«CICLO» (Pt. 5)
V
—¿De qué deseas hablar? —averiguó Erick.
—Es sobre los Lancaster —respondió Eleanor, a lo que Erick la miró comprensivo y asintió.
—De acuerdo —dijo, y de esta forma, los hermanos Castlegar dieron inicio a una pequeña reunión privada en la que el dueto de jóvenes músicos era el tema central de la discusión.
Eran las cuatro de la tarde del primer día en el primer mes de ese año, la hora en la que estudiantes de diferentes niveles escolares en Couland terminaban su jornada académica. En la acera frente a la Escuela de Educación Media Número 8 cinco jóvenes esperaban a ser recogidos por sus familiares. Se trataba de Benjamin Hart, los hermanos Brenda y Bruno Warren, la joven Alejandra Isabel Hernández García y el pequeño Elliot Castlegar, quienes conversaban acerca de algunas situaciones graciosas que habían ocurrido durante el almuerzo y algunas de las clases.
De pronto, la conversación se detuvo por un curioso sonido que escucharon en las cercanías y capturó su atención. Ellos se volvieron para ver de qué se trataba, y lo que encontraron sorprendió a todos ellos excepto a la menor de los Hernández García.
—¡No puede ser verdad! —exclamó la niña, quien de inmediato cubrió su rostro con sus manos.
Y no era para menos su reacción, pues el sonido que se escuchó era el de un caballo de color negro que avanzaba a medio galope, y sobre él se encontraba montado un joven de edad apenas superior a los veinte años, de piel bronceada y ataviado con un lujoso atuendo de color negro con bordados en color blanco, compuesto por una chaqueta corta, un chaleco y un pantalón. Usaba una camisa blanca, y de accesorios llevaba puestos una corbata de rebozo de color rojo, un cinturón de tela rojo, y un sombrero de ala ancha con bordados de color blanco.
Al llegar a la escuela, el caballo se detuvo y soltó un relincho, lo que atrajo a un montón de estudiantes curiosos y dejó a los otros cuatro amigos boquiabiertos.
—Hola, José —saludó la niña.
—¿Lo conoces? —preguntó Brenda.
—Se los presento, amigos. Él es mi hermano, José —indicó.
—José Miguel Ernesto Hernández García, para servirles —se presentó el joven con su sombrero en mano.
—Por cierto, ¿qué haces aquí, y por qué vienes montado sobre ese caballo? —averiguó Alejandra.
—Cuando fui a comer a la casa a mediodía, nuestro padre me pidió de favor que pasara por ti en la tarde porque iba a estar un poco ocupado en la tienda, y como tengo que regresar al trabajo rápido, le pedí prestado a «El Mozo» al primo Julián —respondió al tiempo que se bajaba del animal.
—Entiendo. De acuerdo, amigos, tengo que irme. Nos vemos mañana —se despidió Alejandra.
—¡Hasta mañana! ¡Envíale mis saludos a tu familia! —expresó Elliot.
La jovencita asintió, y con la ayuda de su hermano pasó a subir al lomo de «El Mozo», seguida de José Miguel Ernesto, quien luego de subir al caballo, le dio una orden y este se retiró a galope.
Instantes después, se escuchó el sonido de una bocina que hizo volver su mirada a Brenda y Bruno en la dirección de donde este provenía.
—Henry llegó por nosotros —avisó Brenda.
—Ya era hora —agregó Bruno, quien sonaba un poco irritado.
Entonces un vehículo se aparcó frente a ellos. Era un autwagen lujoso de color azul oscuro con algunos toques de dorado en partes como las defensas, el marco del cristal delantero y las luces.
Un hombre descendió del vehículo. Era un sujeto de complexión robusta ataviado en un traje completo de color gris con camisa blanca y corbata roja de lazo.
—Les ruego disculpen la tardanza, jóvenes Warren. Hubo un incidente a unas calles de su casa, por lo que el tráfico avanzaba lento.
—No hay problema —expresó la joven Warren. Entonces el conductor tomó los maletines escolares de los mellizos y les abrió la puerta trasera para que subieran al vehículo, cosa que Bruno pasó a hacer presuroso.
—De acuerdo, nos veremos mañana, Elliot —se despidió la chica.
—Hasta mañana, Brenda —respondió él.
—No olvides tus trabajos escritos, pues tengo muchos deseos de leerlos.
—Elegiré los mejores —prometió.
Brenda asintió sonriente y pasó a subir al vehículo, y luego de esto partieron a toda prisa.
—De acuerdo, solo quedamos nosotros —mencionó, y Benjamin sonrió de forma amistosa—. ¿Vives lejos de aquí? Mis padres vendrán en un momento, y tal vez podamos llevarte —comentó.
