«CICLO» (Pt. 2)
II
—¡Hola, amigo! Soy Elliot Castlegar. ¿Cómo te llamas? —saludó de forma efusiva el menor de los Castlegar; sin embargo, solo un silencio incómodo fue la respuesta a su saludo.
Sucedió entonces que el menor de los Castlegar fue el primero en ser dejado en su respectiva institución académica, esto debido a que su escuela se encontraba en una ubicación más cercana, a un par de calles del río Flodelver justo y por la misma calle en la que se ubicaba la tienda de la familia Hernández García.
Ahora bien, el plantel al que asistía era de tamaño mediano, cercado por un muro de color blanco con rejas de metal en ciertos puntos, y cuyo terreno se encontraba rodeado por jardines. Podían distinguirse tres edificios con salones de clases, uno mediano donde se encontraban las oficinas administrativas, otro donde se ubicaba un auditorio y otro más donde estaba la biblioteca, además de algunas áreas deportivas, zonas recreativas y el comedor escolar. Por todos lados se veían jóvenes que efectuaban diversas actividades, como practicar deportes, leer o conversar en los pequeños jardines y patios que se encontraban por todo el lugar.
El señor Castlegar detuvo el autwagen a la entrada, y el pequeño descendió del vehículo.
—¿Llevas dinero suficiente? —preguntó su padre.
—Sí —respondió.
—¡No olvides esto! —indicó Eleanor, y le entregó una bolsa de papel.
Elliot la tomó y, al abrirla, encontró un pequeño recipiente con algunas frutas como uvas, rebanadas de manzanas y otro con algunas galletas de trigo y avena y de mantequilla con forma de estrella.
—Lily lo preparó para ti —señaló la joven.
—Vaya, es un gesto muy amable de su parte. Se lo agradeceré cuando regresemos —expresó el niño con una gran sonrisa.
—Pasaremos por ti a las cuatro de la tarde —anunció el señor Castlegar—. Pasa un buen día, hijo.
—¡Aprende mucho, y da lo mejor de ti! —indicó la señora Castlegar.
—¡Haz amigos! —exclamó Eleanor.
—¡Por supuesto! —asintió, y luego se dirigió al interior del plantel.
Una vez que ingresó, tomó de su bolsillo una nota que sus padres le habían entregado en la que se encontraba anotado el salón al que había sigo asignado cuando fue inscrito, y entonces procedió a buscarlo. Mientras lo hacía, decidió dejar a un lado la inseguridad que sentía respecto a su estatura y, con la frente en alto y el entusiasmo al máximo, comenzó a saludar a los estudiantes que encontraba a su paso, así como uno que otro miembro del cuerpo académico. Los profesores y trabajadores del instituto respondían con calma y cortesía a sus saludos, mientras que, en el caso de los estudiantes, la gran mayoría solo lo miraban con extrañamiento debido a la forma tan casual en la que los saludaba, y otros pocos solo lo ignoraban.
Luego de una breve búsqueda, se encontró frente a la puerta de su salón de clases, misma que tenía grabada el número «105». Entonces la abrió y entró al aula.
—¡Miren nada más! ¡Tal parece que esta escuela ahora admite niños de párvulo! —exclamó la voz de un muchacho cuando Elliot entró al salón. Se trataba de un joven de cabellos de color rubio oscuro y ojos color marrón claro de estatura bastante mayor que el menor de los Castlegar, mismo que se encontraba acompañado de un grupo de amigos quienes se rieron por el comentario de su compañero de clases—. ¿Qué te pasa, pequeño? ¿Te perdiste de camino al jardín de infantes? —añadió.
Luego de que dijera esto, Elliot frunció un poco el ceño y miró con aire de desdén al joven que había hecho ese comentario, mirada que compartía con una de las estudiantes que allí se encontraban.
—Más bien parece que perdí mi camino rumbo a la escuela y terminé en el cercado de los simios del zoológico del parque «Starerne» —contestó el pequeño Elliot, lo que dejó boquiabierta a la joven antes mencionada, e hizo que los compañeros del muchacho se rieran un poco—. Eso o al parecer ahora admiten monos en la escuela.
La respuesta del pequeño hizo que el grupo de jóvenes que acompañaban al mencionado muchacho hicieran comentarios entre ellos seguidos de risas jocosas, lo que no le agradó demasiado. Entonces el joven se levantó del lugar donde estaba sentado y se acercó de forma amenazante al pequeño, quien solo se limitó a abrir enormes sus ojos oscuros.
