperanza—. ¡Hasta pronto amigos! —se despidió, y las muchachas se retiraron a paso calmado y tranquilo, como ajenas a los riesgos que pudieran presentarse.
—Vaya que en esa familia son de cuidado —comentó Erick.
—Sí, y Alejandra es una jovencita fascinante —añadió Elliot con una enorme sonrisa boba en el rostro, misma que Erick contempló y le hizo soltar algo de aire por la nariz.
—Nosotros también debemos retirarnos —señaló William.
—¡Hasta mañana! —se despidió Amanda de Eleanor.
—¡Hasta mañana, amiga! —respondió.
—«¡NOS VEMOS, AMIGO!» —escribió Benjamin.
—¡Nos vemos! —dijo el niño—. ¡Gusto en conocerte, William! —añadió.
—Lo mismo digo, joven Castlegar. Y gracias por tan amena conversación —expresó.
Dicho esto, los Hart se marcharon, y lo mismo hicieron los Castlegar en compañía de los Warren, quienes quedaron en ver a su chofer personal en casa de los Castlegar a las seis de la tarde para que los llevara de regreso.
Una vez que los Warren se marcharon, los Castlegar pasaron a cenar como familia.
Durante la cena, la familia tuvo conversaciones animosas respecto a sus vivencias de esa tarde, en especial el menor de los Castlegar quien todavía no salía de su asombro debido a las habilidades de su amiga Alejandra.
—Impresionante —comentó el señor Castlegar, ojiplático al igual que su esposa y sus hermanos—. No esperaba tal despliegue de destrezas de parte de una jovencita como ella.
—Lo sé. Tal vez sea un talento increíble, pero es un poco peligroso —agregó la señora Castlegar—. Mientras no lo utilice para dañar a los demás, estará bien. Sin embargo, si fuera ustedes, mantendría un poco de distancia con esa familia —concluyó.
—Entiendo, madre —dijo el niño.
—Por cierto, Eleanor, cariño, ¿te encuentras bien? —averiguó la señora Castlegar—. No has dicho nada durante toda la cena, te veo con un ánimo un tanto decaído y apenas has tocado tu plato de asado de carne de res, que es tu preferido. ¿Estás enferma?
—No, madre. Solo... solo me siento algo cansada y no tengo demasiado apetito esta noche —exhaló la muchacha un tanto mustia, para después levantarse de su asiento—. Con su permiso —agregó, y pasó a retirarse.
La inusual reacción de la joven desconcertó a sus padres y su hermano Elliot, pero no a Erick, quien comprendía a cabalidad sus razones.
Eleanor se encerró en su habitación y se sentó en su cama. Su mente estaba abrumada, su corazón se sentía pesado y lleno de tribulación y la invadía gran pesar. Miraba con atención los dibujos que había hecho del joven pianista, y ahora esto le arrancaba suspiros lastimeros cuando antes le provocaba sonrisas y regocijo. Entonces se puso de pie y se miró al espejo con un gran nudo en la garganta.
En ese momento, se escuchó que tocaron a la puerta de su habitación.
—Cariño, soy yo —dijo la señora Castlegar—. ¿Puedo pasar?
—No puedo recibir a nadie en este momento; me encuentro indispuesta —anunció.
—Solo quiero hablar contigo un momento —señaló. Luego esperó por un momento, pero al no recibir respuesta, abrió la puerta un poco—. Eleanor, cariño. ¿Qué sucede?
—¿Por qué no soy como ella? —masculló con dolor mientras se miraba al espejo, y se cubrió el rostro con las manos.
—¿A qué te refieres?
—Amanda, mi amiga —respondió—. Ella es tan talentosa, y yo... —masculló, entonces exhaló y se regresó a su cama donde se sentó cabizbaja y sollozante.
La señora Castlegar se sentó al lado de la muchacha y colocó su mano izquierda sobre las de ella.
—Cuéntame, hija, ¿qué fue lo que ocurrió?
Eleanor la miró con ojos húmedos, luego sorbió un poco y comenzó a hablarle de lo ocurrido esa tarde cuando paseaban por el malecón.
—Ahora lo entiendo, y puedo imaginar cuánto te duele. Pero a veces así son las cosas, y así son los corazones de las personas. Uno no puede controlar hacia quién dirigirá sus afectos. Tal vez ese sea el caso del joven Lancaster, pues puede que sienta mayor afinidad por quien comparte intereses comunes. Pero no debes sentirte atribulada por ello, hija, sino gozosa por tus amigos. Será difícil, pero es lo mejor.
Eleanor volvió su rostro hacia su madre y le mostró una leve sonrisa temblorosa.
—Está bien —respondió.
La señora Castlegar le dio una caricia en el rostro a la muchacha seguida de un beso en la frente, y acto seguido se retiró de la habitación.
Aunque le dijo a su madre que haría lo posible por sentirse feliz por su amiga, de cualquier manera se sentía insegura debido a que los sentimientos que tenía para con el muchacho eran muy fuertes pero jamás serían correspondidos sin importar lo que hiciera o lo que hubiera hecho por él, y esto la devastaba por completo. Por eso, cuando se quedó a solas, Eleanor pasó a acostarse con el rostro en la almohada y comenzó a mascullar.
Unos momentos después el resto de la familia culminó su respectivo platillo y pasaron a retirarse a sus habitaciones. Elliot dedicó gran parte de lo que quedaba de esa noche para preparar lo que le faltaba para las clases del día siguiente, y luego dedicó sus esfuerzos para resolver un enigma que se había clavado en su mente esa tarde.
No le costó demasiado debido a que, en la caja donde guardaba sus notas y recortes de los casos y enigmas que había resuelto, encontró aquella que hablaba del incidente en el que él y «Snake» se vieron involucrados, y de inmediato recordó de quien se trataba.
—Ay, William Hart, en qué líos te has metido —expresó para después guardar el recorte de la noticia en su caja.
Buen día, excelente tarde o agradable noche tengan ustedes, mis amados Travenders y gente bonita que visita esta historia.
Hoy no tengo demasiado qué contar en mis notas, ni tengo tanto entusiasmo para dedicar algunas palabras elocuentes. Solo dejo esta nota para leer sus comentarios respecto a esta parte.
Que tengan paz, y un excelente día.
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