Benjamin tomó de sus bolsillos sus tarjetas y extrajo una que decía: «MI HERMANA AMANDA ESTUDIA EN EL INSTITUTO DE EDUCACIÓN MEDIA-SUPERIOR 'ERICK EVERWOOD'».
—¡Mis hermanos estudian allí también! Podría pedirles a mis padres que te lleven, así te reunirás con tu hermana y podrán ir a casa juntos. ¿Qué te parece? —sugirió Elliot, y Benjamin asintió—. Perfecto; ahora, solo queda esperarlos —agregó.
Dicho esto, y para pasar el tiempo, Elliot pasó a tomar su libreta de anotaciones para escribir algunas ideas de historias y frases, mismas que comentaba con el menor de los Hart, y este asentía o negaba a ellas, lo que Elliot tomaba como una sugerencia para utilizarlas o descartarlas.
Algunos minutos más tarde, el señor y la señora Castlegar hicieron acto de presencia y estacionaron el autwagen frente a la escuela.
—¡Ya llegaron! —anunció Elliot a su compañero; luego tomaron sus cosas y se dirigieron al vehículo.
—¡Hola, Elliot! ¿Cómo te fue hoy? —preguntó el señor Castlegar al tiempo que el niño abría la puerta trasera.
—Fue un primer día muy ameno —opinó.
—Veo que hiciste un amigo. ¿Quién es el joven? —curioseó la señora Castlegar.
—Madre, padre, les presento a Benjamin Hart. Benjamin, mis padres —dijo Elliot, y el aludido pasó a tomar un par de tarjetas de sus bolsillos que decían «UN PLACER CONOCERLOS» y se las entregó, mismas que ambos miraban perplejos—. Tiene un impedimento del habla —aclaró Elliot.
—Oh, ya entiendo. El placer es todo nuestro, pequeño —dijo el señor Castlegar, y el niño sonrió con dulzura.
—Padre, la hermana de Benjamin estudia en el mismo instituto que Erick y Eleanor. ¿Podríamos llevarlo allí para que se reúna con ellos?
—Por supuesto. ¡Suban! —solicitó, y los dos niños así lo hicieron. Acto seguido, el señor Castlegar arrancó el vehículo y se dirigieron hacia el plantel.
Al llegar allí, encontraron a Eleanor y Amanda sentadas debajo de uno de los árboles mientras comían algunas galletas que la muchacha llevaba consigo, acompañadas de una taza de té que habían comprado en un pequeño puesto en el exterior del plantel, mismo que formaba parte de la institución. Erick, por otro lado, no se veía por ninguna parte, lo que dejó un poco desconcertados a los señores Castlegar y el pequeño Elliot.
—¡Allí están mis padres! —exclamó la joven Castlegar al ver el autwagen familiar.
—¿Ese que viene con tu familia es mi hermano? —inquirió Amanda.
—Interesante. Al parecer mi hermano menor se hizo amigo del tuyo —comentó Eleanor—. Es como si estuviera escrito que nuestras familias se conocieran —agregó, lo que hizo reír un poco a Amanda.
—Sí, una curiosa coincidencia —mencionó como en broma.
Las jóvenes se levantaron del suelo y llevaron las tazas al puesto para luego dirigirse al autwagen. Mientras tanto, Elliot pasó a abrir la puerta para que su amigo saliera del vehículo y sus hermanos pudieran abordar.
—¿Cómo te fue en tu primer día, Benjamin? —preguntó Amanda a su hermano, y este respondió con algunas señas, lo que dejó un tanto perplejos a los Castlegar—. Me da mucho gusto por ti —respondió ella con su mano sobre la cabeza de su hermano menor.
—Esto... ¿qué es lo que eso significa? Me refiero a las señas y todo eso —preguntó Elliot.
—Es un lenguaje que aprendimos para comunicarnos con él —explicó Amanda—. Se basa en un lenguaje de señas que se utiliza en América. Me dijo que fue un día interesante, que conoció a un joven escritor y a otras personas interesantes, y que se divirtió bastante —tradujo.
—Fascinante. ¡Quisiera aprenderlo también! —expresó, y Benjamin le hizo otras señas.
—Dice que estará encantado de enseñarte —tradujo Amanda.
—Sin duda será un gran instructor —opinó.
—Pero, ¿dónde se encuentra Erick? —averiguó la señora Castlegar.
—¡Oh! Verás, madre, Erick se ha reencontrado con muchos de sus antiguos compañeros de clase de la Escuela de Educación Media Número 8, y al parecer todavía conversa con alguno de ellos —explicó Eleanor.