—Ni siquiera lo pienses —dijo una de las muchachas que allí se encontraban, una joven de cabello color rubio oscuro y ojos de color marrón claro.
—¡No te metas en...!
—Hermano, admítelo; te lo tenías merecido por comportarte como un necio. Además, no sería una buena idea que te metieras en problemas el primer día. Piensa en lo que haría nuestro padre —interrumpió la muchacha. El chico solo bufó molesto hacia el pequeño Castlegar, y entonces regresó a su asiento con sus amigos.
—Le agradezco por su ayuda —dijo Elliot a la muchacha.
—No tienes por qué agradecer; por el contrario, quisiera disculparme por el pésimo comportamiento de mi hermano.
—No se preocupe, acepto su disculpa. Por cierto, mi nombre es Elliot, Elliot Castlegar.
—Soy Brenda Warren, y él es mi hermano Bruno —señaló hacia el muchacho, y Elliot la miró perplejo.
—¿Es su hermano mayor o...?
—En realidad, somos mellizos —señaló, lo que sorprendió más al menor de los Castlegar—. Lo sé, es desconcertante. Él se quedó con los músculos y la gran estatura, pero yo me quedé con el cerebro —bromeó, lo que hizo reír a Elliot.
—Espero no se ofenda por ello, pero permítame decirle que usted y su hermano ni siquiera se parecen —comentó Elliot.
—Lo sé. No eres la primera persona que lo menciona. Detesto cuando se comporta de esa forma tan vergonzosa —reclamó y luego resopló un poco—. ¿Tú tienes hermanos?
—¡Claro! Dos hermanos mayores, Eleanor y Erick.
—Me gustaría conocerlos algún día.
—Te agradarán, créeme. Son jóvenes maravillosos.
—Hay tanto que quisiera conversar, para conocernos mejor. ¿Qué te parece si nos sentamos juntos?
—¡Me parece perfecto! —respondió animoso.
—Bien, busquemos un lugar adecuado —invitó ella, y Elliot asintió.
Conforme avanzaban por el salón de clases, Elliot notó que el joven Warren lo miraba con ojos furtivos, al grado que podía sentir su mirada traspasar sus carnes, por lo que se volvió y continuó su búsqueda de un asiento apropiado.
Fue entonces que miró uno junto a la ventana, y detrás de este se encontraba sentado un jovencito de tez muy oscura, rostro redondo, cabello corto y rizado y ojos de color marrón oscuro.
Elliot colocó su maletín escolar y su abrigo en el asiento, además de la bolsa con los alimentos que su hermana le dio, mientras que Brenda tomó asiento al lado derecho del niño. Entonces, el menor de los Castlegar pasó a saludar al muchacho por cortesía; sin embargo, debido a la reacción del joven, mencionada de antemano al inicio de esta parte, Elliot procedió a sentarse sin inmutarse demasiado, y estaban a punto de retomar la conversación con Brenda cuando sintió que algo tocó su hombro derecho. Se volvió y miró al joven de color, quien lo había tocado. El niño levantó su mano derecha e hizo un gesto en el que tocaba su frente con sus dedos índice y medio extendidos para luego efectuar otras señas que dejaron a Elliot y a Brenda bastante confundidos.
Acto seguido, extrajo del bolsillo de su chaqueta un montón de tarjetas, y le entregó una a cada uno de ellos. En esta decía: «BUEN DÍA. ES UN PLACER SALUDARLE. MI NOMBRE ES BENJAMIN HART, Y TENGO UN IMPEDIMENTO DEL HABLA, POR LO QUE USO ESTE MEDIO PARA COMUNICARME CON USTED».
—Oh, vaya. Bueno, también es un gusto conocerlo, joven Benjamin Hart —respondió Elliot, y el pequeño Benjamin mostró una dulce sonrisa.
—Curioso. Mucho gusto, jovencito Hart. Mi nombre es Brenda Warren —se presentó.
Entonces Benjamin procedió a buscar en sus bolsillos otra de las tarjetas y extrajo una que decía: «EL PLACER ES MÍO», lo que hizo reír a los jovencitos un poco.
No habían transcurrido unos segundos cuando ingresó al salón de clases una jovencita de estatura pequeña, un poco más alta que Elliot, pero no tanto como Brenda o Benjamin. Al entrar al salón, danzaba al ritmo de una canción que también cantaba, lo que atrajo la atención de los presentes. La pequeña era una jovencita de tez bronceada, ojos marrones y cabello oscuro recogido en una trenza en la que llevaba adornos de flores coloridas. Portaba un uniforme escolar que, por curioso que parecía, se veía un tanto avejentado y con algunas roturas arregladas con parches de diseños florales además de algunos bordados.
En cuanto Elliot la miró cruzar la puerta, sus orbes oscuros se iluminaron por completo y una grata sonrisa se trazó en sus labios.
—¡Alejandra! ¡Has vuelto! —exclamó, y se puso de pie para saludarla.
—¡Elliot Castlegar! ¡Qué maravilloso verte aquí! —respondió la muchacha., quien se dirigió de inmediato donde él se encontraba.
—Lo mismo digo —añadió Elliot al tiempo que la tomaba de las manos—. ¡Ven! Quiero presentarte a unos compañeros —le dijo, y la llevó hasta donde estaban ellos—. Alejandra, ellos son Benjamin Hart y la señorita Brenda Warren. Señorita Warren, joven Benjamin, es un deleite presentarles a una amiga.
—Mi nombre es Alejandra, Alejandra Isabel Hernández García —saludó gustosa, a lo que ambos respondieron con un gesto extrañado.
—Ella es de ascendencia mexicana, y su familia habla muy poco nuestro idioma, con la excepción de ella y sus hermanos Esperanza del Refugio y José Miguel Ernesto. Yo no hablo mucho su idioma, pero hago el intento.
—Bueno, no lo haces tan mal; solo te falta un poco de práctica. A propósito, ¿has escrito algo nuevo?
—¡Claro! Trabajo en una historia con mucho drama y romance, además de historias sobre «Gato Negro» y «Lobo». ¡Te mostraré los avances! —indicó, y extrajo de su maletín una libreta en la que se encontraban sus anotaciones para después cederla a su amiga, quien comenzó a hojearla de inmediato mientras tomaba el asiento contiguo al del joven Benjamin Hart.
—¡Este comienzo es increíble! —dijo luego de leer las primeras páginas—. Leeré el resto durante el almuerzo.
—¿Escribes historias? —curioseó Brenda Warren.
—Así es. De hecho, mi sueño es convertirme en escritor famoso. Ya he intentado que algunos editores publiquen mi trabajo, aunque no he tenido éxito en ello. Sin embargo, una de mis historias apareció en un periódico hace algunos años.
—¡Eso es impresionante! Espero tener la oportunidad de leer tus trabajos.
—La mayoría de ellos están en mi casa. Mañana traeré algunos de los cuentos que he creado para que los disfruten tú y Benjamin, además del cuento que apareció en el periódico. Espero resulten ser de su agrado.
—Estoy segura que así será —contestó sonriente.
Momentos después de esto, sonó una campana que anunciaba el inicio de las clases, por lo que varios alumnos ingresaron de inmediato al salón de clases seguidos de un profesor de aspecto delgado, cabello oscuro y largo hasta los hombros, ataviado en prendas de vestir de color azul acompañadas de un chaleco de color negro, camisa de color gris claro y corbata negra con rayas blancas, además de un sombrero de copa de color oscuro con una banda azul.
El profesor comenzó a escribir su nombre en la pizarra, y al terminar arrojó el sombrero y el fragmento de tiza que había tomado para escribir su nombre hacia la mesa.
—Buen día, mis amados estudiantes. Mi nombre es Herman Keats —dijo, y señaló a la pizarra—, y soy su profesor de literatura. En cuanto a mi manera de trabajar, les haré unas cuantas aclaraciones. Primero, no hago exámenes, ni mensuales, ni finales; solo califico con trabajos escritos. Segundo, a partir de este momento, todos ustedes tienen una «S» de calificación —indicó, lo que dejó más que sorprendidos a los estudiantes—; sin embargo, dependerá de ustedes que esa calificación se mantenga en «S» y que no disminuya. ¿Cómo disminuye su calificación? Si sus trabajos no son de calidad suficiente, o no entregan sus trabajos, no son participativos en clases, faltan a clases sin justificación válida o tienen faltas por mala conducta —aclaró, lo que apagó el entusiasmo de numerosos alumnos—. En cuanto a mi persona, soy un autor que ha publicado alguno que otro libro de manera independiente. Si no los han leído, espero algún día tengan la oportunidad de hacerlo. Me gustan los paseos tranquilos por el río y los lugares apacibles en los que pueda leer, meditar, pensar e inspirarme para escribir. ¿Y ustedes? ¿Qué les parece si se presentan? ¿Qué tal si comenzamos contigo? —solicitó a uno de los estudiantes que se encontraba cerca de la ventana, quien de inmediato se puso de pie y habló sobre su persona. Luego invitó a otro de sus alumnos a hacer lo mismo,
Así lo hizo el resto del grupo hasta que llegó el turno de Elliot, quien se puso de pie con marcado ánimo.