Justo había dicho esto cuando Erick salió del edificio escolar acompañado de Ellen Vermont, con quien conversaba de forma animosa. El señor y la señora Castlegar y el pequeño Elliot lo vieron y quedaron bastante asombrados.
—¡Mira lo sonriente que viene! —mencionó el señor Castlegar.
—Hacía tanto tiempo que no lo veía así de feliz —opinó la señora Castlegar.
—Fue un día maravilloso para él —comentó Eleanor—. Como mencioné, ver de nuevo a esos compañeros con los que convivió años atrás lo ha dejado de buen ánimo —explicó.
Erick se percató de la llegada de sus padres, por lo que se detuvo y pasó a tomar a Ellen de las manos.
—Han llegado por mí —señaló—. Nos veremos mañana.
—Por supuesto. ¿Tomamos el almuerzo juntos? —averiguó.
—¿No habrá inconvenientes con tus compañeros?
—Erick, ya me conoces a la perfección, y sabes que soy la persona menos sociable en el instituto —aclaró, lo que no sorprendió al mayor de los hermanos Castlegar pues era costumbre de la joven almorzar a solas incluso desde la educación básica.
—Entiendo.
—Bien. ¡Hasta mañana, Castlegar! —se despidió.
Erick soltó las manos de Ellen, y ella pasó a retirarse en otra dirección. De tanto en tanto volvía su rostro hacia Erick y le sonreía, a lo que Erick respondía con el mismo gesto.
Al llegar al vehículo, Erick se percató de la presencia del pequeño Benjamin y de la joven Amanda.
—¿Es amigo tuyo? —preguntó a Elliot, y su hermano asintió, por lo que se dirigió al niño—. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó.
Benjamin tomó la misma tarjeta que le entregó a Elliot y se la entregó al joven. Erick la leyó con detenimiento y entonces dibujó una media sonrisa en su rostro.
—Ya veo —dijo, y comenzó a efectuar de manera tosca, rígida e insegura algunas señas que significaban «Gusto en conocerte».
Benjamin se emocionó en gran medida, igual que sus padres, sus hermanos y la señorita Amanda, y comenzó a efectuar más señas.
—Tranquilo; solo conozco unas pocas —aclaró.
—¿Dónde las aprendiste? —averiguó Elliot fascinado.
—Tenía un compañero en el equipo de windenboll que no podía hablar bien y se comunicaba por señas, por lo que aprendí algunas para darle instrucciones durante los partidos, aunque no recuerdo muy bien todas ellas debido a falta de práctica —narró—, pero recuerdo bien cómo decir «Hola», «Buenos días», mi nombre y «Gusto en conocerte».
—De cualquier manera, es impresionante —comentó Elliot.
—Sólo necesitas practicar un poco más —recomendó Amanda.
—Lo tendré en mente —dijo el mayor de los Castlegar.
—Una pregunta: ¿viven muy lejos de aquí? Porque podríamos llevarlos a casa si lo desean —ofreció el señor Castlegar.
—De hecho, sí vivimos un poco lejos, hacia el sur de la ciudad, muy cerca del lago «Starerne». Sin embargo, mis padres tienen un restaurante a una calle de aquí, en esa dirección —indicó, y señaló con su mano hacia su derecha—. Iremos allá en un momento para ayudarles, y regresaremos a casa con ellos.
—Entiendo.
—Creo que es momento de la despedida —dijo Elliot.
—De acuerdo. Nos veremos mañana —se despidió Eleanor de su amiga.
—¡Hasta mañana, chicos, y pasen una buena tarde! —expresó Amanda, y su hermano hizo lo mismo con señas.
Luego de decir adiós, el señor Castlegar arrancó el vehículo y la familia se dirigió de regreso a su hogar.
Al llegar, encontraron todo limpio y en orden, y sobre una mesita junto a la entrada se encontraba un sobre blanco, mismo que la señora Castlegar tomó.
—Creo que es correspondencia para Elliot —señaló la señora Castlegar—. Es de parte de alguien llamada «Alondra».
En el instante que Elliot escuchó ese nombre, su rostro brilló de gozo y de inmediato arrebató el sobre a su madre y se dirigió presuroso hacia su cuarto ante la atónita mirada del resto de su familia.
El resto de los hermanos Castlegar pasó a dirigirse a sus respectivas habitaciones, mientras que el señor Castlegar entró en el cuarto de estudio con su maletín y algunos documentos. La señora Castlegar, por otro lado, solo se dirigió a la cocina para preparar la cena de esa noche, labor a la que se le uniría Eleanor unos minutos después.