—¡Hola, amigos! Mi nombre es Elliot Castlegar, soy el menor de mis hermanos, y me gusta mucho la lectura, la escritura, los misterios y rompecabezas. Mi familia tiene una pequeña cabaña a la orilla de un estanque, donde suelo ir para escribir, pues es un paisaje inspirador. Escribo cuentos e historias de misterio, romance, dramas y alguna que otra comedia. En mi anterior escuela obtuve las mejores notas de todo el instituto, y he publicado un cuento en el periódico local —señaló.
—Espera, un segundo. ¿Tú eres E. Castlegar, el autor de la historia «El viento de la colina» que apareció en el suplemento semanal del vigésimo cuarto día de décimo mes de 1869? —preguntó el profesor.
—Así es.
—¡Asombroso! ¡Yo leí ese cuento! Lloré con el final, fue maravilloso. Se los recomiendo mucho, jóvenes.
—Gracias, profesor. De hecho, tengo una copia de este en mi casa. Si gusta, puedo traerlo para que lo lea.
—Me parece una estupenda idea. Me alegra tener a tan prodigioso alumno entre mis estudiantes. Espero grandes cosas de ti, pequeño.
—De nuevo, gracias, profesor —dijo el niño para luego sentarse.
—Perfecto. Ahora, es tu turno, jovencito —señaló a Benjamin, quien se quedó con gesto serio.
Benjamin solo se levantó de su asiento, tomó de su bolsillo una serie de tarjetas como la que le entregó a Elliot, y pasó a entregarla a su profesor.
—«BUEN DÍA. ES UN PLACER SALUDARLE. MI NOMBRE ES BENJAMIN HART, Y TENGO UN IMPEDIMENTO DEL HABLA, POR LO QUE USO ESTE MEDIO PARA COMUNICARME CON USTED» —leyó el profesor, y el pequeño Benjamin sonrió con ternura—. De acuerdo. ¿Hay algo que te guste, joven Benjamin? ¿Alguna actividad, algo sobre su persona que desee añadir? —inquirió.
Podía verse un poco de pena en la expresión del niño, por lo que solo meneó de lado a lado la cabeza.
—Bien. Pasa a sentarte, jovencito —solicitó, y el niño asintió y así lo hizo.
Luego de que otros alumnos se presentaran, tocó el turno de Brenda Warren, quien se puso de pie y entonces dijo:
—Hola, mi nombre es Brenda, Brenda Warren. Soy hija de Brandon Warren, el dueño de la tienda de ropa «B&B», y me gusta mucho el estudio, la lectura de libros tanto de literatura como de divulgación científica. Me considero una alumna ejemplar, pues he recibido honores de parte de mis profesores en mi anterior escuela. No me gusta mucho estar al aire libre a menos que esté de buen humor, y soy muy hogareña —declaró, y entonces se sentó.
—De acuerdo. En esta clase tendrá muchas oportunidades de leer, señorita Warren. Ahora, ¿qué hay de usted, jovencita? —señaló hacia Alejandra, y la muchacha se puso de pie con la misma presteza que Elliot.
—Mi nombre es Alejandra Isabel Hernández García, tengo 12 años, y soy descendiente de una familia de migrantes mexicanos que llegaron a Couland hace varias décadas. Mi familia tiene una tienda en el sector este de la ciudad, cerca de este sitio, en la que suelo trabajar para ayudarlos. Me gusta mucho el baile y el canto —expresó, y entonces se sentó.
Luego de que terminaran de presentarse todos y cada uno de los veinte estudiantes de ese grupo, el profesor Keats comenzó a dictar el temario de las clases de ese trimestre.