En el caso de Erick, en el momento que entró a su habitación, dio un breve vistazo al mueble de su habitación donde se encontraba la fotografía con su amigo Ken Lang, y después de esto se volvió hacia la pared donde se encontraban sus reconocimientos. Entonces, una sensación opresiva se apoderó de su pecho y comenzó a respirar con suma dificultad. Poco a poco, sus ojos se inundaron de lágrimas. Trató de resistirlo, pero al final cedió al llanto, y comenzó a gemir con amargura; entonces cerró la puerta detrás de él y se dejó caer de rodillas con las manos en el suelo.
—¡¿Por qué?! —reclamó dolorido, y apretó sus manos en puños mientras dejaba fluir sus lágrimas como un río.
Erick permaneció de esta manera por espacio de veinte minutos, luego se levantó con gran esfuerzo del suelo, sacudió sus prendas de vestir y limpió su rostro, llenó un vaso con agua de una pequeña jarra de cristal que se encontraba en su cuarto, tomó un frasco de su medicamento y lo vertió por completo en este para tomarlo. Hecho esto, exhaló y se sentó en su cama con la mirada perdida en el vacío.
Conforme esto ocurría, Eleanor subió para buscar a Elliot a su cuarto.
—Hermano, necesitamos de tu ayuda en la cocina —anunció.
Elliot abrió su puerta, y Eleanor percibió cierta tristeza en su mirada.
—¿Qué ocurre, pequeño? —averiguó un poco preocupada.
—Se trata de «Alondra», mi amiga por carta que es admiradora de «Gato Negro» y «Lobo». Al parecer le ocurrió algo hace algunas semanas que la hizo cambiar de opinión respecto al dúo de detectives de Kaptstadt, y dice que ya no será su seguidora y dejará de ilustrar las historias —masculló.
—Oh, vaya; es una pena escucharlo —opinó Eleanor—. Supongo que no te encuentras de buenos ánimos. Te dejaré a solas —añadió. El niño asintió con gesto decepcionado, y Eleanor pasó a retirarse mientras él se internó en su cuarto.
Para la hora de la cena, el mayor y el menor de los hermanos Castlegar bajaron de sus respectivos cuartos y se unieron al resto de la familia, además de Lily, quien justo en ese momento llegaba de su trabajo en la tienda de la familia Hernández García con un guisado de carne que la abuela Consuelo le había obsequiado.
Durante la cena tuvieron conversaciones muy estimulantes. Primero, los Castlegar contaron a su familia y a la menor de los Lancaster cómo les había ido en su primer día de clases. Los más animados al narrar sus experiencias fueron Eleanor y Elliot, quien parecía haber superado la pena que momentos atrás le invadía. En el caso de Erick, una vez que contó sus vivencias de ese día, recibió numerosas alabanzas de parte de sus padres y de su hermana debido a lo que ellos consideraban un progreso de su parte.
Lily, por su parte, contó a la familia sobre lo ajetreado que había sido su día de trabajo, además de mencionarles respecto al plan que ella y su hermano tenían de establecerse en la ciudad, lo que emocionó en gran medida a los Castlegar, y le aseguraron que le ayudarían a encontrar un sitio para ellos.
Luego de terminar de cenar, llegó el momento de efectuar la limpieza de la cocina y el comedor, y mientras Eleanor lavaba los platos, meditaba en lo que Lily había dicho respecto a sus planes y en cómo podían ellos ayudarles.
Una vez que terminó, aprovechó que Lily tomaba un baño para llamar a Erick y a Elliot a su cuarto, con quienes habló acerca de una idea que tenía para ayudar a sus amigos los Lancaster, a la que sus hermanos accedieron, aunque necesitarían informar a su padre al respecto, por lo que quedaron de acuerdo en decírselo al día siguiente durante el trayecto a la escuela.
Terminada su reunión, se dirigieron a sus respectivas habitaciones. Erick solo se sentó en su cama con una tenue sonrisa dibujada en el rostro, mientras que Elliot comenzó a revisar algunas cartas y papeles que se encontraban en su escritorio y luego abrió un gran cuaderno en el que escribió algunas notas.
—Tengo que encontrarla —habló para sí mismo—. Voy a descubrir quién eres en realidad, y al fin la verdad será revelada —agregó lleno de entusiasmo para después cerrar su cuaderno de golpe.
Buen día, excelente tarde o agradable noche tengan ustedes, mis amados Travenders.
¿Cómo se encuentran este fin de semana? ¿Lo disfrutan?
Espero que todo se encuentre bien y que pasen por días excelentes.
Cuéntenme: ¿qué les ha parecido esta parte?
¿Cuál será el plan de los Castlegar?
¿Qué es lo que Elliot quiere descubrir?
Y, ¿qué tal los nuevos personajes y sus interacciones?
Espero sus comentarios, y no olviden permanecer en sintonía para el siguiente fin de semana.
¡Que tengan paz, y un excelente día!
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