Cuando terminó la clase, y antes de retirarse del salón, el profesor le dedicó una mirada al menor de los Castlegar, y entonces sonrió con orgullo.
«Este muchacho tiene un gran talento; espero grandes cosas de él» pensó el docente, y entonces abandonó el salón.
De esta forma comenzaba el primer día de clases del menor de los Castlegar. Luego de la clase de Literatura, llegó el turno del resto de las asignaturas de ese día, como Matemáticas, Biología e Historia. Durante las clases, Elliot pudo percatarse que la expresión del mellizo Warren no cesaba de percibirse hostil para con él, lo que lo dejaba demasiado intranquilo. Brenda Warren notó esta reacción, y también la forma en la que su hermano lo miraba, por lo que exhaló y meneó su cabeza de lado a lado.
Ahora bien, llegó el momento de un descanso para tomar el almuerzo, y mientras el menor de los Castlegar se preparaba para salir, vio cómo Brenda y Bruno salieron juntos del salón, y luego de unos minutos este último entró de regreso al aula y se dirigió con lentitud hacia Elliot con una expresión seria y enfocada en su rostro, cosa que desconcertó a Elliot.
—¿Se te ofrece algo? —averiguó un intranquilo Elliot.
—Solo deseo pedir disculpas por mi comportamiento de hace unas horas. Fue mi culpa, y no debí haberte insultado de esa forma. Además, acepto que me hayas llamado de esa manera, debido a que mi comportamiento dejó mucho que desear y fue propio de bestias y no de personas —se expresó.
Elliot no podían creerlo. Ese sujeto, que con toda facilidad podía dejarlo fuera de combate con tan solo uno de sus golpes, en realidad tenía sensatez en su persona, aunque supuso que su amiga Brenda había tenido mucho que ver con su cambio en su persona.
Aliviado, exhaló con sus ojos cerrados y luego mostró una apacible sonrisa satisfecha.
—Acepto sus disculpas, joven Warren, y espero también me disculpe por mi respuesta tan atrevida.
—No es necesario disculparse; como dije, lo merecía por mi conducta, y debo admitir que fue una respuesta muy buena —mencionó—. Voy a tomar el almuerzo con mi hermana. ¿Quieres acompañarnos? —solicitó.
—¡Estaré encantado! —respondió.
—Excelente. Entre más seamos, mejor. Por cierto, ¿qué hay en esa bolsa que llevas contigo?
—¿Esto? —señaló a la bolsa de papel—. Es para acompañar el almuerzo. Son frutas, y algunas galletas —le mostró.
—¿Esas son galletas de mantequilla de la panadería Baker? —preguntó maravillado.
—En efecto. ¿Quieres probarlas?
—¡Por supuesto! Son las mejores que he comido en mi vida —respondió, y pasó a tomar algunas.
—Yo conozco al muchacho que las prepara. Lo he visto, mejor dicho. Es un joven que trabaja en la panadería, y es de una edad similar a la de mi hermano Erick —señaló.
—Cuando lo veas, envíale mis felicitaciones por tan deliciosas galletas.
—Lo haré.
—Bueno, vayamos al comedor, que nos espera un almuerzo delicioso. Escuché que servirían pasta con carne —agregó.
Luego de esta conversación, Elliot y Bruno se dirigieron al comedor donde, en efecto, los esperaban su hermana, además de Benjamin y Alejandra, dispuestos para deleitarse con un almuerzo exquisito y conversaciones amenas entre compañeros de clase.
Terminado el almuerzo, continuaron las clases, y de esta forma culminó el primer día de una nueva etapa en la vida del menor de los Castlegar.
¡Buen día, excelente tarde o agradable noche tengan ustedes, mis amados Travenders!
¿Me extrañaron?
La semana pasada estuvo llena de intensidad, entre problemas de salud y otros asuntos que no me permitieron la oportunidad de actualizar esta historia.
Pero aquí estamos de vuelta, aunque todavía haga frente a algunas dificultades.
En fin, dejemos las historias tristes de lado. Ahora bien, cuéntenme. ¿Qué les pareció esta parte? ¿Les gustó? ¿Qué opinan de los nuevos personajes?
Los Castlegar ya tienen más amigos y aliados en su camino, y veremos más adelante la relevancia de cada uno de ellos.
Por mi parte, es todo. Les envío mis saludos, y les pido que sean pacientes para la siguiente actualización.
¡Que tengan paz, y un excelente día!
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